Imágenes: arriba, un mapa con las zonas ocupadas por
las doce tribus de Israel y por los filisteos; abajo, una pintura mural en la
sinagoga de Dura Europos, con el Arca de la Alianza en poder de los filisteos,
tras haber derrotado a los israelitas.
En la segunda mitad del siglo XI a.e.c. la
confederación de tribus israelitas, unidas por un mítico origen común y ciertas
señas de identidad, se unieron bajo el poder de un único soberano, Saúl, para
poder hacer frente a una poderosa amenaza, la de los filisteos.
Los filisteos son, según el Génesis, descendientes de
Cam, un vástago de Noé, considerado el padre de las poblaciones del África
negra. Uno de los hijos de Cam, de nombre Mizraim (Egipto), engendraría varios
pueblos, entre los que destacan los kaftoríes,
de donde procederían los filisteos. Kaftor,
no obstante, se identifica con Creta. Esta aparente contradicción no es tal
para los redactores bíblicos[1],
que señalan que los filisteos proceden de Kaftor
pero son un pueblo vecino de Israel que mora en una cornisa de la costa del
Mediterráneo oriental, una región gobernada por varios príncipes (cinco en
total), cada uno con su propia capital: Ashdod, Ascalón, Ekrón, Gat y Gaza.
Sería precisamente en Gaza en donde chocarían los intereses de filisteos e
israelitas.
Los filisteos no eran judíos, adoraban al dios Dagón,
deidad de la fertilidad, y su fuerza se debía a su capacidad de fabricar y
emplear armas de hierro. Inicialmente enemigos de la tribu de Dan (a la que
pertenecía el juez Sansón), más tarde expanden el conflicto hacia el este,
hacia las tribus vecinas de Judá, Benjamín y Efraín. El origen del conflicto
entre israelitas y filisteos, ejemplarizado en el famoso episodio de David y
Goliat, es el suscitado entre dos agrupaciones étnicas distintas que reclaman
para sí los mismos territorios.
El episodio de David y Goliat, que recuerda
sobremanera la epopeya homérica, se llevó a cabo en el último tercio del siglo
XI a.e.c., en el valle de Elah, en las proximidades de Jerusalén[2].
El gigante Goliat desafía a los israelitas
a que presenten un campeón que sea capaz de medirse a él en combate
singular[3].
Los israelitas, sin embargo, se ven dominados por el temor y ninguno de sus
guerreros se ofrece voluntario para entablar combate con el gigante. Será
David, un héroe más bien humilde, un pastor de la localidad de Belén, el que,
tras pedir permiso al rey Saúl, se enfrente al gigante. Como es bien sabido,
David mata a Goliat con una piedra lanzada con su honda.
A pesar de tal gesto de valentía y heroicidad[4],
los celos del rey Saúl obligarán a David a vivir, durante los siguientes años,
como si fuese un auténtico bandolero, hasta el punto de servir, irónicamente,
como mercenario de los propios filisteos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV-FEIAP-UGR.
[1] Durante
los reinados de Merneptah y Ramsés III los Pueblos del Mar, según las fuentes
egipcias, fueron rechazados en el delta del Nilo. Esa derrota obligaría a
ciertos de esos pueblos a asentarse en la costa sur de Palestina. Los peleset, mencionados en las fuentes
egipcias que hablan de los Pueblos del Mar, podrían ser los filisteos bíblicos.
[3] El reto
bíblico que anuncia Goliat es comparable con el de Alejandro (Paris) y Menelao
y con el de Héctor y Aquiles. La panoplia militar de Goliat, tal y como es
descrita, recuerda la de un guerrero micénico del siglo XI a.e.c. o, incluso,
la de un hoplita del siglo VII.
[4] La breve
descripción física de David que encontramos en Samuel (1Samuel, 16), le acerca
ligeramente al ideal modélico del héroe homérico. Además, su amistad con
Jonatás (hijo del rey) no deja de recordar la estrecha relación amistosa entre
Patroclo y Aquiles.
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