25 de agosto de 2022

Nestorianismo: una herejía cristiana en China

Imagen: estela nestoriana de Si Ganfu, en Xi'an, datada en el siglo VIII. En ella se menciona Da Qin, referido al imperio romano o, al menos, a la zona de Siria con presencia de Roma.  

El nestorianismo alude a una doctrina religiosa inserta en el cristianismo que considera a Cristo separado en una doble naturaleza, humana y divina, conformándose así dos entes independientes o dos personas unidas en Él (Dios y hombre a la vez), pero formado de dos personas realmente distintas.

Nestorio,  que confiere el nombre a la herejía nestoriana, nació en Germanicia en Siria Eufratense, falleciendo en la Tebaida, es decir en Egipto, hacia mediado el siglo V. Vivía como sacerdote y monje antes de ser elegido por el emperador Teodosio II como patriarca de Constantinopla, sucediendo a Sisinio. Persiguió a los arrianos y confiscó las iglesias macedonias en el Helesponto, tomando medidas contra los cuartodecimanos, aquellos que celebraban la Pascua en la luna de marzo, aunque no cayese domingo, que quedaron recluidos en Asia Menor. También atacó a los novacianos (doctrina cristiana del siglo III que se oponía a la absolución de aquellos que habían abjurado de su fe por presiones de las autoridades romanas, denominados lapsi).

El nestorianismo se extendió por todo el continente asiático. Fue desterrado del Imperio romano y la diáspora nestoriana encontró refugio en el territorio del Imperio persa sasánida, sobre todo en lo que hoy es Armenia. La Iglesia cristiana en el imperio persa se convirtió a la doctrina nestoriana difisita, fomentando una división, entre el cristianismo calcedónico y el de los cristianos nestorianos. Establecieron varias escuelas (de Edesa, de Nisibis). Desde esta última, se expandió el nestorianismo por toda Persia. En el siglo VI esta iglesia fue acosada con las luchas internas y, sobre todo, con la persecución efectuada por los seguidores de Zoroastro. A partir de 633, y con las invasiones musulmanas, empezó a decrecer el nestorianismo en Persia, pero ya se habían dado misiones, como la del misionero sirio Alopen, que trasladaron el nestorianismo hasta Asia central, en lugares como la legendaria Samarcanda, y hasta Mongolia y China. 

El cristianismo nestoriano pudo llegar por primera vez a China, por tanto, en el primer tercio del siglo VII,  cuando el misionero sirio Alopen u Olopen (predicador y misionero cristiano) estableció una iglesia en la capital occidental en época de reinado de Taizong de la dinastía Tang; esto es, en la ciudad de Chang'an (actual Xi'an). No obstante, las más abundantes noticias sobre el nestorianismo chino proceden de las cartas y relaciones de ciertos misioneros del siglo XIV y de los primeros exploradores europeos, como la familia de los Polo.

Una fuente importante, pero posterior, la proporciona la estela o lápida hallada en 1625 en Xian, capital de la provincia de Shensi, aunque es una estela que había permanecido enterrada desde la célebre proscripción de 845. Gracias a ella conocemos la historia del nestorianismo en China partir del siglo VII. Consta de varias partes: una exposición doctrinal;  la historia de la cristiandad nestoriana en China del 635 al 781; elogios poéticos de los emperadores que se citan en la parte histórica; y el acta de erección de la misma, entre otras secciones. No se dice nada de una evangelización previa del apóstol Santo Tomás, según han sugerido varios autores.

Expone con detalle las principales doctrinas cristianas: Dios, misterio de la Santísima Trinidad, creación, justicia original, pecado, Encarnación, Redención, Ascensión. De todo esto se hace evidente que existía en aquellos tiempos una comunidad nestoriana esparcida por todo el reino, sobre todo en los puertos y en las principales ciudades comerciales del interior. Monjes y sacerdotes habían sido introducidos probablemente por algunos comerciantes persas. Unos cuantos ocupaban cargos públicos y tenían su influjo hasta en la corte. Todos los monasterios irradiaban su propia actividad misionera, y ello sería la causa principal de la gran proscripción de 845, en época Tang.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, agosto, 2022. 

 

15 de agosto de 2022

Vídeo. Serie ¿Y si hablamos de mitos?. Mitos sumerios y sus singularidades


Tercer programa de la serie ¿Y si hablamos de mitos?, en el canal Hablemos de mitos. Se trata de Mitos sumerios y sus singularidades. Se reflejan aspectos clave de esta mitología referencial y seminal, enfatizando temas, motivos, relatos y hasta algunas interpretaciones. Espero, como es menester, que pueda resultar de utilidad o de estímulo para toda persona interesada en el campo de la mitología y la mitocrítica. Saludos cordiales. 

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, agosto, 2022. 


8 de agosto de 2022

Cine, mito e historia antigua: Roma y Grecia






Imágenes (de arriba hacia abajo): póster de Quo vadis, La túnica sagrada, Androcles y el León, La leyenda de Eneas, Electra y La batalla de Maratón.  

La denominación péplum, referida a un género cinematográfico centrado en el mundo grecorromano, fue acuñada por críticos cinematográficos franceses en los comienzos de los años sesenta del pasado siglo XX. Su origen procede del término griego que alude a una suerte de túnica sin mangas. También conocido popularmente como cine de sandalia y espada designa, de manera general, el cine histórico clásico, en buena medida teñido de leyendas romanas, héroes y mitología griega. La épica histórica, pero también bíblica (Judit y Holofernes, de Antonio Molinari, 1920, película de referencia seminal) y mitológica centrada en determinada antigüedad, fundamentalmente romana, fue su marco de acción esencial, si bien otorgando una preeminencia a ciertos períodos en la época más clásica del género, como fueron la época del segundo triunvirato o el de la siempre llena de intrigas dinastía Julio-Claudia. No obstante, también dejó un especio de relevancia, aunque menor, a la antigüedad griega.

Contó, además, con una especie de muy exitoso subgénero, aquel relacionado con el cristianismo, en el que se integrarían títulos como Ben-Hur de William Wyler (1959), el drama Quo Vadis, de Jerzy Kawalerowicz (2001), la controvertida, en su momento, La Pasión de Cristo, de Mel Gibson (2004), Poncio Pilatos, de Irving Rapper (1962) o La Túnica sagrada, de Henry Koster (1953). En todas ellas el martirio y la idea de inmortal sacralidad fruto del poder divino están muy presentes. Santos y héroes se confunden sin remisión.  

El interés primordial estribaba en narrar historias teñidas de aventura, con grandes dosis de grandilocuencia, de épica y heroísmo en sus protagonistas. Se evidenciaba dramatismo por mediación de los  juegos, las destrucciones, batallas y destacables hazañas heroicas, no sin la presencia de melodrama, lo cual incluye ardientes pasiones amorosas de por medio, como el afamado caso de Espartaco, de Stanley Kubrick, (1960).

Se trata, en consecuencia, de películas de acción, en las que los componentes heroicos, mitológicos y las hazañas individuales se destacan sobremanera, como se puede observar en la mencionada Espartaco, en la que el esclavo acaba siendo un héroe imperecedero en la mentalidad antigua, o en la Cleopatra de J.L. Mankiewick (1963), en la cual la reina egipcia es tratada en esencia en su imagen mítica e idealizada. Los hechos históricos eran contemplados y tratados, en general, como un grandilocuente, antiguo y venerable telón de fondo, en el que la verdadera historia (en esta oportunidad en minúsculas), la que interesaba, estaba signada de aventuras, diversamente entrelazadas, de tipo mítico-religioso o socio-político, habitualmente de tono y carácter individual.

Se enarbolaban determinados valores y comportamientos emanados de una antigüedad que podrían considerarse ejemplares, en especial aquellos de carácter moral, aunque muy ideologizados. No obstante, un rasgo primordial siempre fue la tendencia a la excesiva escenificación, más o menos tópica, a una ambientación no siempre rigurosa, pero siempre de gran espectacularidad y una orientación a la escasa estricta fidelidad a las realidades históricas. En tal sentido, solían mezclarse episodios y personajes, a veces estereotipados, como astutos villanos o héroes afamados, que no coincidían en el tiempo o en el espacio, o se inventaban personajes históricamente inexistentes o directamente mitificados, como el ejemplo de la película italiana Ursus, Carlo Campogalliani (1961) o el del muy conocido Máximo Décimo Meridio, heroico protagonista del Gladiator de Ridley Scott (2000), quien actúa como un auténtico héroe liberador de monstruos, en este caso en la persona del propio emperador romano Cómodo.

Abundaban, entonces, los anacronismos en tópicos concretos como la vestimenta, los objetos de la cultura material, como las armas, los adornos corporales, las estatuas y hasta ciertas arquitecturas, si bien hubo notables excepciones (Julio César, Joseph L. Mankiewick, 1963).

Su origen se remonta al cine silente, sobre todo italiano, aunque su esplendor se produjo en las décadas de los años 50 y 60, tanto en Hollywood como en la propia cinematografía italiana. En una época del cine mudo, catalogada como el cine de romanos, este género sirvió como mecanismo de propaganda en el litigio que enfrentaba al papado con la nación italiana que acababa de arrebatarle sus posesiones. En ciertos filmes se defendía la posición de la Iglesia, y se representaba a Roma como una civilización pagana, decadente, pecadora. Es el caso especial de las primeras versiones de Quo Vadis (de 1913 y 1924).

Con el fascismo italiano, las películas de romanos se usaron para exaltar un nacionalismo, mitológicamente establecido, y  justificar el colonialismo italiano. Este hecho es palpable en películas, por ejemplo, como Escipión el Africano, de Carmine Gallone (1937). Las fuentes de este cine de romanos fueron, en su amplia mayoría, más o menos libres adaptaciones literarias de novelas históricas, como pudo ser Los últimos días de Pompeya, de Mario Bonnard (1959), o de obras teatrales, caso de Androcles y el León, de Chester Erskine (1952), a partir de la obra de Bernard Shaw, o bien de Golfus de Roma, de Richard Lester (1966), a partir de las comedias de Plauto.

Desde una perspectiva temática, estas películas tratan diferentes épocas históricas y en variado grado, que abarca desde las leyendas y mitos de fundación, como La leyenda de Eneas, de  G. Rivalta (1962); Rómulo y Remo, de Sergio Corbucci (1961), acerca de unos de los principales mito indígenas de fundación de la ciudad eterna, o Las Vírgenes de Roma, de Vittorio Cottafavi (1960), pasando por los distintos períodos de la República (Cartago en llamas, Carmine Gallone, 1959, o Aníbal, C.L. Bragaglia y Edgar G. Ulmer, 1959), hasta el fastuoso imperio, con todas sus intrigas, caso del Calígula, de Tinto Brass, (1979), las persecuciones a los cristianos, como la mencionada La túnica sagrada, de Henry Koster; Demetrio y los gladiadores, de Delmer Daves, (1954), la culpabilización cristiana del famosos incendio de Roma en época del emperador Nerón (El signo de la cruz,  Cecil B. DeMille, 1932), o su indetenible derrumbe (La invasión de los bárbaros, Robert Siodmak, 1969).

El péplum de temática griega, por su parte, mostró algunos ejemplos en los que el rigor histórico y el apego a las fuentes fue algo más serio. Es el caso de títulos como Ulises, de Mario Camerini (1954), aunque sus personajes, tremendamente heroizados, fueron, habitualmente, auténticos estereotipos: personajes crueles, héroes fabulosos o mujeres o deidades malvadas. La escasez de títulos, sobre todo  en comparación con las películas de romanos, pudo haberse debido a que no se definieron temas-espectáculo grandilocuentes y no existieron tan numerosas novelas históricas sobre el mundo griego (o no se han adaptado) o incluso, haya habido determinadas complicaciones para hacerlo.

No obstante, no se pueden relegar al olvido algunos buenos ejemplos de adaptaciones de tragedias griegas, sobre todo de Sófocles y Eurípides, como la recordada Edipo Rey, de P. P. Passolini (1965), Electra, de M. Cacoyannis (1962), Ifigenia, también de M. Cacoyannis a partir de la tragedia griega de Eurípides Ifigenia en Áulide; las biografías de notables personajes del pensamiento heleno, como el Sócrates de R. Rossellini (1970), los filmes acerca de conocidos héroes panhelénicos, especialmente Heracles, como Los trabajos de Hércules, de Pietro Francisci (1958), basada en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas y su secuela, titulada Hércules encadenado o Hércules y la reina de Lidia, del mismo director (1959), esta vez teniendo como referencia la tragedia de Esquilo (Los siete contra Tebas) y la de Sófocles (Edipo en Colono), o bien señeros títulos que abordan directamente episodios míticos, especialmente Furia de Titanes, de Desmond Davis (1981, sobre la que ha habido una reciente readaptación en 2010 dirigida por Louis Leterrier). Trata de modo particular el mito de Perseo.

Algunas de las películas de tema histórico se centraron en las Guerras Médicas, el período que la historiografía denomina helenismo, así como en la conquista romana del espacio cultural griego, como por ejemplo La batalla de Maratón, del afamado director Jacques Tourneur  (1959), o La destrucción de Corinto, del realizador Marco Costa (1960).

Uno de los subgéneros del tema griego de mayor atractivo y alcance fue aquel orientado por los mitos griegos, en los que se destaca cierta espectacularidad, la recreación de los efectos especiales, caso de Jasón y los Argonautas, de Don Chaffey (1963), con efectos artesanales magistralmente elaborados por Ray Harrihausen, o la mencionada Furia de Titanes, así como la referencial aventura narrativa y visual, cargada de dificultades pero con un final esperado y hasta feliz, caso de La Odisea, Andrei Konchalovski (1997).

En estas películas, musculosos héroes míticos como Sansón (Sansón y Dalila, de Cecil B. DeMille, 1949),  Hércules o  Goliat, luchan contra fantásticos monstruos y no pocas veces rescatan hermosas mujeres, relevando del trono, gracias a sus portentosas hazañas, a malévolos reyes cuyo gobierno es espurio o ilegítimo. Estos héroes, referencias morales, actúan muchas veces, en cierto sentido, en el espacio de una realidad mítica, o histórica, que funciona más como un pretexto que como un contexto propiamente dicho.   

Otros títulos que adoptan una cierta perspectiva mitológica la encontramos en los tratamientos de personajes históricamente relevantes cuyas vidas han sufrido cierta mitologización, o en sucesos que han adquirido una pátina mítica ya desde la misma antigüedad, como La amada de Júpiter, de George Sidney (1955); Atila, rey de los Hunos, de Douglas Sirk, en producción de 1954, acerca del legendario personaje “bárbaro”; la mencionada Aníbal, en la que se retrata al general cartaginés como un auténtico héroe; La última legión, de Doug Lefler (2007), basada en la novela de Valerio Manfredi, en la que el tratamiento de la trama es épico y casi de leyenda; Alejandro Magno (Oliver Stone, 2004) y; 300 (Zack Snyder, 2007). En la prestigiosa y visualmente impactante 300 se encuentra una verdadera apología de los valores heroicos de los espartanos y su mítico sacrificio en honor a su esmerada educación.

Finalmente, otros títulos de largometrajes relevantes (sin entrar en la multitud de series contemporáneas, por ejemplo sobre Jasón, Hércules o incluso la Biblia, 2000, 2007, 2013), son Troya, de Wolfgang Petersen (2004), que centra su atención en el Aquiles homérico, así como la muy reciente Noé, producción de Darren Aronofsky (2014), que hace un versátil y peculiar tratamiento del personaje, héroe del mítico diluvio bíblico que narra el Génesis bíblico.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, agosto, 2022.

 

1 de agosto de 2022

Metamorfosis religiosa: Jesús-Buda del maniqueísmo chino

En la imagen una pintura maniquea de Jesús-Buda, un Cristo como Buda en un rollo colgante de seda pintado, datado en los siglos XII y XIII (de época Song del Sur), que se encuentra en el templo japonés (Kôshû, Yamanashi) de Seiunji. Se trata de uno de los seis rollos colgantes maniqueos chinos de Zhejiang que fueron denominados Yí shu fó zhên o Pintura de seda del Buda-profeta Jesús. Eran pinturas de la iglesia maniquea china que muy probablemente se emplearon como objetos de veneración y enseñanza.

La figura, con líneas doradas y con presencia de varios colores, está sentada en padmasana o postura del loto, y encapuchada, con sus manos juntas en torno a un pequeño cofrecillo. Se entiende la figura si se recuerda que en el maniqueísmo gnóstico Jesús, como Gautama (esto es Siddarta), Zoroastro y Mani, se incluían en el grupo de los profetas. La figura nimbada se encuentra sobre una seda de color marrón, y si se observa con detenimiento, puede verse que sostiene en su mano izquierda un pequeño pedestal de loto rojo con una cruz de oro (Cruz de Luz), de brazos iguales. Se trata del mismo tipo de cruz (en relieve) que se halla en la cima de la estela nestoriana de Si Ganfu, Xi’an, hallada en 1625, pero que había permanecido enterrada desde la famosa persecución de 845, en la época dinástica Tang.

Aparte del nimbo alrededor de la cabeza se vislumbra el contorno de una mandorla enmarcando el cuerpo. El Cristo-Buda está sobre un elaborado pedestal en forma de soporte hexagonal de varias capas que sostiene un loto con un conjunto de pétalos abiertos en cinco anillos. Cada uno de los pétalos evoca un altar en miniatura.

Se ha dicho, no sin razón, que el rollo simboliza una metamorfosis religiosa de lo más interesante, al ser empleado por maniqueos del sur de China, quienes venerarían la representación hasta mediado el siglo XVI; luego al haber funcionado como un objeto cristiano en Japón durante poco más de medio siglo (entre el XVI y el XVII); y al haber sido utilizado, desde el XVII hasta la actualidad, como un símbolo budista en el país nipón, en donde los fieles budistas lo han considerado una representación de un bodhisattva celestial del budismo esotérico de nombre Âkâsagarbha. Aunque no hay registro histórico al respecto que lo corrobore, varias leyendas atribuyen la pertenencia de la pìntura a un daimyô cristiano, de nombre Arima Harunobu (Protasio como nombre bautismal) que habría estado en contacto con los jesuitas y con los portugueses (de quien recibiría armas), acabando sus días ejecutado por el poder del sogunado debido a su participación en la destrucción (acompañado de jesuitas) de templos y santuarios sintoístas y budistas.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, agosto, 2022.