1 de julio de 2019

Las raíces de la Céltica hispánica


Las raíces profundas del ámbito celta no se encuentran ni en la Edad de Hierro ni en la de Bronce. Es muy probable que pudiera haber estado en las culturas del vaso campaniforme (III milenio a.e.c.). Se trata de una serie de culturas que se extendieron por grandes regiones de Europa occidental y central. Con ellas pudo haberse iniciado un proceso formativo, dilatado en el tiempo, que en la Edad del Bronce cristalizaría en las distintas poblaciones celtas. La amplia extensión de eso que se denomina Céltica (del Atlántico a la Europa central), así como su variabilidad y diversidad internas, podría ser explicada de esta manera.
La Céltica sería una de las provincias indoeuropeas, un grupo de comunidades que hablaban una lengua celta en el período protohistórico. Se trataría de una Céltica heterogénea, diversa, muy dinámica y polimórfica, divisible en atlántica y británica, gala y continental, hispánica y meridional, oriental y gálata. La Céltica habría surgido a fines de la Edad de Bronce, entre 1200 y 750 a.e.c., y su peculiaridad principal sería la presencia de sociedades jerarquizadas con un componente ideológico guerrero, a cuyo frente se situarían grupos aristocráticos. Estaríamos hablando de sociedades esencialmente ganaderas y que comercializarían productos como el bronce.
La configuración de la Hispania céltica habría sido posible debido a la existencia de un sustrato anterior, vinculado al mundo indoeuropeo (protocelta), sobre el que el accionar de grupos celtas propiciarían el surgimiento de diferentes niveles de desarrollo y grado de celticidad. Habría, en tal sentido, dos grandes grupos de celticidad hispánica, relacionados con dos lenguas distintas. El primero, sería el grupo del oeste y noroeste peninsular (de lengua denominada “lusitano”, o céltico -P, la más antigua lengua celta conocida, próxima al indoeuropeo antiguo); se trataría del grupo lusitano-galaico, centro del celtismo arcaizante peninsular, de sustrato indoeuropeo protocéltico y asociado a una cultura de castros; el segundo, sería el grupo celtibérico (el más celta de la Hispania prerromana), de lengua llamada céltico -Q, de mayor antigüedad que lenguas como el britónico de Bretaña o el goidélico irlandés. Se trataría de un grupo próximo al modelo de celticidad centroeuropeo, que acabaría desarrollando una cultura de oppida, y que se vería influenciado por la cultura ibérica (que ocuparía un área peninsular no indoeuropea). Este mundo celtibérico se originaría con la llegada al noroeste de la meseta de la cultura de los campos de urnas (cultura de la Europa central desarrollada hacia 1200 a.e.c., en el Bronce Final).
En el resto del interior peninsular (del mundo vettón al de los cántabros, con vacceos, carpetanos y astures), habría una zona transicional entre el ámbito lusitano-galaico y el mundo celtibérico. A pesar de la romanización de la Céltica a finales del siglo I a.e.c., algunos rasgos culturales, tradiciones y hasta lenguas célticas, habrían sobrevivido en forma de mitología irlandesa (ciclo del Ulster) y de folclore británico (ciclo artúrico).
Finalmente, no está de más completar esta panorámica arqueológico-lingüística con la perspectiva genética. Los estudios genéticos parecen afirmar la tesis de que la huella genética de los pueblos prerromanos todavía es la primordial entre los españoles en la actualidad, a pesar de la posterior presencia de romanos, visigodos, musulmanes y judíos. El marcador genético compartido por todos los españoles es el característico de Gales, Irlanda y Escocia y, en menor medida, de Bélgica e Inglaterra.



Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, julio, 2019

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