Imágenes,
de arriba hacia abajo: un mapa que muestra el inicial proceso
expansivo fenicia en el Mediterráneo Oriental, sobre todo en Chipre;
restos del Templo de los Obeliscos en Biblos; una vista de las ruinas
de la ciudad de Tiro, en Líbano y; un dracma fenicio de Arados, del
siglo II a.e.c. en el que se observa una abeja con monograma en el
anverso y un venado con palmera en el reverso, acompañado de la
leyenda en griego alusiva a la ciudad.
Las
ciudades fenicias, antiguas urbes marítimas cananeas de la franja
central de la costa oriental del Mediterráneo, fueron continuadoras,
durante la Edad de Hierro, de sus predecesoras de la Edad del Bronce,
si bien el pasado sistema palacial alrededor del cual giraba la
organización socio-económica, había declinado.
Con
posterioridad a las invasiones de los Pueblos del Mar algunos de
estos núcleos urbanos, no tan afectados como otros (Ugarit o Alalah,
por ejemplo) por las destrucciones, empezaron a deplegar una
importante actividad político-económica regional sin sufrir las
interferencias de las potencias circundantes, pues habían
desaparecido, estaban en franca decadencia o estaban pasando por un
proceso de reestructuración.
Las
ciudades de la costa fenicia que remplazan desde la Edad del Hierro a
los centros cananeos del Bronce serán Sidón, Tiro y Arvad. El
declive de Biblos, motivado tal vez por la desaparición de sus
bosques, de gran relevancia en su economía, sería compensado por el
apogeo de Sidón durante los siglos XII y XI a.e.c., transformándose
en la ciudad de mayor importancia de Fenicia. Sidón fue capaz de
emprender la reconstrucción y la repoblación de Tiro (parcialmente
afectada), y desarrollar una significativa actividad mercantil debido
a que representaba la salida natural para los productos procedentes
de la zona de Damasco.
Sidón,
que había sido el principal centro del comercio fenicio1,
será sustituida, desde el siglo X a.e.c., durante el reinado de
Hiram I, por Tiro. Desde ese instante, Tiro se convertirá en la más
activa metrópoli fenicia, encabezando la colonización de la isla de
Chipre y configurando la formación de empresas comerciales por todo
el Mediterráneo y el Mar Rojo.
Los
dos estados más poderosos de la región en esa época, Israel y la
fenicia Tiro, establecieron una alianza de largo alcance. Tiro
proporcionaba ayuda material y técnica útil para la erección del
templo y el palacio de Jerusalén, además de cobertura marítima a
las actividades del rey Salomón en el Mar Rojo, todo ello a cambio
de metales como la plata, productos agrícolas y un acceso
privilegiado a las rutas interiores en dirección a Mesopotamia,
Siria y Arabia.
Tiro
se convirtió en la más importante potencia comercial en todo el
Mediterráneo oriental desde el siglo X al VII a.e.c., lo cual
conllevó una hegemonía de su corte. Así se entiende que el rey
Hiram ordenase una expedición hacia Chipre para exigir el pago de
tributo, o que el rey Ithobaal I llegase a conformar un reino
tiro-sidonio y promoviese su expansión por un sector del territorio
de Biblos. Todo ello sin menosprecio de la alianza con Israel, que
trajo como consecuencia un aumento de las influencias culturales
fenicias en ciudades como Meggido o Hazor, y en regiones como
Samaria.
El
siglo IX es testigo de una colonización fenicia, promovida por los
tirios, tanto del norte de Siria como de la región de Cilicia
(Tarsos), en la actual Turquía, con la finalidad de controlar el
acceso a los yacimientos de metales del sudeste de Anatolia. A
través de un complejo entramado de factorías comerciales, con
escalas en las costas chipriotas y el litoral del sureste de
Anatolia, los fenicios de la ciudad de Tiro se adueñan de las
actividades mercantiles, que incluyen metales y esclavos2.
El predominio se extiende al Tauro y el Éufrates, con rutas que
facilitan la penetración en el mar Egeo.
La
prosperidad comercial fenicia estaba íntimamente asociada al estatus
y poder de sus ciudades, en las que se había producido una constante
aumento demográfico y una disminución de la producción agraria.
Las
migraciones e invasiones de fines de la Edad del Bronce habían
provocado que las ciudades fenicias perdiesen el dominio de
territorios en el interior y el sur, poblados por tal motivo por
filisteos, arameos y hebreos. Sus áreas de explotación agrícola se
vieron reducidas a la región de la costa central, que sufrieron una
fuerte intensificación requerida por el crecimiento demográfico.
Además, el sobrepastoreo, imperante en virtud tanto de las
condiciones del relieve como de las demarcaciones territoriales y
políticas de las ciudades-estado autónomas, se convierte en
limitantes también de la producción agrícola. A todo ello, por si
fuera poco, se unía la deforestación de los montes del Líbano,
reductos de las tan apreciadas maderas durante la Edad del Bronce,
lo cual ocasionaba una continuada degradación de los suelos y
propiciaba el aumento de la aridez del clima.
Como
consecuencia de todo esto, durante el siglo X las ciudades fenicias
se mostraban incapaces de asegurar el abastecimiento de alimentos
que necesitaban sus cada vez más amplias poblaciones. En
contrapartida, y como paliativo, los fenicios crearon y
sistematizaron una gran producción especializada de manufacturas
elaboradas, como marfiles, objetos de vidrio, tallas de madera, y
piezas de orfebrería, con la que afrontar los intercambios de
productos agrícolas que requerían.
La
búsqueda de materias primas impulsó la ampliación de los
horizontes mercantiles estimulando, de paso, un proceso expansivo
comercial por el Mediterráneo y convirtiendo a los fenicios en
verdaderos agentes de difusión e intercambio cultural.
El
comercio a larga distancia posibilitaba transferir excedentes de una
sociedad a otra. En casos, la transferencia puede llegar a ser el
fundamento de la riqueza y el poder de la clase dirigente de tal
sociedad.
Precisamente
este era el caso de las ciudades de Fenicia, ubicadas en medio
ambientes difíciles para obtener el excedente que garantice la
estabilidad de los sistemas tributarios de los palacios. Tal
dificultad propiciaba esporádicos retrocesos de las áreas urbanas y
de aquellas sometidas a la explotación agraria. A principios del
primer milenio a.e.c. es verificable una metamorfosis en lo relativo
a los contenidos y la extensión de la actividad mercantil que los
fenicios llevaban a cabo tradicionalmente.
Paulatinamente,
las riquezas naturales y los bienes suntuosos se sustituyen por
manufacturas de todo tipo, en tanto que los horizontes mercantiles se
amplían sobremanera. Y ello ocurre debido a los problemas para
adquirir los excedentes antedichos por mor de condicionantes
adversos, de tipo demográfico (crecimiento y concentración
poblacional), ecológico (deforestación y degradación de los
suelos), social (mayor ciudadanía libre), económico (crisis del
sistema de tributos) y político (paulatina pérdida del poder
despótico monárquico).
En
tal sentido, las causas del movimiento comercial y colonizador
fenicio responden al hecho de que había aumentado en el seno de la
sociedad fenicia la proporción de personas que vivían del excedente
transferido a través del comercio, y no a la presión militar y
tributaria proveniente de Asiria, como se ha creído durante décadas.
La presión asiria, sin duda existente, sería un elemento más, pero
no el más relevante. De hecho, tanto es así que la expansión
fenicia por el Mediterráneo, que no es posterior a la novena
centuria a.e.c., no coincidió con la época de mayor actividad
militar y política asiria.
El
conocimiento astrológico y las innovaciones técnicas relativas a la
fabricación de embarcaciones y las labores de navegación,
posibilitaron que los fenicios se aventuraran por el Mediterráneo en
su búsqueda de materias primas y riquezas que requería su actividad
comercial. La expansión marítima fenicia sería de mayor extensión
y calado que la micénica3.
En el occidente del Mediterráneo los fenicios accederían a riquezas
mineras en Tartessos, al estaño de las islas Casitérides, al oro y
al marfil africano. El periplo se realizaría avanzando de isla en
isla, desde Chipre hasta Rodas y Creta (que facilitaban el acceso al
continente), para desde allí alcanzar con facilidad las islas del
Mediterráneo central, en particular Malta, Sicilia y Lampedusa,
frente a la costa norteafricana. Desde esas zonas hasta Cerdeña y,
finalmente, hasta las Baleares, sobre todo Ibiza, desde donde se
alcanzaba el litoral meridional de la Península Ibérica así como
las costas del norte de África. Todos estos fueron espacios
colonizados por los fenicios.
Las
tradiciones que recopilaron los escritores grecolatinos, así como
ciertas referencias en los mitos griegos parecen corroborar el inicio
de la expansión colonizadora fenicia en los siglos X y IX a.e.c.,
aunque la documentación arqueológica no puede demostrar la
presencia colonizadora hasta comienzos del VIII. La falta de
coincidencia entre las fuentes escritas y las arqueológicas puede
explicarse por la existencia de una etapa pre colonizadora cuyas
señas de identidad serían un mayor conocimiento geográfico, la
realización de viajes muy esporádicos y la creación de pequeños
santuarios, verdaderos núcleos a partir de los cuales se
articularía, organizativamente hablando, el entramado colonial
posterior.
El
debilitamiento del sistema de la economía palacial facilitó la
aparición en las ciudades fenicias de grupos de iniciativa privada
que dinamizaron las actividades mercantiles. A pesar de ello, algunos
templos, en concreto los dedicados a Melkart, en la ciudad de Tiro,
siguieron desempeñando una función relevante. Como los antiguos
karu
asirios, eran útiles en la organización y protección del comercio.
Es por tal motivo que la más arcaica expansión marítima fenicia se
encuentra jalonada por la presencia, en etapas tempranas, y en
lugares como Tasos o Gadir, de santuarios. Esa primera fase
expansionista parece que no fue obra de una única metrópolis,
aunque sería Sidón la ciudad que desempeñaría el rol más
destacado. Sin embargo, a partir del siglo X a.e.c. Tiro iría
sustituyendo la previa primacía de los sidonios al frente de las
expediciones marítimo-comerciales.
En
definitiva, la expansión colonizadora y mercantil fenicia por el
Mediterráneo, que supuso una organización comercial a gran escala,
transformó a sus ciudades, en específico a Tiro, a pesar de sus
reducidos territorios y de su muy escaso poderío militar, en centros
económicos y políticos de primera magnitud.
Prof.
Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB.
FEIAP-UGR.
1
Hasta tal punto su prestigio fue mayúsculo que en
los poemas homéricos sidonio era sinónimo de fenicio.
2
El comercio fenicio
aparece atestiguado en toda la región gracias a inscripciones que
confirman el empleo del fenicio como lengua oficial y que reflejan
invocaciones a Melkart, principal dios tirio, por parte de
mandatarios de reinos arameos y neohititas del norte de Siria y
Cilicia.
3
Los
contactos previos con los micénicos habían proporcionado a los
fenicios algunas noticias relativas a la presencia de tierras
allende los mares. Ambas civilizaciones mantuvieron cercanas
relaciones a lo largo del Bronce Tardío, tal y como se evidencia
por la presencia de cerámica egea en ciertos yacimientos en todo el
litoral cananeo-fenicio, desde Ugarit o Biblos hasta Lakish y
Gezer.
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