30 de septiembre de 2005

Ponencia: petróleo y geopolítica en Medio Oriente

APROXIMACIÓN REFLEXIVA AL MARCO GEOESTRATÉGICO EN MEDIO ORIENTE: EL PETRÓLEO Y LA SITUACIÓN DE IRAK*


Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV
Escuela de letras, UCAB



Toda reflexión que tome en consideración el ámbito histórico-cultural y geográfico del Medio Oriente no puede aislarse del contexto geopolítico que ha marcado el desarrollo de los últimos siglos. Un inicial interés en Asia central por parte de las llamadas potencias occidentales fue despertado por motivos lucrativos, individuales y gubernamentales, en relación con la apropiación de los grandes tesoros de las antiguas culturas allí evidenciadas, lo que propició la proliferación sistemática de estudios arqueológicos y el inicio de una continua política colonialista occidentalizante en la zona. Seguidamente, en el seno del amenazante equilibrio y la dicotomía de esferas de intereses ideológicos que enmarcaba el período de la guerra fría se desarrolló una carrera estratégica y político-económica para explotar y, en la medida de lo posible, controlar los importantes recursos de la zona, en especial el vital líquido negro: el petróleo. Fue el comienzo del llamado The Great Game entre Rusia, Gran Bretaña y EE.UU., y del posicionamiento de un neo-colonialismo financiero y comercial, con tintes ideológicos, que hoy en día pretende ser implantado como corolario a unas formas de vida y pensamiento entendidas como democráticas y progresistas frente al radicalismo y la intransigencia religiosa que, a decir de occidente, caracteriza a buena parte de las naciones musulmanas. Esta argumentación tendenciosa no olvidó, en el fondo, la antigua y significativa marginación historiográfica de aquellas culturas que, a pesar de su originalidad y elevado desarrollo técnico, fueron catalogadas como marginales, periféricas y secundarias respecto al supuesto eje civilizador del planeta: Europa. La actualidad de la situación, a partir de unos innegables intereses geopolíticos y económicos, sigue caminos no muy diferentes, aunque más sutiles: cierto desprecio, o quizá desconocimiento, cultural por las posturas fanatizadas e intolerantes destiladas del Islam, y magnificadas por ciertos grupos extremistas, frente al paternalismo ideológico de ciertos valores occidentales más o menos democráticos, o una ambigua política intervencionista de cara a las minorías étnicas más relevantes, abocadas a una vida errante sin fin en lugar de un asentamiento nacional, como el patético caso de los kurdos.
Desde principios del siglo XX el petróleo iraquí despertó la codicia europea, inglesa y francesa, y americana. Al final de la Primera Guerra Mundial las Siete Hermanas, todas ellas compañías extranjeras, se repartían más del 90 % de la producción mundial. Este fuerte intervencionismo neo-colonialista propició agudos desfases poblacionales, migraciones internas y la aparición de un elitismo petrolero que, paulatinamente, aumentó las diferencias socio-económicas en el marco de los países del Medio Oriente. Se produjo un notable descenso del nivel de bienestar y comenzó a gestarse un sentimiento de odio y resentimiento, usado por las potencias occidentales en su favor, que maniobraban hábilmente en función de sus intereses sin prestar la más mínima atención real a los padecimientos de la gran mayoría de la población. Únicamente la aparición de organizaciones como la OPEP ha podido canalizar, en cierta medida, los intereses árabes, aunque ha acabado por metamorfosearse en fiel y sumisa servidora de EE.UU., en especial tras la fracasada presión llevada a cabo en 1973. No nos engañemos: el asunto intervencionista en Medio Oriente es de alta competitividad. Se trata de una lucha desenfrenada entre EE.UU., Francia, Rusia y China a través de sus grandes empresas, como Exxon, Chevron, BP, Totalfina, Loukoil y National Oil Company. Una consecuencia plausible de la reciente actuación liderada por el gigante del norte de América arrojaría un saldo favorable para sus intereses: una nueva infraestructura bajo su absoluto control y la presión a los demás miembros de la OPEP para que privaticen sus empresas y ofrezcan a EE.UU. y a su hermano menor, el Reino Unido, nuevas concesiones o acuerdos de producción favorablemente más rentables. Todo ello sin menoscabo de otra realidad: precios acomodados y un mercado altamente predecible y estable en manos estadounidenses. De este modo, también se pretende conseguir la reducción del peligro de la inestabilidad política de los regímenes en manos de integristas islámicos y asegurar un suministro permanente y fluido a la gran esponja industrial de EE.UU., un consumidor implacable. Este oportunismo[1] responde a las previsiones de la Agencia Internacional de Energía en cuanto al notable aumento del consumo del líquido oleoso, a pesar de las alarmistas referencias hechas acerca de su agotamiento como fuente de energía no renovable, al menos en corto y mediano plazo. El mundo todavía se moverá largo tiempo gracias al petróleo, y los beneficiarios principales seguirán siendo los países industrializados, lo que ahondará más la brecha norte-sur, entre naciones ricas y pobres.
En todo este juego de intereses no podemos descartar que la fijación estadounidense en el Medio Oriente puede tener de trasfondo el intento por contrarrestar el potencial competidor que supone la Unión Europea, intentando debilitar, con el control de Irak, la fuerte y consistente economía europea, sustentada, además, en una moneda que nada tiene que envidiar a la divisa norteamericana. El uso del euro en las transacciones petroleras de Irak pudo haber fomentado una sutil estratagema de la administración Bush en el sentido señalado, puesto que la moneda americana se ha ido depreciando con respecto a la comunitaria. No olvidemos que el comercio mundial, y el del petróleo en particular, es un renglón en el que EE.UU. hace los dólares[2], y los demás, los productos que tales divisas pueden comprar. El trasfondo financiero puede ser suspicaz: el objetivo norteamericano sería asegurar el control de los campos petroleros iraquíes y revertir su valor a dólares, incrementar la producción y forzar los precios a bajar.
Si trasladamos el marco operativo al ámbito de la actuación política y cultural, deberíamos preguntarnos, ¿ qué busca el intervencionismo en la zona y cómo ha cuidado las interrelaciones socio-culturales en el seno de los conflictos o tensiones producidas a lo largo de la última década ?. De una manera objetiva podríamos clasificar el protagonismo occidental en el Medio Oriente como ambiguo y muy poco conciliador. A partir de fórmulas generalizadoras y promesas baldías enmarcadas en intereses económicos, se ha propiciado un lamentable ejemplo de doble moral y ambigüedad que ha permitido, mirando hacia otro lado, los abusos del rígido y autocrático sistema iraquí frente a poblaciones desamparadas, muchas de ellas pertenecientes a minorías étnicas perseguidas. El juego en el tablero de la geopolítica de intereses diplomáticos con otras naciones poderosas ha dado pie a que EE.UU., principalmente, no manifieste una política coherente y sensible en el seno de su pretendido paternalismo democratizante. En este escenario, los kurdos, de etnia indo-irania, una nación sin patria, y habitantes del Kurdistán desde hace milenios, han sufrido verdaderos genocidios y siguen siendo perseguidos, con la complicidad del otro lado del mundo. Recuérdese, para escarnio de toda mente sana y equilibrada, el uso discriminado de gas mostaza por parte de Hussein en 1988 contra estas poblaciones, acción que generó una mínima y ridícula reacción occidental.
En 1991 la población kurda interesaba a la administración estadounidense para facilitar la ayuda necesaria a todos aquellos perjudicados por las zonas de exclusión. Tanto fue así, que hasta se creó en Mosul un semi-protectorado kurdo, inconsistente y desunido, que se lucraba del contrabando petrolero, en especial en manos de los partidos mayoritarios Barzani y Talabani. Nunca hubo una “defensa” o un apoyo real hacia la minoría frente al régimen iraquí, cuyas limpiezas étnicas han dejado sin vida a más de 100000 kurdos. Además, implícitamente, EE.UU. ha permitido la libre circulación de Turquía, aliada importante en la región, y opuesta a un futuro Kurdistán que ya por derecho se le había concedido a la minoría kurda en el Tratado de Sevres de 1920, y que vislumbraba un estado independiente en Anatolia oriental y Mosul. No debe ser una casualidad que EE.UU. no vea con buenos ojos la formación de una federación autónoma kurda, pues Mosul y Kirkuk, lugares preferenciales de asentamiento de este pueblo en Irak, poseen grandes reservas de crudo. Tampoco la zona de exclusión en el sur del país protegió a las minorías shiíes, de modo que occidente ha dejado hacer a Saddam Hussein, mientras los ricos yacimientos cercanos al Golfo Pérsico no fueran puestos en peligro.
Las excusas, como antaño, no han variado: hace más de diez años se pretendió esconder la avidez por el petróleo difundiendo la idea de democratizar Irak, pero sin hacer referencia a la monarquía casi feudal kuwaití; desde hace unos meses, derrocando el infame régimen de Hussein, pero haciendo caso omiso de las exigencias y pesares de la población y las minorías, aunque sobre el papel, ejerciendo algunas naciones de occidente un rol protector de las zonas arqueológicas pertenecientes a las grandes culturas desarrolladas en otros tiempos en la región ( según EE.UU. más de 4000, y según los expertos iraquíes sólo unas 200 ), si bien no ha sido una prioridad salvar importantes piezas de museo de los saqueos, luego vendidas en mercados negros que favorecen a occidente. También se ha practicado un papel de liberación del opresor, pero con escasas garantías, al menos por ahora, de ordenar la debacle producida. Como hace siglos los cruzados, EE.UU. ha forzado en la actualidad la maquinaria bélica y el desahogo psicológico de sus fuerzas militares a través de variados medios: desde la obsesión personal de sus presidentes hasta los claros intereses económicos y la confirmación y afianzamiento de un liderazgo mundial sin barreras que exporta valores de un modo de vida que parece ser el único válido. No debería extrañar, por lo tanto, aunque no se justifican sus acciones terroristas, los sentimientos de venganza y los patentes resentimientos anti-imperialistas o contrarios a las políticas exteriores de Norteamérica en el área.
Pero cambiemos de óptica, ya para finalizar, y preguntémonos cuál es la respuesta árabe musulmana y en qué medida su forma de actuar y pensar ha alentado las intervenciones de algunos países europeos y de EE.UU. En el marco de las relaciones con los poderes occidentales se ha podido constatar una pronunciada desunión árabe a un nivel gubernamental y gerencial, y no tanto entre las masas populares, que ha generado una matriz de opinión que no observa una “democracia árabe”, carente de algunos de los principios y derechos básicos que caracterizan al régimen democrático, como la discriminación de las mujeres, por ejemplo. De todo esto ha surgido un cúmulo de interrogantes de difícil respuesta: ¿ existe un real deseo de respetar, en el fondo, las acciones de EE.UU. ? o, ¿ hay un temor a sus prácticas casi-imperialistas ?; ¿ acaso las naciones árabes tácitamente aceptan el status quo imperante, que puede beneficiar a ciertos grupos y elites ?. La falta de organización interna parece remitir al pronunciado sectarismo religioso imperante en el mundo árabe y a un significativo desarrollo de los nacionalismos, donde cada uno busca un predominio de matices ideológico-religiosos, sin que se conformen objetivos comunes. Además, hay una evidente falta de modelos paradigmáticos a seguir, como el que en su momento pudo ofrecer un Gamal Naser. Por lo tanto, se trata de una incapacidad unitaria de respuesta y de la fragmentación de visiones opuestas que anulan cualquier consenso.
Podríamos concluir estas breves reflexiones sintetizando las motivaciones que, de parte y parte, han propiciado los conflictos, tensiones y desacuerdos en esta histórica región del mundo. En primer lugar, hacer hincapié en que el Medio Oriente es una zona heredera de un colonialismo occidental que ha motivado contradicciones internas en respuesta, y que ha propiciado intereses geopolíticos, estratégicos y económicos, en especial debido a la abundancia de petróleo y de sus reservas, por parte de las grandes potencias industriales de occidente; en segundo lugar, el mundo árabe musulmán ha desarrollado nacionalismos separados y enfrentados, expresión de los intereses de oligarquías dominantes, y sectarismos religiosos de variados objetivos, lo que, indirectamente, ha despertado la necesidad occidental de matizar, con la imposición de ciertos valores e ideas, todo aquello que se percibe como atentatorio de las libertades del hombre y de la democracia entendida al modo occidental, con sus patentes contradicciones, limitaciones y defectos. En este planteamiento, se cataloga al Islam como una doctrina política que se avizora contraria al progresismo y se aferra a planteamientos integristas o fundamentalistas, concebidos como una amenaza. Ojalá se pudiese apelar, sin embargo, a la discusión y no a la imposición de ideales, modelos y formas que, en un momento concreto, pueden ser tan fanatizadas unas como las otras.
[1] El premio Nobel de economía, y profesor de la Universidad de Chicago, Gary S. Becker, ha defendido recientemente a la administración norteamericana afirmando que el segundo conflicto iraquí no sería motivado por el petróleo, porque la guerra tendría consecuencias altamente negativas dado su alto costo y porque propiciaría un aumento de precios. El profesor Becker parece estar muy seguro de que los países industrializados ya no son tan dependientes del petróleo como en los años 60, puesto que se han explorado con éxito nuevas alternativas energéticas. Pero entonces, ¿ por qué las empresas petroleras buscan afanosamente nuevos depósitos y mejores condiciones de inversión ?. EE.UU. necesita grandes cantidades de petróleo, como Japón y la Europa comunitaria, para mantener su elevado estándar de vida y un nivel de bienestar propio de naciones desarrolladas y de vanguardia, que requieren calentarse en los crudos inviernos o desplazarse en sus vehículos por las múltiples carreteras y autopistas, lujo o imperativo del que no van a prescindir. El hecho de que EE.UU. intervenga en Irak para defender la región de la amenaza de líderes autocráticos, siguiendo un fuerte impulso paternalista, además de ser matizable por su ambigüedad, no invalida sus imperecederas necesidades económicas para mantener su monstruosa industria. Véase, Becker, G.S., “La guerra con Irak no es por petróleo”, Venezuela Analítica Editores, Caracas, 1999-2000, disponible en internet en www.aipenet.com/.

[2] Desde 1945 el dólar es la divisa internacional para las transacciones petroleras globales.

*Ponencia presentada en la X JORNADA NACIONAL DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA DE LA HISTORIA, en el marco del SIMPOSIO CULTURA Y PETRÓLEO, celebrado en Barquisimeto del 23 al 26 de julio del 2003


BREVE RECOMENDACIÓN BIBLIOGRÁFICA


-Becker, G.S., “La guerra con Irak no es por petróleo”, Venezuela Analítica Editores, Caracas, 1999-2000, disponible en www.aipenet.com/
-Cello, M., Los Kurdos, Escuela de Estudios Orientales, Universidad de El Salvador, 2000.
-Laroui, A., El Islam árabe y sus problemas, ed. Península, Barcelona, 1984.
-Laurens, H., Le grand jeu. Orient arabe et rivalités internationals depuis 1945, PUF, París, 1991.
-Martínez Carreras, J.U., El Mundo Árabe e Israel, ed. Istmo, Madrid, 1992.
-Mesa, R., Aproximación al Cercano Oriente, ed. Akal, Madrid, 1982.
-Sorekli, Sh., “The kurdish national struggle at the gates of a new millennium”, Kurdish Meida, 1999.
-Zorgbibe, Ch., Géopolitique et histoire du Golfe, PUF, París, 1991.

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