Imágenes (de arriba
hacia abajo): placa escultórica en forma de figurillas proveniente de Anta do
Espadañal, en Évora, Portugal. Ha sido datada entre 3500 y 2500 a.e.c.; figurilla
en forma de cilindro que fue hallado en Morón de la Frontera, Sevilla. Datada
entre 3000 y 2500 a.e.c. se encuentra resguardada en el Museo Arqueológico de
Sevilla y; figurilla-ídolo con ojos, elaborado en pizarra. Fue encontrada en
Anta do Curral da Antinha, también en Évora, y datada entre 3600 y 2600 a.e.c.
Hoy está en el Museo Nacional de Arqueología de Lisboa.
Las
figurillas humanas con sexo explícito y de grandes ojos, a veces con cabellos y
peinados, objetos en sus manos, tatuadas, maquilladas y vestidas con túnicas y
otros ropajes decorados con motivos geométricos, denominadas también como
ídolos, son objetos arqueológicos muy abundantes en la península Ibérica
meridional. Han sido halladas más de seis mil. Son piezas que fueron de uso relativamente
común entre linajes y agrupaciones sociales entre 3900 y 2200 a.e.c., y cuyo
origen pudo estar más que en el Neolítico en el Paleolítico. Muchas de estas
pequeñas figurillas pudieron emplearse como amuletos, siendo llevadas al cuello
por las personas. Además, algunas fueron depositadas en las tumbas o, incluso,
presidieron en lugares destacados ciertas estancias de habitación.
Realizadas
en diversos materiales, arcilla, piedra, marfil, parecen reproducir códigos
comunes aunque no se descarta que cada una de ellas tuviese una historia
propia. Posiblemente se heredaban generacionalmente porque transmitirían
informaciones individuales pero también sobre un determinado grupo. El grupo
ejercería el papel de propietario.
Aunque
en el resto de Europa han aparecido algunas de estas figurillas, aquellas con
ojos rodeados con rayos del sol son específicamente peninsulares, un más que
probable reflejo de la síntesis entre una realidad y algún mito en el que
participarían personas. Las primeras figurillas femeninas aparecieron en
Almería, en el contexto histórico de la Cultura de los Millares. Inicialmente
se pensó que podrían simbolizar diosas madre de culturas y religiosidades
orientales de carácter agropecuario, que habrían sido traídas hasta la
península por mercaderes en busca de metales en el sur durante el IV y el III
milenio a.e.c. No obstante, es muy probable que sus funciones, como arriba se
comentó, fuesen muy variadas.
En
la península Ibérica hubo una especialización formal concreta de las figurillas.
La mayoría representaban cuerpos de mujeres explicitando claramente su
sexualidad con la presencia de triángulos públicos destacados y senos amplios.
Si fueron elaboradas por mujeres, se podría intuir en ellas claras
informaciones sobre las actividades cotidianas y la fertilidad. Sin embargo,
aquellas asociadas a contextos funerarios serían concebidas como objetos que
permitirían mantener en el recuerdo la memoria de los antepasados a través de
personajes femeninos. No es baladí recordar, en tal sentido, que las mujeres se
ocupaban de la preparación de los fallecidos antes de su inhumación. Si tales
figurillas pasaban de generación en generación, como se supone, servirían
entonces de marcadores del pasado (familiar, de clan, de linaje) y estarían
cargadas de una funcionalidad ideológica destacada.
Las
posteriores estelas con armas de la Edad del Bronce, a partir de 2200 y hasta
800 a.e.c., presentes en las inhumaciones acabarían por sustituir gradualmente
a estas figurillas, lo cual supondría la verificación de decisivos cambios
sociales. Se constataría de tal modo el paso de sociedades de agricultores con
intereses colectivos a otras en las que predominarían liderazgos elitescos
fundamentados en la tenencia y uso de las armas. Los mensajes ancestrales entonces
dejarían de estar en pequeñas figuras y se materializarían en figuras de
guerreros de tamaño natural.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2020
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