En la imagen la Venus de Kostenki (Cultura Kostenki-Avdeevo), realizada en
caliza y datada entre 23000 y 20000 años.
Un poco después de la introducción del arte parietal
se halla evidencia casi irrefutable de deliberados enterramientos humanos por
primera vez, acompañados de adornos y diversos artefactos, indicio seguro de
alguna creencia en la otra vida. Su aparición, en un momento climático complejo
y de fuerte estrés poblacional, puede implicar que la muerte se convirtiera en
un evento de opresiva regularidad para la gente de Europa. De tal modo, el
deseo de negarla debió haber crecido, en cierta medida, como una reacción
natural.
Para la gente, inhumar un cuerpo en un lugar
específico bajo tierra y decorar el cadáver con bienes que nunca volverán a
ver, debió haberse conformado como una poderosa idea: la de que podrían, en
algún sentido, superar la muerte o, al menos, proveer otra vida más allá de
esta. Podríamos encontrarnos ante un modo de rehusar aceptar la inevitabilidad
de la muerte; una desesperada negación del destino que deben encarar los
miembros de cada especie viva. En definitiva, rechazar la muerte supondría
desafiar a la naturaleza.
Las tumbas más antiguas, con cuerpos cuidadosamente
ubicados y bienes funerarios a su alrededor, a menudo cubiertos de ocre rojo,
se hallan en Europa central alrededor de hace 30000 años. La inhumación debió
ser un ritual a menudo reservado para gentes de especial preponderancia. El número
y la clase de bienes funerarios podrían indicar el estatus del fallecido.
Algunas sepulturas son simples. Es el caso de la
Caverna Grimaldi, en Italia, datada en 25000 años, que muestra, en sus
distintos niveles, figuras con simples bandas de hueso en la cabeza y en los
brazos. Pero otras tumbas son muy complejas, como la que contiene un esqueleto
de un varón, datado en 23600 años, hallada en Brno (Moravia). El esqueleto
apareció rodeado de colmillos de mamut, de costillas y un cráneo de
rinoceronte, dientes de caballo y más de seiscientos fósiles, caparazones,
discos de piedra perforados, y otros de marfil, astas de ciervos pulimentadas y
una figurilla masculina de marfil. Todo ello se encuentra cubierto de ocre
rojo.
El enterramiento más sorprendente es el del gran
yacimiento al aire libre de Sungir, en las bancadas del río Kliazama, al
noreste de Moscú. En ese yacimiento, hace 28000 años fueron inhumados en el
permafrost helado once personas, no todas al mismo tiempo, pero con escaso
intervalo entre ellas. Ocho de ellas están representadas únicamente por algunos
restos fragmentarios y parecen haber sido inhumados de modo intencional, aunque
no hay señales de bienes funerarios u ornamentos. Los otros tres, un varón de
unos sesenta años, y dos niños, uno varón de unos doce años y el otro una
hembra de unos nueve, recibieron un trato muy especial.
El adulto, con sus manos juntas sobre la pelvis, fue
vestido con pieles y adornos de cuero. Además aparece ornado con casi tres mil
pequeñas y redondas cuentas de marfil del tamaño de una perla alrededor de su
cabeza, en la forma de una corona, y varios dientes de zorro ártico. Alrededor
del cuello una suerte de collar de esquisto pintado de rojo con un pequeño
punto negro en una de sus caras. Sobre sus brazos y bíceps fueron colocados
veinticinco brazaletes de marfil de mamut, pulidos y decorados con pintura roja
y negra. El niño, por su parte, enterrado estirado y en posición supina, cabeza
a cabeza con la niña, se muestra decorado con varios miles de cuentas de
marfil, una corona, anillos de cuentas bajo sus rodillas, un pendiente de
marfil con la forma de algún animal indeterminado, marfiles en su garganta y lo
que parece ser un cinturón ornado con más de doscientos dientes de zorro
perforados en su cintura.
Cerca de cada cuerpo había bienes funerarios, que
incluían armas, plausiblemente para que acompañasen (tal vez al adulto) en la
otra vida. Más allá del chico se encontraba un delgado hueso humano pulido,
cubierto con ocre rojo. Bajo su hombro izquierdo se halló una pequeña escultura
en marfil de un mamut, quizá un pendiente, y una figurina en forma de caballo
decorada también con ocre rojo. Un poco al margen de cada cuerpo había dos
lanzas hechas de colmillo de mamut, muy probablemente ceremoniales.
Al lado de la niña apareció un disco circular de
marfil con un anillo de otros ocho huecos alrededor, en el clásico modelo de
roseta. El patrón de roseta es familiar a ciertas antiguas culturas históricas
(Creta, Micenas, Egipto), en donde se creía que simbolizaba al sol y se
empleaba como un ornamento funerario.
Este tipo de enterramiento, con tres cadáveres
especialmente cuidados, es el propio de una sociedad que tuvo la profunda
necesidad de honrar a su gente más favorecida, poseyó una casi segura creencia
espiritual en la otra vida y, tal vez, creyó en la resurrección. Además,
representa la más antigua evidencia de un sistema de jerarquía en la sociedad
sapiens. El tipo de hallazgo y sus características es confirmado en bastantes
otras inhumaciones europeas en las proximidades de esta época, como son los
casos de el yacimiento de La Madeleine, en Francia, la Grotte des Enfants en
Italia o el sitio de Mal'ta, en Siberia.
Los niños de este enterramiento probablemente no
tuvieron tiempo de alcanzar un especial estatus. Es así que se piensa que
pudieron haber sido sacrificados para acompañar al varón adulto a la otra vida.
Sin embargo, ello no explica que hayan sido profusamente ornados, a menos que
también gozaran de algún tipo de estatus desconocido o fuesen parientes
cercanos del cadáver adulto.
La estratificación social fue probablemente inevitable
en sociedades con severa presión demográfica y con una regular competencia,
quizá conflicto abierto, en relación a la caza de animales. El éxito de la caza
se convertirá en una necesidad. Los elementos de vida y muerte serán
importantes y en ellos se implicarán dos grupos de personas. La división del
trabajo propiciaría una elemental jerarquía de dos niveles de personas de
estatus mayor y menor. Por un lado, gente vinculada principalmente con la
planificación y control; y por el otro personas relacionadas básicamente con la
conformación de elaborados y misteriosos rituales de caza mágica, conducidos
por unos pocos “maestros de la ilusión”, es decir, brujos y chamanes.
Lo que extendería, finalmente, la distancia en
prestigio y poder entre unos pocos y el resto sería el control de las
ceremonias, que ayudaría a la consolidación del estatus de algunos miembros de
la sociedad, y que se encuentra en la base de los conflictos internos.
Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia-Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
Escuela de Letras, UCAB. Maestría en Historia de las Américas
FEIAP-Granada.
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