2 de marzo de 2020

Una prehistoria novelada, dibujada e ilustrada


Una viñeta de Caveman, de Tayyar Özkan, Dude Comics, Barcelona, 2001.


La imagen de la prehistoria se ha ido formando desde tópicos iconográficos y literarios, que contemplaban al humano prehistórico vestido con pieles de animales, con largas greñas, provisto de armas contundentes, hachas y hasta arcos, y en convivencia con animales como caballos, dragones, mamuts y dinosaurios. La idealización marcó los inicios.
La más antigua imagen de un humano prehistórico fósil fue publicada en el primer tercio del siglo XIX por un zoólogo y biólogo de origen francés llamado Pierre Boitard. Fundamentándose en restos humanos fósiles europeos reconstruye la figura del supuesto primer homínido presentándolo con rasgos de simio y con unas características morfológicas análogas a las de etnias autóctonas de América del sur, África u Oceanía. Tres décadas después, publicará una versión novelada en forma de texto de divulgación paleontológica en el que muestra una imagen nueva del humano primigenio, ahora ya inserto en una familia nuclear, aunque con un aspecto todavía simiesco y negroide.
Tras esta iniciativa icónica, de mostrar cuerpo y cara del hombre primigenio, surgieron posteriormente las imágenes de la mano de Gabriel von Max, que ilustró una familia de pitecántropos, a fines del siglo XIX, y ya a comienzos del XX, la reconstrucción del antecessor por obra de Frantisek Kupka. Bien entrado el siglo XX, un célebre ilustrador de la prehistoria, el checo Zdenek Burian, lleva a cabo en colaboración con un paleontólogo, Joseph Augusta, un buen número de recreaciones de pasajes diversos de la historia más arcaica de la humanidad. Se trata de dibujos que han servido para ilustrar salas museísticas y hasta manuales. Las figuras humanas que dibujó, cargadas en un elevado porcentaje de evidente idealismo, así como las espléndidas escenas de caza, han sido muy imitadas con posterioridad. Un ilustrador de la prehistoria, llamado Rudolph Zallinger, es famoso por la secuencia evolutiva del hombre que llevó por título “La marcha del progreso”, y que data de mediados los años 60. Las realistas ilustraciones de Zallinger fueron muy influyentes en la divulgación prehistórica de las siguientes décadas.
En tiempos más recientes la imagen del hombre prehistórico ha estado más cercana a la propia investigación paleoantropológica sobre todo a las técnicas informáticas que posibilitan las reconstrucciones faciales y del resto del cuerpo a partir de los fósiles. Naturalmente, este hecho posibilita que las imágenes más actuales sean muy próximas a la factible realidad prehistórica; es decir, a cómo sería nuestra especie.
La representación imaginada se ha visto complementada con la literatura escrita. Influencia capital han tenido las novelas de aventuras decimonónicas, como el caso de La máquina del tiempo de H. G. Wells y su mundo futurible, Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne y Mundo perdido de Arthur Conan Doyle, ya a comienzos del siglo XX. Tales novelas han sido un referente para los ilustradores en su afán por ambientar paisajes y personajes prehistóricos. Otra novela de ficción interesante al respecto es Antes de Adán, de Jack London, aunque la más célebre de las ambientadas en la prehistoria es La guerra del fuego, de Joseph-Henri Rosny aîné, fundamento de una excelente versión cinematográfica dirigida por Jean-Jacques Annaud a comienzos de los 80 del pasado siglo. Sus personajes humanos y no tan humanos, como los enanos rojos, los gigantes del cabello azul, los wah o los que devoran hombres, se entremezclan en una ficción con ciertos visos de realidad histórica (que incluye el lenguaje utilizado por los personajes).
Otros referentes destacados de principios del siglo XX fueron El Mundo de Pellucidar y, sobre todo, Tarzán de los monos, de Edgar Rice Burroughs, cuyos personajes inspiraron héroes y heroínas de aspecto presumiblemente prehistórico aunque en el ambiente selvático del África occidental. En estos espacios del selva conviven con grupos indígenas, cuyas formas de vida corresponderían supuestamente con los estadios prehistóricos de nuestros antepasados.
Más recientemente ha cambiado el previo concepto de novela de ficción de ambientación prehistórica. Es el caso de El clan del oso cavernario, de Jean Marie Auel, de los años 80, o de la novela francesa El último neandertal, de Marc Klapczynski, editada en el siglo XXI, en la que se recoge la aventura que dio lugar al funesto destino de los últimos neandertales. En España, tanto El collar del Neandertal como Al otro lado de la niebla, de Juan Luis Arsuaga son dos de las obras que iniciaron recientemente una línea de novelas a caballo entre la ficción y la divulgación científica. Están ambientadas en una prehistoria en la que el valor de los descubrimientos es crucial. Finalmente, no se debe dejar de mencionar Tras la huella del hombre rojo, de Lorenzo Mediano (2005), en la que el relato se orienta en el encuentro entre dos distintas especies (neandertales y cromañones).
Todas estas últimas novelas tratan aspectos relevantes de la evolución humana, haciendo énfasis en las más recientes investigaciones, sobre todo aquellas centradas en desvelar la extinción de los neandertales. El natural celo por la rigurosidad científica hace necesaria una rigidez narrativa y una muy escasa originalidad, sobre todo si se comparan con aquellas novelas fantásticas, de desbordante imaginación, mencionadas anteriormente, en las que sus escenarios y personajes troglodíticos principales tenían, eso sí, muy poco que ver con la prehistoria más real.
La representación del hombre prehistórico al modo de un ser híbrido, medio hombre y medio mono, sobre todo en los cómics, recuerda antiguas leyendas y también la historia de la investigación acerca de la evolución de la humanidad. La misteriosa atracción que despertó la leyenda del yeti o el abominable hombre de las nieves desde mediados del siglo XIX, contribuiría de manera notable en la creación de esa particular imagen que la cultura popular vincularía a los orígenes del ser humano. En el primer cuarto del siglo xx el hombre prehistórico mantendrá su aspecto simiesco aunque, gracias a la influencia de Tarzán, aparecerá en el cómic una figura análoga al mito del buen salvaje, en forma de un hombre integrado en la naturaleza y muy noble. Además, se introduce la mujer salvaje prehistórica como protagonista. En todo caso, estas imágenes de humanos prehistóricos responden a un ser humano occidental habitante de la selva, alejado del prehistórico.
En España, este perfil se observa en Purk, el hombre de piedra, de Manuel Gago, en Piel de lobo y Castor, ambientado en una prehistoria mitificada e idealizada, y en Tamar, de Ricardo Acedo y Antonio Borrell. En Francia será Rahan, del dibujante André Chéretel, el prototipo del hombre salvaje del Paleolítico, cuya imagen se plasma portando un cuchillo de marfil, un taparrabos y un collar hecho de garras de oso. En los años 70, el ilustrador Juan Zanotto y los guionistas Diego Navarro y Ray Collins crean un personaje prehistórico llamado Henga, el cazador (Yor en España), un viajero que, en compañía de Ka-laa, se desplaza entre dos civilizaciones diferentes en un mundo primitivo ambientado en el Neolítico y en el futuro.
En EE.UU., en las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo, destacarían Korak, el hijo de Tarzán, Ka-Zar y Kong, el salvaje, personajes que enfrentan cavernícolas, fieras e incluso dinosaurios en periodos aparentemente prehistóricos. En Tragg y los dioses del cielo, se mezcla ciencia ficción y prehistoria, si bien será Tor, in the world 1,000,000 years ago, de los años 50, y creado por Joe Kubert, el guerrero prehistórico por excelencia. Otros ejemplos destacables son Anthro, el primer niño cromañón pero de padres neandertales, Naza y Stone Age Warrior. Estos últimos configuran un personaje prehistórico propio.
También en Estados Unidos vemos el nacimiento y consolidación de lo que se podría denominar indios americanos prehistóricos. El caso más emblemático es el de Turok, el guerrero de piedra, nacido a mediados de los años 50. Se trata de un piel roja paleolítico en perpetua pugna con hombres de las cavernas, distinta fauna prehistórica propia del continente americano y, lo más peculiar, contra animales antediluvianos en forma de dinosaurios.
Unas imágenes más realistas y rigurosamente pergeñadas de la prehistoria se encuentran en algunos cómics belgas y franceses. Se pueden destacar Tounga, del ilustrador Édouard Aidans, de los años 60, que aúna documentación arqueológica con ficción, de tal forma que ilustra con precisión la fauna propia del Paleolítico medio y superior; las Chroniques de la nuit des temps, de André Houot, ya de finales de los ochenta, en donde se cuenta la historia de la humanidad desde sus remotos orígenes hasta la Edad del Bronce. Su énfasis pedagógico y la presencia en el mismo de un asesoramiento científico concienzudo, hacen de esta historia una referencia esencial; Vo’hounâ, de Emmanuel Roudier, ya a comienzos del siglo XXI, habla con propiedad de neandertales y de cromañones, pues se documentó y asesoró con arqueólogos franceses, acerca de aspectos técnicos como las reconstrucciones anatómicas de los neandertales o sobre condiciones ambientales, como el clima, la flora y la fauna prehistóricas. Sus ilustraciones y ambientaciones de la prehistoria europea son realistas y creíbles (como también ocurre en Néandertal, del mismo autor)
Los espectaculares avances en la investigación prehistórica de las últimas décadas se perciben asimismo en las imágenes y las actitudes de los protagonistas principales de cómics como Lucy. L’espoir (P. Norbert & T. Liberatore), una clásica historia de supervivencia de los  primeros homínidos. L’âge de raison, de Matthieu Bonhomme se presenta, por su parte, con fuerza narrativa y colorido, la historia de un impulsivo homínido. Otros ejemplos muy notables son Neanderthal, de Frank Frazetta, o el muy reciente Mesolith (del 2010), de Ben Haggarty & Adam Brockbank, quienes en un ambiente muy creíble narran las peripecias verosímilmente reales de un grupo de cazadores-recolectores de los estadios mesolítico y neolítico. En España sobresale Ötzi. Por un puñado de ámbar, de Mikel Begoña e Iñaket, una aventura centrada en la presumible vida de Ötzi, el célebre fósil humano del calcolítico descubierto en los Alpes.
Una rigurosa y seria documentación científica, unido a ilustraciones cuidadas y una narrativa innovadora, hacen del cómic, en fin, un solvente manual gráfico de la prehistoria. Por tal motivo, los museos emplean cada vez más la fuerza comunicativa de la imagen y la narración gráfica como medios de transmitir conocimiento a través de un discurso expositivo atractivo y científico a la vez. El álbum El bosc negre. Una aventura talaiòtica de Max y Pau (2007), editado por el Museo Arqueológico de Son Fornés (Mallorca); el cómic Explorador en la Sierra de Atapuerca (2004) de Jesús Quintanapalla, editado por la Fundación Atapuerca; o la edición de los cuentos titulados El misterio de la cueva y El encuentro entre dos mundos, del Museo de Prehistoria de Valencia  argumentados por las arqueólogas-monitoras del propio Museo, representan ejemplos de gran valía.
En definitiva, bien sea para un público infantil o juvenil como para uno adulto, el valor de la narración gráfica como recurso comunicativo y museográfico que permita una aproximación fundamentada a la prehistoria, tiene una excelente acogida y se muestra como una herramienta de extraordinario valor educativo.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2020

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