Mapa de la probable distribución de las tribus de Israel y reinos adyacentes. Alrededor de los siglos XIII-XII a.e.c.
La
más antigua historia de Israel comienza con la presencia de los patriarcas,
cuyo lugar de origen fue Jarán, territorio ubicado entre los ríos Tigris y
Éufrates. Estos patriarcas eran aramos y se organizaban en clanes. Nombres como
Harán, Teraj o Abraham son, con toda probabilidad nombres de clanes
patriarcales A fines del II Milenio a.e.c. los semitas amorreos invadieron
Siria, Palestina, zonas de Egipto y Mesopotamia. Uno de sus lugares de
asentamiento fue, precisamente, Jarán. En los documentos de Mari se habla de
los hapiru, nómadas identificables
con los hebreos, un vocablo que definía a extranjeros, no a un grupo étnico.
Los hebreos de los patriarcas eran descendientes, entonces, de nómadas
invasores de Mesopotamia. Los patriarcas que llegaron a Palestina eran parte de
tales invasores. Se trata de pastores de ovejas y cabras.
En
una Palestina[1] ocupada por los
cananeos, se vincularon algunos lugares de culto con los patriarcas, como el
santuario del árbol, en Siquen, o el terebinto sacro de Mambré, cerca de
Hebrón, lugares luego muy venerados entre las tribus israelitas. Más tarde,
Jahvé prometió a estos patriarcas y a su gran descendencia, la posesión de las
tierras de Palestina.
La
presencia hebrea en Egipto es un tanto difusa. El Éxodo habla de la presencia
hebrea en Egipto durante más de cuatrocientos años. La llegada de José y sus
hermanos, además de Jacob a Egipto (Génesis 39, 7 y ss.), se suele vincular con
la llegada de los hicsos, en torno a 1700 a.e.c. Es probable que durante el
reinado de Rameses II (1290-1224 a.e.c.[2])
los israelitas trabajasen como obreros en las ciudades de Pi Ramsés, quizá
Tarsis, y Pitón, hoy Tell-er-Retabeh. Tras la salida de Egipto, durante el
siglo XIII a.e.c., la penetración de las tribus hebreas en Canaán[3]
implicó un cambio de su vida nómada por otra sedentaria, propia de una cultura
agraria y urbana. La conquista de Palestina pudo hacerse en fases, en la
primera de las cuales se conquistó Jericó, en la segunda Judea y en la última
Galilea[4].
En la Palestina central se ha supuesto la presencia de gentes aliadas o
parientes de los israelitas, con las que harían alianzas. Aquí habitarían
clanes hebreos y cananeos, unidos por una Alianza, y que rendirían culto a una
divinidad llamada “Señor de la Alianza”.
Entre
los siglos XII y XI a.e.c., Israel consolidó el territorio conquistado.
Tuvieron que luchar, incluso, contra algunos invasores (contra los filisteos,
uno de los Pueblos del Mar, hacia 1050). Israel era ahora una confederación de
tribus unidas entre sí por estrechos vínculos religiosos que giraban en torno
al Arca de la Alianza. Mientras, Moab o Edom estaban comandados por reyes;
otras monarquías existían en Guezer, Beisán, Meggido y Jerusalén, y los
cananeos seguían con sus ciudades-estado. El latente peligro y las frecuentes
luchas propiciaron que los israelitas estableciesen como necesario la presencia
de unos Jueces con carisma para que los gobernasen. Durante el mando de estos Jueces,
que fueron contemporáneos de los primeros profetas, los enemigos más difíciles
de los israelitas fueron los filisteos (enemistad expresada a través de las
leyendas de David y Goliat o la de Sansón), pero también los moabitas, los
amonitas, los cananeos (con sus ciudades amuralladas) y los medianitas fueron
rivales encarnizados.
Es
en esta época cuando la profecía se integra en la institución religiosa
sacerdotal. El profeta, un mensajero, hablaba en nombre de Dios[5].
El menaje que se transmitía le llegaba por medio de la inspiración, presentada
repentinamente. En su carácter carismático, los profetas hebreos interpretaban
la actuación de Dios en la historia.
La
religión de Israel se fundamentaba en la elección de Dios a Abraham para que
fuese el “patriarca” de los creyentes, de un pueblo que habitaría Canaán. El
Dios de los patriarcas es JHWH, “Dios
de Abraham, Isaac y Jacob” o “Dios de mi padre”[6].
Existían nombres divinos compuestos sobre El, dios creador del panteón cananeo,
y deidad suprema de la mayoría de pueblos semitas. Son nombres no relacionados
con los patriarcas sino con lugares de culto, como El Olam, El de la eternidad,
o El Elyon, dios de Jerusalén. Las tradiciones de los patriarcas señalan la
fusión del “Dios de los padres” con el gran dios cananeo. En cualquier caso, es
esencial para los patriarcas, la obediencia, la confianza en Dios, así como la
cólera de éste como protección.
Por
otra parte, piedras y árboles jugaban un papel destacado n la religiosidad de
esta época. Las piedras (masséboth,
los betilos), se conocían bien en la religión cananea, aunque fueron condenadas
por los profetas, pues representaban la presencia del dios masculino. No
implicaban la presencia de altares. Los árboles, como el terebinto de Siquem, o
el tamarino de Beer-Sheba, eran lugares sacros en donde se obtenían oráculos.
Entre los cananeos se les relacionaba con la fecundidad. Los teraphim debieron ser figurillas de la
diosa de la fecundidad que se usaban como amuletos y para obtener, también,
oráculos.
El
fundador, como jefe político y religioso, de la religiosidad de Israel, fue
Moisés, en virtud de que fue el intermediario entre la población y JHWH. Moisés, ras asesinar a un egipcio,
se refugia en Median (tribu beduina del noroeste de Arabia) y allí se casa con
Séfora, hija del sacerdote madianita Reonel. El “Dios de los Padres” se le
reveló en una zarza en llamas y le encargó la liberación de su pueblo oprimido
en Egipto. JHWH se aparece a los
israelitas al pie de una montaña y concluye con ellos una Alianza (él es su
Dios, y ellos su pueblo), que sigue las fórmulas de los contratos hititas. El
Decálogo de la Alianza se guardó, dice el Éxodo, en el Arca. Se trataba, no
obstante, de una Alianza que había que renovar de cuando en cuando.
La
presencia de JHWH se simbolizaba en
el Arca de la Alianza. La tradición sacerdotal refiere que el Arca se guardaba
en una tienda, verdadero santuario, transportable, en el desierto, semejante al
de los beduinos, cartagineses, o al de los nómadas árabes pre islámicos. Las
tribus se agruparían alrededor del Arca y la tienda. Características de la
religión mosaica son la adoración de un único Dios, lo que no presupone la
negación de la existencia de los dioses de los demás pueblos, y la prohibición
de hacer imágenes. No estamos, por tanto, ante un monoteísmo.
Los
israelitas, pastores nómadas, y los cananeos, agricultores sedentarios,
mezclaron sus concepciones religiosas y con ello se configuró la religión
hebrea. La religión cananea se conoce bien gracias a los textos de Ugarit y
Ebla (proto cananeos, entre los que se halla la primera mención de JHWH). Su dios supremo era El, el rey,
el toro, el padre; su compañera era Athirat (JHWH nunca tuvo ni esposa ni familia); Baal era un dios de la
fecundidad, de la vegetación, que muere y resucita: Astarté es una deidad de la
fecundidad, equivalente a la Ishtar babilónica y la Inanna sumeria. Otras
deidades eran Beth-Shemesh, dios solar; Shapshu también solar, y Beth Yerach,
deidad lunar. Entre los cananeos fue relevante la prostitución sagrada, así como
las liturgias de la muerte y resurrección asociadas a los cultos de la
fecundidad.
El
JHWH que se aparece en medio del
fuego y desde el sonido del trueno, se emparenta claramente con los Baal de los
textos ugaríticos. En esa época, no obstante, no existía todavía una diferencia
evidente entre Baal y JHWH. De ahí la
presencia abundante de nombres compuestos de Baal entre los israelitas. O bien
uno se adoraba al lado del otro, o Baal era un epíteto de JHWH. Éste, por otro lado, pareciera estar subordinado a El, aunque
en algunas ocasiones se les diferenciaba. El fue el antiguo creador del Cielo y
la Tierra, función que asumió JHWH
quizá en la época de la monarquía de David.
JHWH acaba siendo el Dios de
Israel en época de los Jueces. Aparece en una teofanía, es el dios del trueno,
la lluvia y del Sinaí. También es el dios de los guerreros. No obstante,
durante mucho tiempo, en Israel, los israelitas, para obtener cosechas óptimas,
invocaron a Astarté y Baal.
El
culto israelita, en definitiva, se fundamenta en el Arca, que representa la
presencia de JHWH, y que podía
llevarse durante las guerras[7].
Algunos lugares de culto, previamente cananeos, fueron Bethel, Silo, Dan o
Gibon, lugares asociados a teofanías. En ellos se llevaban a cabo sacrificios.
Parece que los miembros varones de la tribu de Leví fueron los que conformaron
el primer grupo sacerdotal, encargado, sin duda, de un culto sincrético. Se
encargaban de los oráculos y los sacrificios. Sin embargo, también hubo
profetas, videntes y adivinos.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y Doctorado en Ciencias Sociales, UCV.
[1] La
arqueología ha constatado algunos datos que la tradición hebrea atribuye a los
patriarcas, como es el caso de la cámara sepulcral de Macpela en Mambré, un
enterramiento familiar con presencia de vasos cerámicos llenos de alimentos y
una serie de objetos que, presumiblemente, pertenecieron en vida a los
difuntos.
[2] Sería su
padre, Seti I (1308-1290 a.e.c.), según se desprende del Éxodo, quien al
reorganizar el imperio egipcio en Palestina y Siria, empezase a oprimir a los
israelitas.
[3] En esta
época Canaán dependía de Egipto y se organizaba en unas pocas ciudades-estado
fortificadas, quizá no más de diez, gobernadas por un rey.
[4] Las
destrucciones, confirmadas por la arqueología de Laquis, Betel, Debir o Jasor,
entre 1220 y 1200 a.e.c., demuestran la existencia de las campañas militares.
[5] El
fenómeno de los profetas también existió en Egipto o en Mari, como se constata
en el relato de Wenamón. En Israel, eso sí, la característica profética por
excelencia no era el éxtasis, sino que Dios mandase al profeta a hablar en su
nombre.
[6] Cierta
terminología designa a Dios como miembro del clan de Isaac. Los nombres de
algunas tribus serían denominaciones de deidades: Dan es un dios cananeo;
Zabulón pudiera ser un epíteto divino en Ugarit. Lo mismo podría decirse de
Asher o Gad. Habría dioses tribales, familiares o antepasados divinos.
[7] La guerra
se consideraba santa, y se la convocaba tras un toque de trompeta. Los
guerreros debían llevar a cabo ciertas prescripciones rituales, entre las
cuales se encontraba interrogar a JHWH
antes de entrar en combate. El botín se le consagraba a Dios.
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