14 de septiembre de 2019

El poema de Gilgamés: sus temas, motivos y personajes



Fragmento del texto babilónico del Poema de Gilgamés (MS 2652/1)

El valor literario y repercusión histórica del Poema de Gilgamés es innegable. Esta obra cumbre, originariamente sumeria, es considerada la primera gran epopeya[1], fruto de la labor compiladora y unificadora de una dilatada tradición oral que recogía ciclos míticos relacionados con las hazañas de un rey, concretamente de la ciudad de Uruk, que habría vivido hacia mediado el tercer milenio a.e.c. Se iría fijando como texto a lo largo de un prolongado proceso de reelaboración que finaliza en el siglo VII a.e.c.[2], durante el reinado del rey asirio Asurbanipal, cuya época fue de gran esplendor cultural, como demuestra la existencia de la biblioteca de Nínive.
El poema, estructurado en doce tabillas, se centra en las aventuras de un personaje semidivino, el rey Gilgamés, héroe hijo de una diosa (Ninsun) de la que recibe fortaleza física y hermosura, y de un padre humano, parece ser que un sacerdote (Lillah) del cual hereda la mortalidad, así como de otro personaje, Enkidu, un salvaje contrincante que acabará siendo amigo del soberano. El contenido argumental cuenta que los súbditos de Gilgamés, rey de Uruk (hoy Warka), se sienten oprimidos por su despotismo. Con el deseo de poner fin a tal situación suplican a las divinidades. Éstas crean y envían a Enkidu, como una réplica y rival de Gilgamés, un ser salvaje que convive con animales. Sin embargo, se hacen amigos y terminan compartiendo aventuras (el paso de las montañas o la muerte del gigante Khumbaba, que moraba en el Bosque de los Cedros).
De regreso en Uruk, la diosa Isthar, protectora de la ciudad, y conocedora de las hazañas del rey, se enamora perdidamente de Gilgamés. No obstante, la diosa es rechazada, por lo cual le envía el Toro Celestial para acabar con su vida. Enkidu mata a esta bestia y se burla de la deidad, desfachatez que le costará la vida, pues como castigo Ishtar hace que Enkidu enferme y muera. Gilgamés, destrozado, llora y homenajea a amigo, meditando sobre su propio destino. Decide conquistar la inmortalidad, para lo cual sale en procura de Utnapishtim, quien conoce el secreto de la misma, pues es uno de los sobrevivientes del Diluvio universal que habían enviado los dioses. Después de varias fatigas y peripecias, Gilgamés llega junto a él, y le revela el modo de conseguir la perseguida inmortalidad. Le dice que tiene que buscar en el fondo marino la planta mágica de la eterna juventud. Gilgamesh, sin pensárselo, se sumerge en las aguas y la encuentra, pero su alegría es efímera, pues una serpiente se la arrebata. De esta manera, sin inmortalidad y consciente de que su viaje fue inútil, regresa a Uruk. Finalmente, relata su reencuentro con Enkidu, que retorna desde el mundo de los muertos para transmitirle los secretos del más allá.
El poema contó en la Antigüedad con varias versiones, un hecho que pareciera demostrar su conocimiento por parte de las diversas poblaciones de la zona geográfica y cultural mesopotámica y de Asia Menor. Las relaciones comerciales evidenciadas en toda la región propiciarían la circulación literaria, el intercambio de historias y relatos, la incorporación de ciertas realidades y contextos diversos de contenidos o episodios ya presentes en el fondo literario y la tradición épica mesopotámica. Por tal motivo se explica que el material no fuese desconocido por los autores del Antiguo Testamento o por los griegos de la época micénica, hasta el punto de que la epopeya dejó claras huellas en la literatura bíblica, en la épica homérica y hasta en la obra hesiódica.
Los personajes del Poema de Gilgamés presentan por primera vez en una obra literaria un complejo repertorio psicológico. Las actitudes, trazos, conductas y comportamientos de los personajes presentan una gran riqueza.
En un nivel humano, sobresale la presencia de la hieródula (prostituta sagrada) con la que Gilgamés logra civilizar al agreste y primitivo Enkidu. Existen algunas alusiones a las gentes de Uruk, que asumen un rol subordinado, lo cual reflejaría el esquema social de un sistema teocrático. En tal sentido, el valor documental e histórico del poema es relevante, al reflejar la presencia de una sociedad estructuralmente piramidal con una autoridad civil y religiosa que detenta un poder centralizado.
En un nivel heroico, destaca sobremanera Gilgamés, que posee dos tercios de divinidad y uno de humano, al que se califica con el epíteto de “divino”; además, sobresale Enkidu (que contaba con un ciclo mítico propio, lo que denotaría su relevancia), el cual representa simbólicamente las etapas de la humanidad, contempladas desde el salvajismo a la civilización. Por otra lado, también son notables Utnapishtim, sobreviviente del gran Diluvio Universal, y el gigante Khumbaba, guardia del sacro “Bosque dos Cedros”. Finalmente, no debe relegarse al olvido el mencionado Toro del Cielo, creado por el dios Anu, con la ayuda del cual se cumple la venganza de Isthar ante el desafuero que sufre.
En el nivel divino, finalmente, debe señalarse que aparece en el poema un buen número de deidades mesopotámicas. Ninguna de ellas, salvo Anu (An), titular del panteón sumerio, reside en el ámbito celestial, sino en la tierra. Es el caso de Isthar, titular del templo de Eanna en Uruk, o de Enlil, dios del viento y la tierra, que será el encargado de enviar el diluvio como castigo a la humanidad.  Por su parte, Ea, un dios de la sabiduría, que incluye las artes o la escritura cuneiforme, y que muestra su carácter de protector de la humanidad, salva a Utnapishtim. Del mismo modo, aparece Shamash, deidad solar y salvadora de Gilgamesh; Aruru, diosa de la creación, mujer de Anu; Ninurta, divinidad de las aguas; Sumuqanl dios del ganado; Ninsun, la madre del principal protagonista, Gilgamés; y Nergal y su esposa Ereshkigal, deidades infernales, entre otros más.
El Poema de Gilgamés conjunta una buena cantidad de complejos temas, motivos y elementos, un factor que ha incidido en las variadas interpretaciones que sobre el mismo se han llevado a cabo. Así, se puede contemplar la trágica condición del protagonista, que se ve abocado a enfrentarse a la inevitabilidad de la muerte; la función e intención de los grandes temas míticos (diluvio, inmortalidad, descenso al inframundo); el rol desempeñado por los sueños como mecanismos de contacto con el mundo divino; y la situación sentimental y emotiva de los personajes.
La conciencia de subjetividad y la dimensión histórico-literaria de la epopeya, abren diversos ámbitos de análisis así como diferentes enfoques y lecturas múltiples, sean estas filosóficas, psicológicas, literarias, sociológicas o mítico-religiosas. La lectura del texto muestra una amplia gama de temas y motivos. Por un lado, la naturaleza mortal del ser humano y su miedo a morir; el sentido de la vida; el amor y la amistad; y el bien y el mal; por el otro, la dicotomía entre civilización y barbarie; el papel que juega el destino; el más allá; la persecución de la gloria y la fama y; la presencia del ámbito religioso.
También se pueden encontrar asuntos y motivos que son recurrentes en otras  composiciones literarias. Es el caso paradigmático del diluvio, que se constata asimismo en mitos indios (Manu), aztecas (Tata), e incluso griegos (Deucalión) y bíblicos (Noé sería el equivalente bíblico de Utnapishtim, el cual, a su vez, resulta ser una adaptación del héroe sumerio Ziusudra y del babilónico Atrakhasis).
El muy habitual motivo del viaje como una alegoría del devenir de la vida humana establece algunas correspondencias entre Gilgamés y Ulises-Odiseo. Por otra parte, se configuran algunas analogías también con Heracles, en cuanto a las peripecias y duras pruebas que el propio viaje conlleva y que deben ser superadas. En relación con lo anterior, se encuentra la pugna contra el mal[3], representado generalmente por un monstruo, que en el caso que nos concierne encarna el terrorífico Khumbaba, un trasunto de los míticos dragones, y el Toro del Cielo, una figura que, con las adaptaciones pertinentes, recuerda al Minotauro cretense.
Por su lado, el motivo de la vida eterna que es arrebatada por una sierpe a la humanidad, tiene algunos paralelismos entre otras mitologías. Se puede pensar, por ejemplo en el episodio bíblico del Génesis. Finalmente, incluso el tópico del carpe diem tiene su aparición en el Poema de Gilgamés. Así, Siduri, la tabernera que vive junto al Océano, en virtud de que Gilgamés nunca logrará la inmortalidad, le aconseja al héroe, de un modo evidentemente hedonista, que la vida es alegre y que, en consecuencia, debe gozar de la misma.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, 2019


[1] Desde un punto de vista literario, los aspectos estructurales y compositivos, de contenido y forma, técnicos, estilísticos y lingüísticos, evidencian el claro carácter épico del poema, que cuenta, por otra parte, con elementos dramáticos. En tal sentido repercuten las repeticiones de versos, los epítetos, las fórmulas, los diálogos, la viveza descriptiva, y hasta los toques de oralidad, lo mismo que el empleo de figuras como metáforas, comparaciones, alegorías, proverbios, anáforas y aliteraciones.
[2] Originariamente sumeria, la epopeya conoció diversas versiones (acadia, hitita), si bien la estándar será aquella en babilonio antiguo de la Biblioteca de Asurbanipal.
[3] Incluso este motivo encuentra conexiones en el ambiente bíblico, tal como ocurre con Sansón o hasta el propio Cristo.

4 de septiembre de 2019

Hermandad entre los mitos y los cuentos folclóricos


Cuentos y mitos pertenecen a un mismo ámbito de hechos, de manera que las distinciones entre ambos no son mucho más que accesorias. Los mismos temas de ambos pueden saltar de un uno al otro. Aunque se trate de realidades diferentes admiten trasvases temáticos y mantienen una cercana y estrecha relación. Dicho de otra forma: el mito y los cuentos populares o folclóricos no son lo mismo, pero tienen puntos de contacto, entre ellos una comunidad temática y gran número de afinidades en las cosmovisiones que cada tipo de relato contempla.
Desde una perspectiva temática, el mito acostumbra a referirse a cuestionamientos de un interés genérico, universal, que atañe a toda una comunidad o, incluso, a la humanidad por completo (mitos de orígenes del mundo, por ejemplo), en tanto que el cuento suele desplazarse por asuntos más privados y mayormente concretos. Sin embargo, esta diferencia no es, en modo alguno, taxativa, pues si un tema que interesa de modo global se trivializa, o se hace ejemplar, paradigmática, una cuestión privada, el mito podría aparecer, y funcionar como un cuento folclórico, y un cuento hacer las veces de un mito, adquiriendo tal categoría.
Por su lado, los personajes del cuento suelen carecer de nombres, poseer algunos muy comunes, o singularizarse con nombres parlantes alusivos a su vestimenta, el carácter y temperamento o a su propio físico, mientras que en el mito es relevante el nombre de los personajes o protagonistas, que personifican elementos naturales o son héroes, seres humanos o dioses. La mayoría son agentes protagonistas principales, a su vez, de otros mitos, configurando así una suerte de constelación de mitos. Con ello, cada mito se integraría armónicamente en una estructura narrativa mayor. En el cuento existen, además, personajes arquetípicos centrales (la bruja, el hermano menor o la madrastra). Uno y otro, en consecuencia, se desarrollan en un trasfondo referencial conocido y reconocible por los que los escuchan o leen, si bien la categoría de esas referencias es distinta.
Funcionalmente, el cuento tiene una clara tendencia de entretenimiento, de distracción, en tanto que, se supone, los mitos tienen unas funciones mucho más específicas, entre las cuales se encuentran plasmados los principios básicos de los seres humanos; es decir, plasman la concepción del mundo de la comunidad así como los principios medulares que rigen el conjunto de la vida de cada miembro del grupo. No obstante, los mitos también pueden tener una función de distracción, mientras que el cuento, eventualmente, pudiera referir comportamientos y conductas genéricas. Tal es así que los cuentos folclóricos pueden funcionar como mecanismos de cohesión del grupo social. Es el caso del conjunto de cuentos que suelen configurar el acervo cultural de la memoria colectiva tradicional. Incluso algunas de esas funciones serían de extrema importancia: los cuentos son esenciales en la formación psicológica de los niños y, además, encubren solapadamente mensajes cuya latencia sobre la libertad o acerca de la sociedad de clases, son reconocibles transversalmente.
No siempre resulta sencillo saber cuál es la consideración que una comunidad o grupo social le confiere a una historia. Se puede considerar un cuento aquella historia que antaño en otra comunidad tenía otras consideraciones. La sociedad contemporánea, al menos occidental, no ha tenido reparos en encadenar los cuentos en un exclusivo ámbito infantil, mientras que los mitos de la antigüedad se han establecido como específica materia de instrucción cultural o erudición. En este sentido, mientras el cuento acostumbra a redactarse en una prosa poco formalizada, con frases breves, una narrativa reiterativa y una estructura abierta, priorizando la anécdota, el engaño o las estratagemas, el mito puede también escribirse en verso, presentando una formalización más literaria. Tal estructura, no obstante, se puede observar en ciertos contextos. No es descabellado pensar que un mismo tema puede soportar una versión de cuento popular y otra mítica y, por ende, el mito puede presentarse con una estructura tan abierta como la del cuento.
Los cuentos han sufrido una minusvaloración impropia, aunque su presencia ha permanecido al paso del tiempo y han sido recreados continuamente. Sin duda, el cuento no es un producto exclusivamente infantil ni propio de las clases bajas y humildes, del mismo modo que el mito no siempre tiene que ser un producto culto, refinado, sacro y específico de clases letradas y socialmente elevadas. La conservación de la vehiculación oral y de las mejores simplicidades en los cuentos no deja de ser un contrapunto adecuado a una sociedad mayormente letrada y profundamente tecnificada.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, septiembre, 2019