Imagen: una torre Que
en la muralla de Chang'an, pintada en la tumba del Príncipe Yide. Mural del
siglo VIII, de Li Chongrun.
Las
ciudades chinas fueron los lugares en donde la gente podía modelar sus visiones
de la sociedad ideal y el cosmos. Como lugares mayores de poder político los
centros urbanos proveyeron un espacio de reunión de los gobernantes y los administradores
sobre los que dispensaban su autoridad. Las ciudades fueron puntos focales de
circulación y de intercambio.
Con
anterioridad al período de los Estados Combatientes las ciudades chinas fueron
entidades cultuales y políticas habitadas por la nobleza y sus seguidores. En
su mayoría fueron centros de linajes, con una población de unos pocos miles de
personas y una simple muralla. Tras el colapso del poder real Zhou, la mayoría
de esos centros cultuales llegaron a convertirse en ciudades-estado gobernadas
por una casa ducal, con sus seguidores nobles quienes controlaban las
poblaciones súbditas de los alrededores más próximos. Paulatinamente, esas
ciudades-estado se incorporaron en mayores territorios, sobre todo desde el
siglo V a.e.c.
El
número y la complejidad de las ciudades se incrementaron durante el período de
los Estados Combatientes, con una población urbana y una producción artesanal
en alza. Las murallas defensivas de las ciudades se agrandaron y se
construyeron amurallamientos secundarios dentro de la urbe para separar los distritos
ceremonial y político del comercial y residencial.
La
separación física de la actividad política de la vida diaria supone un momento
crucial en la historia urbana de China cuando durante el período de los Reinos
Combatientes se incorporan las ciudades a una gran red administrativa y se
reemplaza la nobleza local. Las ciudades fueron, física y políticamente
dividas, con una parte del emplazamiento dedicado a las artesanías y el
comercio, mientras que otro sector se vinculaba con la autoridad política.
Esos
dos reinos urbanos coexistían en un grado de mutua sospecha. Una sospecha que
sería articulada en leyes que localizaban a los mercaderes en determinados
registros y los desplazaban, así como a sus descendientes, del desempeño de
cargos oficiales, de llevar ropajes de seda, cabalgar en caballos o de ser
propietarios de tierras. La creciente división entre mercaderes y oficiales, ambos
de los cuales eran habitantes urbanos, reemplazaba la antigua división entre
moradores urbanos y pobladores del rural. La división física, y legal,
correspondía a un nuevo modelo social propuesto por los filósofos de la época,
según el cual los agentes del gobernante poseían una categoría ocupacional que
los distinguía de todas las otras formas de trabajo a través del cultivo de la
mente, liberándose de la esclavitud hacia los objetos construidos, o
intercambiados, por los demás.
La
evidencia arqueológica de tal división y la preeminencia de los distritos
políticos de las ciudades se encuentra en algunas tumbas de época Han oriental,
en las que se pueden observar ciudades pintadas retratadas como urbes duales,
con dos cinturones de murallas, una para la población general y la otra para
las construcciones gubernamentales. Muchas edificaciones de los distritos de
gobierno aparecen etiquetados para así poder explicar su identidad o función. El
elemento primordial era la zona palacial, con sus funciones de estado propias
de la elite política.
En
las ciudades de la época de los Reinos Combatientes aparecen nuevos elementos
arquitectónicos que enfatizan el poder del gobernante en función de su peso y
verticalidad. Es el caso concreto de puertas, torres, terrazas y una serie de
edificios elevados que refrendaban la visión poderosa del soberano, sugiriendo
sus vínculos más con los espíritus y fuerzas divinas que con los fantasmas
ancestrales. Las torres de las puertas (que) en las murallas de las ciudades se elaboraban en función de
destacar la autoridad del rey[1].
En los textos rituales y en la poesía Han se asegura que únicamente el Hijo del
Cielo disfrutaba del honor de conferir nombre a una puerta flanqueada por
torres.
Las terrazas con plataformas también se construyeron
con la finalidad de intimidar a los visitantes foráneos y para demostrar la
riqueza de su propietario y la gran extensión de su mirada. Algunos bronces del
período representan montículos flaqueados por escaleras y encimados con grandes
plataformas de madera en donde se celebraban las ceremonias. Estas terrazas
podían también conformar el núcleo de una estructura arquitectónica compuesta
de una serie de habitaciones y corredores construidos alrededor de un montículo
de tierra para dar la impresión de múltiples pisos. Así las estructuras parecerían
levantarse sobre el cielo. Un ejemplo conocido al respecto es el Palacio de las
Torres de la Puerta Ji en la capital imperial Qin.
Las construcciones torreadas simbolizaban el poder de
observación del soberano, pero a la vez eran herramientas de invisibilidad.
Demostraban la habilidad del rey para estudiar las actividades de su pueblo y
la de sus enemigos sin que fuese observado. La imagen del gobernante como un
ojo invisible que todo lo ve es la forma tangible de una idea expresada en
textos filosóficos como el Dao de jing o el Han Fei Zi, según la cual el sabio gobernante
debe permanecer escondido e incognoscible. Uno de los maestros consejeros,
avezado en artes esotéricas, del Primer Emperador, señala que el soberano
debería moverse en secreto para así evitar los malos espíritus, a la par que
nunca debería permitir que los demás supiesen en dónde se encontraba. Como los
espíritus aéreos y celestes se pueden aproximar a través del ascenso físico, el
mandatario debe vivir en torres y desplazarse sobre caminos elevados para
encontrarse con ellos y alcanzar la inmortalidad. En tal sentido, el Primer
Emperador construyó caminos elevados y senderos en las murallas que le
permitiese conectar las múltiples dependencias de su palacio y sus torres.
En época Han, proteger al emperador de la mirada del
pueblo e, incluso, de los cortesanos, llegó a ser un principio del poder
político imperial. A lo largo de toda la historia imperial china el gobernante
estuvo “secuestrado” detrás de una serie de muros. Poder verle era un
privilegio hasta para sus oficiales. Estar en su presencia era el más elevado
de los honores. A diferencia de lo que acontecía en Roma o en India, en donde
el gobernante se mostraba así mismo a su pueblo, recibía peticiones y
dispensaba públicamente justicia como una ceremonia de realeza, el gobernante
en China derivaba su alto estatus de estar oculto y ser invisible.
De las áreas residenciales, de comercio y manufacturas
de las ciudades chinas de la antigüedad se sabe bastante menos. Las zonas
residenciales de las capitales Han estuvieron divididas por vías de
comunicación de la red mayor y, además subdivididas en parcelas bajo un
administrador gubernamental y de un grupo de influyentes vecinos. Este era un
método de controlar a la población. Las vías principales estaban alineadas con
las viviendas de los nobles y ricos, mientras que los estrechos paseos, en
forma de callejuelas, estaban habitados por la gente más pobre. Eran estrechas
callejuelas, incapaces de acomodar el paso de un carruaje, en tanto que las
casas eran miserables. Sus habitantes se describen como derrochadores de clase
baja, adictos al alcohol y a la jarana, escritores y criminales. Mientras, en
los grandes bulevares se encontraban los altos oficiales, vestidos con lujosos
ropajes y sus gorros cortesanos.
El centro del distrito residencial era el mercado. Los
mercados y las vecindades próximas eran el sitio principal para la actividad de
mercaderes y artesanos, aunque también se constituía como el lugar del poder de
gobierno dentro de la ciudad exterior. Replicaba, en una escala reducida, la
división existente entre el gobierno y el pueblo que definía la ciudad dual. La
torre de varios pisos servía como un símbolo vertical y lugar de autoridad, al
igual que los palacios. No obstante, el mercado
permaneció como un lugar de reuniones populares y como un espacio para llevar a
cabo actividades que desafiaban el orden preestablecido.
La más visible expresión del control gubernamental era
la torre de múltiples pisos que resguardaba a los oficiales a cargo del
mercado. Ellos eran los responsables de garantizar que los bienes que se
vendiesen en el mercado fuesen de suficiente calidad y que los precios
estuviesen acordes con los estándares impuestos. Los oficiales también vendían
mercancías gubernamentales o productos de los talleres del gobierno. La torre
poseía un estandarte y un tambor en la cámara superior con la finalidad de
abrir y cerrar el mercado. Las torres en los mercados de Chang’an son descritas
en poemas de época Han Oriental con una altura de cinco pisos.
Una segunda manifestación del poder del gobierno en
los mercados fue la imposición de una cuadrícula como la de los distritos
residenciales. El azulejo de una tumba que representa el mercado de Chengdu
muestra un perfecto cuadrado con una puerta en cada lado y dos calles mayores
trazadas entre las puertas en un simple modelo en cruz. La torre de dos pisos
se encuentra exactamente en el centro. La imagen muestra el mercado como una
reducida versión del ideal canónico de una ciudad capital[2],
tal y como es descrito en los Registros
para el Escrutinio de las Artesanías (Kao gong ji), un texto del
período de los Estados Combatientes sobre la construcción.
Cada uno de los cuatro cuadrantes del mercado es
dividido por filas de edificaciones de un solo piso. Presumiblemente, contenían
tiendas agrupadas en función del producto. Las más importantes tiendas se
alineaban en torno a las vías principales. Esta cuadrícula de tiendas en el mercado
figura en la poesía y en textos del período, que enfatizan la regularidad de
las líneas de tiendas como una evidencia de la grandeza imperial y el
ordenamiento social.
Las excavaciones arqueológicas y los textos
recientemente descubiertos han provisto adicional evidencia en relación a los
mercados de la capital Han. Chang’an tuvo dos mercados, uno oriental y otro
occidental, ambos rodeados de murallas. El occidental fue, a la par, un centro
manufacturero mayor, con un horno que producía figuras humanas en terracota
para los enterramientos imperiales, una ceca, una fundición de hierro y hasta
un taller privado que fabricaba figurillas de caballos, personas y aves.
Los mercados de la capital solían separarse en nueve
sectores, divididos por líneas regulares como estipulaba la ley Qin. Todos los
vendedores de una particular categoría de bienes se localizaban juntos, y cada
línea de tiendas estaba bajo la supervisión de un mercader mayor. Los
comerciantes eran divididos en grupos de cinco hombres de mutua responsabilidad
legal que se observaban unos a otros y denunciaban cualquier mal
comportamiento.
El mercado también fue empleado para los castigos
públicos, tanto torturas como ejecuciones. Las cabezas, o los cuerpos enteros
de los criminales eran expuestos ahí con mucha frecuencia. Algunos pasajes en
el Li ji y en los Métodos del Comandante (Sima fa),
un tratado militar del período de los Reinos Combatientes, emparejaba el
mercado con la corte, ambos como sitios de castigo y recompensa.
En el mercado se desplegaba, no obstante, una menos
violenta autoridad, si bien las representaciones políticas buscaban una más
extensa audiencia. Como lugar donde la gente podía reunirse legalmente en gran
número, el mercado fue el sitio privilegiado para comunicar mensajes de parte
de los mandatarios al pueblo, bien fuesen por medio de gestos y palabras,
textos, dinero o cuerpos desmembrados. Como lugar de grupos de ricos mercaderes
y de espectáculos públicos, el mercado no estaba por entero bajo el control del
gobierno. Actividades no sancionadas tomaban cuerpo aquí, asociadas con los
comerciantes: espadachines errantes con sus bandas de seguidores, maestros de
las artes ocultas vinculados con los cultos chamánicos y adivinadores. Cada uno
de tales grupos desafiaba, a su manera, al estado.
La ostentosa riqueza de los mercaderes tentaba a los
oficiales a corromperse y a los campesinos a llevar una vida de tasas, cargas y
servicios al estado. La tensión entre el orden de los comerciantes, definido
por la riqueza, y el orden oficial, definido, a su vez, por el rango, se
construía en la estructura dual de las ciudades y era exacerbado por las leyes
que apartaban a los comerciantes y sus descendientes del desempeño de cargos
públicos oficiales.
Sin embargo, la riqueza mercantil desafió la eficacia
de las leyes. Mientras en teoría nadie quedaba exento de los castigos, era
común que los hijos de las ricas familias nunca muriesen en el mercado; es
decir, fuesen públicamente ejecutados. El mercado era temido por los seguidores
del estado porque era un lugar en donde ciertas personas podían ganar un poder
y un estatus que no era recompensado por el gobierno, y donde el poder y la
riqueza violaban rutinariamente las regulaciones suntuarias. Incluso se podría
decir que el mercado era el lugar donde la riqueza misma era un elemento de
manipulación en detrimento de la ley criminal y de la administración del
gobierno.
La mayoría de los espectáculos comunes en los mercados
era la partida o llegada de gente eminente en bellos carros y con vestimentas
llamativas. Menos frecuente eran las representaciones de los pretendientes
políticos que buscaban atención. La violencia y la criminalidad en los mercados
se asociaban con carniceros, espadachines y auténticos gánsteres (you xia),
hombres provistos de una ética de venganza, de infidelidad a los juramentos y
devotos de la muerte. Estos personajes actuaban como bandidos, secuestradores,
ladrones de tumbas y asesinos, y no como mercaderes. Los gánsteres formaban
asociaciones de asesinos profesionales que intimidaban o sobornaban a la
oficialidad. Algunos memoriales de época Han Oriental los describen como
creadores de una suerte de ley privada fundamentada en la venganza, que
amenazaba con suplantar los códigos legales del estado. Los grupos de jóvenes malvados
conformaban una especie de extensa categoría social. Los jóvenes asistían o
emulaban a los criminales en sus actividades ilegales. A veces, bandas de
jóvenes actuaban como cómplices de algún príncipe imperial rebelde alzado que
asesinaban y robaban por deporte. Los denominados empleados crueles, usados por
el estado para destruir a las poderosas
familias locales eran, en ocasiones, reclutados entre esas bandas o bien entre
personas que trabajaban con ellas. Muchos jóvenes rebeldes eran enviados en las
expediciones a Asia Central con la intención de alejarlos de la ciudad. En
tiempos de paz muchos de esos jóvenes malvados eran retratados como
derrochadores sin ocupaciones propias, y que pasaban su tiempo en el mercado
organizando luchas de gallos o cazando perros. En época de desorden, sin
embargo, esas bandas urbanas formaban una reserva de reclutas con la intención
de cumplir venganzas o sofocar rebeliones. Las biografías de muchos líderes que
se alzaron contra el poder Qin muestran que sus seguidores eran reclutados
entre tales jóvenes.
Los elementos sociales que se reunían en el mercado y
desafiaban la autoridad del estado comprendían los maestros de las técnicas
esotéricas, adivinadores y doctores chamanes. Todos ellos eran acusados de
acudir a los poderes sobrenaturales con el fin de estafar a la población
campesina. Como la adivinación, la medicina y las prácticas religiosas con
ellas asociadas eran una fuente de riqueza, estos grupos eran denunciados como
desorientadores de la gente joven, a la que apartaban de las ocupaciones
apropiadas por perseguir sus poco respetables fines. Algunos ejemplos de tales
polémicas aparecen en el Discurso sobre
la Sal y el Hierro, del siglo I a.e.c. (Yan tie lun), un
plausible registro sobre los debates en torno a los monopolios estatales.
Además, en los Discursos de un Hombre
Oculto (Qian fu lun),
un conjunto de ensayos recogidos en época de Han Oriental por Wang Fu, se hacen
acusaciones similares, esta vez focalizados en el rol de las mujeres como
seguidoras de chamanes. Se argumenta que las mismas curan enfermedades apelando
a espíritus, un método por el cual los chamanes estafan a la gente y atraen
seguidores. En los mercados pululaban también prostitutas y mendigos.
La partición física de la ciudades en el período de
los Estados Combatientes condujo a una permanente división, legal y social, que
dejaría la ciudad imperial china dividida para siempre dentro de sí misma. En
el período imperial arcaico el estado formaba una red jerárquica de
ciudades-palacio con sus tierras agrícolas alrededor. Las ciudades exteriores
servían de residencia, de talleres y mercados, necesarios para la producción y
el intercambio de bienes, pero en la práctica fiscal, y en la ideología, no
dejaban de ser marginales y potencialmente amenazadoras para el estado.
A pesar de los intentos de imponer el orden a través
de cuadrículas en las calles y los mercados, las poblaciones de las ciudades
exteriores permanecían extrañas a los modelos ideales del gobierno de servicio
y jerarquía. Aunque constituyesen una población lícita, mercaderes y artesanos
amenazaban al estado creando jerarquías alternativas fundamentadas en la
riqueza, lo cual atraía a la población rural más miserable que abandonaba su
trabajo e intentaba buscar riqueza en la ciudad. Los mercados atraían población
marginal a las urbes en busca de fortunas a través de ocupaciones ilícitas. Etiquetadas
como perezosas y malvadas, esas personas sobrevivían por medio de actividades o
negocios no registrados, de la criminalidad, las artes mánticas y la
prostitución. Ayudaban, así, a crear una distintiva cultura urbana que
permanecía al margen del campo de fuerza del estado.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Febrero, 2017
[1] La altura
de las torres debía corresponderse con el rango del ocupante del palacio. Las
torres que flanquean puertas se hacían necesarias porque distinguían al
superior del inferior. Puertas con sus torres llegan a ser un prominente
símbolo de autoridad, más incluso que la propia muralla que rodea el recinto
urbano.
[2] Las
transmisiones del Maestro Zuo (Zuo
zhuan) definen la capital como una ciudad con un templo ancestral,
en tanto que el diccionario Han Explicando
las Palabras (Shi ming), señala que la capital es el asiento
del emperador. La capital imperial era una creación política y de ahí que se
insista en su artificialidad. Las murallas, puertas y el cuadriculado de las
calles marcaban la imposición humana sobre el mundo natural. Representan la
jerarquía y el control sobre una población potencialmente ingobernable o sin
normas. Como creación de una dinastía, colapsaba cuando la casa gobernante que
la había creado declinaba. Era, entonces, artificial y evanescente. Se trata de
una temporalidad que se manifiesta en las construcciones de madera. Las
antiguas capitales chinas eran quemadas y devastadas cuando una nueva dinastía
tomaba el control. Así, Xianyang fue destruida por Xiang Yu; Luoyang por Dong
Zhuo al final de Han Oriental, y Chang’an fue devastada por la guerra civil que
estalló al final del período Han Occidental.
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