Imágenes:
arriba, “los nueve arcos” y cautivos en el fondo de unas sandalias. Tumba de Tutankamón;
abajo, un relieve de Ramsés II en una escena de la batalla de Qadesh, apresando por el cabello enemigos (un nubio, un libio y un asiático); Menfis.
El arte egipcio, producido por la elite letrada, entendía que el
otro, dentro del propio Egipto, lo conformaban las mujeres, los siervos, los
niños, artesanos y campesinos. Fuera de la tierra egipcia, lo eran los
“foráneos”, los extranjeros, que diferían de los egipcios en el lenguaje, las
costumbres, la vestimenta y las creencias. Durante los Reinos Antiguo y Medio,
los contactos con los no egipcios se restringían a los residentes en áreas
fronterizas y también a aquellos particularmente vinculados al comercio
exterior y la diplomacia.
La subyugación de los extranjeros constituyó un tema muy común
en el arte egipcio. La representación de no egipcios cubría grandes espacios en
palacios y templos, aparecía sobre estatuas reales, elementos arquitectónicos,
mobiliario y hasta sobre recipientes de cosméticos. Su preeminencia en el arte
se debió al rol cosmológico que los extranjeros jugaban. Fueron vistos como la
encarnación metafórica del caos indiferenciado de la no existencia, que
antecedía a la creación y que después la rodeaba (incluso a veces penetrando en
ella), amenazando el mundo ordenado de Egipto. Maat se concibió como la antítesis y el
complemento del caos; un compuesto de justicia, orden, acción correcta, paz y
tradición. Un mundo conocible nombrado y categorizado que podía ser mantenido
por las acciones del faraón y de su gente. La caótica no existencia allende
Egipto era, no obstante, un necesario componente de la vida egipcia, porque era
la fuente de toda fertilidad y renovación, como lo había sido de la creación
misma.
Los extranjeros fueron contemplados, de modo genérico, como una
masa indiferenciada, amenazante, aunque no tanto por su capacidad de atacar
como de sumergir y reabsorber las distinciones ordenadas. Por su localización
exterior, su incontable número y su naturaleza intercambiable, los foráneos se
asemejaban a las aves, peces y animales salvajes del desierto y de los pantanos
egipcios, que también representaban la no existencia y tenían que ser sometidos
y controlados para mantener Maat. Al igual que la subyugación de los
extranjeros, la caza de animales, la captura de pájaros y la pesca de peces,
fue un tema relevante en la iconografía egipcia. Los paralelos aclaran que el
modo en que los egipcios representaban a los foráneos no implicaba odio
xenofóbico ni temor. De hecho, los textos y las biografías de oficiales suelen
mostrar a la elite egipcia interactuando pacíficamente con no egipcios, tanto
dentro como fuera de Egipto.
La representación de los extranjeros estuvo cercanamente
asociada a la representación de la realeza egipcia. Uno de los más corrientes
contextos en los cuales los foráneos eran mostrados fue el de las escenas de
golpes violentos, en las cuales el faraón mantenía sujeto del cabello a un
cautivo arrodillado, mientras con su mano libre levantaba un arma preparada
para ejecutarle. Su gran número, la idéntica apariencia y las poses análogas se
asociaban al caos indiferenciado. La escena de golpear al enemigo pudo haber simbolizado
la ejecución ceremonial de un cautivo extranjero o un ritual en el que un
fragmento de escultura era “atacado”, en lugar de un enemigo vivo, como se
sugiere de las esculturas decapitadas de cautivos atados encontradas en el
complejo mortuorio de Pepi II. En cualquier caso, la escena llegó a ser un
icono de la realeza.
El nombre del rey también podría
representado golpeando extranjeros. Así, en el serej del rey Aha de la Dinastía I extiende sus brazos desde las
esquinas para agarrar y golpear a su enemigo. El mismo recurso se observa en
las bases de las estatuas en el primer patio de Medinet Habu, donde los
halcones encima del serej de Ramsés
III y sus cartuchos mantienen a sus cautivos con brazos humanos.
Un motivo regio vinculado fue la
representación de extranjeros aplastados y pisoteados bajo los pies del faraón,
quien debe ser mostrado en su forma humana o como humano con cabeza de halcón o
de esfinge. De hecho, es probable que esta situación pudiera haber sido uno de
los principales roles de la esfinge, pues vemos que ocurre en una escena en el
templo mortuorio de Sahure, antes de la creación de la forma de la esfinge. El
motivo, tal vez, es muy antiguo, del Período Predinástico. En la Paleta del
Campo de Batalla un león pisotea cautivos caídos, mientras que en la Paleta del
Toro, un enemigo caído es aplastado por un toro. Esto sería así si se entiende
que leones y toros están ya simbolizando en este momento al gobernante.
Los extranjeros fueron también
representados sobre las bases de las esculturas regias. El pisoteo del enemigo
foráneo puede aparecer implicado en
representaciones tardías de extranjeros atados sobre las suelas superiores de
las sandalias reales y en las cubiertas de los reposapiés del faraón, tal y
como los preservados en la tumba de Tutankhamón, y también en los “senderos de
cautivos” pintados en los suelos del palacio real de Amarna. Al igual que las
escenas de golpear al enemigo, este motivo estuvo, salvo pocas excepciones,
limitado a los contextos reales.
Una característica de la representación
de extranjeros en el arte egipcio es su pasividad. Los “otros” egipcios (niños,
mujeres, artesanos, campesinos), tendían a ser mostrados activos en escenas con
hombres de la elite. Por su parte, los extranjeros, si no eran simplemente mostrados
muertos debido a los temibles ataques del faraón, se representaban pasivos,
permaneciendo de pie, arrodillados, levantando sus manos en sumisión o súplica,
y caminando solamente si eran cogidos por sus ropas. La pasividad general de
los extranjeros responde, probablemente, a la presencia del rey, quien
activamente los sometía; su pasividad enfatizaba, así mismo, el tremendo
esfuerzo necesario para crear Maat.
A pesar de su rol cosmológico de la no
existencia indiferenciada, los foráneos fueron, normalmente, diferenciados en
distintos grupos. El aprecio egipcio por la taxonomía y las oposiciones (o
polaridades) dualísticas fueron un contrapeso significativo sobre la
homogeneidad teorética de las gentes extranjeras. No se debe olvidar que el
mundo organizado egipcio consistía en oposiciones entre el este y el oeste, la
tierra cultivada y el desierto, el valle del Nilo al sur y el delta al norte.
Se distinguían entre ellos y también se oponían. Muy habitualmente, los nubios
del valle meridional del Nilo eran contrastados con los asiáticos[1] de las tierras
septentrionales y orientales de más allá del Sinaí.
En los templos del Reino Nuevo los
nubios eran mostrados, muy a menudo, sometidos por el rey llevando su corona
blanca meridional, sobre el sector sur de los pilonos del templo. Por el
contrario, los asiáticos aparecían subyugados por el faraón, con su corona roja
del norte, en la zona septentrional de los pilonos. Un tercer grupo, menos
comúnmente representado, tal vez porque no tenía un opuesto polarizante, fue el
de los libios, habitantes del desierto y los oasis del occidente de Egipto. Los
libios eran fueron a menudo sustituidos por los asiáticos, aunque también
ocurrió que las tres etnicidades podían ser agrupadas como una tríada de
pueblos foráneos, lo cual era muy apropiado porque los egipcios empleaban las
tríadas para indicar multiplicidad. Los grupos genéricos se vieron aumentados
por más específicas representaciones de agrupaciones de extranjeros en
contextos históricos concretos, como pasaba con las gentes de Punt (relieves de
Sahure y Hatshepsut), o los comerciantes levantinos (tumba de Khnumhotep II en
Beni Hasan). Además, las escenas de hambrunas de Sahure y de la pirámide de
Unas muestran poblaciones emancipadas que, ocasionalmente, han sido
identificadas como beduinos del desierto.
Además de la dual y la triple división
de los extranjeros genéricos y de las referencias históricas a grupos étnicos
más específicos, los enemigos extranjeros fueron representados, desde los
períodos más antiguos de la historia egipcia como un Grupo de Nueve Arcos.
Parece probable que esos arcos, inicialmente, no representasen nueve grupos
individuales de extranjeros. El número tres simboliza multiplicidad, y tres
treses significa totalidad, de manera que agrupar nueve arcos representa a
todos los enemigos del faraón y de Egipto.
Los cautivos pisoteados fueron, a
menudo, representados sobre las caras de las basas de las estatuas. Sus
superficies superiores mostraban habitualmente un grupo de nueve arcos bajo los
pies del rey, una práctica que parece datar de la Dinastía III.
Posteriormente, los nueve arcos también
se observan sobre sandalias, reposapiés y suelos pintados, algunas veces solos,
y otras en combinación con los extranjeros que representaban. En las escenas de
golpear con violencia el faraón puede mantener consigo un arco o el cautivo
puede levantar un arco hacia el soberano, con su cuerda vuelta hacia él, en
gesto de sumisión y de súplica. Esta arma básica n los conflictos armados
implicaba que los cautivos se habían rebelado contra el faraón, violando, de
este modo, Maat. Los extranjeros no son, así, meramente subyugados a
causa de que eran foráneos, sino porque su sometimiento es un requisito
necesario para restablecer Maat. El
uso más antiguo de arcos para simbolizar enemigos se remonta a la cabeza de
maza ceremonial del Rey Escorpión (Nagada III-Dinastía 0).
En el Reino Nuevo, momento en el que los
nueve arcos empezaron a ser identificados con nueve particulares grupos
étnicos, dos de esos grupos eran los egipcios del Alto y el Bajo Egipto, lo
cual demuestra que el universo de “otros” peligroso no consistía únicamente de
extranjeros, sino de una mezcla de foráneos que amenazaban el país, y de
egipcios de ambas partes del mismo, quienes perturbaban el orden establecido
violando las normas y las leyes. Unos y otros se colocaban al margen de la
protección del estado y del faraón.
Los nueve arcos incluían los tres
enemigos tradicionales, libios (thnw), nubios (jwntjw-ztj) y
asiáticos (mntjw-nw-stt), mientras que los restantes cuatro son más
complicados de identificar[2]. Se trata de hw-nbw,
š3tjw, shtjw-jm y pdtjw-šw. Algunos investigadores
(Wildung sobre todo), sugieren que serían los pueblos de las tierras
mediterráneas, los nubios superiores, los moradores de los oasis y los nómadas
del desierto oriental. Otros, por el contrario (O’Connor, Quirke), ofrecen unas
identificaciones más tentadoras: pueblo de Hau-nebu; pueblo de Shat; los habitantes de las tierras
de los pantanos de Iamu; y el pueblo del arco (o de la pluma) de Shu. Durante
el período grecorromano el señalamiento de egipcios del Alto país como
“Orientales” y los del Bajo Egipto como “Sirios” en la lista de los nueve arcos
en el templo de Edfu, parece sugerir que cuando Egipto estuvo gobernado por
extranjeros, se sintió la necesidad de explicar el potencial escenario en el
cual un rey no egipcio sometía a los egipcios. Tales egipcios fueron,
claramente, vistos como alienados de la sociedad, como verdaderos “foráneos”
por sus propios crímenes.
En el periodo arcaico (2950-2545 a.e.c.)
y en el Reino Antiguo (2540-2120 a.e.c.), los extranjeros eran representados
únicamente en contextos reales. Aunque existen tumbas decoradas de oficiales
como las de Weni y Harkhuf, cuyos textos autobiográficos describen
interacciones con los extranjeros, no hay representaciones de foráneos en esas
tumbas. Los no egipcios también se encuentran enteramente ausentes de las
tumbas elitescas de Elefantina, región fronteriza cuya elite estuvo muy a
menudo inmiscuida en el comercio foráneo.
Durante la etapa de conflictos sociales
del Primer Período Intermedio (2118-1980 a.e.c.), las gentes de etnicidades
extranjeras comienzan a mostrarse en las capillas funerarias provinciales,
usualmente en un contexto de actividad militar. En el Reino Medio (1980-1750
a.e.c.), las representaciones volvieron a ser infrecuentes en los contextos no
regios. Algunas excepciones se encuentran en provincias, notablemente la tumba
de Khnumhotep II en el cementerio de Beni Hasan, en donde se puede observar una
procesión de comerciantes levantinos con los ojos pintados.
Una relevante excepción a la ausencia de
foráneos en monumentos no regios en el Reino Antiguo y Medio es la
representación de pastores beduinos conduciendo un toro. Desnudos o casi, y a
menudo de una delgadez esquelética, esos aislados beduinos se observan en
capillas funerarias de tumbas no reales de ambos períodos, tanto en la capital
como en las provincias. Su apariencia sugiere que los beduinos no fueron vistos
como un grupo extranjero durante esas épocas. Como las regiones de los oasis
fueron habitados por beduinos desde tiempos remotos y gobernados por oficiales
egipcios, es probable que tales habitantes fuesen considerados como un sub
conjunto de la población egipcia. Nunca aparecen, de hecho, en escenas de
golpes violentos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR.
[1] El término asiático en egiptología designa una categoría omniabarcante en
la cual los egipcios incluían habitantes del Levante y de Mesopotamia. No
obstante, en virtud de su elasticidad, es probable que la palabra incluyera
también pueblos de ciertas regiones del sur de Europa.
[2] En la tumba de Kheruef, en donde los nueve arcos se muestran sobre la base
del trono del rey como ciudades capturadas, los cautivos asociados con esos
cuatro pueblos son idénticos a aquellos cautivos vinculados con los asiáticos.
El enemigo del Bajo Egipto es también mostrado como un asiático, pero con barba
corta, mientras que el del Alto Egipto aparece como idéntico a los nubios.
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