Trece.
Hablábamos, en Bracara Augusta, de comparatismo mítico-religioso. Y se podría
comenzar diciendo que las ideas se tienen, en tanto que en las creencias se
está. En el comparatismo histórico-religioso se corre el riesgo de llevar a
cabo una labor de relativización de la creencia, lo cual puede dar paso a un
análisis de la misma, reduciéndola, por tanto, a una idea. El
historiador que se acerque a las religiones (antiguas), no está inmerso en un
sistema de creencias compartido con aquellos de los miembros de las religiones
que estudia. Así pues, debe tratar de salir de esas creencias y comprenderlas desde
fuera como algo que puede ser explicado, y entendido, por factores externos. En
tal sentido, diría que en la Antigüedad clásica no se desarrolló una historia
de las religiones. Únicamente en el siglo XIX podemos empezar a contemplar
tradiciones comparatistas (antropológica y lingüístico-cultural). Y ya en el XX,
la Escuela de Roma será una de las destacadas (Pettazoni, Sabatucci, Brelich,
Eliade), así como la fenomenología de la religión (que va más allá del devenir
histórico), caso del notable Van der Leeuw. Ahora bien, con la metodología
comparada, el proceso no es observable directamente, sino únicamente “reconstruible”.
En esa reconstrucción el proceso no es la realidad misma sino una hipótesis que
puede, y quiere, dar sentido a los hechos (único observable), pero que
paradójicamente sólo adquieren sentido a la luz de tal hipótesis. Y en esto
radica, amigos, el peligro “comparatista”: tomar esa hipótesis por
realidad y convertirla en un proceso describible por medio de un relato.
Sustancializar la hipótesis supuso, por ejemplo, convertir a los indoeuropeos
en una raza, o materializar el “espíritu” griego, categorizar al “hombre”
neolítico y catalogar el “genio” romano.
Catorce.
En la Metafísica, Aristóteles relacionaba el mito con la historia,
entendiéndolo como un recurso aprovechable como sabiduría patrimonial de los
ancestros. Tales relatos, “historias” míticas, si bien falsas, eran capaces de
persuadir a las masas y podían llegar a ser útiles para las actividades
legislativas y la política (en este último caso en cuanto convenientes para la
comunidad). En tal sentido, el mito sería lenguaje, un discurso, un retazo de
lenguaje (aunque se le considere falso, inferior, deleznable y hasta hostil). Y
claro, el mito, al ser, como el lenguaje, pragmático y de funcionalidad
político-social es (ajeno al criterio de veracidad), poético y retórico,
prestándose a reproducir analógica y alegóricamente un discurso. No es tan
descabellado, entonces, que se haya visto el mito como un constructo
intelectual (tal cual hizo Detienne) o como un estudio científico (véase, por
ejemplo, Fontenelle en Francia). En el fondo, como el concepto de “religión”, o
el de “ritual”, el de mito sería un concepto realmente moderno. Su finalidad
político-social, de influencia en la acción de los conciudadanos, nos llevaría
a asumir que hoy es imposible vivir sin mitos, como también sin ciencia,
filosofía o historia, creaciones todas ellas que arrancan del mito. En el
entorno académico, todo esto, tarde o temprano, acaba siendo tema de
intercambio dialéctico. Se dice que los pensadores (profesores, ensayistas,
filósofos, etc.), globalistas (sic) saben poco de mucho; mientras que los
especialistas, por el contrario, saben mucho de poco. ¿Será que los expertos
pueden llegar a saber todo de nada, y que se podría decir que la duda es
admirable, porque es la más preclara manifestación de pensamiento y, por ende,
de inteligencia?. Qué duda cabe.
Quince.
En Gales, un método habitual para librarse de los duendes consistía en cambiar
de residencia, pues se creía que las gentes feéricas no habitaban en casas que
pasasen a nuevas manos. Desde hace siglos se cuenta, al respecto, la historia
de un granjero de Merionethshire que, atormentado hasta cotas insospechadas por
un duende travieso decide, aunque de mala gana, mudarse a escondidas. Una sabia
mujer le había recomendado que llevara a cabo una mudanza disimulada, cuyo
efecto sería el mismo. Esto es, debería decir en alta voz que se iba a mudar a
Inglaterra, reunir luego sus ganados y pertenencias, y después marcharse
durante un día a dar una vuelta. El duende abandonaría la casa al hacerlo el
granjero, de forma que éste podría regresar por otro camino y encontraría su
hogar sin la presencia del duende. Así hizo el granjero, con su ganado,
mobiliario, mujer e hijos. Por el camino se encontraron con un vecino que le
preguntó si se iba para siempre. Antes de que el granjero pudiera articular
palabra y contestar se oyó un agudo chillido que salía de una mantequera que
afirmaba que todos se iban hacia un nuevo hogar. Había hablado el duende, que
se marchaba con los propios enseres domésticos. De esta manera, el plan del
granjero fracasó. Así, tras un profundo suspiro, dio la vuelta para regresar
por el mismo camino por el que había venido. Y es que no resulta fácil
librarse, ni de funestas presencias ni de aquello que ya ha entrado a formar
parte de la cotidianidad del hogar, aunque sea un aparentemente simple
duendecillo travieso.
Dieciséis.
El célebre viaje de Inanna, en su descenso al inframundo con la intención de
ganar poder, da la impresión de rotundo fracaso cuando la debilitada diosa sin
sus vestimentas (en las que poseía sus me) se sienta en el trono de Ereshkigal.
Es asesinada y colgada. Pero gracias a las instrucciones que la astuta diosa
encomienda a Ninshubur, su victoria se logrará en el ascenso desde la Tierra
del No Retorno. Gana al resurgir, por mediación de un sustituto (Dumuzi,
Geshtinanna). Una excelsa victoria (de renovación) que hasta los Anunnaki
anuncian y Enlil ratifica.
Diecisiete.
La estirpe real argiva fue la familia más importante, políticamente hablando,
de la época mítica en Grecia. Es la más antigua y prestigiosa de la Hélade. Un
río, Ínico, es el fundador de la estirpe, y su primer sucesor humano será
Foroneo. El río era hijo del titán Océano y de una ninfa de los fresnos. Del
tronco del linaje real argivo, del que es el máximo responsable Zeus a través
de benéficas uniones sexuales, cuya intención última era la de mejorar a los
humanos, surgirán nuevas ramas, tanto en suelo griego (el linaje cadmeo o
tebano y el cretense de Minos), como fuera de él. Epidauro, Tirinto, Arcadia
también serán territorios conectados con la familia argiva. Agenor (abuelo de
Minos), se establece en Siria, reinando en Sidón y Tiro. Además de una hija,
Europa, tiene tres hijos varones: Cadmo, fundador del linaje real tebano,
Fénix, epónimo de Fenicia y Cílix, epónimo de Cilicia. Tras el rapto de Europa,
Agenor envía a sus tres hijos en busca de su hermana. En su dilatado peregrinar
fundan colonias fenicias. De Europa, tataranieta de Io, princesa argiva,
engendró Zeus a Minos, rey de Creta, a Sarpedón, soberano de Licia y a
Radamantis. La transmisión de la mítica realeza por vía femenina se verá con la
llega de Dánao a Argos, procedente de Egipto. A través de los hijos de Belo y
Anquínoe (ésta hija del río Nilo), la ninfa Menfis, que se llamaba Egipto, y
Dánao, entran en acción, por tanto, los países del norte de África. La estirpe
regia argiva asimila también la de Pélope. Esta serie de mitos reflejan la
presencia de un reino poderoso que mantuvo relaciones con otros reinos a lo
largo del Mediterráneo. Los vínculos llegaron a ser, entre otros medios, a
través de vínculos matrimoniales, generadores de parentesco. Por otra parte,
con ellos Zeus lleva a cabo la definitiva instalación del orden civilizador, de
la luz sobre la oscuridad (que representan los Titanes, hijos de la tierra). En
otras partes ocurrió lo mismo con la participación de los dioses superiores: en
Irlanda, Lug (el Lugus céltico) sobre los Fomorios, sin ir más lejos.
Dieciocho.
El desarrollo de las tesis del celtismo tiene su razón de ser en una pasional
defensa que de tales teorías llevaron a cabo los principales historiadores del
Rexurdimento (Verea y Aguiar, Murguía, Vicetto) o algunos de los mayores
literatos gallegos (caso de Eduardo Pondal). Sin embargo, su primario origen se
encuentra en las fuentes literarias clásicas. Estrabón y Plinio sitúan al
pueblo de los celtici como habitantes del noroeste de la península, mientras
que Avieno otorga a los saefes celtas el poder de conquista sobre una población
nativa (los oestrymnios). La explicación épica del mito fundador de la estirpe
gallega por parte de los celtas será la piedra angular sobre la que se
construirá el renacer, cultural, político y lingüístico, de la galleguidad. Fue
enarbolado por los eruditos románticos de la Galicia decimonónica. Pero
también, además de las fuentes literarias clásicas, los castros y otros restos
arqueológicos, amén de los estudios lingüísticos y los hallazgos de objetos en
hierro y una rica orfebrería en oro (torques sin ir más lejos), serán
argumentos sobre los que se establezca la presencia “céltica” en tierras del
noroeste peninsular. Las fuentes (grecorromanas) que los historiadores barajan
son ciertamente muy limitadas y, básicamente, de tipo literario. El poeta
romano Rufo Festo Avieno aporta ciertos datos en su obra poética del siglo IV,
titulada Ora marítima. Inspirado en relatos de periplos marítimos realizados
siglos antes de Cristo, identifica a los habitantes de la franja litoral
galaica como oestrymnios, un pueblo navegante y comerciante, de hombres
valerosos y fuertes. ¿Estamos, sin dudarlo, en la edad de bronce (más bien en
el bronce final), momento en el que se producen dos oleadas de pueblos
indoeuropeos, invasores de la cornisa atlántica y portadores del hierro?. No
está nada claro. Coinciden cronológicamente con las dos edades del hierro en
Centroeuropa, pero se diferencian. Ahora bien, es lógico pensar que en una zona
geográfica como el noroeste peninsular hubiese más pueblos compartiendo
vecindad con tales oestrymnios. En tal sentido, unos y otros se verían
obligados a ceder espacios a los nuevos pobladores. Dice Avieno, en sintomático
comentario, que una invasión de sierpes desplaza a los “pacíficos” oestrymnios.
Las fuentes arqueológicas, por su parte, tampoco son abundantes, aunque algunas
merecen el calificativo de notables. En Wessex, en Bretaña, en Irlanda y en
Galicia han aparecido joyas manufacturadas, pequeños y grandes tesoros, que
(eso sí) se han cargado, en el marco de la memoria colectiva, con símbolos,
mitos y leyendas. Los pueblos celtas que se irán instalando en Galicia a lo
largo de la cuenca del Sil (provenientes del centro de Europa por la presión
germánica) traerían consigo, afirman algunos, un aporte cultural transcendente,
lo que incluye la técnica del hierro. En los dos últimos milenios antes de
Cristo los márgenes atlánticos del continente europeo contenían, entonces, una
“cultura” común. De Portugal a Holanda y a ambos lados del canal de la Mancha
existía un florecimiento comercial de productos como el ámbar, el cobre, el
estaño o el oro. Las riberas eran la vía de comunicación por excelencia para
ese fructífero comercio que proporcionaba riquezas y fama a todos esos pueblos
fronterizos con el mar.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Braga-Tui. 2019