11 de diciembre de 2023

Los galos en la península itálica (siglo VII-225 a.e.c.)




Imágenes (de arriba hacia abajo): cuadro titulado Galos a la vista de Roma, del pintor Évariste Vital Luminais, siglo XIX. Musée des Beaux-Arts de Nancy; pintura Combate entre romanos y galos, también de Evariste Vital Luminais. Musée des Beaux Arts de Carcassonne; y, del mismo artista, La invasión, en la que se muestra a jefes galos volviendo con prisioneros romanos. Museum of Fine Arts, Boston.

Los grupos de gentes de origen celta llega a la actual Península itálica, en distintas oleadas migratorias, desde finales del siglo VII a.e.c. Penetran a través de los Alpes occidentales y de los conocidos pasos de San Gotardo y del Brenner. Con anterioridad a tales migraciones, la presencia de celtas en la península mediada la Edad del Hierro aparece constatada en relación directa con la llamada cultura de Golasecca, en la región de Lombardia. La investigación arqueológica, que ha sacado a la luz tumbas (Sesto Calende) así como la presencia de un dialecto céltico, testimoniado en los conocidos como textos leponzios, confirman esta presencia. Esos celtas iniciaron su participación en los diferentes procesos culturales propios de la antigüedad en la península, como es el caso de la adquisición de la escritura, impulsada por los etruscos de Bolonia, según constatan las inscripciones de Lezzo de Este, en la zona paleo véneta, o las de Castelletto Ticino.

Diferentes contactos mercantiles y sociales entre celtas de Golasecca, etruscos, villanovianos y vénetos debieron de ser comunes, sobre todo si se atiende a los movimientos de permeabilidad en el interior de grupos que acogían individuos de otras zonas, tal y como se refleja en las necrópolis gálicas de Casalecchio di Reno y de Bolonia, o se refiere en la documentación onomástica de celtas en Mantua o Spina.

En cualquier caso, sea por motivos demográficos o por sentirse atraídos por nuevas tierras, los celtas transalpinos comenzaron a movilizarse al comienzo del siglo VI a.e.c., dando lugar a diferentes invasiones o migraciones. Se ha obtenido la información de tales invasiones de autores clásicos como Tito Livio (V, 33-36); Polibio (II, 17-20); Apiano (Céltica, II, 1); Dionisio de Halicarnaso (XIII, 10-11); Trogo Pompeyo, a través de Justino (Epit. Hist., XX, 5-6); y Aulo Gelio (XVII, 13), entre algunos otros. Se puede señalar que existen dos versiones referidas a la invasión gala; la primera, centrada en una anécdota legendaria; en tanto que la segunda, basada en una explicación lógica, que menciona una infiltración de gentes que acabaría convirtiéndose en una suerte de invasión.

La leyenda, que recoge Dionisio de Halicarnaso, Plutarco (en Camilo, XV), y Tito Livio, afirma que los galos fueron inducidos a atravesar los Alpes por el anciano Arrunte de Chiusi (Clusium), quien les dio a conocer el sabor dulce del vino de su tierra. Le habría despertado, así, el deseo de conquistar aquellas tierras que producían ese tan notable vino. La oculta realidad consistía, sin embargo, en el deseo de Arrunte de vengarse de Lucumón, un rico terrateniente de Chiusi (o un jefe etrusco), quien había seducido a su esposa, Una variante comenta que la venganza iba destinada al hijo de Lucumón, quien habría confiado al joven a la tutela de Arrunte. El mito sitúa la acción a inicios del siglo IV a.e.c., si bien fue decantándose poco a poco hasta el fin del siglo II, cuando fue recogida por Catón el Censor en Orígenes de Roma, una obra actualmente desaparecida.

La versión oficial romana, por su lado, relataba que el pueblo celta de los bituriges, a causa de un exceso poblacional, se había visto en la necesidad de movilizar a sus gentes en un par de grandes expediciones con dirección al valle del río Danubio, la una y hacia la península itálica, la segunda. Aquella que se encaminó hacia la península itálica, iría comandada por Belloveso, un sobrino del soberano celta biturige de nombre Ambigato, al frente del pueblo de los insubros. Este Belloveso, cuya historicidad es más que dudosa derrotaría, tras atravesar los Alpes, a los etruscos cerca del lago Tesino. Posteriormente, fundaría la ciudad de Mediolanum, Milán, al oeste de la destruida Melpum. A continuación seguirían otros pueblos celtas, denominados genéricamente galli por los romanos.

Sería el caso de los cenómanos, comandados por su jefe Elitovio, que se instalarían en la región de Verona y Brescia; así como de los libuos y saluvios, que harían lo mismo en las inmediaciones del citado lago Tesino. Una oleada posterior, formada por los hoyos y los lingones, llega a la Transpadana y la encuentran ocupada por estos pueblos celtas previamente señalados. A consecuencia de ello, se vieron obligados a atravesar el Po en busca más de botín que de tierras, enfrentándose a umbros y etruscos. Consiguen derrotarlos y ocupan toda la Emilia.

Por su parte, los senones, uno de los pueblos celtas que habían arribado a las costas del mar Adriático, se convirtieron, en su búsqueda de botín, en la vanguardia de todo el movimiento celta que acabaría expansionándose hacia el sur. Según relata Diodoro de Sicilia (XIV, 112-115), en 391 a.e.c., lograron atravesar la cordillera de los Apeninos llegando ante la urbe etrusca de Chiusi, a la que le exigieron tierras. Era un enclave etrusco, aunque desde la conquista por Roma de la Etruria meridional, se encontraba en la esfera de influencia romana. Em consecuencia, fue allí donde galos y romanos tomaron contacto por primera vez. Los romanos quisieron ejercer de mediadores entre estos galos senones y los etruscos de Clusium. Sin embargo, fracasan las negociaciones, así como también la captura de Chiusi1.

Por tal motivo, los galos, dirigidos por el famosos caudillo Breno, se dirigieron hacia Roma. Muy cerca de Fidenae, los romanos fueron derrotados, poniendo los galos sitio a la propia Roma, cuya mayoría de población había tomado refugio en Veyes. Roma sería, entonces, saqueada e incendiada fruto de una derrota militar en torno a mediados del mes de julio de 390 o de 387 a.e.c. (si nos atenemos a Polibio y Diodoro). Hacia esta misma época, los galos invadieron áreas etruscas. En manos de los boyos cayó Felsina (Bononia gracias al nombre de estos galos), y también ocuparon zonas de Apulia así como la legendaria Alba Longa.

Únicamente recuperaría su libertad después del pago de un botín compuesto por mil libras de oro, según afirman tanto Diodoro de Sicilia (XVI, 115-117), como Polibio (I, 5-6; II, 18-20). Tan enorme suma fue pactada por el ex tribuno militar Quinto Sulpicio Longo con la finalidad de obtener la retirada de los galos. Los objetos sacros, que pudieron ser salvados, fueron trasladados por las vestales a la ciudad etrusca de Caere (Tito Livio, V, 39-40). Los senones, aculturados bajo influencias helénicas, poseedores de territorios propios en áreas de la costa del norte del Adriático, según reza el Periplo de Escilax, y organizados en una estructura política articulada, pactaron con el tirano de Siracusa, a la sazón Dionisio I el Viejo.

El historiador Tito Livio menciona siete ataques de los galos, presentes en asentamientos de Apulia y Campania, contra Roma entre 367 y 348 a.e.c. A pesar de ello, los romanos lograron defenderse, acordando con ellos una paz hacia 335 a.e.c., tal y como relata Polibio (XIX, 1-2). Del mismo modo, se instalaron contingentes galos en la zona yapigia, que cumplirían el rol de tropa de apoyo de los tiranos de Siracusa, además de defender el Adriático de la piratería ilírica y etrusca.

Después de una fracasado ataque galo, en 236 a.e.c., a la colonia de Ariminium (hoy Rímini), los galos prefirieron lanzarse, desde la llanura del Po, hacia Etruria, apoyados en una coalición de taurinos, boyos, gesates, insubros y lingones, mandados por los caudillos Aneoresto y Concolitano (Polibio, II, 22-23), llegando en 225 a.e.c. hasta Clusium, ciudad que fue arrasada. Roma, al saber de tales acontecimientos, movilizó la Liga itálica, formando un gran ejército para frenar la invasión gala.

Al final, en la península itálica, ocupada en buena parte de su territorio por los galos, según refiere Justino (XXVIII, 2), Roma expulsaría a estos galos después de infringirles una derrota en la batalla del cabo Telamón, en la toscana (Polibio, II, 26-31). En ese lugar, en 225 a.e.c., los ejércitos consulares romanos de Cayo Atilio Régulo y Lucio Emilio Papo, lograron detener y acabar con unas cuantas tribus galas. Las demás serían desalojadas de toda la Galia Cisalpina en los siguientes años.

Seguidamente a este episodio, comenzó la etapa colonizadora romana por el valle del Po, en donde se establecieron dos colonias militares, Cremona y Piacenza. La presencia de los galos en la península terminaría diluida de dos formas distintas. Por un lado, los pueblos celtas ubicados en el valle del Po y el litoral adriático, en directo contacto con etruscos y ligures, terminaron por aculturarse, fundiéndose con ellos. Se convirtieron en pueblos agricultores, adoptando las costumbres etruscas, como se evidencia en los ajuares hallados en las necrópolis de Montefortino, Filottrano, Omavasso y Castiglione delle Stiviere. En estas tumbas, al lado de espadas características de la época de La Téne y de torques celtas, se hallaron espejos y candelabros específicamente etruscos. Por el otro, los galos que atacaron la peninsula, y que mantuvieron su tipo de vida de aventureros en busca de botín, terminaron siendo expulsados o, en el mejor de los casos, incorporados como mercenarios de etruscos y de algunos otros pueblos itálicos.

Un tiempo después de tales acontecimientos, varias leyendas se hicieron eco de ciertas acciones meritorias romanas durante el asedio galo. Se destaca la resistencia de los senadores a abandonar Roma ante la amenaza, permaneciendo sentados en sus sillas de marfil en sus hogares; el célebre graznido de las ocas de Juno ante la presencia de los invasores; la defensa de la ciudadela efectuada por el cónsul Marco Manlio, etiquetado por esta hazaña como el Capitolino; el grito Vae Victis! de Breno al arrojar su espada sobre la balanza que pesaría el pago de la derrota; y, en fin, la victoria del héroe de la guerra de Veyes, Marco Furio Camilo, sobre los galos cuando ya se retiraban de Roma.

Bibliografía básica

Campbell, B., Historia de Roma. Desde los orígenes hasta la caída del Imperio, edit. Crítica, Barcelona, 2013.

Cornell, T. J., The Beginnings of Rome: Italy and Rome from the Bronze Age to the Punic Wars, edit. Routledge, Londres, 1995.

Cotton, T., Rome: City-state to Empire. Lulu Press-Phaselus Publishing, Rhosilli, 2014.

Ellis, P.B., Celt and Roman: the Celts of Italy, St. Martin's Press, Nueva York, 1998.

Lara Peinado, F., Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma, edit. Cátedra, Madrid, 2007.

1 En un principio la ciudad solicitó la ayuda de Roma. Ésta, primeramente, intentó negociar con los galos a través de una embajada dirigida por tres hijos de Marco Fabio Ambusto. La ciudad se suele identificar con la Clevsin etrusca y con la Camars de la que habla Tito Livio (X, 25-26). Los orígenes del asentamiento etrusco conectan míticamente con Cluso, el hijo de Tirreno, y con Telémaco, vástago de Ulises. La tradición la convirtió en la patria originaria del famoso rey Lars Porsenna, aliado de Tarquinio el Soberbio, a quien quiso ayudar a recuperar el trono de Roma después del fin de la monarquía.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, diciembre, 2023.

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