17 de junio de 2017

El ámbito geográfico en la mitología egipcia





Imágenes (de arriba hacia abajo): disco solar con la cobra Wadjet protegiendo el nombre del faraón egipcio Tutankamon. Dinastía XVIII, hacia 1350 a.e.c.; Hapy llevando una corona de flores de loto. Muro del templo de Seti I, bancada occidental del Nilo, Luxor y; Osiris paseando o navegando por las estrellas en su barca estelar de la eternidad. Techo estelar en el templo de Hathor, en Denderah.

El duat, el mundo subterráneo a través del cual el dios del sol y los seres humanos fallecidos tienen que viajar, se encontraba atravesado por un poderoso río, contenía desiertos infestados de serpientes, lagos de fuego e islas misteriosas. En una sección de los Textos de los Sarcófagos conocida como El Libro de los Dos Caminos, existían mapas que mostraban la localización de los cielos para el muerto, como el Campo de las Ofrendas y las Mansiones de Tot y Osiris.  Uno de los senderos a través del mundo subterráneo era por el agua, mientras que otro por tierra[1]. Los paisajes míticos se han inspirado, en consecuencia, en la peculiar geografía egipcia.
Los afloramientos rocosos y las colinas cónicas que asemejan las pirámides posteriores fueron marcas del terreno y lugares de reunión. Las tierras húmedas y verdes con hierba eran el hogar de una gran variedad de vida salvaje. Muchos animales, como el buitre, el león, el chacal o la gacela, entre otros varios, fueron asociados con las deidades egipcias. La ausencia de precipitaciones regulares hizo imperativo que la gente buscase fuentes permanentes de agua. Algunos grupos, los más, se asentaron en los márgenes del valle del Nilo y se aventuraron hacia las zonas pantanosas entre animales como hipopótamos, cocodrilos, toros salvajes o serpientes. En el IV milenio a.e.c. la gran mayoría de la población se encontraba asentada en el valle. Las zonas pantanosas fueron drenadas y liberadas de vegetación, de manera que comenzaron a florecer granjas de cereales y la agricultura se practicó a gran escala. Estos acontecimientos fueron hechos comprensibles a través del mito en el que Osiris viajaba entre la humanidad enseñándole las artes agrícolas[2]
El río Nilo es un factor geográfico omnipresente sin el que Egipto no se entendería. En el Delta del Nilo unas pocas colinas arenosas permanecían sobre el nivel de inundación. Este factor puede explicar porqué se decía en Heliópolis y en los sitios del norte de Egipto, que los montículos primigenios presentes en el mito estaban hechos de arena pura. En la cosmología, tanto el reino celestial como el inframundo poseían un río que discurría a través de ambos. En Egipto, la luna, el sol y las estrellas se mostraban navegando los cielos en botes. Tal es así que uno de los nombres para Egipto fue el de Dos Bancadas, en tanto que el río unificaba y, a la vez, dividía el país.
Nunca hubo puentes en el Nilo en la antigüedad, de forma que atravesar de una orilla a la otra suponía un riesgo de muerte, bien por ahogamiento o por la elevada posibilidad de ser devorado por un cocodrilo. El peligroso viaje en barco llegó a ser una parte central en el mito egipcio. El barco del dios del sol siempre era atacado por una manada de asnos salvajes o por la sierpe del caso, Apep-Apofis. La barca que llevaba el cuerpo de Osiris debía pasar a través de un conjunto de enemigos antes del que el dios renaciese de nuevo. Es bien conocido que la bancada oriental del Nilo, donde nace el sol, era el reino de la vida y, por consiguiente, el más apropiado lugar para erigir templos y ciudades, mientras que la bancada occidental, en donde se ponía el sol, era designada como  el reino del muerto y, por tanto, el lugar apropiado para edificar tumbas, cementerios y templos mortuorios.
Los egipcios contemplaron su territorio como dividido en dos zonas, la fértil Tierra Negra de la llanura inundable, la peligrosa Tierra Roja de los desiertos que rodean a la primera[3]. Isis, Osiris y Horus fueron las deidades asociadas a la primera región, en tanto que Neftis, Anubis y Set, lo fueron a la segunda. La Tierra Negra estaba bajo la constante amenaza del mar Mediterráneo y del desierto circundante. El Mediterráneo era conocido como Gran Verde, aunque un término más genérico fue el Enceñidor, el que circunda o rodea (y, por tanto, puede constreñir). De hecho, se creía que el océano primigenio, desde el cual el creador había emergido, rodeaba el mundo. La costa egipcia necesitaba elevados depósitos de limo para mantener la costa encima del nivel del mar. Una tierra contaminada con sal era inútil para el cultivo. Es por eso que un mito presentaba al Mediterráneo como un monstruo codicioso que amenazaba con cubrir la tierra entera a menos que se le ofrecieran tributos, que incluían una bella deidad, en este caso Astarté. Set, el más fuerte de los dioses, será el encargado, finalmente, de devolver el monstruo al mar[4].
Se pensaba que la fuente principal del Nilo estaba en el océano primigenio. La inundación anual era descrita, en consecuencia, como el retorno de Egipto a su estado primigenio. Las aguas de las crecidas tenían que ser cuidadosamente controladas por sistemas de de canales y diques para, de esa manera, impedir desastres.
Por tal motivo, se ofrecía más una adoración a los controladores divinos del Nilo, como los dioses creadores y las diosas de las estrellas, que al río mismo. Dieciséis vasijas, o el mismo número de figuras de Hapy, quien personificaba los aspectos benevolentes de la inundación, solían ubicarse en algunos templos para representar el nivel perfecto de agua. Con el paso del tiempo, ciertos mitos fueron reconfigurados para explicar la crecida y asegurar, así, su uniforme continuidad. De tal manera, las lágrimas que vierte Isis por su marido, así como las sustancias que transpira su cuerpo, se convirtieron en causas de la inundación. El poder de la inundación, para traer vida y muerte se vincula con el mito del Diosa Distante, una hija de Ra, la cual tras un altercado con su padre, se fue a vivir al desierto, y a la que se persuadía para que regresase.
Los desiertos que rodeaban la Tierra Roja contenían importantes recursos vitales para los egipcios, como minerales o piedras necesarias para las construcciones. Por ese motivo, se enviaban expediciones para explotar tales recursos, aun a riesgo de morir de cansancio, de calor o por alguna tormenta de arena. La imperiosa necesidad de mantener limpios de arena los canales de irrigación era tan importante que, incluso, se esperaba que fuese también un trabajo que había que desempeñar en la otra vida.  En virtud de estas condiciones medioambientales no es sorprendente que la mitología egipcia haya estructurado la vida como una constante lucha entre las fuerzas del orden y las del caos. En esa batalla todos debían participar.
Los egipcios podían, eventualmente, dejar el mundo ordenado y penetrar en una zona pantanosa o desértica. Las áreas de marjales se localizaban en  las proximidades del valle del Nilo y, sobre todo, en ciertas zonas del Delta. Estas regiones pantanosas eran representadas en el arte egipcio y empleadas en la literatura como lugares de deleite pero también de extremo peligro. Eran territorios sacros para Hathor-Sekhet, la Gran Diosa Vaca, Sobek, el Señor de los Lagos, o Wadjet, la diosa cobra. En ocasiones, los fallecidos eran mostrados en las pinturas murales de las tumbas cazando o pescando en el dominio de esas divinidades. Los tranquilos cañaverales del Delta inspiraron el paraíso egipcio conocido como el Campo de las Cañas. No es difícil imaginar que las altas y delgadas plantas de papiro ocultasen la isla flotante de Chemmis, en donde la diosa Isis había dado a luz a su hijo Horus. 
Del mismo modo, peligrosos seres sobrenaturales podían hallarse más allá de las colinas que bordeaban el valle del Nilo. Hasta alrededor de 1500 a.e.c., el desierto fue imaginado como la casa de monstruos tales como felinos con cabeza de sierpe, grifos, o del dios Set, que mezclaba en sí elementos diversos de animales exóticos. Así, la gran Esfinge de Giza, con su cuerpo leonino y cabeza humana, se concebía como un monstruo del desierto que luchaba para el beneficio del orden. El profundo desierto era, asimismo, el reino de la Diosa Distante o la que Anda Errante en la Lejanía. Su historia se localizaba, en ocasiones, en el desierto occidental, en Libia, en el del sur (nubio), o, incluso, en la remota tierra de Punt. La diosa andaba vagando en la forma de un gato salvaje, una leona o un grifo hembra. Los dioses que eran enviados en su busca para encontrarla debían disfrazarse ellos mismos de monos o simios para correr menos riesgos al aproximarse a ella. El mismo Tot, el dios de la sabiduría, tuvo que emplear toda su elocuencia para persuadir a esta hija de Ra para que dejase su medioambiente salvaje y regresase a la sociedad civilizada en el valle del Nilo. El dios describe cuán desolado se encuentra Egipto sin su radiante presencia.
En muchas historias ocurrían cosas terribles a las gentes que dejaban Egipto. Es el caso, por ejemplo, de un príncipe que es atacado por un perro, una sierpe y un cocodrilo (El Príncipe Condenado), o de un sacerdote que es saqueado por piratas (El Viaje de Wenamun). El regreso del héroe a Egipto, con mayor sabiduría que la que poseía al salir, era el normal y apropiado final de estas historias.  El caso bien conocido de Sinuhé también es paradigmático. Al comienzo de esta historia Sinuhé se ve obligado a huir de Egipto después de haber sido implicado en un complot para asesinar el rey Amenemhet I (1985-1956 a.e.c.). Es forzado a exiliarse y vivir entre los moradores de las arenas.
Desde tiempos arcaicos, cada asentamiento, de cualquier consideración, poseía un santuario dedicado al dios o diosa que presidía la región. En ciertos períodos el gobernador hacía las veces también de gran sacerdote de la divinidad local. Eventualmente, cada uno de los cuarenta y dos nomos o distritos administrativos de Egipto tuvieron su deidad local o grupo de ellas. Esos nomos estaban representados por símbolos similares a los escudos heráldicos, que debían vincularse a la deidad del nomo o al título original del mismo. El décimo quinto nomo del Alto Egipto fue denominado el nomo de la Liebre, y estaba representado por uno de estos animales, aunque las divinidades que lo presidían eran Tot y la Ogdóada de Hermópolis. El décimo séptimo, por su parte, se llamaba el nomo del Chacal, y estaba representado por un chacal sentado con una pluma. El dios que presidía era, por supuesto, el dios chacal, Anubis.
Las tradiciones locales fueron, muy a menudo, registradas en listas de seres, lugares y objetos sacros. En este sentido, un papiro hallado en Tanis enlista los festivales, cementerios, tabúes, animales sacros, peces, deidades-sierpe, montículos, lagos y árboles sagrados de cada nomo[5]. Tales listas persiguen mostrar la variedad de creencias más allá de la uniformidad impuesta en el arte de los templos.
Los rasgos topográficos como los montículos con antiguos árboles o los huecos en los acantilados que asemejaban las legendarias montañas del horizonte, debieron dar comienzo a una mítica asociación, si bien tales asociaciones  serían reforzadas en ciertas épocas por acciones rituales. Las asociaciones debieron ser fomentadas por la manipulación artificial del paisaje. Los montículos serían construidos para llegar a ser el montículo primigenio o el lugar de residencia de Osiris. Lagunas o piscinas rituales fueron excavadas en los templos. Fueron empleadas para simbolizar el océano primigenio o el lugar en el que se desarrolló el gran combate acuoso entre Horus y Set.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP, Granada. Junio, 2017.



[1] El camino del sol diurno podía ser concebido como una vaca celeste o como la diosa desnuda Nut, mientras que el camino del sol nocturno era, en ocasiones, pensado como un sendero bajo tierra o dentro del cuerpo de Nut.
[2] Inicialmente, las personas que llegarían a ser los antiguos egipcios eran cazadores y pastores de ganado y tenían un modo de vida semi nómada. 
[3] Kemet, tierra negra y desheret, tierra rojiza. Esta última representa el desierto, los países foráneos y los terrenos áridos. El rojo simboliza desolación, muerte, en oposición al negro o verde, que implica regeneración.
[4] La historia, que parece una adaptación de un mito ugarítico de Siria, fue casi trascendente en el Delta oriental, en donde Set, quien a la postre hizo huir al monstruo hacia el mar, fue una deidad muy popular.
[5] Un rollo ilustrado conocido como Papiro Jumilhac, datado hacia el siglo IV a.e.c., incluye mitos que explican los distintivos rasgos del nomo del Chacal, como los topónimos, los rituales, minerales, las plantas inusuales y los rasgos topográficos.

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