2 de diciembre de 2017

Iberos en la Península Ibérica: organización, economía y sociedad (I)




En la imagen, un vaso ibérico pintado de los puñales (antenas atrofiadas o empuñaduras de frontón) y las granadas (arborícolas de seis frutos). Tumba 400, Cigarralejo. Siglos IV-III a.e.c.

En el término Iberia persiste un concepto étnico-cultural pero también geográfico. En las fuentes griegas Iberia es la Península Ibérica. Aunque en Polibio el término se refiere a la zona mediterránea, con la conquista romana las fuentes griegas extienden su denominación a todo el territorio peninsular. En sentido restringido, el vocablo iberos se aplica a las poblaciones peninsulares que se ubicaron en la costa levantina. Así son citados, como una etnia propia, en Avieno (Ora maritima). Por su parte, Hecateo, en el siglo V a.e.c. habla de los  esdetes (edetanos) y los ilaraugates (ilergetes o ilergavones), mientras que Éforo, un siglo después, también los diferencia como pueblo, distinguiéndolos de los celtas, y otorgándoles un  sentido cultural.
Esta región evoluciona culturalmente en los siglos VI y V a.e.c. En estas épocas se constata un fuerte aumento demográfico que conlleva la aparición de ciudades de tramas urbanas complicadas. Este hecho trae consigo una jerarquización del territorio en núcleos poblacionales principales y otros secundarios, el desarrollo de manufacturas, especialmente a partir de la metalurgia del hierro, así como de cerámica con decoración en bandas, semicírculos concéntricos y hasta composiciones figurativas; y también el empleo de una escritura, atestiguada arqueológicamente en documentos contables, inscripciones funerarias y cartas diversas.
En semejante desarrollo es capital la influencia de los pueblos colonizadores mediterráneos, específicamente los griegos, sobre las poblaciones autóctonas. Estas poblaciones eran una continuidad, sin aparente interrupción, del poblamiento de la Edad del Bronce; esto es, del segundo milenio a.e.c.
Un factor relevante es que entre la cultura material y el léxico (toponimia y onomástica) de esta zona existieron elementos indoeuropeos. Esto se debió, muy probablemente a la difusión, primero, de la Cultura de los Campos de urnas en la región catalana y aragonesa (siglos XI-IX a.e.c.), y de la cultura de los Campos de Túmulos (Aragón y Navarra), durante los siglos VIII y VII a.e.c., después. La presencia de estas culturas supone la llegada a la Península Ibérica de poblaciones de centro Europa. Su no permanencia en la región pudo deberse a que estos grupos no fueron lo suficientemente abundantes para la implantación de su lengua y cultura y, por consiguiente, serían absorbidos por el substrato lingüístico y étnico de la Edad del Bronce, o también pudo deberse a una poderosa expansión de la lengua y cultura ibéricas a partir del siglo V a.e.c. por la zona. Tal expansión, tal vez, habría sido la de las elites desde sus territorios originales en el oriente de la península hacia Cataluña y el sur de Francia.
Según refieren autores antiguos (Estrabón, en su Geografía, III, 1.6-7), no había una uniformidad cultural entre los iberos, y su fraccionamiento político era muy evidente. Este comentario parece corroborarse  en la existencia de dos lenguas y un par de sistemas de escrituras distintas en el área ibérica (como mínimo). Se trata del  ibérico meridional (Murcia y Alicante), y el septentrional (Aragón y Cataluña). Incluso dentro de cada una de estos grupos hubo diferencias internas. Es por tal motivo que hoy los especialistas (M. Salinas de Frías) hablan de “Complejo Ibérico”.
Las fuentes antiguas facilitan una enumeración bastante discordante de pueblos en estas regiones ibéricas. Es casi seguro que, con el paso del tiempo, hubo movimientos poblacionales y fusiones de unos pueblos con otros. Además, naturalmente, no todos coexistieron en el mismo tiempo. Lo más seguro que puede referirse en la actualidad, es señalar la situación de los pueblos ibéricos existentes en los siglos III y II a.e.c. En la zona costera estarían ubicados los contestanos, edetanos, ilergavones, cesetanos, layetanos  (lacetanos) e indigetes; en el interior, los beribraces, los ilergetes y los ausetanos, mientras que, finalmente, otro grupo sería el de los pueblos pirenaicos de los olositanos y castellanos, ceretanos, bargusios y bergistanos, andosinos y arenosios.
Las referencias a los contestanos son  bastante tardías. La más antigua hace alusión  a los preparativos de Sertorio, en 76 a.e.c., para  enfrentar la llegada de Pompeyo. Plinio, por su parte, ubica la Contestania en la costa, al norte de la Bastetania. En su interior menciona a Cartago Nova, Ilici (Elche), Lucentum (tal vez Alicante). Las referencias de Ptolomeo coinciden en lo esencial con Plinio. Habría que situar a los contestanos, en consecuencia, en la costa sudeste, entre Cartagena y el río Júcar. Desde los bárquidas cartagineses será cuando los contestanos formen su identidad propia, caracterizada por una poderosa iberización.
Hecateo menciona a los esdetes, habitualmente identificados con los edetanos. Estrabón, por su parte, los sitúa entre Cartago Nova y el Ebro, mientras que Plinio establece el río Júcar como el límite entre Contestania y Edetania, en cuya costa ubica la colonia de Valentia, Sagunto y el río Turia. Ptolomeo, finalmente, coincide con Plinio en el límite sur de Edetania, pero considera Valentia contestana. Hace llegar la Edetania por el interior hasta Caesaraugusta. En el actual estado de conocimientos se puede identificar el emplazamiento de la antigua Edeta en el cerro de San Miguel de Liria, con presencia de un oppidum ibérico de extrema relevancia. Ciudades destacas serian, entonces, Sagunto (de nombre ibérico Arse) y Valencia.
Es Plinio quien sitúa a los ilergavones entre el rio Udiva (el Mijares actual) y el Ebro, al norte del cual habitarían los cesetanos. Livio  corrobora los datos de Plinio y aquellos de Ptolomeo cuando afirma que Asdrúbal (en 217 a.e.c.), cruzó al norte del Ebro y allí instaló su campamento en territorio ilergavon. Cesar (en De Bello Gallico) cita a los ilergavonenses entre los pueblos del norte del Ebro que se le asociaron. Entre las ciudades identificadas de este pueblo se encuentra Dertosa (Tortosa), probablemente la que Livio denomina Hibera.
Plinio cita la Cossetania al norte del Ebro, con su ciudad principal Tarraco. Gracias a algunas monedas con letras indígenas se conoce nombre ibérico de la ciudad, Cese y, por consiguiente, el de la región y el del pueblo debían ser los de cesetania y cesetanos. Cese es, quizá, la Cissa que mencionan Polibio y Livio.
Los textos clásicos mencionan dos pueblos, layetanos y lacetanos. Su diferenciación es una cuestión difícil y espinosa. Estrabón menciona dos pueblos diferentes, leetanos y lartolaietanos, en la costa. Plinio, por su parte, señala a los leetanos en la costa y a los lacetanos en el interior, al lado de los ausetanos. La existencia de laietanos aparece testimoniada en monedas con el epígrafe laiescen. Según refiere Ptolomeo, sus ciudades principales serian Baetulo (Badalona), Barcino (Barcelona) y Blanda (Blanes). Los lacetanos se ubicarían hacia el interior. De los núcleos urbanos que les asigna Ptolomeo se identifican Bacasis (Manresa), Stelsis (Solsona) y Aeso (Isona), entre otras.
Los indigetes son mencionados en el periplo de la Ora marítima. Avieno los describe como feroces y habilidosos en la caza. Estrabón, que señala que estaban divididos en cuatro grupos, los ubica entre el Ebro y los Pirineos. Plinio coincide con dichas apreciaciones. El etnónimo se encuentra atestiguado en monedas ibéricas con la leyenda Untikesken.
Entre los indigetes es en donde se establecieron las colonias griegas de Ampurias y Rosas. Aunque Tito Livio comenta que Ampurias poseía una estructura doble, una ciudad griega y otra ibérica, separadas por una muralla, no existe evidencia arqueológica alguna de esto. Lo que, probablemente, si pudiera ser es que lo descrito por Livio corresponda al par (tal vez sociedad comercial) Ampurias-Ullastret (la Cipsela de Avieno), siendo esta última una ciudad ibera situada en las proximidades de la colonia griega.
Los ilergetes son uno de los pueblos ibéricos interiores del que más se conoce. Ello se debe a la oposición que llevaron a cabo frente a los romanos, y a favor de los cartagineses, en el principio de la conquista. Han trascendido dos de sus jefes, Indíbil y Mandonio. El nombre que los identifica presenta un elemento Iler- que aparece así mismo en el de los ilergavones y en el de su principal ciudad, Ilerda.
Polibio y Livio citan a los ilergetes como el primer pueblo sometido por Aníbal después de cruzar el Ebro. Cneo Escipión, desde Ampurias, sometió a los ilergetes y luego a los ausetanos. Finalmente invernó en Tarraco. Así,  en el momento de la conquista romana, los ilergetes parecen un pueblo poderoso que estaría asentado al norte del Ebro.
Estrabón  les atribuye también la ciudad de Osca (Huesca), capital de Sertorio (en las monedas ibéricas aparece como Bolsean). Ptolomeo también les atribuye  las ciudades mencionadas, además de otras que llevan por nombre Bergidum y Bargusia (quizá Berga y Bargus, urbes epónimas de bergistanos y bargusios)[1].
Los ausetanos aparecen en varias fuentes como aliados de los ilergetes. Parece evidente su relación (salvo que sean los mismos), con los ausoceretes que menciona la Ora marítima. Estos pueblos fueron, según cuenta Livio, dominados por Aníbal en 209 a.e.c. junto con los bargusios, ilergetes, y lacetanos. El propio Livio menciona a su princeps Amusico, y los ubica en las cercanías del río Ebro y de los lacetanos. Su ciudad capital sería Ausa (Vich). Según Ptolomeo, no obstante, también serán ausetanas Gerunda (Gerona) y Aequae Calidae, tal vez Caldas de Montbuy.
La presencia de los Sedetanos (distintos de los edetanos) se supuso (G. Fatás) a  partir de la mención de Plinio, que habla, sin motivo de duda, de una regio Sedetania. En modo semejante, Livio les atribuye un ager Sedetanus, localizado en la vecindad de pueblos como los suesetanos e ilergetes. Además, un factor decisivo fue el hallazgo de una ceca de nombre sedeisken. En los sedetanos debe observarse un pueblo ibérico que estaría emplazado en el valle medio del Ebro, con su ciudad principal ubicada en Salduie (la antecedente de Caesaraugusta).
Diversas fuentes aluden a un conjunto de pueblos pirenaicos cuya relevancia y personalidad grupal son muy escasas. Se trata de los arenosios y andosinos, ceretanos, castellanos y olositanos. Los ceretanos, tal vez los más relevantes, son divididos (por parte de Plinio) en augustanos y julianos. La capital de estos últimos sería Iulia Libica. Estarían ubicados en una región no de habla ibérica sino vasco-aquitana. Por su parte, el pueblo pirenaico de los bargusios o bergistanos es situado, en Livio y Polibio, entre los Pirineos y el Ebro. Según Livio, además, habrían sido los primeros aliados de los romanos en Hispania.
El elemento predominante principal de la economía ibérica es el significativo desarrollo agrícola,  que tuvo que ser el fundamento del despliegue demográfico observable tras la proliferación de poblados a partir del siglo V a.e.c. y su transformación en verdaderas ciudades. Esta actividad se completaba con la ganadería (ovejas, cabras y cerdos).
Se trata, en cualquier caso, de rasgos bastante generalizadores, en virtud de que en la gran extensión geográfica que ocupaban los pueblos iberos, habría regiones diferentes y, por tanto, diferencias, menores o mayores, entre la economía de unos pueblos y otros. Tales diferencias estarían condicionadas por la diversa orografía y la distinta fertilidad de las tierras, o por la posición de algunas poblaciones respecto al mar y a las colonias fenicias, griegas y cartaginesas.
Muy predominante en todo el mundo ibérico fue la agricultura de secano, llevada a cabo esencialmente por pequeños propietarios en explotaciones familiares. No obstante, al lado de esta agricultura de secano debió de haber existido también una agricultura de huerta y de regadío. Las especies cultivadas principales eran el olivo, el cereal y la vid, de los que se han hallado algunas semillas. Se cultivaban, del mismo modo, legumbres y frutales.
Por otra parte, actividades como la apicultura, la caza y la pesca, fueron relevantes. La apicultura se conoce en Levante desde el Eneolítico, tal y como atestiguan ciertas pinturas prehistóricas. En consecuencia, pudo  seguir practicándose, lo cual parece corroborarse por el descubrimiento de colmenas cerámicas en territorio edetano. La caza y la pesca, por su parte, serian actividades que podrían señalarse como complementarias.
Pudieron existir algunos cultivos especializados (lino), pues los tejidos de Saitabi (Játiva) y los de la zona de Tarragona fueron prestigiosos en época romana. La viticultura y la oleicultura han dejado, asimismo, testimonios arqueológicos.
Manufacturas cruciales en el mundo ibérico fueron las propias de la alfarería y los productos metalúrgicos. La cerámica ibérica característica es una cerámica a torno, de color ocre y con unos ornamentos realizados con pintura roja. El torno de alfarero debieron de recibirlo los iberos de las colonias costeras, griegas y fenicias. La excavación de talleres asociados a los hornos facilitar inferir que los alfareros no estaban especializados, de manera que  un mismo productor proporcionaba a toda la región los productos cerámicos que requiriese. En algunos casos, además, se debió de trabajar por encargo.
Una de las características peculiares de la cultura ibérica es la generalización de la metalurgia del hierro. En el registro arqueológico, de necrópolis y de poblados, abundan los objetos de este metal, tanto en forma de armas como de objetos cotidianos o útiles de labranza. Entre las armas se destaca la presencia de falcatas, puñales y espadas. No obstante, el bronce siguió empleándose, en específico para fabricar calderos, trípodes o escudos.
La arqueología parece mostrar la existencia de la propiedad privada familiar. En los poblados predominaba la pequeña explotación familiar. En las ciudades, por el contrario, se especula con la posibilidad de que hubiese habido grandes propiedades agrarias en el entorno rural, propiedad de la aristocracia local. La vida cotidiana de esta aristocracia se repartiría entre las fincas en el campo y la ciudad, sede de los templos y otras edificaciones públicas, en donde ejercerían su actividad política. Si bien no se puede descartar la presencia de esclavos en las grandes extensiones, lo cierto es que serían los pequeños productores libres el fundamento reclutable de los ejércitos ibéricos. Es el caso de las figuras representadas en las cerámicas como tropas de infantería o de los individuos armados de espada y escudo ligero, al modo de peltastas, que se observan en los bronces ibéricos.
El extenso territorio de las poblaciones ibéricas estaba surcado por dos grandes vías de comunicación. Por un lado la terrestre vía Heraklea, que bordeaba la costa desde el sur de Galia hasta el Levante, Cartagena y el curso alto del Guadalquivir. Por el otro, se encontraba la vía fluvial del valle del Ebro y sus afluentes[2]. El río Ebro fue una valiosa fuente de navegación comercial y de “iberización”, por tratarse de una inmejorable vía de penetración cultural desde la costa al interior.
El comercio de metales y de minerales debió ser realizado a mediana escala. El comercio externo, por su parte, estuvo fuertemente mediatizado por las colonias griegas, cartaginesas y fenicias. Es factible que antes de la conquista romana se exportasen aceite, textiles, vino y cereales. Sin embargo, lo que se conoce mucho mejor son los productos de importación que traían los colonizadores. Se trataba, en esencia, de objetos suntuarios, particularmente, perfumes, joyas y, sobre todo, cerámica griega, específicamente cerámica ática de figuras rojas. Durante dos siglos (V y IV a.e.c.) estas piezas inundan los territorios del sudeste, Andalucía y la zona de la costa catalana.
Las relaciones comerciales con los griegos peninsulares fueron muy significativas. Hasta tal punto fue así que la impronta griega es perfectamente apreciable en elementos específicos de la cultura ibérica, como la cerámica, la escultura o las armas. A pesar de la desconfianza que Livio señala como rasgo en las relaciones comerciales entre griegos e iberos, de algunos hallazgos arqueológicos parece inferirse que en las mismas empresas comerciales estaban asociados griegos, iberos y, en casos, algunos foráneos, tal vez etruscos.
Un aspecto esencial de la economía ibérica es la aparición de la moneda, concretamente a partir de mediado el siglo III a.e.c. En ello tiene mucho que ver la influencia griega, además de la púnica. Las colonias griegas de Ampurias y Rosas emitían moneda desde el siglo V a.e.c. Estas piezas, como también otras monedas de ciudades griegas de Jonia, Sicilia y el sur de Italia, probablemente fruto de intercambios comerciales o como paga de los mercenarios ibéricos alistados en los ejércitos cartagineses y griegos de Sicilia (siglos V y IV a.e.c.), circulaban entre los iberos.
Será en los territorios de mayor contacto con las colonias griegas en donde surjan las primeras acuñaciones ibéricas. Estas primeras piezas corresponden a las ciudades de Kese (Tarragona), Arse (Sagunto), Kastilo (Castulo) y Saitabi (Játiva). Las emisiones son unos pocos años anteriores a la Segunda Guerra Púnica y, por consiguiente, se relacionarían con las obligaciones militares de las ciudades iberas con sus aliados cartagineses o griegos.
En el área de influencia griega (Levante, Cataluña y valle del Ebro) se acuña moneda de plata, en tanto que en Andalucía, una zona púnica, lo que se acuña es moneda de bronce. La falta de emisiones de plata en la región que será posteriormente la Hispania Ulterior parece haber sido consecuencia de la política fiscal romana. Se cree que, desde el momento del comienzo de la actividad de Catón en la Península, hacia 195 a.e.c., se les prohibió a las ciudades de la Ulterior acuñar monedas de plata. En esa región, por lo tanto, la moneda que va a circular es la de plata y la de bronce romanas, además de la acuñación de bronce local. La Citerior, por el contrario tiende, a partir de la fecha señalada, a una uniformidad de sus emisiones, que se extienden al interior catalán y al valle del Ebro. Aparecerán, de esta manera, los denarios ibéricos de plata, caracterizados por presentar una cabeza masculina en el anverso y un jinete (con lanza o con palmas y garfios) en el reverso. A esto se suma que se va a generalizar el empleo de la escritura ibérica levantina para redactar las leyendas de las monedas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre, 2017


[1] Bergistanos y bargusios parecen poseer nombres indoeuropeos, lo cual es evidente en el topónimo Bergidum. Tal circunstancia, y el que Osea en fuentes como Plinio, se atribuya a los suessetanos, al frente de cuyo ejército estaba (en Livio) Indíbil, propician la visión de los ilergetes como un pueblo ibérico poderoso que, a fines del siglo III a.e.c., estaría expandiendo su hegemonía sobre otros pueblos. La región del poblamiento ilergete es el territorio que registra la entrada de la cultura de los Campos de Túmulos durante los siglos IX y VIII a.e.c., que representan la llegada de gentes indoeuropeas con una economía en esencia ganadera. A partir del VI a.e.c. comienzan a llegar a la zona influencias desde la costa mediterránea, donde se configura la cultura ibérica, que se podría vincular con la configuración del pueblo ilergete, caracterizado por una economía agraria y una monarquía de tipo militar. Se podría interpretar que bergistanos, bargusios y probablemente suessetanos serian gentes indoeuropeas, asociadas con los Campos de Túmulos, sobre los que se imponen, desde la quinta centuria a.e.c., los ilergetes iberos.
[2] Los valles de los ríos mediterráneos, caso del Júcar, el Llobregat y el Turia fueron también importantes vías naturales de comunicación hacia el interior.

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