Imágenes, (desde arriba
hacia abajo): sello micénico que muestra la Diosa con la doble hacha cercana al
árbol vital. Hacia 1500 a.e.c.; representación de la diosa-abeja en una placa de
oro hallada en Camiros, Rodas. Datada entre 800 y 700 a.e.c.; sello de anillo
dorado del sepulcro de Isopata, donde se ve una epifanía con diosa abeja, un
niño y una sacerdotisa en un campo de flores (lirios). Hacia 1450 a.e.c. y; fresco
mural (La parisiense), que muestra
una sacerdotisa minoica con nudo sacro. Cnosos, 1500 a.e.c.
El
hacha doble es un símbolo muy arcaico. Hay constancia del mismo en cuevas del
Paleolítico, como Niaux, en el sudoeste de Francia, y también en el neolítico,
específicamente en el yacimiento de Tell Halaf, en el actual Irak. En Creta es
un motivo recurrente. Aquí, grandes hachas de bronce y de doble filo, con
largos mangos, se colocaban a los lados del altar de la deidad, donde las
oficiantes al celebrar sus ritos las sostenían en las manos o sobre sus propias
cabezas. Es sabido que señalaban la entrada a sus santuarios.
El
hacha, de carácter sacro, se configuraba como el instrumento ritual que
sacrificaba al toro, animal cultual que encarnaba, en el ámbito de la cultura
cretense, el poder regenerador de la deidad femenina. Es probable que el sacrificio del animal
macho, visualizado como símbolo de la fertilidad, renovase el ciclo vital. En
Creta, como en el antiguo Egipto, se adoraba el árbol (imagen de la diosa), de
forma que se requería una ceremonia específica, además de un hacha sagrada, cuando
se talaba un árbol. El hacha nunca aparece en Creta sostenida por un varón ni
por un sacerdote, hecho que podría indicar la ausencia de una asociación aria,
que posteriormente vincularía el hacha con el dios del trueno y el grito en la
batalla.
Se
ha interpretado que los dobles filos del hacha se desarrollaron a partir de la
imagen de la mariposa en el Neolítico. En este sentido, la doble hacha imitaría
de una manera precisa las alas dobles de ese insecto que se metamorfosea. La
mariposa es todavía en muchos lugares una imagen representativa del alma, hasta
el punto que en Grecia el mismo término designaba a las dos (psyché).
Otro
insecto, en este caso la abeja, en paralelo a las mariposas, pertenecen ambas a
la imagen de la deidad de la regeneración. Creencias arcaicas afirmaban que las
abejas habían salido del cadáver de un toro. La asociación entre toro y abeja
se constata ya en el Neolítico a través de la imagen de la diosa abeja grabada
en la cabeza de un toro. Mucho tiempo después, hacia el siglo III, el griego
Porfirio sigue utilizando las mismas imágenes para hablar de deidades griegas
posteriores. Así, las sacerdotisas de Deméter se llaman melissae; esto es, abejas, aludiendo a las iniciadas de esta deidad
ctónica; con el nombre Melitodes se
conocía a la misma Core, mientras que Ártemis, relacionada con la Luna y con
competencia en los alumbramientos, fue llamada Melisa, pues al ser la luna un
toro, las abejas son engendradas de este animal.
En
este caso, la abeja, el toro y la Luna están asociados en el simbolismo de la
renovación. En la cultura cretense la abeja significó también vida que proviene
de la muerte, del mismo modo que el escarabajo en Egipto. Por otra parte, el
producto de las abejas, la miel, era empleada para embalsamar y preservar así
los cuerpos de los fallecidos. De hecho, algunas grandes tinajas (pithoi), halladas en las excavaciones de
Cnosos, se emplearon para almacenar miel. La apicultura minoica está muy bien
documentada en textos de lineal A, en donde se pueden apreciar dibujos de
colmenas, un testimonio que puede remontarse factiblemente hasta el Neolítico.
Además, la
miel disfrutó de un rol capital en los ceremoniales de año nuevo entre los
minoicos.
En
el ámbito cultura griego las abejas se consideraban como la forma resucitada
del toro ya muerto y también como las almas de los fallecidos. El mito de zoé, es decir, la vida indestructible,
aludiría al despertar de las abejas desde un animal muerto. A todo ello habría
que añadir que muy probablemente el zumbido de la abeja se entendería como la
voz de la deidad o como el sonido primordial de la creación. Un poeta como
Virgilio, al describir el ruido de aullidos y golpes diversos que se producían
para atraer las abejas, comenta que el sonido se producía por el entrechocar de
címbalos de la deidad materna. No es casual, asimismo, que en el Delfos clásico,
lugar apolíneo, la sacerdotisa oracular conocida como Pitia fuese denominada “abeja
deifica”. En el himno homérico a Hermes (siglo VIII a.e.c.), Apolo se refiere a tres videntes femeninas como
abejas o “doncellas abejas”, que practicarían la adivinación. Tales
doncellas abeja sacras, con su don profético, estarían destinadas a ser un
presente de Apolo a Hermes dios, como es sabido, conductor de almas al Hades.
Un
nudo hecho de tela o trigo, o incluso un simple mechón de pelo colgado a la
entrada de los santuarios señalaban simbólicamente la presencia de la diosa.
Estos nudos también podían llevarse sujetos a la vestimenta durante la
ceremonia del salto sobre el toro. Podrían representar, en consecuencia, a la
diosa. Estos nudos muestran un parecido asombroso con el haz hecho de juncos
curvo que refería la imagen de la Inanna sumeria, así como una significativa
similitud con las cintas para los cabellos (menat)
y collares de ciertas deidades egipcias, particularmente Isis y Hathor.
El
estatus ritual del nudo sacro parece diáfano. Algunas asociaciones así parecen
asegurarlo. El nudo aislado muestra un frecuente parecido con una mariposa
cuyas alas se estilizaron para representar la doble hacha. Es una posibilidad que
se percibiese como un símbolo doble, contenedor de los conceptos de la doble
hacha, la mariposa y el nudo, y que evocase, por otro lado, la figura de la
deidad femenina primordial. Las alas-hacha se transforman en sus brazos y el
nudo vertical en el cuerpo. Pero todavía hay más. El símbolo de la vida eterna
egipcio, llamado ankh, que diosas y divinidades mantienen como signo de “divinidad”,
posee una forma análoga al nudo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, febrero, 2020.
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