2 de febrero de 2017

Arte y religión en la cultura minoica






Imágenes, de arriba hacia abajo: una imagen panorámica del sagrado Monte Ida; una pintura mural del Salón del Trono en Cnosos; un rhiton minoico con forma de cabeza de toro; la sacerdotisa de las serpientes, en fayenza (Museo de Heraclión, hacia 1600 a.e.c.); y la señora de los animales, también en el Museo de Heraclión, en Creta.

Creta, inserta en el área cultural egeo-anatólica, contó ya desde el Paleolítico con la presencia de ídolos femeninos desnudos, caracterizados por mostrar grandes caderas y por hallarse mayoritariamente ubicados en un contexto funerario. Algunas de estas figurillas parecen evocar mujeres encinta, otras se muestran agachadas, quizá dando a luz, mientras que algunas más aparecen con niños en los brazos. Si bien no se puede constatar con esta presencia un culto a la Madre Tierra, ya que quienes las fabricaron y usaron no eran agricultores,  sin embargo es muy probable que impliquen un culto hacia la fertilidad. No se puede descartar que fuesen un antecedente directo de ulteriores creencias asociadas a una gran diosa de la naturaleza. En el Neolítico, por el contrario, destacan los ídolos con una falda acampanada, con los senos descubiertos y con los brazos se levantan en una evidente señal de adoración. Además, ahora se encuentran preferentemente en santuarios y diversos lugares de culto.
La religiosidad cretense puede ser catalogada como naturalista. Si  bien algunas grandes construcciones pudieron hacer las veces de templos, la relevancia primordial estuvo en los santuarios al aire libre en los bosques, presumiblemente sacros. Las cuevas ocuparon un lugar destacado en el culto minoico. Es bastante posible que en las naturales condiciones de una caverna se llevaran a cabo ceremonias rituales secretas. Algunas cuevas, y su relevancia, han sido recordadas en la mitología. Es el caso de la gruta de Amnisio, próxima a Cnosos, que estaba consagrada a Ilitiya, la divinidad prehelénica de los alumbramientos, una diosa tal vez identificable con Maya. La tradición ubicaba en esta gruta el preciso lugar en donde estaba enterrado el cordón umbilical de Zeus. Por tal motivo, se creía que las mujeres entraban en ella para dar a luz. 
Otra cueva de renombre es la situada en el monte Dicté (o quizá en el Ida), en la que Zeus fue criado bajo la protección de los Curetes, cuyas semejanzas con los salios de Roma es claro.  Los mitos narran cómo con el ruido de las danzas y de los escudos, estos sacerdotes ocultaban los llantos del Zeus infante, que su madre Rea había escondido allí, para alejarlo de su voraz padre. Otra caverna destacada en el mito es aquella en la que habitaban los dáctilos, en el monte Ida, expertos en el trabajo del metal y la forja[1].
En el período Minoico Medio (Período Neo palacial, 1900-1600 a.e.c.), se llegan a erigir determinadas construcciones de piedras labradas, con varias naves y altares coronados con dobles cuernos. Este tipo de santuario aparece reflejado en los sellos cerámicos y en las vasijas de Cnosos y Zacro. Los más renombrados de tales santuarios serían los de Yuktas, Petsofá, los hallados en las montañas sacras (Ida, Dicté), en Pirgo, Cófinas y Filliorino, así como el de la acrópolis de Maza.
La diosa cretense es, probablemente, una deidad de la fecundidad, aquella que hace fructificar la naturaleza. Se la suele representar bajo el árbol de la vida en la primavera. Era considerada señora de las montañas, de los vegetales y de los animales, en un modo análogo a la Gran Madre de Anatolia, que originaría la célebre diosa frigia Cibeles. Su representación entre dos animales encarados a los que parece dominar, perdurará sin alteraciones hasta la época arcaica griega. Esta deidad femenina cretense es citada en Homero como una señora de los animales (Potnia Theron)[2].
A la gran diosa minoica se le asocia un dios paredro, que podía ser su hijo o un amante. Se mantiene a su lado pero en un determinado orden de inferioridad. Se puede suponer que el dios era semejante a la divinidad femenina y como ella, por lo tanto, habría nacido en la cumbre del monte Dicté. Sería en la montaña en donde recibiría su propio culto.  Varios son los nombres que la tradición conserva relativos a este dios paredro, entre los cuales se destacan Zageo, Talos, Asterio, Velcano. Arbio, Escilio, Jacinto y Atimo. El dios masculino descendería a la tierra (a la llanura) dominando a hombres y bestias, y siendo representado entre dos de ellas encaradas (como Señor de los Animales o Despotes Theron). Derivarían de esta deidad masculina Zeus Velcano, Hermes y el Dioniso Zagreo.
En virtud de su fuerza creadora adoptará la figura animal del toro[3]. Es muy probable que el toro representase la fuerza y la fertilidad masculina y, por consiguiente, existiera una implícita relación con el culto de los cuernos de consagración, frecuentemente hallados en los recintos palaciegos.
Además de la adoración a las divinidades personificadas y a los elementos de la naturaleza con los que se vinculan, existió también, quizá como una reminiscencia de un cierto fetichismo, un culto a determinados objetos como la piedra sin labrar (betilo), o tallada (pilar), el escudo, la doble hacha, bipenna, o a los árboles. La adoración a los pilares, en concreto, tal vez se deba a que los mismos hayan sido concebidos como representaciones anicónicas de la divinidad.
El pilar es para algunos autores (A. Evans) una representación anicónica de la divinidad, si ésta se haya aislada, pero si aparece como una columna flanqueada por dos animales, pudiera simbolizar a la Señora de los animales. Para otros, por el contrario, (M. P. Nilsson), significaría la representación esquemática del palacio minoico puesto bajo la protección de las fieras salvajes. El significado simbólico de la doble hacha o bipenna, que aparece desde el Minoico Medio II, es muy controvertido. En Asia Menor representaba el rayo en las manos de una deidad masculina, aunque en otras regiones conformaba un atributo claramente femenino, como ocurre en Tell el Arpachiyah, en Irán. Quizá, a la postre, sea una representación de una fuerza descomunal, de carácter sobrenatural. El escudo, por su parte, aparece representado al lado de animales y árboles sagrados. Se empleó como exvoto y como amuleto en los santuarios, las viviendas y las tumbas. El árbol, sin duda, pudo ser sacralizado y, por tanto, se le rendirían homenajes y ciertos sacrificios. La diosa cretense puede aparece representada sentada al pie de un árbol. El pino, la palmera, la higuera y el olivo, fueron los tipos de árboles ante los que se celebrarían determinados cultos.
Las excavaciones arqueológicas han desenterrado una serie de lugares en donde se constatan restos de sacrificios. La mayoría de ellos, datados entre el III y el II milenio a.e.c., como Petsofá, Iuctas o Palaicastro, han arrojado a la luz una serie de figuras humanas, grandes capas de ceniza y varias reliquias votivas con formas de miembros del cuerpo humano que fueron arrojados a hogueras. Estas últimas pudieran tratarse de víctimas propiciatorias a las deidades de la naturaleza.
Aunque hay evidencias de sacrificios cruentos, concretamente de bueyes, ovejas, cabras y cerdos, las oblaciones incruentas, a base de frutas, granos o libaciones de líquidos que se derramaban sobre altares, árboles u otras plantas sagradas, fueron mucho más frecuentes. La tradición atribuyó a los cretenses celebraciones solemnes como la epifanía de la diosa o la muerte y resurrección del dios del vino cretense, Zagreo, que acabaría identificado con Diónisos. Del mismo modo, se advierte que  la hierogamia (matrimonio sacro del dios y la diosa) era un ritual común. Ambos se unían periódicamente para revitalizar la naturaleza. Un ejemplo arcaico conocido al respecto era el que llevaban a cabo Zeus y Hera en las proximidades de Cnosos.
La presencia de juegos en las ceremonias de culto es una posibilidad, aunque no se hayan podido registrar. La tauromaquia, representada en los frescos de Cnosos, fue una actividad lúdica y religiosa que los griegos asociaron, a través del ámbito de mito, al rapto de Europa, la princesa fenicia, por Zeus, así como al amor zoofílico entre Pasifae, esposa del rey Minos, con el toro sacro, y que daría lugar al nacimiento del famoso Minotauro. Algo semejante pudo haber pasado en el caso del pugilato. En los poemas homéricos, en donde se cita la destreza de los gimnastas cretenses, se narra el combate entre Epeo y Eurialo.  En Esparta, la reglamentación referida a las competencias físicas  que habían sido establecidos por Licurgo, se consideraban de origen cretense[4]. Sin nos atenemos a las procesiones de bailarinas que se observan en los frescos minoicos, es muy posible que las ceremonias religiosas estuviesen acompañadas de danzas y cánticos de distinta consideración.
El modo funerario primordial en el ámbito cretense durante los milenios III y II a.e.c. fue la inhumación, que se depositaba en las construcciones que conocemos como tholoi. Sin embargo, hacia 1500 a.e.c., la costumbre funeraria se modificó. Ahora el difunto era introducido en una tinaja invertida o en un sarcófago de arcilla, generalmente decorado. No se puede descartar, aunque no haya evidencias al respecto, que las ceremonias funerarias  estuviesen acompañadas de un cortejo de plañideras, se procediera a realizar un panegírico del difunto, hubiese diversos rituales de sacrificio así como banquetes funerarios. Si se toma en consideración el testimonio de la tradición griega, siempre algo frágil, como la descripción que hace Proteo a Menelao en la Odisea, se podría deducir que si el difunto cumplía los requisitos de purificación funeraria, podría iniciar una viaje más allá de los mares, hacia la Isla de los Bienaventurados, donde míticos reyes minoicos, Minos y Radamantis, justamente impartían justicia.
En Egipto y en el ámbito de las culturas de Mesopotamia las obras de arte, entre las que se incluyen las grandes construcciones, se realizaban en honor de una divinidad o bien para satisfacer el orgullo y arrogancia de un rey, como clamor de su poder. En Creta, por el contrario, las manifestaciones estéticas parecen extenderse a todos y a cualquier lugar. Parece haber existido una tendencia a ornamentar y embellecer los utensilios más comunes. Un aspecto relevante de la individualidad cretense se encuentra en la abundancia de sellos privados hallados en las excavaciones arqueológicas. Muchos de ellos eran usados por el rey y los altos funcionarios, pero también lo fueron por particulares, para firmar contratos o identificar las mercancías. Con escaso metal y sin piedras como el mármol, el trabajo metalúrgico se convirtió en esencial para realizar objetos de finalidad estética.
Al margen de las influencias foráneas (anatólicas, babilónicas, egipcias, sobre todo en ciertas temáticas), arte cretense es definible a través de la libertad y el movimiento expresivo. Ya hacia mediados del III milenio, los cretenses revocaban los muros de sus viviendas  con una doble capa de yeso, de las cuales la más fina estaba revocada en color rojo. Para el siglo XVII a.e.c. época de los primeros palacios, la pintura al fresco[5] era ya una técnica habitual, que presentaba los convencionalismos típicos, en esencia  el tono de un color para la piel, el trazado del ojo de frente en las figuras de perfil, la carencia de sombras y el poco conocimiento de la perspectiva. La figuración humana, fito y zoomorfa está bien desarrollada, además de los paisajes (como en Hagia Triada). Parece existir una cierta predilección por animales como el toro y las criaturas marinas. Es el caso sintomático del Aposento de la reina, en donde se pueden contemplar delfines nadando al lado de otros peces pequeños, y entre corales y conchas. También las escenas sacadas de la vida cortesana así como de las fiestas públicas, algo propio de los palacios, son muy notables. Así, se pueden apreciar damas pintadas en azul, portando una serie de joyas y presentando artísticos peinados, en animadas conversaciones.
En el Minoico Reciente I ya no se aprecian paisajes y el fresco se reserva con casi exclusividad para las escenas en las que el ser humano es el protagonista principal. Es el caso de La Parisién o La Bailarina. En este período destacan también los frescos miniatura. Con posterioridad, ya a partir del Minoico Reciente II, los pintores de Cnosos van a  crear el relieve pintado. Sus comienzos se fechan en el siglo XVII a.e.c., aunque sus mejores obras en altorrelieve se datan en los siglos XVI y XV a.e.c. El ejemplo más esplendoroso es el denominado Príncipe de los Lirios de Cnosos.
En la cultura cretense no hubo gran escultura exenta. Los vasos de esteatita del Minoico Reciente I, son ejemplos destacados porque se encuentran decorados con relieves. En Hagia Triada se hallaron los mejores ejemplares. Es el caso del Vaso del Jefe, que muestra una figura que clava en el suelo una suerte de cetro, y un rhiton conocido como el Vaso de los Pugilistas. En la pequeña escultura destacan aquellos ejemplos propios de manufactura real, como son la Diosa de las Serpientes y la Sacerdotisa. La diosa viste como una dama de la corte, posee grandes ojos y orejas y lleva una alta tiara. En torno a ella se enroscan tres largas serpientes verdosas con manchas oscuras. La sacerdotisa, por su parte, presenta senos prominentes y sostiene dos pequeñas serpientes en el extremo de los brazos. Su tocado es aplanado y tiene encima una leona diminuta sentada en sus cuartos traseros. Ambas figuras emblemáticas del arte cretense pertenecen al Minoico Reciente III.
En cuanto a lo tocante a la orfebrería hay que destacar el trabajo que los armeros cretenses llevaron a cabo para adornar sus dagas. Fundamentalmente  las empuñaduras, talladas en ágata, plata u ónices, y con una tipología cruciforme, son muy notables. En la glíptica, esto es, el grabado y escultura de sellos y gemas, se representaron escenas de la vida cotidiana, con presencia de paisajes y animales salvajes. Las escenas giraban en torno a la vida humana, sus casas, vestimentas, así como en torno a las actividades productivas, como la ganadería y la caza.
En relación a la cerámica, se puede destacar que en el Minoico Antiguo II la cerámica presenta  una decoración de color oscuro sobre  un fondo claro. Se dibujan triángulos y la doble hacha. En la Creta oriental, se logra motear la cubierta roja de manchas negras o moteadas, lo que dará lugar a la alfarería flameada. Las formas denotan la influencia de la metalurgia, de ahí la presencia de copas con pie, jarras y cántaros con un pico largo, habitualmente tubular. En el Minoico Antiguo III la cerámica está en su momento cumbre, pues los palacios confieren impulso a la cerámica artística. Es la época de la cerámica llamada de cáscara de huevo. Los colores cambian, y ahora se encuentra un negro untuoso, que puede adquirir por cocción un tono purpúreo y la brillantez del esmalte. Las gamas de rojos proliferan, lo cual es un indicio de que todo se dispone para que destaque la policromía.
A principios del período Minoico Medio I se destaca la cerámica de Camarés, que presenta decoraciones brillantes u oscuras en un fondo color mostaza, aunque a veces, también hace resaltar sobre un castaño de reflejos metálicos, tonos amarillentos, blancos y anaranjados. Las decoraciones curvilíneas y las espirales alcanzan una maestría digna de elogio, en tanto que los motivos vegetales son muy estilizados. Los pintores suelen conferir a sus piezas decoraciones arquitectónicas. Es ahora cuando surge por vez primera el rhiton en forma de cabeza de toro. En el período siguiente, el Minoico Medio III la seña de identidad será el naturalismo, que se puede observar en jarras en las que destaca el lirio sobre otros motivos decorativos.

Bibliografía básica


DICKINSON, O.: La edad del Bronce Egea, Madrid, 1994.
MARINATOS, N.: Minoan sacrificial ritual. Cult practice and symbolism, Estocolmo, 1986.
NILSSON, M.P., Minoan-Mycenaean Religion, and Its Survival in Greek Religion, Lund, 1950.
RENFREW, C.: The emergence of civilisation. The Cyclades and the Aegean in the Third Milenium B. C., Londres, 1972
RUTKOWSKI, B.: Frühgriechische Kultdarstellun gen, Berlín, 1981.



Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP-UGR. Febrero, 2017.

[1] Se ha dicho (P. Faure), que el célebre laberinto cretense, que el mito señala fue elaborado por Dédalo, se trataba, en realidad, de una gran caverna artificial. La hipótesis se fundamenta en el hecho de que el sonido labra-laura (labris), de origen asiático, significa cavidad de piedra.
[2] En la Ilíada, XXI, 469-470. La diosa Ártemis es la heredera de algunos de los aspectos de la divinidad femenina cretense. De hecho, esta diosa es adorada en la región oriental de la isla como Britomartis, (dulce virgen). En el área occidental su homóloga era Dictina (dama del monte Dicté), que tenía como animal consagrado una cierva.
[3] El toro quizá fue un animal sacrificial. Pudo haber un cierto paralelismo cultural entre este toro cretense y el toro Apis egipcio e, incluso, con las denominadas taurokaptasias tesalonicenses.
[4] Ilíada, XXIII, 615-618; Plut., Vit. Lic., IV, 2.
[5] Antes del siglo XVIII a.e.c. no existe, al margen de Creta, pintura mural en el Egeo. Los frescos que posteriormente se verán tienen su fuente de inspiración primaria en la isla, tanto desde el punto de vista del estilo y la temática como de la técnica y la frecuencia. Solamente así se explica su presencia en los mégarones de Micenas, Tirinto, Orcómeno y Tebas, por ejemplo.

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