26 de septiembre de 2005

Textos básicos I

TEXTOS
Julio López Saco



“En efecto, cuando los dioses y los mortales disputaban en Mecona, entonces Prometeo, tratando de engañar al inteligente Zeus, con ánimo resuelto le ofreció un enorme buey que había dividido. Por una parte puso, en la piel, la carne y las entrañas ricas en grasa, ocultándolas en el estómago del buey; por otro lado, colocando bien los blancos huesos del buey con engañoso arte, se los presentó, después de haberlos cubierto con blanca grasa (...), y Zeus, se dio cuenta y no ignoró el engaño, sino que en su corazón proyectó contra los hombres mortales males que, realmente, iba a cumplir (...). desde entonces en la tierra las estirpes de hombres queman para los inmortales blancos huesos sobre humeantes altares. De este modo se expresó lleno de irritación Zeus, y desde ese momento, no otorgaba a los fresnos la fuerza del incansable fuego [ para los mortales que habitan sobre la tierra ]. Pero de él se burló el noble hijo de Jápeto robando en una caña hueca la luz del incansable fuego que desde lejos se ve. (...). Al punto, a cambio del fuego, tramó males para los hombres: el famoso cojo modeló, por decisión del Crónida, algo semejante a una respetable doncella; la ciñó y adornó con un vestido de destacada blancura la diosa Atena de ojos verdes; la admiración se apoderó de los inmortales dioses y los mortales hombres cuando vieron el arduo engaño, sin remedio para los hombres (...). Así, no es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus, pues ni siquiera el Japetónida, el benefactor Prometeo, se escapó de su pesada cólera, sino que por la fuerza una gran cadena le retuvo, a pesar de ser muy sabio.”


Hesiodo, Teogonía, vv. 535-615.

TEXTOS


“... En verdad, había necesidad de un gran ser que fuera el más inteligente, capaz de labrar la tierra y, en último término, gobernar y guiar a todas las criaturas que se hallaban bajo el cielo (...). Después de meditar el asunto, Nü Wa se puso en cuclillas y tomó un puñado de arcilla, la que empezó a modelar a su imagen y semejanza. De este modo creó unas pequeñas figuras que podían sostenerse erguidas, caminar y hablar (...). Nü Wa quiso entonces que se propagara la especie, para lo cual les enseñó a los eres humanos a contraer matrimonio, animándolos a que se amaran, engendraran hijos y fundaran familias. Habían transcurrido ya muchos años... cuando se produjo un hecho insólito: Gong Gong, el dios del agua, y Zhu Rong, el dios del fuego, se trenzaron en un combate encarnizado, a causa del cual se desplomó el cielo y la tierra dio un vuelco. Los seres humanos sufrieron por ello una catástrofe que casi los extermina...”.


Binjie, Ch., Relatos Mitológicos de la Antigua China, Miraguano edic., Madrid, 1992, pp. 11-13.

TEXTOS


“Al principio, los inmortales que habitan mansiones Olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquellos en tiempos de Cronos cuando reinaba en el cielo; vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas, ajenos a todo tipo de males. Morían como sumidos en un sueño; poseían toda clase de alegrías, y el campo fértil producía espontáneamente abundantes y excelentes frutos. Ellos contentos y tranquilos alternaban sus faenas con numerosos deleites. Eran ricos en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados. (...). Y luego, ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes o haber nacido después; pues ahora existe una estirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes; pero, no obstante, también se mezclarán alegrías con sus males. Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada”.


Hesiodo, Trab. y Días, 109-121 y ss.; 174-180.

TEXTOS


“En efecto, cuando los dioses y los mortales disputaban en Mecona, entonces Prometeo, tratando de engañar al inteligente Zeus, con ánimo resuelto le ofreció un enorme buey que había dividido. Por una parte puso, en la piel, la carne y las entrañas ricas en grasa, ocultándolas en el estómago del buey; por otro lado, colocando bien los blancos huesos del buey con engañoso arte, se los presentó, después de haberlos cubierto con blanca grasa (...), y Zeus, se dio cuenta y no ignoró el engaño, sino que en su corazón proyectó contra los hombres mortales males que, realmente, iba a cumplir (...). desde entonces en la tierra las estirpes de hombres queman para los inmortales blancos huesos sobre humeantes altares. De este modo se expresó lleno de irritación Zeus, y desde ese momento, no otorgaba a los fresnos la fuerza del incansable fuego [ para los mortales que habitan sobre la tierra ]. Pero de él se burló el noble hijo de Jápeto robando en una caña hueca la luz del incansable fuego que desde lejos se ve. (...). Al punto, a cambio del fuego, tramó males para los hombres: el famoso cojo modeló, por decisión del Crónida, algo semejante a una respetable doncella; la ciñó y adornó con un vestido de destacada blancura la diosa Atena de ojos verdes; la admiración se apoderó de los inmortales dioses y los mortales hombres cuando vieron el arduo engaño, sin remedio para los hombres (...). Así, no es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus, pues ni siquiera el Japetónida, el benefactor Prometeo, se escapó de su pesada cólera, sino que por la fuerza una gran cadena le retuvo, a pesar de ser muy sabio.”


Hesiodo, Teogonía, vv. 535-615.

TEXTOS

Atenea

“Si este caso se tiene por muy grave para que unos mortales lo diriman, tampoco puedo yo fallar un caso de muerte por encono. Sobre todo cuando a mí has acudido con un gesto de suplicante, y puro, y sin peligro de mal para mi templo, y te he acogido en mi ciudad como ser sin reproche. Empero, unos derechos tienen éstas que no resulta fácil conculcar, y si no alcanzan fallo victorioso en este pleito, invadirá la tierra el veneno de su resentimiento, peste insufrible. Pero puesto que aquí se ha presentado el caso, de esta sangre escogeré jueces atados por gran juramento y luego en un augusto tribunal lo tornaré, que dure para siempre. Buscadme los testigos y las pruebas, juramentando auxilio del derecho...

Coro

Hoy habrá subversión, hoy nuevas leyes, si triunfa el derecho asesino de este matricida. A todos los mortales esta hazaña ha de abrirles la ruta a la licencia. ¡ Qué de heridas abiertas por sus hijos aguardan a los padres, con el tiempo!. Todo porque la ira de estas Furias, de la conducta humana centinelas, no van a castigar tales acciones: la muerte andará suelta. Algún padre, quizá, quizá una madre, lanzarán este grito lastimero, en medio de su angustia, pues se ha hundido el hogar de la Justicia (...) ¿ quién, individuo, o bien, ciudad, bajo este sol que alumbra si no abriga un temor dentro del pecho, honrará a la justicia?.

Corifeo ( a Apolo)

Zeus, pues, según declaras, el augurio te sugirió que a Orestes ordenaba que vengara la muerte de su padre hollando los derechos de una madre.

Apolo

Sí, porque no es lo mismo que el que muera sea un noble investido con el cetro de Zeus, y a más, a manos de una esposa, que no cometió el crimen con la ayuda de un arco impetuoso, cual podría hacerlo una Amazona (...) : Regresaba del campo de batalla, donde lograra en casi todo un éxito notable. Ella lo acoge con palabras tiernas, ... y lo envuelve en un manto, y cuando ya lo ha prendido en los pliegues de aquel peplo recamado, golpe mortal le asesta. Tal fue, como os he dicho, el cruel destino del gran hombre caudillo de la armada.

Atenea

Oíd lo que dispongo, oh habitantes del Ática, que hoy, pro vez primera en un pleito juzgáis de asesinato. Desde ahora en adelante y para siempre, tendrá como tribunal augusto, de Egeo el pueblo, esta corte. Y en esta colina de Ares (...), en esta roca el Miedo y el respeto, hermano suyo, lejos del crimen habrán de mantener, noche y día, al ciudadano, entre tanto no subviertan estas leyes...”


Esquilo, Las Euménides, en Tragedias Completas, ed. José Alsina Clota, edit. Cátedra, Madrid, 1986, pp. 373-426.

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