La
Europa pre-indoeuropea fue, sin dudas, un mundo complejo, multiforme, muy abigarrado,
con miles de años de tradiciones, creencias y costumbres. En Europa la agricultura llego primero a su zona centro-oriental
y balcánica. Hacia el 5000 a.e.c., la agricultura tenía una larga tradición en
la cuenca del Danubio, en la Grecia continental, Creta, los Balcanes y en la
costa oriental de Italia. En ese ámbito se desarrolló la civilización de lo que
Marija Gimbutas bautizó con el nombre de Vieja Europa, que no era en modo
alguno uniforme en todas sus regiones, si bien poseía en común rasgos característicos, ciertamente diferentes
de los que posteriormente traerían consigo los indoeuropeos desde las estepas.
A
principios del V milenio, la civilización de la Vieja Europa había cristalizado
ya en diferentes variedades regionales. Entre ellas se pueden mencionar las
culturas de Cucuteni y Lengyel, que ocuparían territorios que hoy pertenecen a
Austria, Polonia, Hungria, Eslovaquia y la República Checa; Tisza y Vinca más
al sur; y la que denominamos Egea en
el contexto de Grecia y sus islas.
Comenzaron
a formarse con prontitud núcleos urbanos. Los antiguos habitantes de Europa no escogían
para ubicar sus ciudades lugares elevados o de difícil acceso, como ulteriormente
hicieron los indoeuropeos. Las ciudades estaban situadas normalmente en lugares
que sobresalen por la abundancia de agua y por la presencia de un suelo de óptima
calidad. A veces, pequeñas empalizadas sugieren ciertas medidas de protección
contra animales salvajes o forasteros errantes, pero no medidas con propósitos presuntamente
bélicos. Las casas eran de dos o tres habitaciones, rectangulares, en cuyas
entradas había una zona no cubierta donde cocinaban y trabajaban la piedra para
confeccionar sus instrumentos.
Utilizaban
el cobre (tal vez ya desde el 5500 a.e.c.) y algo más tarde el oro (desde el
4000), en la confección de instrumentos y de adornos. Nunca utilizaron, por el
contrario, el bronce, ni conocieron la aleación del cobre con el arsénico, el
cinc o el estaño para producirlo. Fueron hábiles artífices también en la
creación de cerámicas.
Hasta
la fecha, ningún indicio arqueológico hace pensar que la sociedad de la Vieja Europa
conociera una división de clases entre gobernantes y gobernados o entre propietarios
y trabajadores. No se han hallado palacios de mucha mayor riqueza que las viviendas comunes, ni tampoco enterramientos
que puedan ser considerados reales o
principescos. Por el contrario, lo que abunda son templos con gran acumulación
de riquezas, en oro, mármol, cobre o cerámicas, que pudieran sugerir una
teocracia o, tal vez, una monarquía teocrática.
La
religión ocupaba, al parecer, un lugar central en aquella sociedad. Los “europeos”
de entonces construían numerosos templos y lugares diversos para el culto. Cerca
del Danubio, los arqueólogos han desenterrado uno de los más arcaicos templos
conocidos en Europa. Incluso, otros diversos han sido excavados en los Balcanes.
La capilla de Sabatinivka, del V
milenio, es un notable ejemplo. Abundan en estos recintos vasos con
forma humana, también en forma de pájaro y de otros animales, así como lámparas
y cucharas, diferentes ornamentos para el sacerdocio femenino, cuidados peinados
en las figurillas que representan a una “diosa pájaro” o a la “diosa serpiente”.
La divinidad central era, en consecuencia, femenina, una Gran Madre generadora de
vida, asimilada a la tierra, y que genera el fruto de la cosecha, un proceso crucial
en una cultura agrícola.
Es
muy verosímil que el nombre, o uno de los varios nombres de la Gran Diosa de la
Vieja Europa, al menos en la zona occidental, fuera Ana o Dana, que
ha subsistido como epíteto de ciertas divinidades femeninas en diferentes
lugares de la Europa posterior ya indoeuropeizada, como se constata en latin,
mesapio o celta. Son, asimismo, muy frecuentes las sepulturas ovales o
antropomórficas, que evocan el útero o la corporalidad de la Gran Madre.
Además, en la decoración proliferan imágenes de la diosa, aparte de laberintos,
senos y vulvas.
Los habitantes de esta Vieja Europa practicaron la
inhumación de modo generalizado. Sus pobladores eran inhumados en enterramientos
someros, en pequeños hoyos de forma ovoide en los que, como mucho, se incluían
escasos objetos, aparentemente de la propiedad del difunto y de su propio uso
cotidiano.
Es
muy factible, en consonancia con lo antedicho, que la sociedad de esta Vieja Europa
fuese matriarcal, un hecho que no implicaría, sin embargo, una subordinación
del hombre a la mujer. Existía, ciertamente, una especialización en las
funciones y ocupaciones de hombres y mujeres; no obstante, una cierta igualdad
en la estima se deja traslucir en la riqueza, bastante emparejada de los
enterramientos de unos y otras.
Resulta
también bastante posible que ya entonces existiera una forma de escritura. De
la cultura de Vinca, sin ir más lejos, proceden varios vasos destinados al
culto, figurillas y diversos otros objetos rituales, inscritos con lo que pudiera
ser una escritura o proto escritura a base de signos rectilíneos, de los que
hoy pueden identificarse unos cuantos, pertenecientes al período comprendido
entre los milenios VI y IV a.e.c. Su naturaleza es pictográfica y su empleo
exclusivamente religioso y cultual, pues contiene, según los indicios, formulas
rituales y el nombre de deidades sobre objetos votivos. Se ha señalado la
identidad o, al menos, la estrecha similitud entre varios de esos signos con
otros de la escritura lineal A cretense.
A partir de mediado el V milenio a.e.c., y hasta 2800,
aquella cultura se convirtió en el objetivo de los pastores de las estepas
rusas, que la alcanzaron por mediación de una serie de incursiones a lo largo de prácticamente
dos milenios, a través de tres intensas etapas. Los vencedores indoeuropeos impusieron su lengua, su religión, su
organización social y sus
costumbres, si bien las dos estirpes terminaron por mezclarse. La
indoeuropeización de la Europa centro-oriental, iniciada en el V milenio, se
consolidó con las invasiones del siguiente milenio. Esta misma región se
convirtió, a su vez, en un foco secundario de indoeuropeización para la Europa
septentrional y occidental, ya desde principios del III milenio a.e.c.
Las culturas danubiano-centroeuropeas son, por tanto,
el hogar donde cristalizó la indoeuropeidad de Europa a partir de la
confluencia de dos estirpes, la de los agricultores de la Vieja Europa y
aquella de los pastores “bárbaros” de las estepas. Una vez indoeuropeizada, de
allí partieron, a su vez, incursiones que llevaron la indoeuropeización del
continente hacia el Norte (el Báltico y Escandinavia), y hacia el Oeste,
alcanzando lo que hoy es Francia, España y las Islas Británicas.
Algunos muy conocidos pueblos, en fin, como los etruscos,
retos, ligures y pictos, o los léleges, pelasgos, carios, paleocretenses,
iberos, vascos y tartesios, suelen ser considerados como islotes supervivientes
del continente lingüístico de la Vieja Europa, que quedaría sumergido por la
gran oleada indoeuropea. No obstante, es
posible que algunas de estas lenguas normalmente tenidas por pre-indoeuropeas
sean en realidad indoeuropeas.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Abril del 2016
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