IMÁGENES: ARRIBA, ESCENA DE CAZA EN UNA VASIJA DE NAGADA II, HACIA 3500 A.E.C., MUSEO ARQUEOLÓGICO DE MADRID; ABAJO, UN VASO CON ANIMALES Y BOTE, TAMBIÉN DE NAGADA II.
En el milenio que discurre entre
4000 y 3000 a.e.c., un proceso de desarrollo del estado en el antiguo Egipto se
pudo haber llevado a cabo en diversas etapas. En una primera estaríamos en presencia
de pequeños núcleos de comunidades agrícolas en el Alto y Bajo Egipto. No
habría especial competencia entre estas comunidades por las tierras de labor,
sobre todo porque en principio una parte significativa del valle del Nilo
estaría ligeramente poblada. En una segunda etapa, se habría producido un
aumento de la densidad de población y la formación, a la par, de pequeñas
entidades sociopolíticas, similares a eso que la etnografía denomina
“jefaturas”. Serían sociedades regionalmente organizadas con una centralizada
jerarquía de toma de decisiones que coordinaría las actividades de diversas
comunidades. Algunas de tales “jefaturas” estarían fundamentadas en la herencia
o en la desigualdad institucionalizada. Las diferencias en el poder serían correlativas
al acceso preferencial a la riqueza y el prestigio. En tal sentido, los jefes y
sus clanes familiares reivindicarían las mejores tierras para el cultivo y los
mejores lugares para pescar. En el momento en que dichas comunidades se
expandieron e intensificaron sus interrelaciones, llegaron a ser una suerte de
“reinos”. Un acceso diferente a la riqueza, el poder y el prestigio llegará a
ser institucionalizado en la ideología y en la práctica dinástica. Tal sistema
comenzaría a formarse en torno a 3500 a.e.c. en el Alto Egipto, en Nagada,
Hieracómpolis y Abidos, mientras que en la misma época, en el Bajo Egipto, Buto
y Maadi, serían comunidades florecientes en las actividades agrarias y
mercantiles, pero en las que no habría habido (o al menos no hay todavía
evidencia suficiente), una organización compleja en términos de acceso
hereditario a la riqueza y el poder.
Una tercera etapa, hacia 3200
a.e.c., sería de intensa competencia, quizá a través de guerras sostenidas,
entre diversas ciudades mayores, que culminaría en la aparición de
“protoreinos”, muy probablemente centrados en Nagada, Abidos e Hieracómpolis.
Serían ciudades con varios miles de habitantes, la mayoría de los cuales serían
agricultores, aunque con un porcentaje de artesanos especializados que fabrican
cerámica, botes, cerveza, herramientas de piedra, y de administradores y
sacerdotes a tiempo completo. Los “protoreinos” incluirían cierta arquitectura
monumental, sobre todos tumbas. Los enteramientos del Alto Egipto, de hecho,
sugieren grandes diferencias de rango, poder y riqueza, probablemente basadas
en la desigualdad hereditaria. Hacia 3100 a.e.c., el Estado egipcio estaría
centralizado ya en la ciudad de Menfis.
Ahora bien, las evidencias no
siempre son tan claras en relación a las etapas que se han planteado. No todas
las jefaturas llegan a ser “estados”. El medio ambiente natural y las
conexiones culturales con zonas foráneas, debieron haber creado diversas
oportunidades y maneras de formación cultural y cambio. El sur parece haber
incorporado al norte, en efecto. La cerámica y los estilos arquitectónicos del
Alto Egipto reemplazaron los estilos del Bajo Egipto desde 3200 a.e.c. De
hecho, durante la primera Dinastía, los reyes egipcios se enteraban en el sur,
en Abidos, tiempo después de que el centro económico y político del estado se
hubiese ubicado en el norte (Menfis). Además, los signos y símbolos de lo que
llegará a ser el sistema de escritura egipcia estaba en uso en el Alto Egipto
en el período Predinástico, y no en el Bajo. Sin embargo, el reemplazamiento de
los estilos del Bajo Egipto parece ser gradual en muchos sitios, aunque abrupto
en otros.
Por otra parte, no hay evidencias
de que el crecimiento de población haya forzado, de algún modo, el origen de
las instituciones del estado. El crecimiento demográfico parece ser más un
resultado que una causa de la evolución de la complejidad cultural. No se puede
dejar de lado, también, la relevancia de las culturas foráneas en la evolución
cultural de Egipto, sobre todo aquellas del Mediterráneo y del suroeste de Asia.
Hay clara evidencia de que en el Geerzense o Nagada II (3500-3200 a.e.c.),
algunos artefactos y estilos arquitectónicos son, en origen, iranios,
mesopotámicos y sirio-palestinos. Algunos vasos cerámicos y de metal de los talleres
reales se han encontrado, así mismo, en el Neguev y en el sur de la región
Sirio-Palestina.
Lo que sí está más claro es que los
fundamentos ideológicos del Estado egipcio, ya en la etapa dinástica, serán la
imposición del orden (a través de la conquista de enemigos extranjeros, o
propiciando la armonía entre las clases sociales), y el uso de la arquitectura,
como marco simbólico y efectivo, del establecimiento del poder político, que
emana de un rey divino, sobre todos los súbditos. Los fundamentos ideológicos
del estado egipcio suponen, además, valorar como esencial el rol del gobernante
en asegurar la continuidad cultural entre el pasado y el presente, mantener la
unidad, a pesar de las subdivisiones políticas y geográficas, y garantizar la
estabilidad y la seguridad a través de un gobierno pío y sabio.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
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