Imágenes: representación
decorativa del ave mítica Garuda; y Pashupati-Shiva, con diez brazos de pie sobre su
montura, el toro Nandi.
La
transformación interna del vedismo al hinduismo se fundamenta en la sustitución
del concepto de rta, el cosmos
ordenado, el ordenamiento sacrificial en el contexto humano, por el de dharma, la ley cósmica y moral que
subyace al Universo. Tal cambio sigue la evolución socio-política y responde al
reto de las religiones salvíficas. El monarca protege ahora a su reino y al
mundo a través de su buena conducta más que por mediación de una exactitud ritual
a la hora de llevar a cabo los sacrificios.
En
términos genéricos, la religión se individualiza y se interioriza. Los ritos
solemnes, excepto la consagración real o rajasuya,
son remplazados por los familiares y domésticos. Además, los sacrificios de animales
son ahora sustituidos, por la innegable influencia de la noción de ahimsa (no violencia absoluta), por
ofrendas vegetales. El continuado ascenso de la moral se asocia con la difusión
de los ritos expiatorios, como plegarias o lustraciones en ayuno y continencia.
Las donaciones a los brahmanes, así como las peregrinaciones a lugares sagrados
se convierten en habituales, surgiendo de paso la figura del renunciante que,
rompiendo con la sociedad, mendigando itinerante su sustento y retirándose a los bosques fuera de la
civilización mundana, busca afanosamente la liberación.
La
impermanencia afecta ahora a los dioses por efecto del samsara, lo cual da pie a la modificación del panteón y a la
introducción de una nueva jerarquía divina. Indra acaba perdiendo su
preeminencia y el resto de deidades se someten a la trimurti que configuran
Brahma, el creador, Visnú el estabilizador y el ambiguo Siva. Brahma
paulatinamente pierde su condición creadora y se acaba confundiendo con el Brahmán,
de carácter intemporal y absoluto, propio de las especulaciones filosóficas y
teosóficas. Siva, es tanto destructor, asociado a lo oscuro, las tinieblas y
los sitios de cremación, como Yogesvara
o asceta primordial, que mora en el legendario monte Kailasa en las montañas
del Himalaya.
Además
de esta tríada hinduista, impuesta desde la épica del Ramayana y Mahabharata,
existirán otras deidades que recibirán culto habitual, si bien como
subordinadas de divinidades superiores o bien tutelares de grupos o individuos.
Vayu será considerado como monarca de los Apsaras y Gandharvas; Surya decae; Agni pasará del Veda
a los altares domésticos privados y la poesía, Kubera y Yama seguirán siendo
dioses de las riquezas y los infiernos, respectivamente, en tanto que Kama,
dios del amor, tras desaparecer por obra de Siva, será rehabilitado y renacerá
como vástago de Rukmini y Krishna. Deidades y seres mitológicos empezarán a
poblar el panteón, caso del ave Garuda, la serpiente de la inmortalidad Ananta,
el célebre rey de los monos Hanumán, del Ramayana, o el toro Nandi, la regia
montura de Siva. Otros animales empezarán a recibir culto con el hinduismo. El
ejemplo más paradigmático es el de la vaca. Además de los animales, también
serán veneradas las plantas y las piedras. La exclusividad, en fin, de las
distintas divinidades, acabará dependiendo de las diferentes sectas que se
empezarán a constituir hacia el siglo IV, sobre todo aquellas vinculadas con
Visnú y Siva.
La
identificación de los reyes Kushana[1]
con ciertos dioses hindúes ayudará a la consolidación de esta evolución
religiosa. La legitimación religiosa fue relevante para estos monarcas
extranjeros, pues les serviría como un poderoso mecanismo ideológico de
sustentación, al modo de la deificación de los soberanos helenísticos, iranios
y hasta del bajo imperio romano. El contexto político, exento de estados
centralizados, como los imperios Shaka y Kushana, agregaciones a escala mayor
de gobiernos locales, explica también esta tendencia evolutiva religiosa.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Junio, 2019.
[1] Unos nómadas desplazados de las
estepas de Asia por los xiongnu en el siglo II a.e.c., se sedentarizan y se
organizan en cinco circunscripciones tribales en Bactria. De estas jefaturas o yabgu saldría el reino Kushana. Su
probudista rey Kadphises conquista la región de Kabul y Cachemira, mientras que
su hijo, devoto de Siva, entra en India hasta Mathura. Será otro rey, kanishka,
el que extienda la autoridad kushana hasta Gujarat y Varanasi. Fue uno de los
grandes benefactores del budismo, aunque también fue un gran devoto de Mitra,
de ahí el gran sincretismo cultural de la época. El último de estos soberanos
kushana fue Vasudeva. El poder kushan se mantendrá en Afganistán y el Asia central
hasta la llegada de los sasánidas a comienzos de la tercera centuria de nuestra
era. Los Shaka, por su parte, se establecen en Afganistán meridional hacia el
siglo I a.e.c. Allí algunos se mezclan con los escitas y otros entran en India.
Formaron una confederación de jefes tribales que portaban un título persa (shahi). A mediados del siglo I a.e.c.
fueron desplazados por la fuerza de un indoparto de nombre Gondopharnes. Se
trata del rey que aparece en las actas de Santo Tomás y que posteriormente sería
transformado, por influencia armenia, en Kaspar, uno de los magi de la tradición cristiana.
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