Fue
en el ámbito territorial y cultural jónico en donde se produjeron las primeras
reflexiones griegas acerca del pasado. Sus autores fueron mitógrafos y
logógrafos, esto es, prosistas, que se destacaban de aquellos que escribían en
verso.
Se
puede decir que fueron los primeros cronistas locales. Se encargaban de
exponer, en modo narrativo, las tradiciones de un pasado remoto, las míticas
leyendas de los fundadores de los lugares o sus personajes más relevantes.
Puede haber detrás de esto el deseo de buscar un sentido de identidad ciudadana
y de identificación “patria”, sin que hubiese necesidad alguna de plantearse la
diferencia entre los mitos y las “verdades” históricas o de elevar las
tradiciones al estatuto de científicas.
Logógrafos
y mitógrafos fueron los primeros que quisieron dejar testimonio de los orígenes
de sus ciudades, poniendo los cimientos para que autores como Heródoto o
Tucídides elaboraran una concepción histórica nueva. No se conocen muchos de
estos logógrafos y mitógrafos. Se puede nombrar a Ferécides de Lesbos, Janto de
Lidia, Carón de Lámpsaco, Helánico de Siracusa, Escilax de Carianda, Natíoco de
Siracusa y Hecateo de Mileto. De entre ellos destacan sobremanera Escilax y,
sobre todo, Hecateo. La obra de este último se encuentra en el límite entre la
historia y la investigación filosófica, al enmarcarse en el racionalismo de la
escuela jónica. Además de su Descripción
de la Tierra, quizá su obra más destacada sea Genealogías, pues es un trabajo con cierta investigación crítica.
Con
la justificación de relatar el conflicto militar entre Grecia y Persia,
Heródoto (484-425 a.e.c.), entrelaza (en sus Historias en nueve libros y en dialecto jónico) una serie de narraciones
sobre costumbres, episodios, acontecimientos, lugares y personajes relacionados
con su temática central. En el fondo, Heródoto logra una descripción global del
mundo de su época, y que llegó a conocer, bien a través de viajes o gracias a
las relaciones que mantuvo con otras personas. Su obra carece de una
organización coherente y metódica, pero no se le puede negar el mérito de ser
un primer intento de realizar una historia global del mundo conocido. Sin
embargo, en bastantes oportunidades se queda en una amplia descripción geográfica
que enriquece con relatos y costumbres de diferentes lugares. Otro de sus
méritos es la apertura hacia otras culturas (no griegas). Lo cual le permite
comparar los aspectos socio-políticos de las mismas con aquellos propiamente
griegos, como el Imperio frente a la ciudad-estado o el despotismo oriental
frente a la ciudadanía helena.
Mientras
el motivo de Heródoto fueron las Guerras Médicas, el de Tucídides (460-400
a.e.c.), fue la Guerra del Peloponeso, cuyo fin supuso, tras una generación, el
colapso de Atenas. Al margen de la vida política ateniense, en la que estuvo
activo, se dedicó a viajar y a escribir. Podría decirse que es un historiador,
pues cuida el método y es puntilloso con la cronología. Precisa las causas, los
períodos, las fechas; selecciona sus fuentes y la documentación que precisa,
criticando la falta de tacto de quienes no se preocupan por documentarse.
Existe un rigor metodológico. Y aunque no es riguroso en sentido estricto,
intenta ser imparcial. Se centra en analizar las causas de los acontecimientos
y es capaz de investigar los orígenes y las consecuencias que dichos
acontecimientos pueden acarrear. Por todo ello, debe ser calificado como el
primer investigador científico y crítico de la historia occidental.
El
primer gran historiador del siglo IV a.e.c. fue Éforo, del que se dice que
Isócrates le encomendó la tarea de preservar el pasado remoto de un modo
adecuado. Muy influyente en Diodoro y Estrabón, quienes lo citan como una
referencia, fue un narrador que se empeñó en hacer, en palabras de Polibio, una
historia general del mundo griego, que daba inicio, como no podía ser de otro
modo, en la caída de Troya. Jenofonte, por su parte, participó a fines del
siglo V a.e.c., en la famosa expedición que, apoyada por Esparta, se encaminó
hacia Asia Menor con la finalidad de apoyar a Ciro. Precisamente esta
expedición y sus pormenores forman parte del tema de su Anábasis. Sin embargo, hay que decir que su obra histórica más
relevante es Helénicas, una historia
de Grecia en siete libros, que cubre, sin embargo, el breve período temporal
que discurre desde 411 hasta 362 a.e.c., año en que se llevó a cabo la batalla
de Mantinea. Aunque es un continuador de la obra de Tucídides, su método
desentona, pues no hace una recopilación exhaustiva y sistemática de las
fuentes de información.
Cicerón
asignó el término moderno de la Historia de Grecia a Teopompo (el pasado a
Éforo). Es autor de un par de historias, una de ellas continuación de
Tucídides, la Helénica en doce
libros, y la Filípica, una suerte de
resumen de la política griega contemporánea, en nada menos que cincuenta y ocho
libros. Se encomendó a los artificios de la retórica para asegurar un efecto de
atracción sobre su público.
Timeo
de Tauromenion, un severo crítico de Teopompo y de Éforo, se ocupó, durante
buena parte de su vida en Atenas en la investigación de la antigüedad.
Estableció en la historia el cómputo de las Olimpiadas, herramienta útil para
los historiadores en relación a la cronología de la historia griega, si bien nunca
fue un método adoptado para empleo común.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP. Granada. Marzo, 2017
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