2 de diciembre de 2021

El “celtismo” como mito cultural. Un referente de idealización e identidad



Imágenes, de arriba hacia abajo: mapa de la Europa céltica con los movimientos poblaciones; mapa con la distribución de poblaciones celtas, mostrando espacios con una presencia de mayor o menor intensidad de lenguas y de cultura material y; otro mapa en el que figura la distribución europea, y anatólica, de lenguas celtas.

El mundo celta de la antigüedad se convertirá en una especie de referente identitario y cultural, sobrepasando el celtismo como aspecto histórico para llegar a configurar y consolidar un celtismo como fenómeno cultural contemporáneo que parte de ese contexto histórico. Los fundamentos de tal celtismo contemporáneo serán una búsqueda de arraigo, trascendencia y mitificados ancestros y, por lo tanto, de unas lejanas y remotas raíces que, además, sirvan de réplica al nihilismo materialista de la modernidad. Esta especie de esencialismo posee en sí mismo un evidente riesgo: el del egocentrismo autorreferencial que puede derivar en secesionismo.

Un específico universo protohistórico será el elemento de sugestión principal. Se trataría de un sustrato formado por unas culturas de la Edad del Hierro que habría pervivido en amplias áreas europeas, que se enfrentaría a Roma y se engarzaría con la cristiandad medieval en la etapa de las invasiones vikingas o del emperador Carlomagno. Adquirirá un carácter de estado previo a la antigüedad y de estadio superior a la prehistoria, poseyendo un aura legendaria o mítica. Ese carácter de esencias puras, primordiales y ancestrales, provocará una fascinación adictiva en muchos estudiosos del tema y en no pocos aficionados. La Edad del Hierro será concebida, de tal manera, como la depositaria de un sentido y una pureza que se consideraban perdidas y que, en consecuencia, habría que recuperar. Tal carga mítica y épica es el caldo de cultivo adecuado para una idealización de profundo calado.

Se habrá despertado, en consecuencia, una evocadora nostalgia por las esencias puras perdidas desde una perspectiva idealizada y romántica, aunada a la frustrante decepción que provoca el aburguesamiento moderno. Semejante esencialismo es reconocible en movimientos neoespirituales e identitarios, entendidos como necesarios procesos de regeneración espiritual y cultural. En fin, una esencia tradicional que debe rescatarse.

El mundo céltico se ubicará en la Grecia primigenia, dórica y aquea, en las pervivencias germánicas y célticas, así como en una épica heroica y guerrera medieval, que recordaba el mundo espiritual de la Edad del Hierro. Con ello se sientan las bases de la fascinación que despierta la celticidad. Homero y su épica, Esparta, los indomables vikingos, despiertan el anhelo de tradición, de identidad y espíritu en el proceso de este celtismo que busca raíces y tradición de sustento.

Este redescubrimiento de la identidad y las raíces de Occidente se ha venido expresando en las sociedades druídicas, en un nacionalismo irlandés pancéltico, en el germanismo teosófico y místico, en la música celta (o en el rock denominado metal pagano), el wotanismo racista, o el neopaganismo inmanentista e intelectual. Como no podía ser de otro modo, en semejante capacidad evocadora de la Edad del Hierro pocas veces se hallará conocimiento histórico, y sí muchas obras interesadas y manifiestamente falsarias.

La historia del celtismo va de la mano de la historia de la investigación del ámbito celta, una investigación que inicia en el Renacimiento a partir de la relectura reinterpretativa de las fuentes griegas y romanas. De esta época es al primer estereotipo de eso que se conoce como celta. En los siglos XVIII y XIX, tanto la lingüística como la arqueología facilitarán la primera elaboración de la identidad de lo céltico en el ámbito propio de la indagación histórica. Esta primaria visión identificará un cierto registro arqueológico, una determinada lengua (el céltico “P”) y una concreta cultura material (cultura lateniense). Se trata de un monolítico y unilateral concepto de lo celta y la celticidad que estuvo vigente has fines del siglo pasado pero que hoy ha sido ya totalmente desmontado.

Los primeros estudios sobre el mundo celta surgen de las fuentes clásicas, de informaciones etnográficas de autores de los siglos II y I a.e.c., sobre todo de parte de César, Diodoro y Estrabón, que toman referencias de Posidonio. El empleo de estas fuentes propició la falsa impresión de que sus datos servían para cualquier tiempo y espacio célticos, propiciando un mundo celta homogéneo y completamente uniforme.  Con la lingüística, además, celta será sinónimo directo de pueblo de habla céltica.

Las referencias de los clásicos, sobre todo aquellas sobre los druidas o sabios sacerdotes, encauzaron la primera fascinación por lo “céltico”, de forma que en el siglo XVIII apareció una primigenia celtomanía que atribuía a estos personajes la elevación de los monumentos megalíticos prehistóricos, una romántica y errónea atribución por supuesto, De aquí se entienden las primeras peregrinaciones a tales monumentos, considerados centros druídicos de saber y religiosidad célticas, lo cual afianza un arcaico neoceltismo. Además, por si fuera insuficiente, megalitos y druidas se unen en el siglo XVIII al ciclo poético de Ossian gracias a James Mcpherson.

La íntima asociación de druidas, celtas, bardos, guerreros y estructuras megalíticas configuraron la primera imagen popular de lo celta, una evidente visión literaria y romántica, más que propiamente histórica, de la realidad de lo que se entiende por céltico.

Desde una perspectiva arqueológica, los yacimientos de Hallstatt y La Téne serán un punto de inflexión en los estudios sobre los celtas. Así, en el último tercio del siglo XIX se acuña la expresión Late celtic atribuyéndose el material de la Edad del Hierro tardío o Segunda Edad del Hierro (sobre todo fíbulas y armas), a los celtas históricos. Tales vestigios se atribuyen a los invasores celtas que penetraron en la península itálica en el siglo IV a.e.c., de tal manera que desde ese momento los celtas históricos ya empezaron a tener una cara arqueológica precisada, en la que el binomio cultura lateniense y celtas, se impuso con solidez. Esta concepción se mantendrá hasta los años ochenta del pasado siglo XX.

El vínculo cultura lateniense y celtas se completa con los conceptos filológicos decimonónicos, lo que propiciará el establecimiento de una cuna original de lo céltico en Centroeuropa, dando lugar, a la par, a un proceso de configuración del mundo celta, que hunde sus raíces en las fuentes clásicas pero también en la mitología irlandesa. Únicamente a partir de los años ochenta del siglo XX en adelante se abrirán críticas a estas concepciones, iniciándose con ello una nueva etapa de la historiografía de la identidad celta.

Desde las investigaciones de ciertos prehistoriadores británicos se deshace la homogénea uniformidad, de talante romántico, de la celticidad, entendida hasta entonces como la predecesora inmediata de aquello que se significa como europeo. En consecuencia, se deshecha la idea de una única etnia céltica. En tal sentido, cobrará fuerza la idea de la formación de diferentes tipos de celticidad que emergerán de una continuada progresión de elementos célticos e indoeuropeos (proto célticos).

Los celtas serán, entonces, el resultado de una dinámica (cultural, poblacional, social) que se precisarán en lo “celta”, solidificación que acontece por medio de comunidades continuadoras de lo anterior: un común y arcaico sustrato cultural indoeuropeo que suele denominarse como proto celta. De esta forma, subsistirían varias provincias en una suerte de céltica europea, la gala, la centroeuropea, la hispánica, la gálata y la británica, cada una de ellas con sus propias y diversas peculiaridades.

Incluso en este nivel de estudio e investigación sobre el mundo celta, no se podrá evitar el surgimiento del empleo de caudillos célticos como elementos de reivindicación nacional, como serán los casos de Arminio en Alemania, Vercingetorix en Francia, Bodica o Boadicea en el Reino Unido y Viriato o Sertorio (además de localidades con fuertes mitificaciones como Sagunto o Numancia), en España.

No se debe olvidar que Irlanda en particular ha desempeñado un rol crucial en la creación de lo celta. Así la imaginería de las leyendas irlandesas se convertirá en una especie de estética banal (y en un estereotipo de máxima celticidad) en la que prados verdes, remotos lugares con brumas, ancianos druidas barbados y valerosos guerreros festejan siguiendo arcaicos ritmos de músicas celtas de nuestra época actual. El estereotipo ha sido, además, muy adulterado por grabaciones musicales, libros o páginas web (que hablan de naturismo celta, poder feminista de las diosas, horóscopo o magia de runas celtas) insertas en el neo celtismo o moda celta. La idealización romántica y el nacionalismo han dado paso a una neo espiritualidad un tanto chocante. Se trata de un fenómeno muy expandido en nuestras sociedades secularizadas y desenraizadas.

No obstante, también hay que remarcar que cierta literatura que surgió de la idealización romántica o se inspiró en el mundo celta, ha sido capital en el reencuentro con las tradiciones más antiguas, haciendo hincapié en que el pasado ancestral de Europa puede ser una acertada y, a veces no necesariamente morbosa o falsaria, fuente de inspiración artística, como bien puede ser, por ejemplo, la literatura de  J.R.R. Tolkien. Así pues, el celtismo, en ocasiones, es capaz de resultar inspirador y enriquecedor.

En cualquier caso, la etnoarqueología y el folclore pueden ser instrumentos muy adecuados para conocer las sociedades célticas, partiendo del principio o premisa fundamental de que en el mundo tradicional ancestral hay elementos que sugieren probables creencias de la antigua Edad del Hierro. En el fondo, por lo tanto, se manifiesta la idea de una suerte de continuidad desde la prehistoria hasta los procesos históricos subsiguientes, de manera que el mundo céltico nos remitiría a cosmovisiones e instituciones ancestrales de origen indoeuropeo. Todo un mundo cultural, en fin, que ha logrado pervivir oculto en el amplio ambiente del folclore; esto es, en  romances, tradiciones, fiestas, leyendas o en entidades del mundo mágico de bosques o de las aguas. 

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, diciembre, 2021.

 

 

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