Hasta
el día de hoy, la muerte se nos presenta como una ley ineluctable, una
necesidad inherente a la especie, a la naturaleza y a la propia vida. Es la
muerte la certeza crucial para el ser humano. Aunque míticamente personificada
(como segadora) o de otros modos, con nombres femeninos (léase muerte o
defunción) o con términos masculinos (fallecimiento, óbito, deceso), la muerte
es, por supuesto, un hecho real y concreto. Desde la perspectiva de la
percepción, la imaginación y las vivencias, la muerte llega a ser inaprensible,
si bien se entienden con claridad los procesos irreversibles que conducen hacia
ella, tanto las degradaciones energéticas como los radicales cambios de estado.
La
muerte afecta a los seres vivos, pero también a todo aquello con dimensión
temporal. Así, los sistemas culturales y las etnias entran en decadencia, las
sociedades se desmoronan y los objetos se desgastan hasta transformarse en
ruinas. Incluso mueren las estrellas. Desde una perspectiva humana se habla de
muerte física (caída en lo homogéneo); de muerte biológica, que culmina en el
cadáver; de muerte psíquica, aquella del “loco”; de muerte social. Hasta la
condición de jubilación (defunctus) o
la reclusión en el asilo serían una suerte de muerte en vida. A todo lo
anterior se podría agregar la muerte espiritual, la del alma en pecado (doctrina
cristiana). También desde una óptica de las vivencias humanas, se muere para la
conciencia lúcida en la demencia senil y para la conciencia en general en el
coma prolongado; uno se muere para la vida vigorosa en la vejez y para la vida
misma en la muerte cerebral. Hay que añadir que se muere para la sociedad en el
destierro o en la pena infamante; o bien se puede también morir para sí mismo
(suicidio).
Siempre
se encuentra en la muerte el tema del corte, la separación. Los muertos y sus
deudos son física y socialmente excluidos de los vivos, el loco recluido en un
psiquiátrico y el pecador no arrepentido apartado de la Iglesia. Hasta el
delincuente es marginal. Hay un alejamiento espacial que conlleva algún agente
que ejecuta así como una víctima, como el medio natural; la enfermedad
(destruye el equilibrio orgánico); la sociedad que rechaza y excluye, el hombre
que asesina o se mata. Las víctimas serían el putrefacto cadáver biológico, el
alma condenada, el excluido (cadáver social) o, incluso, el aparecido que vaga
sin rumbo por toda la eternidad.
Existen
además, formas colectivas de la muerte, entre las que cabe remarcar las catástrofes
naturales, o las provocadas indirecta o voluntariamente por el hombre, las
pandemias, la guerra y la muerte de las sociedades o de las culturas. Han
existido diversos modos de destruir las sociedades y las culturas, como
masacrar o asimilar, expulsar, encerrar en reservas, suprimir, utilizar y hasta
esterilizar. Este tipo de muerte grupal priva a un pueblo de su cultura, sus
valores propios y sus raíces, impidiéndole, por consiguiente, preservar su
identidad.
La
muerte es cotidiana, natural (aunque se presenta como una agresión) aleatoria
(referida a la incertidumbre del acontecer de la misma) universal (todo lo vivo
está destinado a desaparecer, factor que puede trivializar la acción de la
muerte). Por todos estos aspectos resulta inclasificable.
Se
muere siempre de manera progresiva, tanto en la agonía como en la muerte
súbita, a la vez que por grados y por
partes, pues la muerte es un proceso, no un estado. Es posible morir antes de haber
nacido (el aborto o la muerte de ciertas células para la formación normal de
los miembros). No obstante, es la vejez el preludio más notable, pues mata por
desgaste y por un mal funcionamiento de los órganos, así como por un incremento
de la fragilidad. Es decir, la vejez es (ya prácticamente) la muerte, en tanto
que muerte social y socioeconómica, además de psicológica (para aquellos con demencia
senil o semi vegetativos). La vejez expresa la muerte que se está elaborando, que
está ya ahí.
Nuestra
sociedad actual, que se sabe mortal, rechaza sin embargo la muerte. La muerte
ocultada es la muerte en otro lugar, fuera del lenguaje, de la naturaleza y del
hogar (a diferencia de lo que ocurría antaño). El difunto, además, es obsceno y
proscrito; parece estar de más. La muerte es a la vez fascinante y horrorosa.
Es horrible porque propicia la separación para siempre de los que se aman y
hace que nuestros cuerpos se desintegren de un modo innoble. Pero es fascinante
porque renueva a los vivos y llega a ser inspiradora de nuestras reflexiones y
hasta nuestras obras de arte. Además, su estudio configura un camino apropiado para
captar el espíritu de la época así como los recursos de la imaginación.
Se
podría señalar, para concluir, que la muerte continúa más allá de la vida, pero
también la vida persiste más allá de la muerte, tanto en la realidad como,
sobre todo, en la imaginación. Y es que, recuérdese, la muerte no es sino un
estadio del ciclo vital, en tanto que vida y muerte son complementarias.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP. diciembre, 2017.
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