Las
cosmogonías son actos que requieren un proceso y, por tanto, no son
instantáneas. En algunos casos, esos procesos comienzan de un modo automático,
casi automático, pero en otros hay una deidad demiúrgica que inicia y organiza
el proceso. Las cosmogonías acontecen en un determinado tiempo, sacro e inicial
y, en numerosos casos, se asocian a rituales, si bien pueden tener otras funciones
(de carácter político, cómico). Estos relatos se conciben desde la concepción
que se tenga del mundo. Se puede entender el mito cosmogónico como una negación
de la evolución de las cosas, de la historia, pues proyecta una imagen de
quietismo de un mundo fundado en una temporalidad original. Las cosmogonías no
se refieren únicamente, al nacimiento del mundo, sino también, y esencialmente,
al proceso de configuración del orden del mismo.
Las
varias cosmogonías griegas presentan variaciones en sus elementos
constitutivos, estableciendo modelos diferentes que tal vez traduzcan
determinadas visiones del estatus y jerarquía que los componentes tienen en el
mundo. Así, sin ir más lejos, en los orígenes puede aparecer el Éter, el Agua o
el Tiempo, además de otras varias entidades. Las características que presentan
en común son paralelas a aquellas presentes en los relatos y esquemas
próximo-orientales.
La
organización del mundo no se concibe como un proceso creativo, sino como un
ordenamiento cuasi automático y mecánico. No responde a los deseos de un
creador que lo organiza todo. El tránsito ocurre desde un estado en quietud,
desordenado, informal y no clasificado, a otro organizado y en movimiento
continuo. El esquema narrativo de las cosmogonías helénicas se inserta en
esquemas que funcionan, operativamente, a través de disociaciones desde un
estado inicial indiferenciado. Tales disociaciones acostumbran a ser de pares
de elementos que se oponen, las cuales configuran una realidad de fundamento
positivo. Se trata, en consecuencia, de la presencia de la noción de polaridad
en pleno funcionamiento. Las primeras son estrictamente mecánicas, pero
posteriormente ya se producen a través de uniones sexuales.
Por
otra parte, el ordenamiento del mundo no es repentino. Hay fases, de las cuales
la intermedia presenta una abundancia activa de monstruos, así como un período
de denodadas luchas. Estos combates se llevan a cabo entre los poderes del
desorden y aquellos del mundo ordenado. Hay que tener en cuenta que los
representantes del desorden no son derrotados de modo definitivo (como en la
mitología egipcia), sino provisionalmente, dejando con ello abierta la posibilidad
de su reaparición en numerosas formas, tales como diversos cataclismos y
terremotos. En los mitos, los diferentes seres monstruosos suelen rebelarse
contra la deidad principal. Esta situación, que presupone una de continua
alerta y vigilancia, es necesaria para que el mundo avance como debe, teniendo
en cuenta que imponer un orden taxativo, sin que exista la posibilidad de una
ruptura, podría dar lugar a un ordenamiento letárgico y acomodado.
En
la antigua Grecia también existieron cosmogonías filosóficas, en las que se
presentan explicaciones acerca del origen del mundo. Es el caso de las de los
filósofos presocráticos. Estas cosmogonías mantienen los esquemas de las
míticas, aunque las despersonalizan, convirtiendo sus aspectos en elementos
físicos. Entre las diferentes cosmogonías del antiguo mundo griego destacan la
hesiódica, las cosmogonías órficas (por ejemplo de la Helanico y Jerónimo), la
cosmogonía paródica de Aristófanes incluida en su comedia Las Aves, y la
atribuida a una controvertida figura como fue Epiménides.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, agosto, 2019.
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