Imágenes, de arriba hacia abajo: una imagen panorámica
del sagrado Monte Ida; una pintura mural del Salón del Trono en Cnosos; un rhiton minoico con forma de cabeza de
toro; la sacerdotisa de las serpientes, en fayenza (Museo de Heraclión, hacia
1600 a.e.c.); y la señora de los animales, también en el Museo de Heraclión, en
Creta.
Creta, inserta en el área cultural
egeo-anatólica, contó ya desde el Paleolítico con la presencia de ídolos
femeninos desnudos, caracterizados por mostrar grandes caderas y por hallarse
mayoritariamente ubicados en un contexto funerario. Algunas de estas figurillas
parecen evocar mujeres encinta, otras se muestran agachadas, quizá dando a luz,
mientras que algunas más aparecen con niños en los brazos. Si bien no se puede
constatar con esta presencia un culto a la Madre Tierra, ya que quienes las
fabricaron y usaron no eran agricultores,
sin embargo es muy probable que impliquen un culto hacia la fertilidad.
No se puede descartar que fuesen un antecedente directo de ulteriores creencias
asociadas a una gran diosa de la naturaleza. En el Neolítico, por el contrario,
destacan los ídolos con una falda acampanada, con los senos descubiertos y con
los brazos se levantan en una evidente señal de adoración. Además, ahora se
encuentran preferentemente en santuarios y diversos lugares de culto.
La
religiosidad cretense puede ser catalogada como naturalista. Si bien algunas grandes construcciones pudieron
hacer las veces de templos, la relevancia primordial estuvo en los santuarios
al aire libre en los bosques, presumiblemente sacros. Las cuevas ocuparon un lugar destacado en el culto minoico. Es
bastante posible que en las naturales condiciones de una caverna se llevaran a
cabo ceremonias rituales secretas. Algunas cuevas, y su relevancia, han sido
recordadas en la mitología. Es el caso de la gruta de Amnisio, próxima a Cnosos,
que estaba consagrada a Ilitiya, la divinidad prehelénica de los
alumbramientos, una diosa tal vez identificable con Maya. La tradición ubicaba
en esta gruta el preciso lugar en donde estaba enterrado el cordón umbilical de
Zeus. Por tal motivo, se creía que las mujeres entraban en ella para dar a
luz.
Otra
cueva de renombre es la situada en el monte Dicté (o quizá en el Ida), en la
que Zeus fue criado bajo la protección de los Curetes, cuyas semejanzas con los
salios de Roma es claro. Los mitos
narran cómo con el ruido de las danzas y de los escudos, estos sacerdotes
ocultaban los llantos del Zeus infante, que su madre Rea había escondido allí,
para alejarlo de su voraz padre. Otra caverna destacada en el mito es aquella
en la que habitaban los dáctilos, en el monte Ida, expertos en el trabajo del
metal y la forja[1].
En
el período Minoico Medio (Período Neo palacial, 1900-1600 a.e.c.), se llegan a erigir
determinadas construcciones de piedras labradas, con varias naves y altares
coronados con dobles cuernos. Este tipo de santuario aparece reflejado en los
sellos cerámicos y en las vasijas de Cnosos y Zacro. Los más renombrados de tales
santuarios serían los de Yuktas, Petsofá, los hallados en las montañas sacras
(Ida, Dicté), en Pirgo, Cófinas y Filliorino, así como el de la acrópolis de
Maza.
La
diosa cretense es, probablemente, una deidad de la fecundidad, aquella que hace
fructificar la naturaleza. Se la suele representar bajo el árbol de la vida en
la primavera. Era considerada señora de las montañas, de los vegetales y de los
animales, en un modo análogo a la Gran Madre de Anatolia, que originaría la
célebre diosa frigia Cibeles. Su representación entre dos animales encarados a
los que parece dominar, perdurará sin alteraciones hasta la época arcaica
griega. Esta deidad femenina cretense es citada en Homero como una señora de
los animales (Potnia Theron)[2].
A
la gran diosa minoica se le asocia un dios paredro,
que podía ser su hijo o un amante. Se mantiene a su lado pero en un determinado
orden de inferioridad. Se puede suponer que el dios era semejante a la
divinidad femenina y como ella, por lo tanto, habría nacido en la cumbre del
monte Dicté. Sería en la montaña en donde recibiría su propio culto. Varios son los nombres que la tradición
conserva relativos a este dios paredro,
entre los cuales se destacan Zageo, Talos, Asterio, Velcano. Arbio, Escilio,
Jacinto y Atimo. El dios masculino descendería a la tierra (a la llanura)
dominando a hombres y bestias, y siendo representado entre dos de ellas
encaradas (como Señor de los Animales o Despotes Theron). Derivarían de esta
deidad masculina Zeus Velcano, Hermes y el Dioniso Zagreo.
En
virtud de su fuerza creadora adoptará la figura animal del toro[3].
Es muy probable que el toro representase la fuerza y la fertilidad masculina y,
por consiguiente, existiera una implícita relación con el culto de los cuernos
de consagración, frecuentemente hallados en los recintos palaciegos.
Además de la adoración a las divinidades
personificadas y a los elementos de la naturaleza con los que se vinculan,
existió también, quizá como una reminiscencia de un cierto fetichismo, un culto a determinados objetos como la
piedra sin labrar (betilo), o tallada (pilar), el escudo, la doble hacha, bipenna, o a los árboles. La adoración a
los pilares, en concreto, tal vez se deba a que los mismos hayan sido
concebidos como representaciones anicónicas de la divinidad.
El pilar es para algunos autores
(A. Evans) una representación anicónica de la divinidad, si ésta se haya
aislada, pero si aparece como una columna flanqueada por dos animales, pudiera
simbolizar a la Señora de los animales. Para otros, por el contrario, (M. P.
Nilsson), significaría la representación esquemática del palacio minoico puesto
bajo la protección de las fieras salvajes. El significado simbólico de la doble hacha o bipenna, que
aparece desde el Minoico Medio II, es muy controvertido. En Asia Menor
representaba el rayo en las manos de una deidad masculina, aunque en otras
regiones conformaba un atributo claramente femenino, como ocurre en Tell el
Arpachiyah, en Irán. Quizá, a la postre, sea una representación de una fuerza
descomunal, de carácter sobrenatural. El
escudo, por su parte, aparece representado al lado de animales y
árboles sagrados. Se empleó como exvoto y como amuleto en los santuarios, las
viviendas y las tumbas. El árbol,
sin duda, pudo ser sacralizado y, por tanto, se le rendirían homenajes y ciertos
sacrificios. La diosa cretense puede aparece representada sentada al pie de un
árbol. El pino, la palmera, la higuera y el olivo, fueron los tipos de árboles
ante los que se celebrarían determinados cultos.
Las excavaciones arqueológicas han desenterrado una
serie de lugares en donde se constatan restos de sacrificios. La mayoría de
ellos, datados entre el III y el II milenio a.e.c., como Petsofá, Iuctas o
Palaicastro, han arrojado a la luz una serie de figuras humanas, grandes capas
de ceniza y varias reliquias votivas con formas de miembros del cuerpo humano
que fueron arrojados a hogueras. Estas últimas pudieran tratarse de víctimas
propiciatorias a las deidades de la naturaleza.
Aunque hay evidencias de sacrificios cruentos,
concretamente de bueyes, ovejas, cabras y cerdos, las oblaciones incruentas, a
base de frutas, granos o libaciones de líquidos que se derramaban sobre
altares, árboles u otras plantas sagradas, fueron mucho más frecuentes. La
tradición atribuyó a los cretenses celebraciones solemnes como la epifanía de
la diosa o la muerte y resurrección del dios del vino cretense, Zagreo, que
acabaría identificado con Diónisos. Del mismo modo, se advierte que la hierogamia
(matrimonio sacro del dios y la diosa) era un ritual común. Ambos se unían
periódicamente para revitalizar la naturaleza. Un ejemplo arcaico conocido al
respecto era el que llevaban a cabo Zeus y Hera en las proximidades de Cnosos.
La
presencia de juegos en las ceremonias de culto es una posibilidad, aunque no se
hayan podido registrar. La tauromaquia, representada en los frescos de Cnosos,
fue una actividad lúdica y religiosa que los griegos asociaron, a través del
ámbito de mito, al rapto de Europa, la princesa fenicia, por Zeus, así como al
amor zoofílico entre Pasifae, esposa del rey Minos, con el toro sacro, y que
daría lugar al nacimiento del famoso Minotauro. Algo semejante pudo haber
pasado en el caso del pugilato. En los poemas homéricos, en donde se cita la destreza de los gimnastas
cretenses, se narra el combate entre Epeo y Eurialo. En Esparta, la reglamentación referida a las
competencias físicas que habían sido
establecidos por Licurgo, se consideraban de origen cretense[4].
Sin nos atenemos a las procesiones de bailarinas que se observan en los frescos
minoicos, es muy posible que las ceremonias religiosas estuviesen acompañadas
de danzas y cánticos de distinta consideración.
El modo funerario primordial en el ámbito cretense
durante los milenios III y II a.e.c. fue la inhumación, que se depositaba en
las construcciones que conocemos como tholoi.
Sin embargo, hacia 1500 a.e.c., la costumbre funeraria se modificó. Ahora el
difunto era introducido en una tinaja invertida o en un sarcófago de arcilla,
generalmente decorado. No se puede descartar, aunque no haya evidencias al
respecto, que las ceremonias funerarias estuviesen acompañadas de un cortejo de
plañideras, se procediera a realizar un panegírico del difunto, hubiese
diversos rituales de sacrificio así como banquetes funerarios. Si se toma en
consideración el testimonio de la tradición griega, siempre algo frágil, como
la descripción que hace Proteo a Menelao en la Odisea, se podría deducir que si
el difunto cumplía los requisitos de purificación funeraria, podría iniciar una
viaje más allá de los mares, hacia la Isla de los Bienaventurados, donde
míticos reyes minoicos, Minos y Radamantis, justamente impartían justicia.
En Egipto y en el ámbito de las culturas de
Mesopotamia las obras de arte, entre las que se incluyen las grandes
construcciones, se realizaban en honor de una divinidad o bien para satisfacer
el orgullo y arrogancia de un rey, como clamor de su poder. En Creta, por el
contrario, las manifestaciones estéticas parecen extenderse a todos y a
cualquier lugar. Parece haber existido una tendencia a ornamentar y embellecer
los utensilios más comunes. Un aspecto relevante de la individualidad cretense
se encuentra en la abundancia de sellos privados hallados en las excavaciones
arqueológicas. Muchos de ellos eran usados por el rey y los altos funcionarios,
pero también lo fueron por particulares, para firmar contratos o identificar
las mercancías. Con escaso metal y sin piedras como el mármol, el trabajo
metalúrgico se convirtió en esencial para realizar objetos de finalidad
estética.
Al margen de las influencias foráneas (anatólicas,
babilónicas, egipcias, sobre todo en ciertas temáticas), arte cretense es
definible a través de la libertad y el movimiento expresivo. Ya hacia mediados
del III milenio, los cretenses revocaban los muros de sus viviendas con una doble capa de yeso, de las cuales la
más fina estaba revocada en color rojo. Para el siglo XVII a.e.c. época de los
primeros palacios, la pintura al fresco[5]
era ya una técnica habitual, que presentaba los convencionalismos típicos, en
esencia el tono de un color para la
piel, el trazado del ojo de frente en las figuras de perfil, la carencia de
sombras y el poco conocimiento de la perspectiva. La figuración humana, fito y
zoomorfa está bien desarrollada, además de los paisajes (como en Hagia Triada).
Parece existir una cierta predilección por animales como el toro y las
criaturas marinas. Es el caso sintomático del Aposento de la reina, en donde se
pueden contemplar delfines nadando al lado de otros peces pequeños, y entre
corales y conchas. También las escenas sacadas de la vida cortesana así como de
las fiestas públicas, algo propio de los palacios, son muy notables. Así, se
pueden apreciar damas pintadas en azul, portando una serie de joyas y
presentando artísticos peinados, en animadas conversaciones.
En el Minoico Reciente I ya no se aprecian paisajes y
el fresco se reserva con casi exclusividad para las escenas en las que el ser
humano es el protagonista principal. Es el caso de La Parisién o La Bailarina.
En este período destacan también los frescos miniatura. Con posterioridad, ya a
partir del Minoico Reciente II, los pintores de Cnosos van a crear el relieve pintado. Sus comienzos se fechan en el siglo XVII a.e.c.,
aunque sus mejores obras en altorrelieve se datan en los siglos XVI y XV a.e.c.
El ejemplo más esplendoroso es el denominado Príncipe de los Lirios de Cnosos.
En la cultura cretense no hubo gran escultura exenta.
Los vasos de esteatita del Minoico Reciente I, son ejemplos destacados porque
se encuentran decorados con relieves. En Hagia Triada se hallaron los mejores
ejemplares. Es el caso del Vaso del
Jefe, que muestra una figura que clava en el suelo una suerte
de cetro, y un rhiton conocido como
el Vaso de los Pugilistas. En la pequeña escultura destacan aquellos ejemplos propios
de manufactura real, como son la Diosa de las Serpientes y la
Sacerdotisa. La diosa viste como una dama de la corte, posee grandes ojos y
orejas y lleva una alta tiara. En torno a ella se enroscan tres largas
serpientes verdosas con manchas oscuras. La sacerdotisa, por su parte, presenta
senos prominentes y sostiene dos pequeñas serpientes en el extremo de los
brazos. Su tocado es aplanado y tiene encima una leona diminuta sentada en sus
cuartos traseros. Ambas figuras emblemáticas del arte cretense pertenecen al
Minoico Reciente III.
En cuanto a lo tocante a la orfebrería hay que
destacar el trabajo que los armeros cretenses llevaron a cabo para adornar sus
dagas. Fundamentalmente las empuñaduras,
talladas en ágata, plata u ónices, y con una tipología cruciforme, son muy
notables. En la glíptica, esto es, el grabado y escultura de sellos y gemas, se
representaron escenas de la vida cotidiana, con presencia de paisajes y
animales salvajes. Las escenas giraban en torno a la vida humana, sus casas, vestimentas,
así como en torno a las actividades productivas, como la ganadería y la caza.
En relación a la cerámica,
se puede destacar que en el Minoico Antiguo II la cerámica presenta
una decoración de color oscuro sobre
un fondo claro. Se dibujan triángulos y la doble hacha. En la Creta
oriental, se logra motear la cubierta roja de manchas negras o moteadas, lo que
dará lugar a la alfarería flameada. Las formas denotan la influencia de la
metalurgia, de ahí la presencia de copas con pie, jarras y cántaros con un pico
largo, habitualmente tubular. En el Minoico Antiguo III la cerámica está en su
momento cumbre, pues los palacios confieren impulso a la cerámica artística. Es
la época de la cerámica llamada de cáscara de huevo. Los colores cambian, y
ahora se encuentra un negro untuoso, que puede adquirir por cocción un tono
purpúreo y la brillantez del esmalte. Las gamas de rojos proliferan, lo cual es
un indicio de que todo se dispone para que destaque la policromía.
A principios del período
Minoico Medio I se destaca la cerámica de Camarés, que presenta decoraciones brillantes u oscuras en un fondo color
mostaza, aunque a veces, también hace resaltar sobre un castaño de reflejos
metálicos, tonos amarillentos, blancos y anaranjados. Las decoraciones
curvilíneas y las espirales alcanzan una maestría digna de elogio, en tanto que
los motivos vegetales son muy estilizados. Los pintores suelen conferir a sus
piezas decoraciones arquitectónicas. Es ahora cuando surge por vez primera el rhiton en forma de cabeza de toro. En el
período siguiente, el Minoico Medio III la seña de identidad será el
naturalismo, que se puede observar en jarras en las que destaca el lirio sobre
otros motivos decorativos.
Bibliografía básica
DICKINSON, O.: La edad del Bronce Egea, Madrid,
1994.
MARINATOS, N.: Minoan
sacrificial ritual. Cult practice and symbolism, Estocolmo, 1986.
NILSSON, M.P., Minoan-Mycenaean Religion, and Its Survival
in Greek Religion, Lund, 1950.
RENFREW, C.: The emergence
of civilisation. The Cyclades and the Aegean in the Third Milenium B. C., Londres,
1972
RUTKOWSKI, B.: Frühgriechische
Kultdarstellun gen, Berlín, 1981.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP-UGR. Febrero, 2017.
[1] Se ha dicho (P.
Faure), que el célebre laberinto cretense, que el mito señala fue elaborado por
Dédalo, se trataba, en realidad, de una gran caverna artificial. La hipótesis
se fundamenta en el hecho de que el sonido labra-laura (labris), de origen asiático, significa cavidad de piedra.
[2] En la Ilíada,
XXI, 469-470. La diosa Ártemis es la heredera de algunos de los aspectos de la
divinidad femenina cretense. De hecho, esta diosa es adorada en la región
oriental de la isla como Britomartis, (dulce virgen). En el área occidental su homóloga era Dictina
(dama del monte Dicté), que tenía como animal consagrado una cierva.
[3] El toro quizá fue un animal
sacrificial. Pudo haber un cierto paralelismo cultural entre este toro cretense
y el toro Apis egipcio e, incluso, con las denominadas taurokaptasias tesalonicenses.
[4]
Ilíada, XXIII, 615-618; Plut., Vit. Lic.,
IV, 2.
[5] Antes del
siglo XVIII a.e.c. no existe, al margen de Creta, pintura mural en el Egeo. Los
frescos que posteriormente se verán tienen su fuente de inspiración primaria en
la isla, tanto desde el punto de vista del estilo y la temática como de la
técnica y la frecuencia. Solamente así se explica su presencia en los mégarones
de Micenas, Tirinto, Orcómeno y Tebas, por ejemplo.
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