Una de las monedas de
las imágenes, la dorada, muestra el anverso de una estátera correspondiente a
la civitas de los parisios.
Representa un caballo, estilizado, cuya inspiración procede de otros prototipos
belgas, tal vez de los ambianos. El otro ejemplar pertenece al reverso de una
acuñación de los dobunios, en la Britania, datada en el siglo I a.e.c. Se
observa, de nuevo, un caballo estilizado, semejante a los de las acuñaciones
áureas de los ambianos de la Galia belga. El motivo puede relacionarse con la
simbolización de alguna divinidad o asociarse con un papel como marcador de un
estatus aristocrático. Los parisios, cuyo territorio se encontraba en el valle
central del Sena, tuvieron según César, su oppidum
principal en la famosa Lutecia. Las primeras acuñaciones de este grupo,
específicamente estáteras de oro, son del siglo II a.e.c. Dejarían de acuñarse
con la conquista romana, hacia 52 a.e.c., momento en que los parisios de
Camulogeno fueron vencidos por Tito Labieno.
Los celtas debieron
adoptar la moneda a fines del siglo IV o, más probablemente, durante el III
a.e.c., influenciados sin duda por las culturas mediterráneas. Las acuñaciones
más antiguas son las imitaciones áureas de aquellas macedónicas de Filipo II y
Alejandro III e, incluso, de las de Tarento. Este hecho ha sido puesto en
relación con el regreso de mercenarios celtas que habrían entrado en combate en
zonas del Mediterráneo oriental. Otras influencias provienen de ejemplares en
plata de las polis griegas occidentales, principalmente Massalia, Emporion y
Rhode. El gran valor intrínseco de las piezas y la falta de moneda fraccionaria
hace pensar que las monedas se empelarían inicialmente como un mecanismo para
tesaurizar la riqueza de los aristócratas, que eran los emisores. Su escasa
distribución se vincularía con la presencia y mantenimiento de séquitos
militares, cuya entrada en combate provocaría un aumento de las acuñaciones.
No se emplearía la
moneda como medio de pago hasta mediado el siglo II a.e.c., en coincidencia con
la emergencia de los oppida, grandes concentraciones desde las que se
desplegarían las actividades comerciales. No se ha constatado una moneda
ciudadana, esto es, de la civitas
como comunidad política. No obstante, si habría regiones económicas en las que
se usaría un mismo tipo monetal, con peso e iconografía propias. Así, por
ejemplo, destacó el área del denario galo, con la presencia de eduos, lingones y sécuanos, quienes acuñarían
quinarios (o medio denario) en plata siguiendo prototipos romanos. El fenómeno
de urbanización y concentración poblacional que suponen los oppida, propiciaría
una indetenible emisión de numerario, de acuñaciones regionales y locales, que
acabarían siendo un motivo de identidad o un reflejo del deseo de poder de las
elites. Las clases aristocráticas plasmarían sus propios atributos en la moneda
a través de la representación de deidades, armamento o estandartes.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2019.
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