Inanna,
la semítica Istar, fue una las tres diosas más relevantes de la Edad del
Bronce, al lado de Cibeles en Anatolia y la Isis egipcia. Las alabanzas e
himnos ofrecidos en su honor como reina virgen del cielo y la tierra, pudieran
anunciar los rendidos a la Virgen María. El consorte de Inanna moría y
descendía al inframundo anualmente, tras ser fulminado por el sol abrasador del
verano, mientras ascendía de nuevo bajo la forma de los primeros brotes de
cereal anunciadores de una renovación de la tierra fértil. María, como Inanna-Istar,
tiene un hijo que padecerá una muerte-sacrificio; descenderá al inframundo y
acabará resucitando. La diosa doliente y dios agonizante aparecen juntos.
El
sello cilíndrico de la imagen, que aquí nos sirve de hilo conductor, es uno de
los escasos ejemplos en los que pudiera representarse a una deidad y su hijo.
Se muestra a la diosa alzando al niño sobre el regazo. Frente a él, más arriba
y encima de una jarra seguramente ritual, se observa una estrella de ocho
puntas y la luna en su fase creciente, símbolos que evocan a Inanna-Istar. A la
izquierda, dos figuras se acercan a madre e hijo. ¿Podría esta imagen anticipar
el relato del nacimiento y la estrella que iluminó el lugar donde el niño
divino vino al mundo terrenal en Belén?. Es realmente factible que la historia
del nacimiento de Cristo en los Evangelios, además de la narración de su
juicio, crucifixión y final resurrección, tenga su precedente en historias más arcaicas,
particularmente aquella de la mitología de la diosa Inanna y su hijo-amante
Dumuzi.
En
tal sentido, es sintomático que Inanna, sacra pastora sagrada, guardiana del
establo de vacas (y otros animales) diera a luz un hijo al que se denominó,
entre otras formas como “pastor” o “señor de vida”. Un presumible entramado de
analogías y similitudes sugiere un cuestionamiento primordial, y es si esta
concreta historia sobre Inanna fue en algún momento parte de la literatura sapiencial,
ahora perdida o bien destruida, del pueblo hebreo o si su modelo pudo ser
sumerio. No hace falta recordar que Babilonia, durante el período del
cautiverio, entre 586 y 538 a.e.c., debió ser punto de encuentro y fusión de
las culturas hebrea y sumeria.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2020
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