Imágenes: arriba, una recreación de un duende de un bosque; abajo, imagen escultórica del duende del Parque del Buen Retiro madrileño.
La
palabra elemental se emplea para referirse a una serie amplia de seres, como
duendes, genios, gnomos, hadas, enanos, espíritus, y otros más, que presentan
un comportamiento claramente ecológico, y que son referidos habitualmente en el
folclore. Los distintos nombres designan parte de tales seres o a un grupo específico,
pero no a la totalidad, de ahí el uso de elementales. El término los define acertadamente,
en tanto que son seres vinculados con los cuatro elementos primarios,
fundamentales de la Naturaleza (el agua, el fuego, la tierra y el aire).
Paracelso
asumía que cada elemento estaba conformado por un principio sutil y una
sustancia corporal densa, lo cual suponía que todo poseía una doble naturaleza.
Por tal motivo, de la misma manera que la naturaleza visible por el ser humano
está habitada por un sinnúmero de criaturas vivientes (animales, plantas y
personas), la contraparte espiritual (invisible), en una suerte de universo
paralelo, está asimismo habitada por multitud de peculiares, y hasta
pintorescos seres, a los que nombró como “elementales”. Más tarde serían
denominados Espíritus de la Naturaleza, dividiendo tal población en cuatro
grupos, cuya denominación fue la de ondinas (elementos agua), gnomos (elemento
tierra), salamandras (elemento fuego) y silfos (elemento aire). Es relevante
advertir que siempre creyó que se trataba de criaturas realmente vivas, parecidas
a un ser humano en su forma, pero que habitaban sus mundos propios, aunque
siempre cerca del nuestro. Son invisibles para nuestros sentidos porque los
sentidos poco sutiles y no muy desarrollados del humano no son los más adecuados
para detectarlos.
Tradicionalmente,
se suele decir que los elementales forman parte de la legión de ángeles caídos
que no fueron lo suficientemente bondadosos para salvarse pero tampoco lo
suficientemente malos para condenarse, por lo que se les permitió vivir en la
Tierra, junto a los hombres, si bien en una civilización paralela. Los
ocultistas medievales cabalistas les denominaban Espíritus Elementales de la
Naturaleza.
Su
categorización genérica presenta rasgos que más o menos comunes. Los
elementales son seres atemporales e interdimensionales, pues a diferencia del
ser humano, no se rigen por las leyes físicas ordinarias. En cualquier caso,
los indicios del folclore parecen indicar que viven como nosotros en la Tierra
a pesar de que sean seres del mundo astral y etérico. Comparten con los humanos
los mismos lugares, como montañas, ríos, bosques y hasta viviendas. Fervientes
protectores de la naturaleza, se mimetizan en ella de tal manera que agredir plantas,
árboles o animales supone una intolerable afrenta hacia ellos mismos.
De
modo habitual viven en comunidades y se organizan jerárquicamente, de forma que
pueden poseer un rey-reina o un jefe (lamias, hadas). El hecho de vivir
grupalmente o en tribus supone concebir que sus comportamientos son similares a
aquellos de los humanos. En su estado normal no son visibles para el humano,
aunque no para ciertos niños y animales. Pueden desarrollar, por consiguiente,
una determinada capacidad para materializarse en nuestra dimensión física y hacerse
visibles. Un buen número de los elementales pueden cambiar de forma y tamaño,
adoptando aspectos grotescos o atractivos, e incluso animalescos.
Su
temperamento suele ser, por lo general, bastante juguetón. Les gusta asustar,
asombrar o confundir a las personas con juegos, trucos o inventos (caso de los sumicios,
trasgos, duendes, o de personajes como el Busgoso). Se podría decir que son
codiciosos, un tanto caprichosos y tendentes a ser melancólicos. Resulta muy
interesante constatar que se interesan sobremanera en ciertos aspectos sexuales
humanos (íncubos, súcubos). Se puede afirmar que si se hacen amigos de un
humano o, por cualquier razón, lo estiman, le pueden ofrecer regalos materiales
de gran valía, como joyas u oro, incluso poderes psíquicos (clarividencia, telepatía),
pero si, por el contrario, el ser humano se enemista con ellos, llegan a ser
rencorosos y vengativos, especialmente las hadas y los duendes familiares[1].
Viven más que nosotros pero no son inmortales[2].
Todos
ellos pueden resultar dañinos y mostrar perversidad, pero también ser
bondadosos y amables, en función del contacto personal que con ellos se tenga así
como de lo que simbolicen, si bien su ética, se podría decir, es neutra.
Carecen
de conciencia, mente y de un yo individualizado; por tal razón, no distinguen desde
una perspectiva moral el bien del mal. No obstante, ayudan a gente bondadosa mientras
que perjudican a los que son perniciosos con ellos.
En
el sentido que obedecen a un fin concreto y racional, son inteligentes. Unos
cuantos parecen poseer una inteligencia altamente desarrollada, pero todos tienen
limitaciones. Conocen y, por tanto, usan elementos y leyes de la Naturaleza con
el fin de alcanzar sus metas (como ocurre con los Ventolines, por ejemplo). No
es infrecuente que se les atribuya la construcción de megalitos. Disponen de
extrema fuerza física y de un poder de sugestión que puede afectar nuestra humana
voluntad y sentimientos, sobre todo si nos inmiscuimos en su radio de acción,
tal y como acontece en las danzas de las hadas o en el mítico canto de las
sirenas. No obstante, también tienen su talón de aquiles, pues temen el acero y
el hierro, aunque gnomos y enanos puedan, paradójicamente, ser herreros[3]. En
consecuencia, sus armas suelen ser de piedra, como el pedernal.
Los
lugares de habitación de los elementales se encuentran en sitios íntimamente
asociados a la naturaleza, como es el caso de montañas, oquedades y cuevas (enanos,
gnomos); lagos, lagunas, ríos o fuentes (damas del agua, lamias, alojas o
xacias); bosques, sobre todo de espesa vegetación (diaños, busgosos); espacios
relacionados a fenómenos atmosféricos (ventolines y tronantes) o, en fin, a la
Naturaleza en sentido genérico (anjanas, xanas, encantadas, mouras y resto de espíritus
femeninos y hadas que pueblan la Naturaleza).
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, febrero, 2020.
[1] El ser humano, además de su alma
individualizada, se encuentra vinculado con tres entidades: el diablo
particular, el ángel de la guarda o custodio y un espíritu elemental o genio
individual, que suele ser un hada o duende, que le acompaña hasta una edad que
ronda los siete años.
[2]Los Espíritus de la Naturaleza no
se destruyen por medio de los elementos más densos y groseros de fuego, aire,
agua o tierra, ya que funcionan en una banda de vibración más alta que aquella
de las sustancias terrestres. Como están compuestos por apenas un único
elemento, el éter en el que funcionan, a diferencia del ser humano, conformado
por naturalezas varias (mente, cuerpo, espíritu, alma), carecen de espíritu
inmortal. Con la muerte, se desintegran en el elemento individual original.
Aquellos compuestos de éter terrestre, caso de los enanos, duendes y gnomos,
viven menos tiempo. Los del aire son los más duraderos.
[3] Sus principales ocupaciones suelen ser la danza, la música, los juegos,
las luchas y el amor.
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