20 de enero de 2022

Hibridismo en los mitos. Significación y simbolismo



Imágenes (de arriba hacia abajo): la etrusca quimera de Arezzo, hecha en bronce. Museo Arqueológico de Florencia; mosaico de suelo con figuración (esfinges, grifos, leones y una nereida sobre una criatura marina) y decoración geométrica. Casa de los Mosaicos, Eretria, datado en el siglo IV a.e.c.

Los híbridos, de aspecto en ocasiones monstruoso, son seres míticos, propios de los ámbitos liminales, característicamente ambiguos. Con doble o triple naturaleza, son la esencia de la metamorfosis, la transformación[1]. Son los pobladores, y a la par los delimitadores, de un espacio simbólico, aquella de la eschatiá, la frontera, de lo antisocial e inesperado, así como de las fuerzas que disgregan; por lo tanto, de la muerte. Habitan esas regiones limítrofes en las que los humanos entran en contacto con las deidades, siendo, en tal sentido, manifestaciones de lo divino y metáfora del inmenso poder de las divinidades. Tales regiones limítrofes son espacios antihumanos, configuradoras de la geografía propia de la alteridad, que consiste en paisajes montañosos, agrestes, incivilizados, islas de los confines mundanos, abismos del mar, reinos intermedios y un espacio radical de la muerte, simbolizada por el intrincado laberinto. Como seres liminales comunican esferas extremas de la experiencia, circulando de un mundo a otro en forma de démones intermediarios. En este orden de cosas, protegen las tumbas y facilitan el no siempre fácil ni cómodo, tránsito hacia el más allá.

Se puede hablar de dos tipos de hibridación. La primera es la biológica, a través de la yuxtaposición o mezcla de elementos anatómicos de distintas especies animales, lo cual incluye al ser humano. Puede predominar el aspecto zoomorfo en seres constituidos por elementos humanos y animales, como las esfinges, o también estar equilibrados los propios de animales en aquellos  formados con partes propiamente animalescas, caso de los leones alados o los famosos grifos. Los seres híbridos en los que predomina el aspecto antropomorfo suelen representar deidades (piénsese en la diosas aladas, sin ir más lejos, cuyo carácter psicopompo es particularmente efectivo). La segunda es la cultural, no específica, que se obtiene de la mezcla de distintos componentes culturales, entre los que destacan los aspectos del salvajismo y la domesticación.

El híbrido pertenece al origen, a la metamorfosis original de la que los seres míticos emergen. En la mitología griega, por ejemplo, los híbridos poblaban los abismos marinos al inicio de los tiempos, previo al surgimiento de los dioses olímpicos. Originariamente la naturaleza es fluida, de forma que los límites entre entidades y cosas permanecen en confusión, en tanto que materia y espacio pertenecen a un todo, resultando ser una mezcla amalgamada[2].

Muchas son las funciones que pueden desempeñar[3]. Actúan como mensajeros, guardianes protectores, servidores y acompañantes, ejerciendo el rol fundamental de comunicar la esfera humana y divina. Aunque adversarios del héroe, pueden llegar a ser sus aliados, puesto que son seres dotados de capacidades proféticas y saberes inmemoriales[4], conocedores de invisibles caminos, además de guardianes de secretos ocultos al ser humano. Su naturaleza pervertida y salvaje pervierte el comportamiento humano, seduciendo con un erotismo que también es poder fecundador y engendrador de una nueva existencia. En un especial sentido, expresan la ruptura, fruto de la subversión, que proponen los dioses al ser humano para propiciar su acceso al ámbito de la vida eterna.

El héroe tiene el deber de eliminar aquello no domesticado, salvaje, lo que se halla al margen de la polis para así, ganarse su lugar en la ciudad y garantizar, de paso, la continuidad de la misma

Se trata de entidades que, perteneciendo a una geografía liminal y a un tiempo distinto, habitan la historia narrada, viviendo en los numerosos relatos de inquietos viajeros, geógrafos, etnógrafos y logógrafos, en esa literatura de maravillas, paradoxográfica, tan adecuada a los banquetes. Ya se ha dicho que el ser híbrido sirve como indicador de los confines del mundo conocido y, por ende, controlado. Anclados en la mentalidad griega, funcionaban en la estructura constructiva de su pensamiento sobre el mundo. Dicho de otro modo: eran imprescindibles para su composición del espacio (más amplio que el nuestro), que incluía el allende.

Estos seres y entidades de semántica y naturaleza proteiforme hacen las veces de polivalentes signos que se muestran integrados, como necesarios, en el sistema de pensamiento del arcaísmo griego. Seres ctónicos, telúricos, ancestrales y primigenios, están vinculados a las fuerzas fecundadoras naturales. Gracias a su presencia y acción se nos presentan dos mundos, el primigenio y el humano, siendo el primero anterior al humano, en el que estos seres híbridos personifican y simbolizan las fuerzas ocultas y descontroladas de la naturaleza, propias de dicha esfera. En consecuencia, el híbrido se integra en el discurso de valores y creencias propio de las sociedades aristocráticas arcaicas del mundo griego antiguo[5]. Dicho con otras palabras, seres míticos como las Harpías, Medusa, Cerbero, Quimera, Tifón, Equidna o los centauros y tritones, han servido para pensar y representar el mundo y, por consiguiente, para entender su complejo funcionamiento.

El hibridismo zoomorfo en particular, conforma elementos que el pensamiento necesita para poblar los múltiples territorios marginales, aquellos del ritual y la muerte. Debe apuntarse que en el período del Paleolítico el ser humano vivía indiferenciado de los animales y éstos se representaban como personas, con características humanas. En tal sentido, ambas categorías, animal y humana, no se concebían como distintas, de forma que la vida de presas y cazadores configuraba un fluido continuo. Será en el proteico imaginario prehistórico en el que los teriántropos arraiguen, siendo comunes las representaciones de hombres-animales. De ahí su prolífica presencia en mitos egipcios, por ejemplo[6]. Con posterioridad, ya en el Neolítico, el ser humano entiende ya al animal como una realidad externa y no como una parte constitutiva de él mismo. Sin embargo, permanecerán en latencia, en estados alterados de conciencia, hombres, concretamente chamanes, que podrán en sus astrales viajes, transformarse en animales.

Así pues, mediante estos míticos seres fabulosos nos ubicamos en un espacio y un tiempo mitológico, evocando un mundo sobrenatural, un específico ordenamiento fuera del tiempo y el espacio humanos, con el contrasta pero al que le resulta necesario apelar para entender su posición en el mundo. Estos seres fantásticos son los protagonistas principales de escenas simbólicas y, probablemente, los evocadores esenciales de leyendas que refieren mitos de los orígenes. Toda la serie de bestias híbridas se integran  en un diálogo con lo infinito, pues actúan como mediadores de humanos y divinidades. Mortales o inmortales, en grupo o individuales, su pertenencia a ambientes liminales provoca su asociación a ritos iniciáticos y de paso, así como su vinculación a las historias heroicas, representando el poder y la memoria.

En la esencia de estas criaturas míticas encontramos esbozado lo exótico, lo extraordinario y lo monstruoso. Lo exótico se remarca en el sentido psicológico, indicando lo no familiar y lo lejano; lo extraordinario, contrario a lo cotidiano, implica el carácter de excepcionalidad y, por consiguiente, el mundo de lo sobrenatural, ya que su fantástica naturaleza es el referente del viaje inframundano, más allá de la esfera de la realidad. Finalmente, lo monstruoso es el símbolo de la imaginación, lo inexplicable y lo fantástico. En tanto que criaturas mixtas, ficticias, son creaciones simbólicas en las que se fusionan múltiples y diversas naturalezas. En sí mismas, creadas con fines apotropaicos y mágicos, implican la suma de fascinación, miedo a lo que no se conoce y curiosidad ante lo desconocido.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.



[1] Su doble, triple e incluso múltiple naturaleza, implica una ambigüedad peligrosa, en tanto que nos encontramos ante dispares naturalezas que pueden bien compenetrarse o bien diferir, lo cual puede provocar un mundo de opuestas tensiones dinámicas, de luchas por imponer su específico criterio.

[2] Los espacios y tiempos alejados de nuestra experiencia aparecen habitualmente poblados de monstruos y seres híbridos.

[3]  La hibridación y, con ella, la monstruosidad, no radica únicamente en un tamaño desproporcional o una forma especial, pues la hibridación es no solamente física sino también funcional. 

[4] La hibridación tornada en sabiduría es una sabiduría acumulada que procede de un doble ámbito  diverso de percepción, de experiencia, sumadas y potenciadas en un ser mixto. Tal capacidad de sabiduría, de ostentar ancestrales secretos, es una capacidad de la que el héroe (en buena medida su némesis) puede valerse para, paradójicamente, eliminar a estos seres híbridos.

[5] Muchos seres híbridos tienen como función legitimar las aristocracias, de ahí que tales seres monstruosos, divinos, semi divinos, no se suelan encontrar habitualmente en ambientes cotidianos o domésticos.

[6]  En el antiguo Egipto una deidad podía representarse de manera antropomorfa, con cuerpo humano y cabeza de animal, o con la completa apariencia de un animal. Si por un lado, los rasgos humanos hacían accesible la divinidad, las formas animalescas probablemente servirían para transmitir un carácter insondable, misterioso; en esencia, un poder natural. Tal sincretismo se encuentra detrás de la actitud egipcia de  asimilar creencias y concepciones distintas que están en contradicción. 

10 de enero de 2022

Peculiaridades militares de Cartago


Imagen: elefantes de guerra atacando la formación romana durante la célebre batalla de Zama. Ilustración de Cornelis Cort, en 1567.

El ejército púnico, siempre pendiente de la extensión de los territorios que de Cartago dependían, precisaba la combinación de un poderoso contingente terrestre con una amplia flota que fuese capaz de asegurar las rutas mercantiles y de comunicación entre las islas de Sicilia y Cerdeña,  el norte de África y la península Ibérica. A pesar de los enfrentamientos sostenidos contra Siracusa en los siglos V y IV a.e.c., Cartago fue incapaz de organizar un ejército permanente convenientemente entrenado y dotado de una idiosincrasia propia así como de un sistema de mando adecuado que le facilitara definir un modelo de combate estricto. Las derrotas ante Marco Régulo en África al comienzo de la Primera Guerra Púnica, provocaron el rechazo a los generales cartagineses, de manera que se entregó el mando a un foráneo, al lacedemonio Jantipo.

Los gastos necesarios para sufragar la flota y un ejército compuesto básicamente por mercenarios provocarán una enorme carga en las finanzas de Cartago, un hecho que habría de condicionar ciertas decisiones políticas en el siglo III, como aquella de no abonar las soldadas a los mercenarios del ejército de Amílcar repatriado desde Sicilia al culminar la Primera Guerra Púnica, ocasionando una sublevación entre 240 y 238 a.e.c. dirigida por Mathos, o como el caso de la conquista bárquida de la península Ibérica a partir de 238. Con la intención de dominar las explotaciones mineras del sudeste.

La falange, que estaba formada por los ciudadanos de Cartago, conformaría el núcleo del ejército a lo largo del siglo IV a.e.c. Se trataba de un cuerpo de elite que nunca combatía fuera del territorio africano. Se ubicaba en el centro de la formación del ejército, detrás de los célebres elefantes, siendo protegido en los flancos por los auxiliares mercenarios y la caballería. El máximo de la recluta cartaginesa se ha fijado en casi veinticinco mil infantes, unos cuatro mil jinetes y algo más de trescientos elefantes. A ello habría que añadir muy probablemente, un gran contingente de tropas auxiliares mercenarias, formadas por libios, iberos y númidas, según señala Plutarco. Se puede afirmar que el núcleo principal de las tropas de infantería cartaginesas lo conformaban los mercenarios. Eran captados por reclutadores a lo largo y ancho del Mediterráneo. En las guerras efectuadas por Cartago, combatieron desde Africa a Italia, por salario y botín, al servicio de la metrópoli púnica, griegos de poleis distintas, lacedemonios, baleares, galos, iberos, númidas africanos y celtiberos.

Empleaban como panoplia un yelmo tracio con crinera metálica, aunque también pudieron emplear cascos de bronce cónicos sin visera. Además, empleaban una coraza metálica de hierro, luego  sustituida, ya en el siglo III, por las cotas de malla itálicas, además de grebas de bronce. Otras armas de los mercenarios eran el escudo circular cóncavo de tipo griego, la lanza corta o la jabalina (longche).

Los ciudadanos configuraron parte esencial de la caballería púnica, diferenciada de los jinetes númidas y libios. Armados de forma análoga a la infantería, constituían una caballería pesada que se reclutaba entre la nobleza, siendo  equipada a su costa. En numerosas ocasiones formaron la guardia personal de los jefes del ejército.

Los oficiales superiores, surgidos entre las familias principales de la nobleza agraria o  bien ciudadana cartaginesa, configuraron una elite vinculada por lazos de parentesco, algo que les garantizaba el acceso al mando de las tropas. Sin embargo, su estatus no siempre les protegió de las consecuencias de sus equivocaciones, pues era común la ejecución de los mandos militares acusados de incompetentes, sobre todo crucificados. En ciertos casos, como los Barca en la península Ibérica en la segunda mitad del siglo III, el comando supremo del ejército permanecía siempre en una misma familia.

Durante los períodos de paz, se ignora la estructura de mando ni cómo se adaptaba ésta al comenzar las hostilidades. Polibio parece señalar  la existencia de un par de generales o mandos supremos en el ejército cartaginés; uno de ellos permanecería inicialmente en Africa con las tropas de reserva, mientras que el otro combatiría, con los mercenarios y el apoyo de la flota.

Poco se sabe acerca de los cargos del cuerpo de oficiales. Destaca, siempre según Polibio, el de boetarco (un jefe de tropas auxiliares). En cualquier caso, debe suponerse que los mercenarios contarían con sus sistemas propios de mando, que garantizasen la cohesión de las tropas.

Parte crucial de la caballería cartaginesa la conformaban los jinetes númidas, quienes cumplían misiones de enlace, exploración y persecución de las tropas vencidas con la intención de ampliar el número de bajas.  También eran empleados como cebo en las emboscadas debido a su gran movilidad y rapidez para replegarse. Como arma defensiva  usaban un escudo circular, mientras que jabalinas para atacar, vistiendo habitualmente una túnica corta. No obstante, los jinetes que Cartago alistaba en el norte de África podían ser asimismo, gétulos o libios. Ya en el siglo IV a.e.c., la caballería cartaginesa empleaba además los carros de guerra arrastrados por un tiro de cuatro caballos, que seguía el modelo asirio.

Introducidos en Occidente por Alejando Magno, los elefantes se constituyeron como un arma habitual en las guerras de las centurias III y II a.e.c., empleándose como fórmula para imponerse a las disciplinadas formaciones de infantería pesadamente armadas. El problema era que Cartago no podía abastecerse de forma continua de paquidermos indios, de forma que obtenía los africanos en la región del Sahara, aunque eran más pequeños que los asiáticos.

Las primeras batallas en el Mediterráneo central en las que se utilizaron elefantes fueron las campañas de Pirro en Sicilia y el sur de la península Itálica, creando terror entre las legiones romanas que no sabían enfrentarlos. Según los textos clásicos los elefantes se empleaban utilizando su fuerza y masa corporal con la intención de hundir las líneas y pisotear las tropas. No se menciona la existencia de torres de madera sobre el lomo de los animales desde las que combatirían piqueros y arqueros. Sin embargo, en ciertas terracotas y vasijas pintadas se representan torres de madera que habrían sido usadas por Pirro y los reyes seléucidas. Roma, tras haber sufrido a los elefantes como arma de guerra los introdujo en su ejército, empleándolos sobre todo en la península Ibérica durante las Guerras Celtibéricas.

Sin duda, el ideal fundamental tanto de Cartago como de las ciudades de la Magna Grecia consistía en repetir la falange macedónica, cuya organización se conoce gracias a las descripciones de  Asclepiodoro y Polibio. Esta formación fue considerada en el mundo griego un invencible sistema de combate hasta las derrotas de Cinoscéfalos y Pidna (168 a.e.c.) ante las flexibles legiones romanas.

Los soldados cartagineses aportaron influjos mediterráneos, que convivirán, mezclándose, con aquellos autóctonas, a su vez influidos por los galos. Fue el singular caso de la  adaptación de las espadas de La Tène que darán como resultado el gladius hispaniense.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.


1 de enero de 2022

Arqueología y arte minoico-cretense y micénico






Imágenes, de arriba hacia abajo: la Dama de Micenas, pintura al fresco micénica, datada en el siglo XIII a.e.c. Museo Arqueológico Nacional de Atenas; vista parcial de la ciudadela de Micenas, con el círculo de Tumbas A; Friso de los Grifos, pintura mural de la sala del trono del palacio de Cnosos. Período Minoico II, hacia 1450-1400 a.e.c.; pintura mural con el Fresco de la Procesión restaurado, del palacio de Cnosos. Hoy en el Museo Arqueológico de Heraklión y; deidad minoica de las serpientes, Museo Arquelógico de Heraklión, datada hacia 1600 a.e.c.

La arquitectura minoica es arquitrabada y aterrazada, con presencia de muros de piedra enlucidos y soportes en forma de pilares y columnas, estas últimas policromadas. La columna era normalmente de madera con un fuste liso o estriado y con la parte inferior menos ancha que la superior. Los techos estaban formados con vigas de madera. Las ciudades, como Gurnia o Akrotiri, no tenían murallas y contaban con casas de dos pisos, algunas decoradas con pinturas. Por otro lado, no hay constancia de templos, solamente de santuarios rupestres en las montañas o en las cavernas. No obstante, existían oratorios en los palacios, en los que pudo haber algunos altares.

En la arquitectura funeraria destacan sobremanera los tholoi (cámaras circulares cubiertas con falsa cúpula, antecedentes de los ejemplares micénicos), así como las tumbas en forma rectangular con varias cámaras. En los ajuares funerarios aparecieron notables sarcófagos, algunos de ellos rectangulares, con patas y tapadera, hechos en terracota.

La principal tipología arquitectónica minoica es, sin duda, la referida a los palacios, complejos de construcciones de carácter abierto, erigidos en lugares elevados, de carácter funcional, organizados en torno a un gran patio central, con estancias público-administrativas y habitaciones privadas. Su trazado es laberíntico y asimétrico, contando con dos o tres plantas con terrazas. Las estancias se decoraron con pinturas al fresco. Entre los más célebres se encuentran Faistos, Cnosos, Malia y Hagia Triada.

La escultura minoico-cretense se halla en forma de pequeñas esculturas exentas, hechas en porcelana vidriada, marfil, oro o terracota. Se trata, mayormente, de esculturas femeninas de diosas o sacerdotisas. Destacan las llamadas Damas de las Sierpes, datadas en el Minoico Medio, trajeadas, con faldas con volantes y con un escote que deja el pecho al descubierto. Los tocados suelen ser tiaras con presencia de animales. El relieve, por su parte, es poco común. Se encuentra reflejado en vasos, probablemente de uso ritual, en los que hay bajorrelieves con decoración antropomórfica y geométrica. Sobresalen, en tal sentido, el Vaso del Príncipe, el Vaso de los Segadores y los Vasos de Vafio.

La pintura es un clásico referente estético minoico-cretense. Sus ejemplos suelen datarse en el Minoico Medio y, sobre todo, el Reciente, entre 1550 y 1400 a.e.c. Se trata de una pintura al fresco con colores minerales sobre muros estucados, cuyos precedentes inmediatos se hallan en el Egipto del Reino Nuevo y también en el mesopotámico palacio de Mari, en Siria. Hay un empleo primordial se colores vivos, claros, planos e idealizados (por ejemplo, delfines o monos azules), con predominio del azul, el verde, el ocre y el blanco. Es una pintura sin profundidad, con una temática vitalista y cotidiana, con presencia de animales, reales o fantásticos, predominando la fauna marina, los paisajes y las escenas rituales o de juegos.

Se puede catalogar como una pintura elegante, de formas ondulantes, con una figuración humana en la que las personas se representan jóvenes, atléticas y ágiles. Las mujeres aparecen vestidas con un largo vestido con falda de volantes, además de portar adornos y peinados auténticamente sofisticados. Los fondos suelen ser lisos y unicolor. Se destacan, por ejemplo, el príncipe de las flores de lis en Cnosos, tal vez un rey-sacerdote; la parisina, una mujer noble o sacerdotisa, con un perfil marcado con líneas y un traje con un lazo sacro a la espalda; el fresco de la tauromaquia, en Cnosos; el pescador (en Akrotiri), un chico de piel oscura con una sarta de peces, en una postura que recuerda la pintura egipcia; o los pugilistas, dos naturalistas niños luchando en una suerte de combate de boxeo.

La cerámica destaca a partir del Minoico Medio, sobresaliendo la llamada cerámica de Kamares, de fondos oscuros con decoración geométrica y figuración zoomorfa marina. También es relevante la cerámica de Estilo de Palacio, del Minoico Reciente. Es naturalista, con presencia de formas vegetales estilizadas, así como de animales marinos como la estrella de mar, el pulpo o la medusa, que ocupan con sus cuerpos casi toda la vasija.

En lo tocante al arte micénico, lo primero que habría que señalar es que se trata de un arte desarrollado en el período helénico continental a fines de la Edad de Bronce, entre 1600 y 1200 a.e.c. En la arquitectura sobresalen las ciudadelas fortificadas en lugares elevados (Micenas, Tirinto), con presencia de murallas ciclópeas, así como el mégaron (salón de los palacios a uno de los lados del patio central). En estas ciudadelas amuralladas había una puerta de entrada principal de gran tamaño, como la célebre Puerta de los Leones en Micenas, sobre cuyo dintel destacan dos leones en relieve frente a una columna. También son un referente principal los palacios (en Pilos, Tirinto o Micenas), centros administrativos organizados en torno a una serie de patios. Las diversas salas tenían funciones muy diversas. Sobresale, fundamentalmente, el Palacio de Néstor.

El mégaron, por su parte, entendido como el antecedente del templo griego arcaico, constaba de un pórtico in antis, un vestíbulo o pronaos, una sala principal (naos), con un hogar central rodeado de columnas, y una sala del tesoro. Inicialmente era el lugar en donde los reyes recibían las delegaciones o se celebraban banquetes rituales. Más tarde se emplearon para rendir culto a las deidades a través de esculturas y exvotos. Fueron muy relevantes de los Micenas, Tirinto, Atenas y Pilos.

En lo concerniente a la arquitectura funeraria hay que mencionar el Círculo de Tumbas de Micenas, en el interior de la ciudadela. Se trata de sepulturas rodeadas de una muralla. Además debe mencionarse la famosa Tumba de Atreo (llamada Tesoro de Atreo o tumba de Agamenón), un tholos abovedado precedido de un corredor que pudo contener los restos de algún soberano de Micenas.

En lo que se refiere a la escultura, hay que señalar que es de pequeño tamaño, hecha en marfil, terracota y piedra, representando figuras antropomorfas. El cuerpo es un cilindro en el que destacan los dos senos, además de los ojos grandes, redondos y una nariz pronunciada. En cualquier caso, también hay una figuración zoomorfa (a base de toros) así como de carruajes de guerra. El ejemplo más peculiar es la denominada Tríada Divina (dos mujeres vestidas pero con los senos descubiertos y un niño delante de ambas). Parecen representar a Perséfone, Deméter y Lacco (Triptólemo), representando con ello la fertilidad agraria.

La pintura micénica es de influencia cretense. Se focaliza en la pintura al fresco sobre paredes con estuco, destacando los colores azul, rojo, amarillo y blanco. En lo relativo a la temática destacan las escenas de caza y de guerra, además de la figuración geométrica. Son relevantes las pinturas de los palacios de Pilos y de Tirinto. En Tirinto se encuentra la no menos célebre Dama Oferente, una figura femenina con los pechos al descubierto y un sofisticado peinado, que lleva una ofrenda en sus manos.

En el apartado de la cerámica y la orfebrería hay que remarcar que hablamos de una cerámica decorada con motivos bélicos, escenas de caza y pesca, además de motivos mitológicos. Todo ello acompañado de figuración geométrica, como espirales y meandros. Existieron ejemplares metálicos, sobre todo en bronce, y también en marfil. Un aspecto destacado en el ámbito de la orfebrería son las armas, los vasos de bronce martilleado y las máscaras funerarias en oro (como es el caso de la famosísima máscara de Agamenón, que apareció sobre la cara de un cadáver en la Tumba V del Círculo de Tumbas A de Micenas). También abundan no obstante, como parte del ajuar funerario, las espadas, cuchillos, copas y coronas.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.