Imágenes, de arriba hacia abajo: sello postal griego de dos dracmas de 1973 que representa la imagen de un ánfora en la que Zeus combate con Tifón (Cortesía Shutterstock); Tifón en una pintura mural etrusca ubicada en la Tumba del Tifón, en Tarquinia; e hidria calcídica de figuras negras, hacia 540 a.e.c., con la lucha entre Zeus y un Tifón serpentiforme. Staatliche Antikensammlungen, Munich.
Los monstruos se consideran figuras del desorden cuyas peculiaridades corpóreas, comportamientos revoltosos y extrema alteridad amenazan las estructuras físicas del universo así como las distinciones conceptuales que sustentan los intentos humanos de conferir sentido al mundo. Las cualidades desordenadas del monstruo resuenan en diversas figuras de diferentes mitologías.
Algunas de ellas son antecedentes, o bien paralelos, del Tifón (Τυφών), Typhôeus (Τυφωεύς) o incluso Typhôs (Τυφώς), heleno en la tradición griega y romana. Se puede ubicar al prototipo de este monstruo en el contexto del Mediterráneo oriental, en virtud de una serie de relatos próximo-orientales de batallas entre el soberano de los dioses y un retador revoltoso y reivindicativo. Algunos de tales antagonistas exhiben atributos serpentiformes, como es el caso del sumerio Azag. Se han comparado las descripciones griegas de la pugna de Zeus con Tifón con aquellas historias de batallas entre deidades de la tormenta y sus serpentiformes adversarios en otras tradiciones indoeuropeas, como en la tradición védica India, donde Indra derrota a Vṛtra, en forma de una enorme serpiente, o en la mitología nórdica, en la que Thor somete a la serpiente Miðgarð.
Las primeras representaciones griegas de Tifón aparecen ya en textos del periodo arcaico, entre los siglos VIII y VI a.e.c. La Teogonía de Hesíodo detalla las generaciones de las divinidades y explica cómo surgió el orden del universo. La derrota que Tifón sufre a manos de Zeus, representa el último desafío al dominio del señor del Olimpo. Como en otros relatos no griegos, el monstruo hesiódico, cuyo conflicto con Zeus perturba el cosmos, posee características serpentiformes. El tratamiento que Hesíodo le da a Tifón incluye motivos propios de los relatos griegos posteriores sobre el monstruo, como la reproducción irregular o un físico muy desordenado.
Los monstruos de la Teogonía revelan sus cualidades desordenadas en parte por mediación de su desordenada fecundidad, incluyendo a Tifón. Se relata cómo se mezcló con Equidna engendrando a Orto, el sabueso de dos cabezas del tricéfalo Gerión, a Cerbero, el célebre perro del Hades y a la serpiente Hidra. El monstruo hesiódico destaca por su físico desordenado. El propio Tifón, de hecho, es producto de la reproducción sexual a partir de la unión de sus padres, Gea y el Tártaro.
En el texto de Hesíodo es un monstruo de cien cabezas, aunque las representaciones visuales también asocian el cuerpo de Tifón con serpientes, pero a diferencia de la descripción de Hesíodo, algunas de tales representaciones muestran una figura con la mitad inferior de ofidio y una cabeza de aspecto humano. otras representaciones artísticas también se apartan de la Teogonía en la medida en que le otorgan alas, tal vez como un indicativo de su divinidad. Por otra parte, emite una mezcla desorganizada de ruidos horrorosos. Sus confusas vocalizaciones parecen mezclar lo maduro y lo inmaduro. Así, sus cacofónicas interpretaciones contrastan con la música que el poema asocia con Zeus, concretamente, el ordenado canto de las Musas.
Aunque Tifón es una divinidad masculina, su asociación con Gea pudiera sugerir un último intento de esa divinidad de promover las fuerzas matriarcales en el cosmos, de modo preferente al patriarcado de Zeus. En tal sentido, el poema indicaría así un camino alternativo, plausiblemente matriarcal, que el universo podría haber tomado si Zeus hubiera perdido el combate.
El relato de la batalla subraya con claridad la distinción entre el desorden (Tifón), y el orden (Zeus). Zeus le derrota a Tifón con el trueno y el relámpago; esto es, con fuego, pero un fuego controlado. Suprime a su monstruoso y ruidoso adversario de feroces ojos con armas ruidosas y ardientes que fueron producidas, curiosamente, por el físicamente monstruoso Cíclope. Zeus pone fin al desafío de Tifón al orden cósmico a costa de perturbar, aunque de manera temporal, la paz en todos los reinos principales del cosmos, pues prende fuego a la tierra, el mar y el cielo, y el ruido de la contienda causa consternación incluso en el mundo inferior.
La naturaleza desordenada de Tifón resulta patente en su amenaza duradera para las comunidades humanas después de la lucha. Después de derrotar al monstruo, Zeus lo confina en el Tártaro, una prisión divina. Sin embargo, sigue causando estragos en la navegación y la agricultura de los seres humanos, en tanto que mientras otros dioses son fuente de vientos útiles, Tifón es el origen de vientos destructivos que ponen en riesgo a los marineros con tormentas en el mar y arrasan los campos con nubes de polvo.
Otra antigua fuente para Tifón es la Ilíada, si bien con referencias indirectas. De este modo, mientras que el Tifón hesiódico engendra el desorden terrenal, el poema homérico lo incorpora en un símil que sugiere el desorden de una comunidad humana (Teog., II, 780 y ss.). En el símil de Tifón, Zeus azota a su enemigo en varias ocasiones, un continuo castigo que sugiere que esta arcaica deidad conservaba todavía el potencial de sembrar la confusión. Si es este el caso, la ira de Zeus es comprensible, porque a diferencia de su equivalente hesiódico, al que Zeus derrota de forma decisiva, el Tifón iliádico invita al castigo de manera repetitiva.
El Himno Homérico a Apolo, por su parte, se cuenta una historia en la que intervienen Tifón y su monstruosa madre adoptiva, una serpiente gigante, la habitante original de Delfos. Aunque en el himno no se la nombra se la conoce como Delfina. Aquí, se asocia a Tifón con modos inusuales de reproducción, un cuerpo desordenado y con la innegable capacidad de causar estragos. Tifón surge, en esta oportunidad, de una cadena de nacimientos insólitos producidos antagónicamente, en una contienda entre Hera y Zeus (Himno Hom. Ap. 305-355). Hera, indignada porque Zeus engendró a Atenea sin su participación, da a luz por su cuenta a Hefesto. Sin embargo, decide crear un segundo vástago golpeando la tierra. Este acto de generación es irregular porque representa la unión de dos divinidades femeninas, Hera y Gea; y se logra por medio del contacto físico entre ambas, no a través de la relación sexual. La Tierra queda embarazada a raíz de tal encuentro y da a luz al monstruo Tifón. En este caso, pertenece a una categoría intermedia de seres, pues no es ni como las divinidades ni como los mortales.
Aquí interviene Apolo, que no se encara ni vence a Tifón, sino a su monstruosa madre adoptiva, suprimiendo, por lo tanto, a un ser femenino rebelde, lo que supone el apoyo al régimen instaurado por Zeus. De un modo análogo al relato hesiódico, el Himno Homérico a Apolo representa la victoria de las fuerzas patriarcales asociadas a Zeus. En el Himno, Tifón queda con vida y pacificado, si bien se sugiere su futura capacidad para causar estragos. Esto tal vez se deba a un factor nada irrelevante: A diferencia de la primitiva deidad hesiódica, ahora el último gran retador a Zeus parece surgir en un momento en que Zeus ya ha establecido el control y el orden sobre el universo. Resulta interesante comprobar como Hera, de alguna forma, espera que su hijo destaque entre los dioses inmortales, sin ser inferior a Zeus en poder (Him. Hom. Apol, 338-339). Siendo un descendiente exclusivo de hembras, Tifón posee la capacidad, como la sierpe, de alterar el orden patriarcal garantizado por Zeus.
En la primera Pítica de Píndaro (I, 14, 23-27; 17-29), compuesta en honor de Hierón de Siracusa, para celebrar su victoria en una carrera de cuadrigas en 470 a.e.c., el estruendo producido por Tifón (ahora Tifos), contrasta con las armonías ofrecidas por las Musas. Pero mientras que Teogonía asocia las actuaciones de las Musas con el régimen de Zeus, aquí su canto infunde temor a los enemigos de Zeus, incluido el Tifón de cien cabezas (pues la música, asociada con el agua, contrarresta el fuego, el de Zeus y el de Tifón). Hay también ahora otro relevante matiz, puesto que en Píndaro, el derrotado Tifón es la fuente del humo y de las llamas del Etna en Sicilia, bajo el cual se encuentra prisionero (de hecho, Tifos significa humo). Tales actuaciones volcánicas no suponen, en cualquier caso, una mayor amenaza para Zeus que los destructivos vientos de la Teogonía, un problema serio únicamente para los mortales.
La presencia del arcaico y primigenio dios en el poema de Píndaro va acompañada de sugerencias de ciertas limitaciones a la supremacía de Zeus, de un modo parecido a lo que ocurre en un relato de Epiménides (FGrH 457 F8), que cuenta cómo Tifón aprovecha el sueño de Zeus para organizar una suerte de asalto al Olimpo.
En el Fedro (230a) de Platón, Tifón reaparece como una criatura humeante y ardiente. En este diálogo, Sócrates rechaza dar explicaciones racionalizadoras a los relatos sobre monstruos, ofreciendo únicamente una alegoría propia. En consecuencia, en tanto que la Ilíada utiliza a Tifón como imagen del desorden en una comunidad humana, aquí su figura ilustra el desorden en un alma humana individual. Su relación en el Fedro con el humo y el fuego, se halla en consonancia con el monstruo hesiódico, al que no solamente se asocia con el fuego, sino que también posee la arrogancia de desafiar el gobierno del universo por Zeus.
En las fuentes grecorromanas, las alusiones a Tifón se centran en las dicotomías de la razón y la sinrazón del desorden, de la armonía y la desarmonía. Plutarco, por ejemplo, (De Is. et Osi. 367d, 371b), emplea el nombre de Tifón en lugar del de la deidad egipcia Set. Tal tratamiento de una deidad extranjera es coherente con la costumbre del sincretismo bajo el Imperio romano, pero también lo es con la práctica establecida de utilizar elementos de la cultura griega como medio de interpretar religiones extranjeras. En su tratado, Plutarco, señala que la naturaleza desordenada de Tifón supone una amenaza constante para sus compañeros dioses, ya que representa las fuerzas negativas esenciales, siempre en conflicto con las positivas de Osiris e Isis. Plutarco incorpora de este modo a Tifón a una concepción dualista de las fuerzas cósmicas.
En este específico caso, mientras Isis se asocia con la sabiduría y Osiris con las aguas otorgan vida, Tifón fomenta la confusión, el fuego y la destrucción. Es el responsable del elemento emocional, titánico, impulsivo e irracional del alma cósmica. Se asocia con la separación y la ruptura, en tanto que Isis y Osiris, con la reintegración y la combinación. En cualquier caso, hay que recordar que fuerzas rebeldes o desorganizadas de Tifón nunca son desterradas por completo del universo. Su poder destructivo se matiza, pero no se aniquila, A través de la propia paternidad de Tifón Plutarco enfatiza el eterno desafío de este dios primigenio a las divinidades más constructivas. Ello implica que el último oponente de Zeus en la Teogonía se convierte en una fuerza destructiva que está presente en el nacimiento del cosmos.
En la Biblioteca de Apolodoro (I, 6, 3-4), al igual que acontecía en la Teogonía, Tifón es producto de Gea y el Tártaro, pero su físico desordenado se hace eco de retratos del monstruo procedentes de múltiples fuentes. Sus cien cabezas de sierpe recuerdan las versiones hesiódica y pindárica, si bien su torso humano, alas y su parte inferior serpentiforme se asemejan a las representaciones del arte visual. En esta obra Tifón desafía a Zeus con más ambición que en la Teogonía. Su asalto causa tal alarma entre las deidades inmortales que deciden escapar hacia Egipto, en donde se ocultan en forma de animales (Ov., Met. V, 321-332; Ant. Lib., Met. XXVIII, 2-3). Del mismo modo que su equivalente hesiódico, el Zeus de la Biblioteca azota a Tifón con rayos y truenos, aunque también ataca a su oponente cuerpo a cuerpo con una hoz, haciéndose así más vulnerable a la monstruosa forma de Tifón. Éste consigue incapacitar a Zeus y se apodera de la hoz, con la que despoja al dios de sus tendones, fuente de su fuerza, infligiéndole así a Zeus el mismo castigo que recibe a manos de Hermes en el tratado de Plutarco.
La Teogonía describe la victoria de un antropomorfo Zeus sobre un oponente desordenado, en apariencia y en comportamiento. La versión de la Biblioteca incluye más personajes físicamente monstruosos en cada uno de los dos bando, con la peculiaridad, una vez más, de que el hijo de Gea se alía con divinidades femeninas mientras que Zeus lo hace con masculinas. Después de recuperar sus tendones, el Crónida vuelve a atacar a Tifón con rayos y, como ocurría en la Pítica de Píndaro, lo atrapa y recluye bajo el Etna.
El poema épico de Nonno, la Dionysiaca (siglo V), que describe las campañas militares del dios Dioniso en India, es el último texto griego antiguo que describe a Tifón. Aunque algunos relatos de la mitología griega en los que se derrota a rivales con forma de serpiente pudieron influenciar la creación de historias cristianas como la de San Jorge y el dragón, en el relato de Nonno sobre Tifón no se alude ni a San Jorge ni a otras figuras cristianas, ni se puede interpretar el conflicto de Zeus con Tifón como una alegoría de la batalla de Dios contra Satanás.
Al igual que ocurría con el monstruo hesiódico, el Tifón de Nonno destaca por la caótica mezcla de ruidos que genera (Dion., I.155-157; II, 250). En Nonno posee cabezas de toros, leones y serpientes, y emite sonidos característicos de estos animales. No obstante, Hesíodo no describe a Tifón con partes corporales que se correspondan con los sonidos que produce. La batalla de Zeus con el Tifón hesiódico llena el cosmos de ruido, mientras que el monstruo de Nonno supone una amenaza para la música asociada al tejido del universo. Según Niké, el asalto de Tifón a los olímpicos disuelve los lazos que unen a los cuatro elementos (Dion. II., 215-217), así como desestabiliza los vínculos de la armonía cósmica.
En última instancia no tiene necesariamente que verse esta batalla en Nonno como una directa oposición entre sonidos; el poema no tiene porque implicar una simple disyunción entre el desagradable ruido de Tifón y la armonía poética, sino que podría alinearse con una estética multifacética e ingobernable.
En definitiva, las fuentes caracterizan al monstruoso Tifón como el más grande y decidido opositor de la estructura y el sentido, bien en la forma del orden divino que sustenta el cosmos, o bien en el tipo de armonías establecidos en los poemas y tratados filosóficos. Tifón amenaza con instaurar un régimen caótico en lugar de la ordenada reglamentación de Zeus. También es factible que se pueda asociar el caos del primigenio dios con inquietas y arcaicas fuerzas matriarcales (Gea, Hera o la Pitia délfica), que se oponen a Zeus y a sus compañeros masculinos (Apolo, Hermes). En Homero, Hesíodo y Píndaro, Tifón representa un estridente paisaje sonoro, ajeno y perturbador en relación al tipo de armonía musical asociada a la poesía en el mundo antiguo. Asimismo, en las obras de Platón y Plutarco, simboliza el opuesto de la razón, la irracionalidad.
La derrota de Tifón no es definitiva. En Hesíodo y en Píndaro, seguirá perturbando a los mortales por mediación del fuego o el viento indomable; además, en Homero y en Plutarco, seguirá conservando la posibilidad de desafiar a sus antagonistas divinos, aunque caiga vencido. Desde una perspectiva filosófica, se sostiene el necesario rol de las pasiones al lado de la razón, de tal manera que las fuerzas de Tifón, como sus contrarias, persisten. Mientras que las actuaciones cacofónicas del antiguo dios no consiguen acallar el canto poético, el Zeus hesiódico crea un estruendo monstruoso en respuesta a Tifón adoptando de este modo el lenguaje salvaje de su adversario. Son los contrastes polarizantes presentes en la multiplicidad.
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Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, enero, 2025.
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