8 de agosto de 2022

Cine, mito e historia antigua: Roma y Grecia






Imágenes (de arriba hacia abajo): póster de Quo vadis, La túnica sagrada, Androcles y el León, La leyenda de Eneas, Electra y La batalla de Maratón.  

La denominación péplum, referida a un género cinematográfico centrado en el mundo grecorromano, fue acuñada por críticos cinematográficos franceses en los comienzos de los años sesenta del pasado siglo XX. Su origen procede del término griego que alude a una suerte de túnica sin mangas. También conocido popularmente como cine de sandalia y espada designa, de manera general, el cine histórico clásico, en buena medida teñido de leyendas romanas, héroes y mitología griega. La épica histórica, pero también bíblica (Judit y Holofernes, de Antonio Molinari, 1920, película de referencia seminal) y mitológica centrada en determinada antigüedad, fundamentalmente romana, fue su marco de acción esencial, si bien otorgando una preeminencia a ciertos períodos en la época más clásica del género, como fueron la época del segundo triunvirato o el de la siempre llena de intrigas dinastía Julio-Claudia. No obstante, también dejó un especio de relevancia, aunque menor, a la antigüedad griega.

Contó, además, con una especie de muy exitoso subgénero, aquel relacionado con el cristianismo, en el que se integrarían títulos como Ben-Hur de William Wyler (1959), el drama Quo Vadis, de Jerzy Kawalerowicz (2001), la controvertida, en su momento, La Pasión de Cristo, de Mel Gibson (2004), Poncio Pilatos, de Irving Rapper (1962) o La Túnica sagrada, de Henry Koster (1953). En todas ellas el martirio y la idea de inmortal sacralidad fruto del poder divino están muy presentes. Santos y héroes se confunden sin remisión.  

El interés primordial estribaba en narrar historias teñidas de aventura, con grandes dosis de grandilocuencia, de épica y heroísmo en sus protagonistas. Se evidenciaba dramatismo por mediación de los  juegos, las destrucciones, batallas y destacables hazañas heroicas, no sin la presencia de melodrama, lo cual incluye ardientes pasiones amorosas de por medio, como el afamado caso de Espartaco, de Stanley Kubrick, (1960).

Se trata, en consecuencia, de películas de acción, en las que los componentes heroicos, mitológicos y las hazañas individuales se destacan sobremanera, como se puede observar en la mencionada Espartaco, en la que el esclavo acaba siendo un héroe imperecedero en la mentalidad antigua, o en la Cleopatra de J.L. Mankiewick (1963), en la cual la reina egipcia es tratada en esencia en su imagen mítica e idealizada. Los hechos históricos eran contemplados y tratados, en general, como un grandilocuente, antiguo y venerable telón de fondo, en el que la verdadera historia (en esta oportunidad en minúsculas), la que interesaba, estaba signada de aventuras, diversamente entrelazadas, de tipo mítico-religioso o socio-político, habitualmente de tono y carácter individual.

Se enarbolaban determinados valores y comportamientos emanados de una antigüedad que podrían considerarse ejemplares, en especial aquellos de carácter moral, aunque muy ideologizados. No obstante, un rasgo primordial siempre fue la tendencia a la excesiva escenificación, más o menos tópica, a una ambientación no siempre rigurosa, pero siempre de gran espectacularidad y una orientación a la escasa estricta fidelidad a las realidades históricas. En tal sentido, solían mezclarse episodios y personajes, a veces estereotipados, como astutos villanos o héroes afamados, que no coincidían en el tiempo o en el espacio, o se inventaban personajes históricamente inexistentes o directamente mitificados, como el ejemplo de la película italiana Ursus, Carlo Campogalliani (1961) o el del muy conocido Máximo Décimo Meridio, heroico protagonista del Gladiator de Ridley Scott (2000), quien actúa como un auténtico héroe liberador de monstruos, en este caso en la persona del propio emperador romano Cómodo.

Abundaban, entonces, los anacronismos en tópicos concretos como la vestimenta, los objetos de la cultura material, como las armas, los adornos corporales, las estatuas y hasta ciertas arquitecturas, si bien hubo notables excepciones (Julio César, Joseph L. Mankiewick, 1963).

Su origen se remonta al cine silente, sobre todo italiano, aunque su esplendor se produjo en las décadas de los años 50 y 60, tanto en Hollywood como en la propia cinematografía italiana. En una época del cine mudo, catalogada como el cine de romanos, este género sirvió como mecanismo de propaganda en el litigio que enfrentaba al papado con la nación italiana que acababa de arrebatarle sus posesiones. En ciertos filmes se defendía la posición de la Iglesia, y se representaba a Roma como una civilización pagana, decadente, pecadora. Es el caso especial de las primeras versiones de Quo Vadis (de 1913 y 1924).

Con el fascismo italiano, las películas de romanos se usaron para exaltar un nacionalismo, mitológicamente establecido, y  justificar el colonialismo italiano. Este hecho es palpable en películas, por ejemplo, como Escipión el Africano, de Carmine Gallone (1937). Las fuentes de este cine de romanos fueron, en su amplia mayoría, más o menos libres adaptaciones literarias de novelas históricas, como pudo ser Los últimos días de Pompeya, de Mario Bonnard (1959), o de obras teatrales, caso de Androcles y el León, de Chester Erskine (1952), a partir de la obra de Bernard Shaw, o bien de Golfus de Roma, de Richard Lester (1966), a partir de las comedias de Plauto.

Desde una perspectiva temática, estas películas tratan diferentes épocas históricas y en variado grado, que abarca desde las leyendas y mitos de fundación, como La leyenda de Eneas, de  G. Rivalta (1962); Rómulo y Remo, de Sergio Corbucci (1961), acerca de unos de los principales mito indígenas de fundación de la ciudad eterna, o Las Vírgenes de Roma, de Vittorio Cottafavi (1960), pasando por los distintos períodos de la República (Cartago en llamas, Carmine Gallone, 1959, o Aníbal, C.L. Bragaglia y Edgar G. Ulmer, 1959), hasta el fastuoso imperio, con todas sus intrigas, caso del Calígula, de Tinto Brass, (1979), las persecuciones a los cristianos, como la mencionada La túnica sagrada, de Henry Koster; Demetrio y los gladiadores, de Delmer Daves, (1954), la culpabilización cristiana del famosos incendio de Roma en época del emperador Nerón (El signo de la cruz,  Cecil B. DeMille, 1932), o su indetenible derrumbe (La invasión de los bárbaros, Robert Siodmak, 1969).

El péplum de temática griega, por su parte, mostró algunos ejemplos en los que el rigor histórico y el apego a las fuentes fue algo más serio. Es el caso de títulos como Ulises, de Mario Camerini (1954), aunque sus personajes, tremendamente heroizados, fueron, habitualmente, auténticos estereotipos: personajes crueles, héroes fabulosos o mujeres o deidades malvadas. La escasez de títulos, sobre todo  en comparación con las películas de romanos, pudo haberse debido a que no se definieron temas-espectáculo grandilocuentes y no existieron tan numerosas novelas históricas sobre el mundo griego (o no se han adaptado) o incluso, haya habido determinadas complicaciones para hacerlo.

No obstante, no se pueden relegar al olvido algunos buenos ejemplos de adaptaciones de tragedias griegas, sobre todo de Sófocles y Eurípides, como la recordada Edipo Rey, de P. P. Passolini (1965), Electra, de M. Cacoyannis (1962), Ifigenia, también de M. Cacoyannis a partir de la tragedia griega de Eurípides Ifigenia en Áulide; las biografías de notables personajes del pensamiento heleno, como el Sócrates de R. Rossellini (1970), los filmes acerca de conocidos héroes panhelénicos, especialmente Heracles, como Los trabajos de Hércules, de Pietro Francisci (1958), basada en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas y su secuela, titulada Hércules encadenado o Hércules y la reina de Lidia, del mismo director (1959), esta vez teniendo como referencia la tragedia de Esquilo (Los siete contra Tebas) y la de Sófocles (Edipo en Colono), o bien señeros títulos que abordan directamente episodios míticos, especialmente Furia de Titanes, de Desmond Davis (1981, sobre la que ha habido una reciente readaptación en 2010 dirigida por Louis Leterrier). Trata de modo particular el mito de Perseo.

Algunas de las películas de tema histórico se centraron en las Guerras Médicas, el período que la historiografía denomina helenismo, así como en la conquista romana del espacio cultural griego, como por ejemplo La batalla de Maratón, del afamado director Jacques Tourneur  (1959), o La destrucción de Corinto, del realizador Marco Costa (1960).

Uno de los subgéneros del tema griego de mayor atractivo y alcance fue aquel orientado por los mitos griegos, en los que se destaca cierta espectacularidad, la recreación de los efectos especiales, caso de Jasón y los Argonautas, de Don Chaffey (1963), con efectos artesanales magistralmente elaborados por Ray Harrihausen, o la mencionada Furia de Titanes, así como la referencial aventura narrativa y visual, cargada de dificultades pero con un final esperado y hasta feliz, caso de La Odisea, Andrei Konchalovski (1997).

En estas películas, musculosos héroes míticos como Sansón (Sansón y Dalila, de Cecil B. DeMille, 1949),  Hércules o  Goliat, luchan contra fantásticos monstruos y no pocas veces rescatan hermosas mujeres, relevando del trono, gracias a sus portentosas hazañas, a malévolos reyes cuyo gobierno es espurio o ilegítimo. Estos héroes, referencias morales, actúan muchas veces, en cierto sentido, en el espacio de una realidad mítica, o histórica, que funciona más como un pretexto que como un contexto propiamente dicho.   

Otros títulos que adoptan una cierta perspectiva mitológica la encontramos en los tratamientos de personajes históricamente relevantes cuyas vidas han sufrido cierta mitologización, o en sucesos que han adquirido una pátina mítica ya desde la misma antigüedad, como La amada de Júpiter, de George Sidney (1955); Atila, rey de los Hunos, de Douglas Sirk, en producción de 1954, acerca del legendario personaje “bárbaro”; la mencionada Aníbal, en la que se retrata al general cartaginés como un auténtico héroe; La última legión, de Doug Lefler (2007), basada en la novela de Valerio Manfredi, en la que el tratamiento de la trama es épico y casi de leyenda; Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004) y; 300 (Zack Snyder, 2007). En la prestigiosa y visualmente impactante 300 se encuentra una verdadera apología de los valores heroicos de los espartanos y su mítico sacrificio en honor a su esmerada educación.

Finalmente, otros títulos de largometrajes relevantes (sin entrar en la multitud de series contemporáneas, por ejemplo sobre Jasón, Hércules o incluso la Biblia, 2000, 2007, 2013), son Troya, de Wolfgang Petersen (2004), que centra su atención en el Aquiles homérico, así como la muy reciente Noé, producción de Darren Aronofsky (2014), que hace un versátil y peculiar tratamiento del personaje, héroe del mítico diluvio bíblico que narra el Génesis bíblico.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, agosto, 2022.

 

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