Una viñeta de Caveman, de Tayyar Özkan, Dude Comics, Barcelona, 2001.
La
imagen de la prehistoria se ha ido formando desde tópicos iconográficos y
literarios, que contemplaban al humano prehistórico vestido con pieles de
animales, con largas greñas, provisto de armas contundentes, hachas y hasta
arcos, y en convivencia con animales como caballos, dragones, mamuts y
dinosaurios. La idealización marcó los inicios.
La
más antigua imagen de un humano prehistórico fósil fue publicada en el primer
tercio del siglo XIX por un zoólogo y biólogo de origen francés llamado Pierre
Boitard. Fundamentándose en restos humanos fósiles europeos reconstruye la
figura del supuesto primer homínido presentándolo con rasgos de simio y con
unas características morfológicas análogas a las de etnias autóctonas de América
del sur, África u Oceanía. Tres décadas después, publicará una
versión novelada en forma de texto de divulgación paleontológica en el que
muestra una imagen nueva del humano primigenio, ahora ya inserto en una familia
nuclear, aunque con un aspecto todavía simiesco y negroide.
Tras
esta iniciativa icónica, de mostrar cuerpo y cara del hombre primigenio,
surgieron posteriormente las imágenes de la mano de Gabriel von Max, que
ilustró una familia de pitecántropos, a fines del siglo XIX, y ya a comienzos
del XX, la reconstrucción del antecessor
por obra de Frantisek Kupka. Bien entrado el siglo XX, un célebre ilustrador de
la prehistoria, el checo Zdenek Burian, lleva a cabo en colaboración con un
paleontólogo, Joseph Augusta, un buen número de recreaciones de pasajes
diversos de la historia más arcaica de la humanidad. Se trata de dibujos que
han servido para ilustrar salas museísticas y hasta manuales. Las figuras
humanas que dibujó, cargadas en un elevado porcentaje de evidente idealismo,
así como las espléndidas escenas de caza, han sido muy imitadas con
posterioridad. Un ilustrador de la prehistoria, llamado Rudolph Zallinger, es
famoso por la secuencia evolutiva del hombre que llevó por título “La marcha
del progreso”, y que data de mediados los años 60. Las realistas ilustraciones
de Zallinger fueron muy influyentes en la divulgación prehistórica de las
siguientes décadas.
En
tiempos más recientes la imagen del hombre prehistórico ha estado más cercana a
la propia investigación paleoantropológica sobre todo a las técnicas informáticas
que posibilitan las reconstrucciones faciales y del resto del cuerpo a partir
de los fósiles. Naturalmente, este hecho posibilita que las imágenes más
actuales sean muy próximas a la factible realidad prehistórica; es decir, a
cómo sería nuestra especie.
La
representación imaginada se ha visto complementada con la literatura escrita. Influencia
capital han tenido las novelas de aventuras decimonónicas, como el caso de La máquina del tiempo de H. G. Wells y
su mundo futurible, Viaje al centro de la
Tierra de Julio Verne y Mundo perdido
de Arthur Conan Doyle, ya a comienzos del siglo XX. Tales novelas han sido un
referente para los ilustradores en su afán por ambientar paisajes y personajes prehistóricos.
Otra novela de ficción interesante al respecto es Antes de Adán, de Jack London, aunque la más célebre de las
ambientadas en la prehistoria es La
guerra del fuego, de Joseph-Henri Rosny aîné, fundamento de una excelente
versión cinematográfica dirigida por Jean-Jacques Annaud a comienzos de los 80
del pasado siglo. Sus personajes humanos y no tan humanos, como los enanos
rojos, los gigantes del cabello azul, los wah o los que devoran hombres, se
entremezclan en una ficción con ciertos visos de realidad histórica (que
incluye el lenguaje utilizado por los personajes).
Otros
referentes destacados de principios del siglo XX fueron El Mundo de Pellucidar
y, sobre todo, Tarzán de los monos,
de Edgar Rice Burroughs, cuyos personajes inspiraron héroes y heroínas de
aspecto presumiblemente prehistórico aunque en el ambiente selvático del África
occidental. En estos espacios del selva conviven con grupos indígenas, cuyas
formas de vida corresponderían supuestamente con los estadios prehistóricos de
nuestros antepasados.
Más
recientemente ha cambiado el previo concepto de novela de ficción de
ambientación prehistórica. Es el caso de El
clan del oso cavernario, de Jean Marie Auel, de los años 80, o de la novela
francesa El último neandertal, de
Marc Klapczynski, editada en el siglo XXI, en la que se recoge la aventura que
dio lugar al funesto destino de los últimos neandertales. En España, tanto El collar del Neandertal como Al otro lado de la niebla, de Juan Luis
Arsuaga son dos de las obras que iniciaron recientemente una línea de novelas a
caballo entre la ficción y la divulgación científica. Están ambientadas en una
prehistoria en la que el valor de los descubrimientos es crucial. Finalmente, no
se debe dejar de mencionar Tras la huella
del hombre rojo, de Lorenzo Mediano (2005), en la que el relato se orienta en
el encuentro entre dos distintas especies (neandertales y cromañones).
Todas
estas últimas novelas tratan aspectos relevantes de la evolución humana, haciendo
énfasis en las más recientes investigaciones, sobre todo aquellas centradas en
desvelar la extinción de los neandertales. El natural celo por la rigurosidad científica
hace necesaria una rigidez narrativa y una muy escasa originalidad, sobre todo
si se comparan con aquellas novelas fantásticas, de desbordante imaginación,
mencionadas anteriormente, en las que sus escenarios y personajes troglodíticos
principales tenían, eso sí, muy poco que ver con la prehistoria más real.
La
representación del hombre prehistórico al modo de un ser híbrido, medio hombre
y medio mono, sobre todo en los cómics, recuerda antiguas leyendas y también la
historia de la investigación acerca de la evolución de la humanidad. La misteriosa
atracción que despertó la leyenda del yeti o el abominable hombre de las nieves
desde mediados del siglo XIX, contribuiría de manera notable en la creación de
esa particular imagen que la cultura popular vincularía a los orígenes del ser
humano. En
el primer cuarto del siglo xx el hombre prehistórico mantendrá su aspecto
simiesco aunque, gracias a la influencia de Tarzán, aparecerá en el cómic una
figura análoga al mito del buen salvaje, en forma de un hombre integrado en la
naturaleza y muy noble. Además, se introduce la mujer salvaje prehistórica como
protagonista. En todo caso, estas imágenes de humanos prehistóricos responden a
un ser humano occidental habitante de la selva, alejado del prehistórico.
En
España, este perfil se observa en Purk,
el hombre de piedra, de Manuel Gago, en Piel
de lobo y Castor, ambientado en una prehistoria mitificada e idealizada, y
en Tamar, de Ricardo Acedo y
Antonio Borrell. En Francia será Rahan,
del dibujante André Chéretel, el prototipo del hombre salvaje del Paleolítico,
cuya imagen se plasma portando un cuchillo de marfil, un taparrabos y un
collar hecho de garras de oso. En los años 70, el ilustrador Juan Zanotto y los
guionistas Diego
Navarro y Ray Collins crean un personaje prehistórico llamado Henga, el cazador (Yor en España), un viajero que, en compañía de Ka-laa, se desplaza
entre dos civilizaciones diferentes en un mundo primitivo ambientado en el
Neolítico y en el futuro.
En
EE.UU., en las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo, destacarían Korak, el hijo de Tarzán, Ka-Zar y Kong, el salvaje, personajes que enfrentan cavernícolas, fieras e
incluso dinosaurios en periodos aparentemente prehistóricos. En Tragg y los dioses del cielo, se mezcla
ciencia ficción y prehistoria, si bien será Tor,
in the world 1,000,000 years ago, de los años 50, y creado por Joe Kubert,
el guerrero prehistórico por excelencia. Otros ejemplos destacables son Anthro, el primer niño cromañón pero de
padres neandertales, Naza y Stone Age Warrior. Estos últimos
configuran un personaje prehistórico propio.
También
en Estados Unidos vemos el nacimiento y consolidación de lo que se podría
denominar indios americanos prehistóricos. El caso más emblemático es el de Turok, el guerrero de piedra, nacido a
mediados de los años 50. Se trata de un piel roja paleolítico en perpetua pugna
con hombres de las cavernas, distinta fauna prehistórica propia del continente
americano y, lo más peculiar, contra animales antediluvianos en forma de
dinosaurios.
Unas
imágenes más realistas y rigurosamente pergeñadas de la prehistoria se
encuentran en algunos cómics belgas y franceses. Se pueden destacar Tounga, del ilustrador Édouard
Aidans, de los años 60, que aúna documentación arqueológica con ficción, de tal
forma que ilustra con precisión la fauna propia del Paleolítico medio y
superior; las Chroniques de la nuit des
temps, de André Houot, ya de finales de los ochenta, en donde se cuenta la historia
de la humanidad desde sus remotos orígenes hasta la Edad del Bronce. Su énfasis
pedagógico y la presencia en el mismo de un asesoramiento científico
concienzudo, hacen de esta historia una referencia esencial; Vo’hounâ, de Emmanuel Roudier, ya a
comienzos del siglo XXI, habla con propiedad de neandertales y de cromañones, pues
se documentó y asesoró con arqueólogos franceses, acerca de aspectos técnicos
como las reconstrucciones anatómicas de los neandertales o
sobre condiciones ambientales, como el clima, la flora y la fauna
prehistóricas. Sus ilustraciones y ambientaciones de la prehistoria europea son
realistas y creíbles (como también ocurre en Néandertal, del mismo autor)
Los
espectaculares avances en la investigación prehistórica de las últimas décadas
se perciben asimismo en las imágenes y las actitudes de los protagonistas
principales de cómics como Lucy. L’espoir
(P. Norbert & T. Liberatore), una clásica historia de supervivencia de los primeros homínidos. L’âge de raison, de Matthieu Bonhomme se presenta, por su parte,
con fuerza narrativa y colorido, la historia de un impulsivo homínido. Otros
ejemplos muy notables son Neanderthal,
de Frank Frazetta, o el muy reciente Mesolith
(del 2010), de Ben Haggarty & Adam Brockbank, quienes en un ambiente muy
creíble narran las peripecias verosímilmente reales de un grupo de cazadores-recolectores
de los estadios mesolítico y neolítico. En España sobresale Ötzi. Por un puñado de ámbar, de Mikel
Begoña e Iñaket, una aventura centrada en la presumible vida de Ötzi, el
célebre fósil humano del calcolítico descubierto en los Alpes.
Una
rigurosa y seria documentación científica, unido a ilustraciones cuidadas y una
narrativa innovadora, hacen del cómic, en fin, un solvente manual gráfico de la
prehistoria. Por tal motivo, los museos emplean cada vez más la fuerza
comunicativa de la imagen y la narración gráfica como medios de transmitir conocimiento
a través de un discurso expositivo atractivo y científico a la vez. El álbum El bosc negre. Una aventura talaiòtica de
Max y Pau (2007), editado por el Museo Arqueológico de Son Fornés
(Mallorca); el cómic Explorador en la
Sierra de Atapuerca (2004) de Jesús Quintanapalla, editado por la Fundación
Atapuerca; o la edición de los cuentos titulados El misterio de la cueva y El
encuentro entre dos mundos, del Museo de Prehistoria de Valencia argumentados por las arqueólogas-monitoras del
propio Museo, representan ejemplos de gran valía.
En
definitiva, bien sea para un público infantil o juvenil como para uno adulto,
el valor de la narración gráfica como recurso comunicativo y museográfico que
permita una aproximación fundamentada a la prehistoria, tiene una excelente
acogida y se muestra como una herramienta de extraordinario valor educativo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2020
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