La
mayoría de los griegos de la antigüedad tomaban la existencia de sus dioses
como algo garantizado y, por tanto, no requerían ni credo ni dogma. El lugar de
la fe lo cubría el mito y el ritual, lo que implicaba una actitud más que una
convicción. La religión griega ofrecía, entonces, escasa guía en la conducta y
precaria explicación acerca del ordenamiento del mundo. Para responder a estos
aspectos se recurrió a la filosofía. Muy pocos griegos podrían haber sido
tildados de ateístas, salvo quizá el caso de Diágoras de Melos. Sócrates, hay
que recordarlo, no fue, en realidad, acusado de ateísta, sino de no participar
en los festivales mayores. Sí hubo muchos agnósticos, del tipo Protágoras, por
ejemplo.
Aunque
los dioses presidían todo tipo de asuntos humanos, su interés por tales era
reducido. La buena voluntad de los dioses dependía del sacrifico que recibían.
Arrogantes, crueles y hasta teatreros, los dioses olímpicos, por ejemplo,
fueron descritos como sobrehumanos en poder pero infrahumanos en moral. Pero no
eran ni buenos ni malos en sí mismos, sino que constituían una inestable
combinación de ambos elementos.
La
diferencia con el Dios neotestamentario, entendido desde esta perspectiva como
un inofensivo trabajador social de género indeterminado, es casi absoluta. Los
olímpicos cuidaban poco de la humanidad, con la que mantenían una relación
bastante distante. No puede haber amistad entre dioses y humanos porque no hay
intercambio mutuo de sentimientos. Se dirá, sin embargo, que una afinidad unía
a Odiseo con Atenea, o a Hipólito con Afrodita (en el Hipólito de Eurípides),
pero el primero sufrió una temible enemistad con Poseidón y el segundo con la
propia diosa a lo largo del desarrollo de la tragedia.
Aunque
los dioses eran antropomórficos, en origen encarnaban aspectos del mundo
natural y de la psique humana. La primera generación de olímpicos (Hera al
margen), es decir Zeus, Deméter, Poseidón, Hestia y Hades, personificaban
fuerzas de la naturaleza, en tanto que la segunda generación, Hefaistos, Ares,
Atenea, Hermes, Apolo, Artemis y Afrodita, representaban atributos humanos. Eso
sí, no hubo un Príncipe de la Oscuridad a quien temer.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP, Granada. Agosto 2016
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