Imágenes: lúnula con símbolos religiosos, animales y cabezas de ser humano. Tesoro de Chao de Lamas, Portugal, siglo II a.C.; modelo de etnogénesis de la entidad céltica, según Colin Renfrew.
Las
poblaciones de centro Europa (el este de Francia, sur de Alemania, occidente de
Austria y el norte de Suiza, compartían, hacia casi tres milenios, una serie de
elementos culturales, como las costumbres, la lengua, la organización
socio-económica, la cultura material y, quizá, ideas y creencias. Tal identidad
aparece reflejada en las fuentes griegas y romanas con el nombre de Céltica. El
final de la Primera Edad del Hierro, lo que se conoce como mundo hallstáttico,
conformó la fundamentación étnico-cultural de la que surgirán los keltoi, los celtas, primer pueblo
conocido al norte de los Alpes. A partir del siglo IV a.C. estos celtas se
adueñaron de una significativa porción de Europa, instalándose en Grecia,
Italia y Asia Menor, entre otras regiones.
En
Hecateo de Mileto y en Heródoto hallamos las primeras referencias históricas
escritas referidas a los keltoi. Para
el primero, se encontraban en las cercanías de Massalia, mientras que para el
segundo, se ubicaban en torno al río Istro (Danubio) y más allá de Gibraltar.
En el siglo IV a.C., Éforo de Cumas señala a los celtas como uno de los pueblos
bárbaros asentados al occidente (escitas, libios y persas estarían al norte,
sur y oriente, respectivamente, de la periferia del ámbito griego). Según la Ora Marítima de Avieno (del siglo IV
pero que recoge un periplo massaliota de hacia el siglo VI a.C.), los celtas
habían desplazado a los ligures de la región atlántica europea, teniendo que
movilizarse hacia el sur. Esto implicaría la presencia de la “entidad céltica”
a finales de la mencionada Primera Edad del Hierro. Keltoi, término quizá recibido por los griegos de tradiciones
orales, sería una suerte de etiqueta para las gentes del noroeste de Europa[1].
El
término “céltico” puede tener varias significaciones y acepciones dispares. En
primer lugar, podría referirse a las poblaciones denominadas de este modo por
los autores griegos y romanos; en segundo término se referiría a pueblos que se
auto denominan así; en tercer lugar, podría hacer alusión a un grupo
lingüístico concreto definido por los estudiosos; en cuarto lugar, haría
referencia al complejo arqueológico de la Segunda Edad del Hierro del centro
occidente de Europa, llamado La Téne; en quinto, aludiría a un estilo artístico
de esta mencionada edad; en sexto lugar, haría referencia a un hipotético
“espíritu céltico”, cuyos rasgos, determinados por las fuentes clásicas, serían
el heroísmo, la belicosidad o el individualismo, aspectos francamente
mitificados y mitificadores; en séptimo lugar, se aludiría a un específico arte
irlandés del primer milenio de nuestra era (de la Alta Edad Media, por tanto)
y; finalmente, a los actuales “valores”, heredados del celtismo, presentes en la
sociedad occidental. Apreciaciones como el espíritu o la herencia céltica
carecen de rigor histórico y son fruto de una visión historiográfica romántica
decimonónica.
Desde
una óptica tradicional, el origen de los pueblos celtas se establecía
linealmente desde la primera indoeuropeización de Europa con los kurganes de
las estepas de Rusia y desde los portadores de la denominada “hacha de combate”
del III milenio a.C. Tal continuidad se vería reflejada en culturas de la Edad
del Bronce (Campos de Urnas, por ejemplo), y acabaría dando lugar a los celtas
históricos. En el siglo V a.C., desde el área hogar céltico, los celtas
migrarían por toda Europa y Asia Menor. Para estudiosos como Colin Renfrew, la
indoeuropeización se asociaría con la introducción de la agricultura en Europa,
cuya expansión difundió una lengua indoeuropea arcaica no diferenciada. Desde
el sustrato común indoeuropeo habría habido evoluciones independientes, pero
también contactos, a lo largo del tiempo, produciéndose una especie de
acumulación de celticidad. Los dialectos en zonas con redes de intercambios
explicaría el surgimiento de diferentes entidades célticas en el I milenio
a.C., con lo que se desecharían las idea del hogar céltico y de las invasiones.
Del indoeuropeo occidental hablado por los habitantes de los Campos de Urnas de
la Edad del Bronce, aparecerían las lenguas célticas. Esto significa que los
celtas estarían ubicados desde el principio en centro Europa, es decir, desde
el Neolítico.
La
cultura hallsttática occidental (región al septentrión de los Alpes) parece
corresponderse con las más arcaicas manifestaciones de la entidad céltica.
Torques, puñales de antenas y brazaletes de oro configuran elementos de la
cultura material aquí bien delimitada. En esta cultura se produciría una jerarquización
social, encabezada por los llamados jefes de las tumbas de carro. Esta
diferenciación social parece comprobarse en los grandes hábitats fortificados,
en los túmulos funerarios cercanos a ellos y en los ajuares funerarios de la
fase Hallsttat D (entre 600 y 450 a.C.). La coincidencia del área nuclear
hallsttática con el mundo céltico de la Segunda Edad del Hierro supondría que
estos celtas serían antepasados de los celtas latenienses y que las poblaciones
de la Primera Edad del Hierro serían proto célticos o celtas arcaicos.
Hacia
500 a.C., tal vez debido a crisis sociales y políticas, así como a dificultades
para mantenerse activos en el comercio mediterráneo, los centros hallsttáticos
principales pierden preeminencia y casi desaparecen los enterramientos
fastuosos. El centro hallsttático se desplaza al norte (Renania, Bohemia), en
donde pudo darse el cambio socio-cultural que implica el comienzo de la Segunda
Edad del Hierro o cultura de la Téne. Ahora, las ciudades de esos jefes que
antes mencionábamos desaparecen y son sustituidas por aldeas o granjas, no
siempre fortificadas. Además, las tumbas aristocráticas se mezclan con otras en
necrópolis y las diferencias de riqueza se hacen menos evidentes. Los carros
ahora son de combate, con dos ruedas, y los puñales dejan su lugar a las
espadas largas y las jabalinas. Por otra parte, parece evidenciarse un nuevo
estilo artístico, que fusiona tradiciones indígenas autóctonas con motivos
mediterráneos, como el loto. Las nuevas jefaturas guerreras asumen nuevas
formas de explotar la tierra y de dominar el comercio. Un presumible
crecimiento demográfico posibilita su expansión hacia el este y también hacia
el oeste (norte de Francia, Península Ibérica, Reino Unido).
Aunque
hoy en día no se sostienen ni invasiones ni migraciones masivas de los celtas,
no se debe descartar la presencia de movimientos de población que recogen los
textos clásicos (el ataque a Roma en 390 a.C., la expedición a Macedonia de 280
a.C. y el asentamiento de los Gálatas en Asia Menor). Estas expansiones pueden
responder a mecanismos complejos de difusión, que impliquen la difusión de
tipos como aspectos de estatus o a través de artesanos itinerantes (que
explicarían los diferentes estilos artísticos). La interrelación entre cultura
material y etnicidad es muy compleja de resolver para el caso céltico.
En
los dos últimos siglos antes de Cristo, surgen en el mundo céltico centros
urbanos de gran tamaño (oppida), y
algunos pueblos logran desarrollar formas de organización estatal, que conforman
estados tribales, cuya desaparición, por asimilación, se producirá a partir de
la conquista romana.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Escuela de Letras, UCAB
[1] Las
descripciones sistemáticas de los celtas son muy tardías: Julio César en La Guerra de las Galias, Diodoro Sículo
y Estrabón (Geografía), recogiendo
este último, probablemente, datos de Posidonio. Todos ellos, entre el siglo I
a.C. y el I de nuestra era. En estos autores vemos el uso de Keltai y Galli para grupos de la Galia, a su vez diferentes de los grupos de
los Península Ibérica. Otros autores hablan de Galos y Gálatas como sinónimos
de celtas. El contenido del vocablo celtas varió con el tiempo y puede
referirse a una entidad que no es uniforme ni homogénea.
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