30 de marzo de 2019

Historias del mito (III): enseñanza, aprendizaje y ejemplo


Trece. Hablábamos, en Bracara Augusta, de comparatismo mítico-religioso. Y se podría comenzar diciendo que las ideas se tienen, en tanto que en las creencias se está. En el comparatismo histórico-religioso se corre el riesgo de llevar a cabo una labor de relativización de la creencia, lo cual puede dar paso a un análisis de la misma, reduciéndola, por tanto, a una idea. El historiador que se acerque a las religiones (antiguas), no está inmerso en un sistema de creencias compartido con aquellos de los miembros de las religiones que estudia. Así pues, debe tratar de salir de esas creencias y comprenderlas desde fuera como algo que puede ser explicado, y entendido, por factores externos. En tal sentido, diría que en la Antigüedad clásica no se desarrolló una historia de las religiones. Únicamente en el siglo XIX podemos empezar a contemplar tradiciones comparatistas (antropológica y lingüístico-cultural). Y ya en el XX, la Escuela de Roma será una de las destacadas (Pettazoni, Sabatucci, Brelich, Eliade), así como la fenomenología de la religión (que va más allá del devenir histórico), caso del notable Van der Leeuw. Ahora bien, con la metodología comparada, el proceso no es observable directamente, sino únicamente “reconstruible”. En esa reconstrucción el proceso no es la realidad misma sino una hipótesis que puede, y quiere, dar sentido a los hechos (único observable), pero que paradójicamente sólo adquieren sentido a la luz de tal hipótesis. Y en esto radica, amigos, el peligro “comparatista”: tomar esa hipótesis por realidad y convertirla en un proceso describible por medio de un relato. Sustancializar la hipótesis supuso, por ejemplo, convertir a los indoeuropeos en una raza, o materializar el “espíritu” griego, categorizar al “hombre” neolítico y catalogar el “genio” romano.
Catorce. En la Metafísica, Aristóteles relacionaba el mito con la historia, entendiéndolo como un recurso aprovechable como sabiduría patrimonial de los ancestros. Tales relatos, “historias” míticas, si bien falsas, eran capaces de persuadir a las masas y podían llegar a ser útiles para las actividades legislativas y la política (en este último caso en cuanto convenientes para la comunidad). En tal sentido, el mito sería lenguaje, un discurso, un retazo de lenguaje (aunque se le considere falso, inferior, deleznable y hasta hostil). Y claro, el mito, al ser, como el lenguaje, pragmático y de funcionalidad político-social es (ajeno al criterio de veracidad), poético y retórico, prestándose a reproducir analógica y alegóricamente un discurso. No es tan descabellado, entonces, que se haya visto el mito como un constructo intelectual (tal cual hizo Detienne) o como un estudio científico (véase, por ejemplo, Fontenelle en Francia). En el fondo, como el concepto de “religión”, o el de “ritual”, el de mito sería un concepto realmente moderno. Su finalidad político-social, de influencia en la acción de los conciudadanos, nos llevaría a asumir que hoy es imposible vivir sin mitos, como también sin ciencia, filosofía o historia, creaciones todas ellas que arrancan del mito. En el entorno académico, todo esto, tarde o temprano, acaba siendo tema de intercambio dialéctico. Se dice que los pensadores (profesores, ensayistas, filósofos, etc.), globalistas (sic) saben poco de mucho; mientras que los especialistas, por el contrario, saben mucho de poco. ¿Será que los expertos pueden llegar a saber todo de nada, y que se podría decir que la duda es admirable, porque es la más preclara manifestación de pensamiento y, por ende, de inteligencia?. Qué duda cabe.
Quince. En Gales, un método habitual para librarse de los duendes consistía en cambiar de residencia, pues se creía que las gentes feéricas no habitaban en casas que pasasen a nuevas manos. Desde hace siglos se cuenta, al respecto, la historia de un granjero de Merionethshire que, atormentado hasta cotas insospechadas por un duende travieso decide, aunque de mala gana, mudarse a escondidas. Una sabia mujer le había recomendado que llevara a cabo una mudanza disimulada, cuyo efecto sería el mismo. Esto es, debería decir en alta voz que se iba a mudar a Inglaterra, reunir luego sus ganados y pertenencias, y después marcharse durante un día a dar una vuelta. El duende abandonaría la casa al hacerlo el granjero, de forma que éste podría regresar por otro camino y encontraría su hogar sin la presencia del duende. Así hizo el granjero, con su ganado, mobiliario, mujer e hijos. Por el camino se encontraron con un vecino que le preguntó si se iba para siempre. Antes de que el granjero pudiera articular palabra y contestar se oyó un agudo chillido que salía de una mantequera que afirmaba que todos se iban hacia un nuevo hogar. Había hablado el duende, que se marchaba con los propios enseres domésticos. De esta manera, el plan del granjero fracasó. Así, tras un profundo suspiro, dio la vuelta para regresar por el mismo camino por el que había venido. Y es que no resulta fácil librarse, ni de funestas presencias ni de aquello que ya ha entrado a formar parte de la cotidianidad del hogar, aunque sea un aparentemente simple duendecillo travieso.
Dieciséis. El célebre viaje de Inanna, en su descenso al inframundo con la intención de ganar poder, da la impresión de rotundo fracaso cuando la debilitada diosa sin sus vestimentas (en las que poseía sus me) se sienta en el trono de Ereshkigal. Es asesinada y colgada. Pero gracias a las instrucciones que la astuta diosa encomienda a Ninshubur, su victoria se logrará en el ascenso desde la Tierra del No Retorno. Gana al resurgir, por mediación de un sustituto (Dumuzi, Geshtinanna). Una excelsa victoria (de renovación) que hasta los Anunnaki anuncian y Enlil ratifica.
Diecisiete. La estirpe real argiva fue la familia más importante, políticamente hablando, de la época mítica en Grecia. Es la más antigua y prestigiosa de la Hélade. Un río, Ínico, es el fundador de la estirpe, y su primer sucesor humano será Foroneo. El río era hijo del titán Océano y de una ninfa de los fresnos. Del tronco del linaje real argivo, del que es el máximo responsable Zeus a través de benéficas uniones sexuales, cuya intención última era la de mejorar a los humanos, surgirán nuevas ramas, tanto en suelo griego (el linaje cadmeo o tebano y el cretense de Minos), como fuera de él. Epidauro, Tirinto, Arcadia también serán territorios conectados con la familia argiva. Agenor (abuelo de Minos), se establece en Siria, reinando en Sidón y Tiro. Además de una hija, Europa, tiene tres hijos varones: Cadmo, fundador del linaje real tebano, Fénix, epónimo de Fenicia y Cílix, epónimo de Cilicia. Tras el rapto de Europa, Agenor envía a sus tres hijos en busca de su hermana. En su dilatado peregrinar fundan colonias fenicias. De Europa, tataranieta de Io, princesa argiva, engendró Zeus a Minos, rey de Creta, a Sarpedón, soberano de Licia y a Radamantis. La transmisión de la mítica realeza por vía femenina se verá con la llega de Dánao a Argos, procedente de Egipto. A través de los hijos de Belo y Anquínoe (ésta hija del río Nilo), la ninfa Menfis, que se llamaba Egipto, y Dánao, entran en acción, por tanto, los países del norte de África. La estirpe regia argiva asimila también la de Pélope. Esta serie de mitos reflejan la presencia de un reino poderoso que mantuvo relaciones con otros reinos a lo largo del Mediterráneo. Los vínculos llegaron a ser, entre otros medios, a través de vínculos matrimoniales, generadores de parentesco. Por otra parte, con ellos Zeus lleva a cabo la definitiva instalación del orden civilizador, de la luz sobre la oscuridad (que representan los Titanes, hijos de la tierra). En otras partes ocurrió lo mismo con la participación de los dioses superiores: en Irlanda, Lug (el Lugus céltico) sobre los Fomorios, sin ir más lejos.
Dieciocho. El desarrollo de las tesis del celtismo tiene su razón de ser en una pasional defensa que de tales teorías llevaron a cabo los principales historiadores del Rexurdimento (Verea y Aguiar, Murguía, Vicetto) o algunos de los mayores literatos gallegos (caso de Eduardo Pondal). Sin embargo, su primario origen se encuentra en las fuentes literarias clásicas. Estrabón y Plinio sitúan al pueblo de los celtici como habitantes del noroeste de la península, mientras que Avieno otorga a los saefes celtas el poder de conquista sobre una población nativa (los oestrymnios). La explicación épica del mito fundador de la estirpe gallega por parte de los celtas será la piedra angular sobre la que se construirá el renacer, cultural, político y lingüístico, de la galleguidad. Fue enarbolado por los eruditos románticos de la Galicia decimonónica. Pero también, además de las fuentes literarias clásicas, los castros y otros restos arqueológicos, amén de los estudios lingüísticos y los hallazgos de objetos en hierro y una rica orfebrería en oro (torques sin ir más lejos), serán argumentos sobre los que se establezca la presencia “céltica” en tierras del noroeste peninsular. Las fuentes (grecorromanas) que los historiadores barajan son ciertamente muy limitadas y, básicamente, de tipo literario. El poeta romano Rufo Festo Avieno aporta ciertos datos en su obra poética del siglo IV, titulada Ora marítima. Inspirado en relatos de periplos marítimos realizados siglos antes de Cristo, identifica a los habitantes de la franja litoral galaica como oestrymnios, un pueblo navegante y comerciante, de hombres valerosos y fuertes. ¿Estamos, sin dudarlo, en la edad de bronce (más bien en el bronce final), momento en el que se producen dos oleadas de pueblos indoeuropeos, invasores de la cornisa atlántica y portadores del hierro?. No está nada claro. Coinciden cronológicamente con las dos edades del hierro en Centroeuropa, pero se diferencian. Ahora bien, es lógico pensar que en una zona geográfica como el noroeste peninsular hubiese más pueblos compartiendo vecindad con tales oestrymnios. En tal sentido, unos y otros se verían obligados a ceder espacios a los nuevos pobladores. Dice Avieno, en sintomático comentario, que una invasión de sierpes desplaza a los “pacíficos” oestrymnios. Las fuentes arqueológicas, por su parte, tampoco son abundantes, aunque algunas merecen el calificativo de notables. En Wessex, en Bretaña, en Irlanda y en Galicia han aparecido joyas manufacturadas, pequeños y grandes tesoros, que (eso sí) se han cargado, en el marco de la memoria colectiva, con símbolos, mitos y leyendas. Los pueblos celtas que se irán instalando en Galicia a lo largo de la cuenca del Sil (provenientes del centro de Europa por la presión germánica) traerían consigo, afirman algunos, un aporte cultural transcendente, lo que incluye la técnica del hierro. En los dos últimos milenios antes de Cristo los márgenes atlánticos del continente europeo contenían, entonces, una “cultura” común. De Portugal a Holanda y a ambos lados del canal de la Mancha existía un florecimiento comercial de productos como el ámbar, el cobre, el estaño o el oro. Las riberas eran la vía de comunicación por excelencia para ese fructífero comercio que proporcionaba riquezas y fama a todos esos pueblos fronterizos con el mar.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Braga-Tui. 2019

24 de marzo de 2019

Presentación de nuevo libro. Visiones culturales del antiguo mundo egipcio




Amigos: está disponible ya mi último libro. Su título es Visiones culturales del antiguo mundo egipcio. Historia, mito, arte y religión, OmsC.-IBMS, Beau Bassin, 2019 (ISBN 978-3-659-01181-8, 133 pp.). Es este un libro que reúne investigaciones centradas en el mundo del antiguo Egipto. Se trata de una propuesta didáctica acerca de realidades de la antigüedad egipcia, esencialmente el mito, la religiosidad y el arte. Un ejercicio reflexivo y crítico, en forma de aproximación solvente a diversos tópicos. En versión digital, PDF, se puede encontrar en Scribd. En formato papel se podrá obtener en diversas librerías en Europa y América. Saludos cordiales. 

J.L.S., UM-FEIAP, marzo, 2019.

19 de marzo de 2019

Estela Metternich: magia y mito en Egipto



El Cipo de Horus o la Estela Metternich (nombre, este último, que deriva del famoso canciller austríaco de la época), fue descubierta en 1828 en Alejandría. Estuvo en posesión del canciller (como regalo de Mohamed Ali Pasha), concretamente en Königswarth (Bohemia), hasta que fue adquirida por el Metropolitan Museum de Nueva York, donde se encuentra en la actualidad. Pertenece a la Dinastía XXX. Se ha datado entre 360 y 340 a.e.c. Fue encargada por un sacerdote, Esatum, durante el reinado de Nectanebo II para el templo de Mnevis (un dios toro) en Heliópolis, cerca de la actual ciudad de El Cairo. En la imagen principal de la estela se observa a Horus Niño, Horus Salvador (Horus-Shed) desnudo, sobre el lomo de un cocodrilo claramente sometido, mientras sujeta un puñado de criaturas malignas, serpientes, escorpiones y hasta una gacela y un león, todos ellos reducidos a la impotencia más evidente gracias a su poderosa magia. Aquí Horus es un dios con poderes específicos para remediar las mordeduras de serpientes, los venenosos aguijonazos de escorpiones o las dentelladas de fieras salvajes. Sobre su cabeza, la máscara de Bes (deidad protectora de la familia en esta época tardía). A la izquierda, Ra-Horakhti sobre una sierpe enroscada, y a la derecha una flor de loto coronada por dos plumas, un símbolo del triunfo del orden (maat) sobre las fuerzas de la muerte. Estas estelas, que habitualmente estaban en los hogares, contenían inscripciones con encantamientos destinados a repeler las criaturas peligrosas. En la que nos concierne, figuran varios textos, el de la propia historia de la estela, uno sobre un encantamiento para protegerse de las serpientes, otro más para exorcizar el veneno de un gato y hasta alguno para repeler cocodrilos. Uno de ellos, en la base, cuenta la historia de Horus, que sanó tras ser picado por un escorpión. Además, en este caso también se hallan textos mitológicos, como el mito de Isis y los siete escorpiones.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP. Marzo, 2019.

11 de marzo de 2019

Historias del mito (II): enseñanza, aprendizaje y ejemplo


Seis. Las interpretaciones al respecto de las formas y los sentidos últimos presentes en las sepulturas humanas del Paleolítico superior suele dar mucho de sí, aunque sea usando, en muchas ocasiones, analogías que no siempre están libres de sospecha en cuanto a su real valor antropológico en estudios de esta condición. El mamut aparece muy asociado a las tumbas paleolíticas. Los casos de Wisternitz y Prédmost, en donde se emplearon diversos huesos de estos animales para resguardar tumbas humanas, son elocuentes. En consecuencia, ¿deberíamos concluir que los humanos del Paleolítico deseaban poner a sus muertos bajo la especial protección del mamut en virtud de que su apariencia motivaría el alejamiento de los espíritus malos?, o ¿el mamut sería concebido como un espíritu protector, de manera similar a como los pigmeos consideran al elefante una mítica encarnación de una divinidad superior?. Muy frecuentemente también, los restos humanos suelen aparecen reposando sobre capas de ocre encarnado. Se ha dicho que no sería esta una “ofrenda” sino que habría habido una asimilación de las gentes del Paleolítico de esta sustancia con la sangre, es decir, que el ocre proveería al cuerpo pálido sin vida de una apariencia externa sanguinolenta, vital. ¿Es relevante, o no, por tanto, que haya una discrepancia al respecto del significado del color en, por ejemplo, China, en donde dicho color es signo de duelo y tendríamos, entonces, que entender que el empleo del ocre rojo no es signo de vida, sino de muerte (al margen de que una y otra comprenden el mismo acto)?. Gran número de sepulturas humanas han sido halladas debajo de hogueras, lo cual podría ser indicio de algún tipo de rito consciente y no azaroso. En tal sentido, ¿debemos despreciar la idea del “frío” que los muertos sufren y la consiguiente necesidad de calentarlos?. En Heródoto se cuenta cómo Mélisa, esposa difunta del conocido tirano Periandro de Corinto, se dirige a su marido manifestándole el frío que pasaba y, de paso, quejándose de que los vestidos con los que su esposo la había enterrado no la tornaban del frío porque no habían sido incinerados. Mundo de posibilidades que pueden no parecer extrañas (y no lo son) pero que difícilmente pueden demostrarse.
Siete. Las fresas con nata, o en su defecto yogur, es un postre apetecido en casa. El problema, me dice mi mujer, es que la nata desaparece mágicamente de la nevera en cuestión de pocas horas. Mi hijo niega cualquier tipo de implicación al respecto. Hace un par de días, leyendo uno de esos libros de Gerónimo Stilton que tanto gustan a los infantes, mi hijo me comenta, con una agudeza digna de encomio, que ya sabe qué ocurre con la nata y su misteriosa desaparición: se la devora el Comepapas, brujo desdentado y muy goloso que se suele transformar en mosca para chupar aquella nata sin “vigilancia”. Tras las pertinentes risas al respecto, le recuerdo ejemplos de seres fantásticos y legendarios cuyas particularidades son, como poco, pintorescas. Es el caso, a cuenta de las moscas, de las Cogas, brujas de Cerdeña que se metamorfosean en moscones; de Far Darrig, un colmilludo duende irlandés francamente hostil que inspira pesadillas (vano intento de acongojarlo); de Fuddettu, duende que cabalga un sapo que devora huevos de gallina y como divertimento tiene la fama de intercambiar la sal por el azúcar o el aceite por el vinagre; de Janara, famosa bruja de la Campania (cuya iconografía recuerda ciertos demonios babilónicos, los eidola griegos y representaciones vasculares de almas de difuntos etruscos), que gusta de chillar en los oídos de sus víctimas después de entrar volando por las ventanas; del duende ruso Ovinnik, que se transforma en gato negro pero ladra; y, sobre todo (le advierto), de la célebre bruja tártara que cabalga al revés y responde por Sural. Esta bruja, cuyo único temor es el agua (nunca se lava), se especializó en hacer interminables cosquillas a sus víctimas. Esta última si logró poner en guardia al niño, porque tiene cosquillas hasta en el velo del paladar.
Ocho. Cuando Anu ofrece a Adapa el pan y el agua de la vida, éste los rechaza. ¿Una vanidosa equivocación humana por la que pierde la inmortalidad o un capricho de dioses juguetones?. En Mesopotamia, la muerte provocaba temor, entendiéndose que la misma era el destino ineludible de la humanidad (por eso Gilgamesh fracasa en la búsqueda de la inmortalidad, siendo Utnapishtim-Ziusudra una excepción poco clarificadora). De hecho, los dioses decretaron la muerte para el ser humano. El fallecido va a un oscuro, frío, tétrico y poco esperanzador inframundo, en el que se come cieno y del que no se regresa, lo que implica que una vez muerto todos somos iguales y nada es imperecedero. Los dioses escapan a este terrible destino (aunque algunos mueren, por ejemplo Enuma Elis, con Kingu, Apsu y, sobre todo, Dumuzi, el Tammuz acadio que recuerda a Osiris y se relaciona con Adonis en Siria) y en eso consiste, precisamente, su divinidad. Así, la muerte es el final del hombre y no parece haber existido nada semejante a la inmortalidad del alma. Una vez muerto, del individuo quedaba el cadáver pero también el ánima, espectro o espíritu (algo sutil pero siempre material), y que no era un alma o espíritu puro. Mucha corporeidad y mucho materialismo, por tanto. Negada la inmortalidad (la única posible es formar parte de los antepasados), la tarea humana residía (afirma con contundencia la tabernera Siduri en el poema de Gilgamesh) en disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Posicionamiento muy extendido, qué duda cabe.
Nueve. La Ilíada, Sófocles, Platón, Horacio y Quinto de Esmirna; Estacio, Filóstrato, Píndaro, Apolodoro, Virgilio, Higino y Ovidio, entre otros, mencionan la muerte de Aquiles. El gran héroe épico muere a traición. De lejos le llega la flecha disparada por Apolo (o Paris). Y debe recordarse que el arco no es en la Ilíada un arma noble, como la lanza o la espada, sino un instrumento de escasa nobleza, usado por un individuo tan vil como Pándaro, que con su flecha hiere a Menelao, enfrentado en duelo con Paris. La intervención de Apolo, disparando la saeta o guiando con precisión su curso es también, se diría, un golpe bajo. El luminoso dios délfico tiene un lado terrible y sanguinario. En la épica, Apolo no maneja el cuchillo de los sacrificios, sino el arco infalible. Quinto de Esmirna resalta, de la muerte de Aquiles, la feroz enemistad del dios que actúa directamente, lanzando desde el cielo su flecha mortífera. Aquiles comete hybris al desobedecer y rechazar el mandato directo de Apolo, ciertamente. Pero se puede recordar que en la Ilíada otro caudillo aqueo, Diomedes, había combatido contra un par de deidades, y no había sido castigado tan implacablemente.
Diez. La hija de Edipo, Antígona, es la protagonista de un gesto de rebeldía ante un decreto del tirano Creonte que le impedía rendir homenaje fúnebre a su hermano Polinices (“el muy odiado”). Rebelde y solitaria, desafía al poder, defendiendo los deberes de la familia frente al Estado (que encarna Creonte). Dos derechos opuestos frente a frente, diría Hegel. Señalaría alguno que Antígona, quebrantando la ley de la ciudad, es la heroína víctima del terror del Estado, la afirmadora de una moral individualista y una mártir del amor familiar, lo cual añade elementos de gloria a su valor y una aureola romántica a su martirio. Pero Creonte, dirán otros, tiene también sus razones. Desea dar un ejemplo a la ciudad dejando sin sepultura a un desterrado fratricida que intentaba destruir su propia patria. Quiere anteponer la ley de la ciudad a los afectos personales y familiares. Quiere justicia ejemplar e inflexible, aunque también será arrastrado por la catástrofe trágica, configurándose como un verdadero héroe trágico, con su peripéteia, su hamartía y su anagnórisis, según el esquema de Aristóteles. Probablemente, el espectador griego compadecía a la joven heroína, reconociendo que merecía ser castigada por su acción descontrolada y subversiva. Y es que desde el punto de vista de la polis Creonte tenía razón: es Antígona quien desata una violencia a la que la ley del tirano quiere frenar. Creonte, como representante de la polis, tiene el derecho de disponer del cadáver del traidor, aunque el modo en que ejerce este derecho exponiendo el cadáver de Polinices ultraja a los dioses. La causa de Antígona, por su lado, es justa y justificada; su acción es justa porque suprime la ofensa a los dioses, pero también injusta, pues se opone al orden ciudadano, subvirtiendo sus jerarquías. Pero todavía hay algo más. Evitar que el cadáver de un familiar sea deshonrado es un deber que obliga a los miembros del génos, pero nunca a las mujeres, carentes de medios para velar por la honra de los difuntos. En tal sentido, Antígona posee una masculina arrogancia. No conviene olvidar que la desobediencia, esa rebeldía que comporta cierta grandeza de ánimo, se suele pagar con el sufrimiento, la catástrofe y hasta con una desastrosa muerte.
Once. Las figuras de lo Trascendente, eso que denominamos el Absoluto o el Uno, son irrepresentables, al menos en principio, pues  necesitan símbolos para poder ser nombrados (aunque sean inefables e innominables). Es decir; sin nombres, los tienen (véase Tao, Brahman, etc.). Al personalizar lo Infinito hablamos de deidades. En las religiones, los dioses tienen “función”, actuada en los mitos; tienen un nombre y, habitualmente, una representación; incluso una localización. Los dioses actúan en el mito; en consecuencia, solamente ellos, actores protagonistas, son capaces de hacer pasar de la primordialidad esencial al tiempo y espacio de nuestra experiencia. Instauran todo aquello que tiene sentido en la experiencia histórica. Así pues, en un relato de estructura mítica las divinidades importan realmente por lo que hacen, no por lo que son (se trata básicamente de dramatis personae del relato). El mito narra lo que los Dioses hicieron. Y lo hicieron en los orígenes, haciendo que las cosas sean lo que ahora son. En los rituales somos nosotros, los seres humanos, los que hacemos lo que en el mito hacen los dioses. No en vano, se dice en la Taittirîya Brâhmana que así han hecho los dioses y (por tanto) así hacen (hacemos) los humanos.
Doce. Por descontado, el mito ni es ciencia ni es historiografía. A ambas las supera ontológicamente. Si bien en el mito puede existir un componente etiológico, normalmente es secundario y no anula el otro, auténticamente esencial: el de la significación. Aunque se conozca el origen “causal” de una realidad, el mito lo ignora y se centra en su origen primordial. El acontecimiento originario narrado en el mito no explica, sino que trans-significa. Ahora bien, sin ser historiográfico, el mito sin embargo debe referirse a la historia real. Lo que ocurre es que no la describe, la interpreta. Esto es decir que a través del mito se “comprenden” las cosas (también se justifican) y, por ende, no se cambian; en tal sentido, se hacen modélicos. El mito refleja, sin dudas, la percepción de la realidad. Eso sí, cuando ésta cambia por factores exteriores a la cosmovisión, los mitos fundantes necesitan ser releídos. Por consiguiente, pueden ser “recreados”. O bien se modifican elementos específicos del relato para que en su nueva expresión reelaborada el mito vuelva a ser paradigma de la nueva “realidad”, como lo que ocurrió en aquellos del Génesis, que son relecturas, con profundas transformaciones, de mitos mesopotámicos que recalaron en Judea; o bien se producen otros nuevos, que responderán arquetípicamente a la nueva realidad. Fascinantes procesos de resignificación. En muchas ocasiones, importa más la gramática para desentrañar los textos que la dialéctica para distinguir conceptos (y hasta intuir situaciones). Y es que todo se puede a llegar a desvanecer en la niebla: el pasado puede ser borrado, el borrón olvidado y la mentira convertida en verdad.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2019.

5 de marzo de 2019

Monedas de la Antigüedad V: tetradracma de Abdera, Tracia



En la imagen un tetradracma de Abdera (Tracia), datado entre 385 y 375 a.e.c. En el anverso puede verse un grifo sentado orientado hacia la izquierda, preparándose para saltar como un resorte. Al lado, se puede leer la leyenda ABDH  (referida a la localidad). En el reverso, se lee epizhnwnos, y se aprecia al dios Hermes, desnudo pero con un manto, de pie y mirando hacia la derecha. Mantiene con firmeza un caduceo en su mano diestra, en tanto que la izquierda está extendida. A su derecha se puede observar lo que parece ser un cántaro.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2019.

2 de marzo de 2019

Historias del mito (I): enseñanza, aprendizaje y ejemplo


Uno. ¿Por qué hay que estudiar los mitos o leer los clásicos y para qué hacerlo (y no solamente los occidentales)?. Interrogante nada retórico que pulula en la mente de algunos (afortunadamente no demasiados) estudiantes, de esos que aborrecen (por ignorancia crasa) el latín, el griego o la filosofía, alentados por los febriles mercados de trabajo de futuro, centrados en más de un 95% en especializaciones tecnológicas. Será que soy uno de los últimos, y abatidos, románticos. Un par de míseros ejemplos de los muchísimos que se podrían ofrecer. Algunos saben que la Eneida, al margen de sus virtudes como poema épico, fue una obra empleada para explicar la historia romana. Gracias a un buen número de sus elementos (formales, técnicos) la obra fue reconocida y valorada en todos los tiempos, lo cual la ubica en alta estima. De entrada, la gran cantidad de comentarios que surgieron a finales del imperio occidental habla por sí solo (el perdido de Elio Donato, el de Servio, el de Macrobio), estudios que condicionaron la imagen medieval de Virgilio. Y claro, la intensa (y extensa) pervivencia en la posteridad deja a las claras su potencial. Aparte del papel de guía para Dante en la Divina Comedia, fue una referencia modélica en el épica del Renacimiento (Torcuato Tasso, con Jerusalén Liberada;  Luis de Camões con Os Lusiadas; Alonso de Ercilla y su La Araucana; y el gran John Milton, con su Paraíso Perdido), pero también en Schiller y en T.S. Elliot. Pero no se queda en la literatura la influencia. Hay que destacar la relevancia de la Eneida en Dido y Eneas, ópera barroca inglesa de Henry Purcell; los conocidos motivos y episodios presentes en las artes plásticas (Tiépolo, con el Mercurio exhorta a Eneas a que parta de Cartago;  Barocci y su Eneas huye de Troya; P. da Cortona y la Venus que se le aparece a Eneas; Thomas Jones, con Paisaje con Dido y Eneas; Guercino y La muerte de Dido; van Dyck, con la célebre Venus en la fragua de vulcano; N. Poussin… ¿y qué decir de la Metamorfosis ovidiana, de ese poema épico-mitológico o épico-didáctico que humaniza el mito, de esa obra de mitos y leyendas, de transformaciones de héroes y dioses?. Su sensibilidad y potencia visualizadora repercutió en su posterior influjo, tanto en las artes plásticas como en el cine o la creación literaria. Baste recordar unos pocos nombres, tales como Botticelli, Rubens, Delacroix; Canova; su presencia en Chaucer, Dante, Ezra Pound o Christa Wolf. O la influencia musical en piezas operísticas de Monteverdi o su reelaboración cinematográfica en manos de realizadores como Pasolini o Woody Allen…y lo que restaría por decir.
Dos. La muerte está vinculada con el espacio. Es, incluso, un elemento de la representación de aquél. En la ciudad clásica griega la norma, como es bien sabido, era que no se enterrase a los fallecidos dentro de la misma, pero había algunas excepciones, como los niños (caso de Tarento, Esparta, Megara) y, sobre todo, una relevante categoría de personas, los héroes. Un héroe puede ser enterrado tanto en el ágora (Adrasto, Teseo y los fundadores de ciudades, como Temístocles en Magnesia, o Brasidas en Amphipolis), en las murallas y puertas de la ciudad (Etolo) o en las fronteras del país (Koribo, el célebre primer vencedor olímpico que menciona Píndaro). Son tres lugares equivalentes desde la óptica de la representación del territorio. En virtud de esto, se podría argumentar que la función principal de un cadáver objeto de tales honores era que montase guardia, defendiese el territorio y asegurara la victoria (como la osamenta de Orestes). El héroe vendría a ser, entonces, una suerte de figura metonímica del territorio. Pero todavía tenemos que sumar a estos los personajes enterrados en lugares secretos (caso peculiar el de Periandro, tirano de Corinto, o el menos renombrado de Edipo en Colono). El secreto de la sepultura  reforzaba la eficacia de la “protección”. El tirano Periandro (y hasta aquí quería llegar por motivos no tan oscuros como pudiera parecer para mentes sagaces) quería evitar la suerte que había corrido su sobrino Cípselos, cuya sepultura había sido violada después de su derrocamiento. Nicolás Damasceno cuenta que el pueblo arrojó su cadáver fuera de la frontera, dejándolo sin sepultura, violó las tumbas de sus antepasados y retiró las osamentas. No creo necesario advertir ese fuera de la frontera, lo que implica que el cadáver, lejos de ser benéfico, se vuelve una especie de pharmakós a expulsar, sin dilación, del territorio para siempre jamás.
Tres. El contraste tajante entre blanco y negro no existe ni en el mito ni en la vida. En ambos existen zonas grises, y no siempre resulta fácil, ni sencillo, distinguir el héroe del villano, ni siquiera en cualquier contienda, en donde a veces se blanquea al vencedor y se ennegrece al vencido. En consecuencia, hay grises en la realidad y blancos y negros en la ficción. El que gana puede ser el duplicado del oponente vencido. Veamos unos pocos casos. El odioso enemigo (léase en la mitología griega Pitón, Tifón o Medusa, por ejemplo) es un horripilante monstruo que se metamorfosea, envía pestes y plagas, asesina, masacra, viola, roba, secuestra o siembra todos los males habidos y por haber. Del mismo modo vale decir cosas semejantes del mismísimo Zeus, que también mora en cavernas, se transforma en toro o sierpe, lanza rayos destructores o envía tempestades, diluvios; encarcela y tortura o rapta doncellas. Incluso se concilia rastreramente con todos los dioses celestes para encerrar en una caja todos los males y enviarlos a los hombres. El elegante Apolo se transforma asimismo en serpiente, en lobo, en halcón; envía pestes sobre los hombres, usurpa templos o lanza destrucciones sobre los ejércitos aqueos. El héroe panhelénico por antonomasia, Heracles, es en ocasiones cruel, arbitrario y destructivo como ninguno. Asesina a Lino, su maestro de música, masacra a sus propios hijos obnubilado por una personificada Manía y se deja llevar de mortíferos ataques de ira (o de temperamento vehemente). Así pues, los héroes se transforman en villanos. ¿Y los villanos en héroes?. ¿Acaso es muy distinto el Tifón que asalta los cielos del Zeus que antes los toma por asalto también?; y ¿en dónde reside la diferencia entre Pitón que guarda Delfos y Apolo arrebatándoselo para guardarlo él mismo?. Hay figuras inversas y simétricas. Conviene no olvidarlo en todos los aspectos de la vida. Así, no resulta para muchos difícil moverse entre opuestos. En este sentido, se entiende esta retórica tan traumática: si uno es enemigo del régimen (pensemos en el que tenemos en mente), a la mejor distribución de los alimentos se le nombra como carestía, pero si por el contrario se es amigo, a tal carestía se la califica de mejor y más eficiente distribución. Dicho de otro modo, a veces se enfatiza la lujuria disoluta del Minotauro, mientras que los raptos, violaciones y seducciones de Zeus (por ser quien es) son debilidades perdonables, explicables y hasta divertidas que quedan en segundo plano.
Cuatro. En respuesta a una de las preguntas del rey Gylfi se le responde que la tierra es un gran círculo y que más allá se encuentra el Gran Mar. Los gigantes viven en la orilla de ese gran mar, pero se les impide entrar en otros lugares de la tierra gracias a un gran seto creado con las pestañas de Ymir, el gigante del hielo. Ese poderoso seto frontera es Midgard, recinto central o, como también lo llaman, la Tierra Media (Asgard, por su parte, sería el hogar de los dioses). Ese es el lugar en el que viven los humanos. Las primeras personas fueron creadas por Odín y sus dos hermanos (Vili y Ve) a partir de piezas de madera que encontraron a orillas del mar. Formaron un hombre con dicha madera y lo llamaron Ask; ensamblaron también una mujer y la llamaron Embla. Tanto Odín como sus hermanos entregaron regalos a esas personas recién creadas. El primero les dio vida, Vili consciencia y movimiento, mientras que el tercero voz, oído y vista. Si no fuera por esa bondad desinteresada de las deidades, la encorsetada rigidez de madera de los humanos seguiría muy presente, como de hecho lo está en más de uno. Cuando se creó el mundo, por su parte, la tierra se formó del cuerpo de Ymir. En su carne vivían criaturas que surgieron de la misma forma que lo hacen los gusanos en la carne en descomposición. Fue decisión divina, sentados en el templo de Gladsheim, que tales “seres” podían adoptar la forma y el raciocinio de los hombres, pero seguir habitando en la tierra y las rocas como viles reptiles. Es el origen de los enanos (más pequeños mental que físicamente).
Cinco. En Japón, desde la antigüedad, la serpiente ha sido venerada como deidad de montañas y ríos, de ahí que sea el espíritu de lagunas y pantanos. Al tiempo, se la ha respetado, hasta tiempos actuales, como protectora de los hogares. En los mitos del Kojiki un reptil gigantesco de ocho cabezas y el mismo número de colas fue derrotado por el héroe Susanoo (un encuentro que pareciera tener cierto eco con el de Heracles y la hidra de Lerna). Susanoo descendió a la tierra y allí encontró a un par de desolados ancianos que se lamentaban porque una sierpe se comía una tras otra a sus hijas, hasta que de ocho solamente les quedaba una. El héroe hizo que la serpiente bebiera gran cantidad de sake y luego la mató cuando estaba completamente ebria. Pero también este reptil se empleaba como representación del rencor, los celos, la avaricia y al obstinación. En el grabado de la imagen (Obstinación. Cien historias ilustradas, Katsushika Hokusai, en donde se aprecia a Hebi, la serpiente Yokai) se ve una serpiente, que simboliza un alma carcomida por los celos. Tras su muerte, no abandona el mundo y, en consecuencia, no alcanza el Paraíso a pesar de que, como se aprecia en la tablilla mortuoria, recibió un nombre póstumo budista y los monjes celebraban oficios para propiciar su descanso en paz. No en vano, la iconografía de la diosa de la fortuna Benzaiten (análoga a la Saraswati india) la muestra acompañada de una sierpe, sinónimo de “celos”. En un ámbito popular es muy famoso un reptil semi legendario llamado tsuchinoko, que chilla como un ratoncillo. Para terminar, no se puede dejar de mencionar la leyenda del monje Anchin y de Kiyohime, en el templo Dojoji de Wakayama. Anchin era un bonzo que estaba de peregrinación al templo de Kumano. Por el camino fue asaltado por la joven Kiyohime. Tuvo que prometerle que se casaría con ella a su regreso. Sin embargo, al final quiso escapar del compromiso. La joven, convertida en serpiente, lo persiguió sin descanso. Alcanzó al monje en el Dojoji, en donde se había escondido en el interior de una campana. Kiyohime, en realidad un espíritu del río, rodeó la campana con su cuerpo y lo quemó vivo en su interior.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Braga. Marzo, 2019.