Gracias a las tablillas del reino de Pilos se conocen algunos detalles
acerca de la economía y la sociedad que animaban los reinos micénicos. La
agricultura y la ganadería eran las bases económicas, escasamente
complementadas con una pequeña artesanía de producción cerámica de lujo y armas
de metal. Entre los productos agrícolas destacaban los cereales, el aceite, las
leguminosas y algunas plantas aromáticas, especialmente empleadas en los rituales.
En la ganadería se destacaban toros, vacas, corderos, cerdos y caballos. La
economía agraria y pecuaria de cada reino micénico se organizaba y centralizaba
en el palacio. La actividad artesanal, por su parte, y también bajo la esfera
palacial, tuvo cierta importancia militar (metalurgia). Se conocen algunos
cargos específicos relacionados con la ganadería (e-ka-ra-eu, el castrador), y con la actividad artesanal, como el
funcionario Qa-si-re-we o Basileus, encargado de distribuir las
materias primas y las armas ya elaboradas.
Un hecho relevante es el conocimiento de la existencia de diferentes
tipos de tierras. Mo-ra, es la
propiedad de la nobleza militar, ajena al palacio; las Ko-to-na, de tamaño más reducido, se dividían en Ko-to-na Ke-ke-me-na, propiedad del damo o de personas particulares, y Ko-to-na Ki-ti-me-na, propiedad del rey,
quien las explotaba mediante arriendo. Es probable que el monarca concediese
estas tierras como pago o recompensa a sacerdotes y funcionarios para que las
trabajasen personalmente; además hay que considerar las diversas tierras
privadas. Finalmente, las O-na-ta,
serían tierras de baja condición jurídica (tal vez de grupos sociales
inferiores). El palacio no controlaría,
en cualquier caso, toda la tierra cultivable del reino, quedando al margen de
las tierras de la nobleza rural y de la de algunos campesinos libres y de
ciertas colectividades.
La fuerza de trabajo eran los esclavos, aunque no los únicos. Al igual
que el Próximo Oriente, en el mundo micénico coexistieron diferentes tipos de
trabajo, tanto libre como servil, y mediante servicios o corveas prestadas al
Estado. Sin embargo, no estaríamos en presencia de una sociedad esclavista en
el sentido grecorromano del término.
La sociedad micénica era una sociedad patriarcal y de naturaleza
patrilineal. El rey o Wa-na-ka (el wanax homérico) era, como el Ensi mesopotámico y el faraón egipcio,
una persona esencialmente sacra. Su función primordial era cultual, aunque
también poseía funciones económicas y administrativas (nombramiento de
funcionarios, supervisiones), pero no militares. Todo ello, naturalmente, en el
seno del palacio. El Ra-wa-qe-ta,
como el Wa-na-ka, poseía un Te-me-no, desempeñando funciones
análogas a la del rey, aunque también sin función militar. Era el representante
de la aristocracia militar frente a la monarquía. Su nombre derivaría, en
consecuencia, de Ra-wo o nobleza
guerrera). Era algo así como el instrumento de los nobles para controlar al
rey. Estaríamos, por lo tanto, ante la presencia de dos grandes grupos
sociales, de carácter dirigente: el funcionariado del palacio y el templo, y la
nobleza rural.
Los altos funcionarios son los A-ko-so-ta,
quienes controlaban las tierras laborables, y los We-da-ne-u, con funciones militares, culturales y económicas. Entre
los demás funcionarios se encuentran los de cada provincia y los de cada
distrito. Entre los primeros se debe nombrar el Du-ma, representante del poder central a escala provincial; el Po-ro-du-ma-te, quizá un funcionario
religioso; y el Da-mo-ko-ro, con
claras funciones económicas. Entre los segundos, se destaca el Ko-re-te y el Po-ro-ko-re-te, representantes del poder central, así como el A-ko-ro y el Wa-te-wa, quienes distinguen entre el Wa-tu (Asty) o ciudad, y
el A-ko-ro (agrós) o campo. Existían otros varios funcionarios de menor
importancia, como el caso de Ka-ra-wi-po-ro,
la sacerdotisa, un cargo mixto administrativo-religioso.
Además, existían nobles independientes y grandes propietarios, que seguían
al Ra-wa-qe-ta; nobles dependientes,
que rodeaban al rey y vivían en las ciudadelas (Mo-ro-qa, poseedores de pequeñas tierras concedidas por el palacio
a cambio del pago de un impuesto; E-qe-ta,
oficiales y comandantes del O-ka,
guarniciones costeras, con algunas funciones sacerdotales); y la baja nobleza,
donde se ubicaban los Te-re-ta, a los
que el palacio asignaba parcelas del tipo Ki-ti-me-na,
y entre los que sobresalieron los Pa-da-we-u,
artesanos y los Ke-ra-me-u,
alfareros. Vendrían a ser algo así como los artesanos reales o jefes de las diversas
manufacturas del palacio. Quizá fuesen, además, jefes de clanes.
El Da-mo, en realidad, no
era una clase social, sino una entidad jurídica, que poseía una serie de
tierras, tanto comunales, del tipo Ko-to-na
Ke-ke-me-na, como privadas, estas últimas del tipo Ka-ma, divididas en O-na-ta.
Eran, a ciencia cierta, de un santuario que las daba a particulares para su
cultivo. Se trataba de grupos de campesinos libres que mantenían relaciones con
la administración del distrito, a la que pagaban impuestos, y que, desde el
punto de vista social, se oponían al Ra-wo.
Los esclavos, finalmente, eran de dos tipos: en primer lugar, los que
pertenecían a las personas físicas reales o a personas jurídicas (Da-mo), pudiendo ser propiedad de un
artesano o de otra persona de otro grupo social. Tomaban parte en los procesos
productivos y laboraban al servicio personal de su amo; en segundo lugar, los
que pertenecían a una divinidad. Estos eran privados, en oposición a los del
primer grupo, públicos. En origen, puede ser que los esclavos derivasen de los
prisioneros de guerra, un hecho muy habitual a lo largo de la antigüedad.
Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV- Escuela de Letras, UCAB
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