Placa de mármol en el que
combaten Amazonas contra guerreros desnudos. Frontal de un sarcófago ático
(siglos II-III). Museo de Brescia.
Será
principalmente en la tragedia ática, a lo largo del siglo V a.e.c., el lugar
donde se acabe estructurando una figura del bárbaro. En ella se articulará un
discurso de alteridad. Los mitos, no obstante, no contaban con suficiente
número de personajes bárbaros para enfatizar esa mirada sobre el otro que
empezaba a imperar. En consecuencia, se inventarían nuevas personalidades. Es
el caso concreto del Polimestor tracio en la Hécuba de Eurípides o el rey Thoas del Tauro en su obra Ifigenia en
Tauris. Al tiempo, también se barbarizaron héroes griegos, como el héroe
eleusino Eumolpo, transformado por Eurípides en su Erecteo en un agresivo tracio, o Tereo, originalmente un héroe
cultual de Megara, que se convierte en un salvaje soberano de Tracia en la obra
de Sófocles que lleva por título su nombre.
Se
ha pensado que el propio Eurípides pudo ser el responsable de la conversión de
Medea, figura cultual corintia tal vez vinculada con el Agamedes de Ilíada, en una malvada hechicera de la
Cólquide. En todos ellos perviven atributos característicamente bárbaros, así deilia o cobardía, adikia (injusticia) o amathia
(tontería).
Esta
suerte de contravalores se contraponen a los valores propios griegos; es decir,
andreia o coraje; dikaiosyne,
justicia o la consabida sabiduría (sophia).
Los esquemas iconográficos al respecto son elocuentes; las batallas entre
centauros y lapitas, troyanos y griego o helenos y amazonas son
representativos, como también monumentos atenienses de la quinta centuria antes
de la Era como el Theseion o el mismísimo
Partenón. En estos casos no son los héroes del mito, sino los persas, quienes
desempeñan un barbárico rol, en tanto que se les considera decadentes, como los
troyanos, afeminados, a la par de las amazonas, o directamente brutos, emulando
a los centauros.
El
carácter agregado generado por las relaciones genealógicas puede explicar cómo
los persas mantuvieron que su padre fundador epónimo, Perses, había sido en
realidad el hijo del héroe argivo Perseo. Recordemos que Esquilo, en Persas, asocia el epíteto “nacido del
oro” a los persas, una referencia, se entiende, al hecho de que Dánae había
concebido a Perseo tras ser embarazada por Zeus en forma de lluvia dorada.
La
aparición de este anti tipo serviría para definir la identidad helénica, aunque
la misma fue cambiando con el paso del tiempo. En la etapa arcaica la
autodefinición griega era de agregación, evocando las similitudes y analogías
con poblaciones foráneas por medio del establecimiento de míticas relaciones de
parentesco en el seno de la genealogía helénica; en el período clásico la “helenicidad”
ya se definía por oposición, por mediación de la comparación diferencial con los bárbaros; esto es, las diferencias que
se percibían eran el fundamento para construir, muy elaboradamente, una identidad
específicamente helénica, siempre bajo el sustento del mito.
Un
determinado lenguaje, costumbres, temperamentos y caracteres, serán los
referentes de los bárbaros. En tal sentido,
funcionaría igual para los griegos, constituyendo el criterio de la identidad
helena. El criterio cultural, por tanto, reemplaza al étnico. La
“helenicidad” será una lengua, la sangre, costumbres, lugares de culto y
sacrificios comunes. Las grandes celebraciones y certámenes religiosos fomentarían
la idea de helenismo y, por consiguiente, de la existencia de una religión,
lengua, valores y costumbres comunes. En los Juegos Olímpicos las pruebas eran individuales,
lo que implicaba el mantenimiento del antiguo ideal del héroe singular que
buscaba ser reconocido el mejor gracias a la victoria alcanzada sobre un
adversario de extrema valía. Así pues, la fuerza, destreza, velocidad y aguante
siguieron siendo las cualidades primordiales, las mismas a las que aspiraban
los míticos héroes guerreros homéricos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, diciembre, 2021.
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