En la imagen, un vaso ibérico pintado de los puñales
(antenas atrofiadas o empuñaduras de frontón) y las granadas (arborícolas de
seis frutos). Tumba 400, Cigarralejo. Siglos IV-III a.e.c.
En el término Iberia persiste un concepto
étnico-cultural pero también geográfico. En las fuentes griegas Iberia es la
Península Ibérica. Aunque en Polibio el término se refiere a la zona mediterránea,
con la conquista romana las fuentes griegas extienden su denominación a todo el
territorio peninsular. En sentido restringido, el vocablo
iberos se aplica a las poblaciones peninsulares que se ubicaron en la costa levantina.
Así son citados, como una etnia propia, en Avieno (Ora maritima). Por su parte, Hecateo, en el siglo V a.e.c. habla de
los esdetes (edetanos) y los ilaraugates
(ilergetes o ilergavones), mientras que Éforo, un siglo después, también los
diferencia como pueblo, distinguiéndolos de los celtas, y otorgándoles un sentido cultural.
Esta
región evoluciona culturalmente en los siglos VI y V a.e.c. En estas épocas se
constata un fuerte aumento demográfico que conlleva la aparición de ciudades de
tramas urbanas complicadas. Este hecho trae consigo una jerarquización del
territorio en núcleos poblacionales principales y otros secundarios, el
desarrollo de manufacturas, especialmente a partir de la metalurgia del hierro,
así como de cerámica con decoración en bandas, semicírculos concéntricos y
hasta composiciones figurativas; y también el empleo de una escritura,
atestiguada arqueológicamente en documentos contables, inscripciones funerarias
y cartas diversas.
En
semejante desarrollo es capital la influencia de los pueblos colonizadores
mediterráneos, específicamente los griegos, sobre las poblaciones autóctonas.
Estas poblaciones eran una continuidad, sin aparente interrupción, del
poblamiento de la Edad del Bronce; esto es, del segundo milenio a.e.c.
Un
factor relevante es que entre la cultura material y el léxico (toponimia y
onomástica) de esta zona existieron elementos indoeuropeos. Esto se debió, muy
probablemente a la difusión, primero, de la Cultura de los Campos de urnas en
la región catalana y aragonesa (siglos XI-IX a.e.c.), y de la cultura de los
Campos de Túmulos (Aragón y Navarra), durante los siglos VIII y VII a.e.c.,
después. La presencia de estas culturas supone la llegada a la Península
Ibérica de poblaciones de centro Europa. Su no permanencia en la región pudo
deberse a que estos grupos no fueron lo suficientemente abundantes para la
implantación de su lengua y cultura y, por consiguiente, serían absorbidos por
el substrato lingüístico y étnico de la Edad del Bronce, o también pudo deberse
a una poderosa expansión de la lengua y cultura ibéricas a partir del siglo V
a.e.c. por la zona. Tal expansión, tal vez, habría sido la de las elites desde
sus territorios originales en el oriente de la península hacia Cataluña y el
sur de Francia.
Según
refieren autores antiguos (Estrabón, en su Geografía,
III, 1.6-7), no había una uniformidad cultural entre los iberos, y su
fraccionamiento político era muy evidente. Este comentario parece
corroborarse en la existencia de dos
lenguas y un par de sistemas de escrituras distintas en el área ibérica (como
mínimo). Se trata del ibérico meridional
(Murcia y Alicante), y el septentrional (Aragón y Cataluña). Incluso dentro de
cada una de estos grupos hubo diferencias internas. Es por tal motivo que hoy
los especialistas (M. Salinas de Frías) hablan de “Complejo Ibérico”.
Las
fuentes antiguas facilitan una enumeración bastante discordante de pueblos en
estas regiones ibéricas. Es casi seguro que, con el paso del tiempo, hubo
movimientos poblacionales y fusiones de unos pueblos con otros. Además, naturalmente,
no todos coexistieron en el mismo tiempo. Lo más seguro que puede referirse en
la actualidad, es señalar la situación de los pueblos ibéricos existentes en
los siglos III y II a.e.c. En la zona costera estarían ubicados los contestanos,
edetanos, ilergavones, cesetanos, layetanos
(lacetanos) e indigetes; en el interior, los beribraces, los ilergetes y
los ausetanos, mientras que, finalmente, otro grupo sería el de los pueblos
pirenaicos de los olositanos y castellanos, ceretanos, bargusios y bergistanos,
andosinos y arenosios.
Las
referencias a los contestanos son bastante tardías. La más antigua hace alusión a los preparativos de Sertorio, en 76 a.e.c.,
para enfrentar la llegada de Pompeyo. Plinio,
por su parte, ubica la Contestania en la costa, al norte de la Bastetania. En
su interior menciona a Cartago Nova, Ilici
(Elche), Lucentum (tal vez Alicante). Las referencias de Ptolomeo
coinciden en lo esencial con Plinio. Habría que situar a los contestanos, en
consecuencia, en la costa sudeste, entre Cartagena y el río Júcar. Desde los
bárquidas cartagineses será cuando los contestanos formen su identidad propia,
caracterizada por una poderosa iberización.
Hecateo
menciona a los esdetes, habitualmente identificados con los edetanos. Estrabón,
por su parte, los sitúa entre Cartago
Nova y el Ebro, mientras que Plinio establece el río Júcar como el límite
entre Contestania y Edetania, en cuya costa ubica la colonia de Valentia, Sagunto y el río Turia. Ptolomeo,
finalmente, coincide con Plinio en el límite sur de Edetania, pero considera Valentia
contestana. Hace llegar la Edetania por el interior hasta Caesaraugusta.
En el actual estado de conocimientos se puede identificar el emplazamiento de
la antigua Edeta en el cerro de San Miguel de Liria, con presencia de un oppidum
ibérico de extrema relevancia. Ciudades destacas serian, entonces, Sagunto
(de nombre ibérico Arse) y
Valencia.
Es
Plinio quien sitúa a los ilergavones entre el rio Udiva (el Mijares actual) y el Ebro, al
norte del cual habitarían los cesetanos. Livio corrobora los datos de Plinio y aquellos de
Ptolomeo cuando afirma que Asdrúbal (en 217 a.e.c.), cruzó al norte del Ebro y
allí instaló su campamento en territorio ilergavon. Cesar (en De Bello Gallico) cita a
los ilergavonenses entre los pueblos del norte del Ebro que se le asociaron. Entre
las ciudades identificadas de este pueblo se encuentra Dertosa (Tortosa),
probablemente la que Livio denomina Hibera.
Plinio
cita la Cossetania al norte del Ebro, con su ciudad principal Tarraco. Gracias
a algunas monedas con letras indígenas se conoce nombre ibérico de la ciudad, Cese
y, por consiguiente, el de la región y el del pueblo debían ser los de
cesetania y cesetanos. Cese es, quizá, la Cissa que mencionan
Polibio y Livio.
Los
textos clásicos mencionan dos pueblos, layetanos y lacetanos. Su diferenciación
es una cuestión difícil y espinosa. Estrabón menciona dos pueblos diferentes, leetanos
y lartolaietanos, en la costa. Plinio, por su parte, señala a los leetanos en
la costa y a los lacetanos en el interior, al lado de los ausetanos. La
existencia de laietanos aparece testimoniada en monedas con el epígrafe laiescen.
Según refiere Ptolomeo, sus ciudades principales serian Baetulo (Badalona), Barcino (Barcelona)
y Blanda (Blanes). Los lacetanos se ubicarían hacia el interior. De los
núcleos urbanos que les asigna Ptolomeo se identifican Bacasis (Manresa),
Stelsis (Solsona) y Aeso
(Isona), entre otras.
Los indigetes son mencionados en el periplo de la Ora
marítima. Avieno los describe como feroces y habilidosos en la caza.
Estrabón, que señala que estaban divididos en cuatro grupos, los ubica entre el
Ebro y los Pirineos. Plinio coincide con dichas apreciaciones. El etnónimo se
encuentra atestiguado en monedas ibéricas con la leyenda Untikesken.
Entre los indigetes es en donde se establecieron las colonias
griegas de Ampurias y Rosas. Aunque Tito Livio comenta que Ampurias poseía una
estructura doble, una ciudad griega y otra ibérica, separadas por una muralla,
no existe evidencia arqueológica alguna de esto. Lo que, probablemente, si
pudiera ser es que lo descrito por Livio corresponda al par (tal vez sociedad
comercial) Ampurias-Ullastret (la Cipsela de Avieno), siendo esta última una
ciudad ibera situada en las proximidades de la colonia griega.
Los ilergetes son uno de los pueblos ibéricos interiores
del que más se conoce. Ello se debe a la oposición que llevaron a cabo frente a
los romanos, y a favor de los cartagineses, en el principio de la conquista. Han
trascendido dos de sus jefes, Indíbil y Mandonio. El nombre que los identifica
presenta un elemento Iler- que
aparece así mismo en el de los ilergavones y en el de su principal ciudad, Ilerda.
Polibio y Livio citan a los ilergetes como el primer
pueblo sometido por Aníbal después de cruzar el Ebro. Cneo Escipión, desde
Ampurias, sometió a los ilergetes y luego a los ausetanos. Finalmente invernó
en Tarraco. Así, en el momento de la
conquista romana, los ilergetes parecen un pueblo poderoso que estaría asentado
al norte del Ebro.
Estrabón les
atribuye también la ciudad de Osca (Huesca), capital de Sertorio (en las
monedas ibéricas aparece como Bolsean). Ptolomeo también les atribuye las ciudades mencionadas, además de otras que
llevan por nombre Bergidum y Bargusia (quizá Berga y Bargus, urbes
epónimas de bergistanos y bargusios)[1].
Los ausetanos aparecen en varias fuentes como aliados
de los ilergetes. Parece evidente su relación (salvo que sean los mismos), con
los ausoceretes que menciona la Ora marítima. Estos pueblos fueron, según
cuenta Livio, dominados por Aníbal en 209 a.e.c. junto con los bargusios, ilergetes,
y lacetanos. El propio Livio menciona a su princeps Amusico, y los ubica
en las cercanías del río Ebro y de los lacetanos. Su ciudad capital sería Ausa
(Vich). Según Ptolomeo, no obstante, también serán ausetanas Gerunda (Gerona)
y Aequae Calidae, tal vez Caldas de Montbuy.
La presencia de los Sedetanos (distintos de los
edetanos) se supuso (G. Fatás) a partir
de la mención de Plinio, que habla, sin motivo de duda, de una regio
Sedetania. En modo semejante, Livio
les atribuye un ager Sedetanus, localizado en la vecindad de pueblos como
los suesetanos e ilergetes. Además, un factor decisivo fue el hallazgo de una
ceca de nombre sedeisken. En los sedetanos debe observarse un pueblo ibérico
que estaría emplazado en el valle medio del Ebro, con su ciudad principal
ubicada en Salduie (la antecedente de
Caesaraugusta).
Diversas fuentes aluden a un conjunto de pueblos
pirenaicos cuya relevancia y personalidad grupal son muy escasas. Se trata de los
arenosios y andosinos, ceretanos, castellanos y olositanos. Los ceretanos, tal
vez los más relevantes, son divididos (por parte de Plinio) en augustanos y
julianos. La capital de estos últimos sería Iulia
Libica. Estarían ubicados en una región no de habla ibérica sino
vasco-aquitana. Por su parte, el pueblo pirenaico de los bargusios o
bergistanos es situado, en Livio y Polibio, entre los Pirineos y el Ebro. Según
Livio, además, habrían sido los primeros aliados de los romanos en Hispania.
El elemento predominante principal de la economía ibérica
es el significativo desarrollo agrícola, que tuvo que ser el fundamento del despliegue demográfico
observable tras la proliferación de poblados a partir del siglo V a.e.c. y su
transformación en verdaderas ciudades. Esta actividad se completaba con la
ganadería (ovejas, cabras y cerdos).
Se trata, en cualquier caso, de rasgos bastante
generalizadores, en virtud de que en la gran extensión geográfica que ocupaban
los pueblos iberos, habría regiones diferentes y, por tanto, diferencias,
menores o mayores, entre la economía de unos pueblos y otros. Tales diferencias
estarían condicionadas por la diversa orografía y la distinta fertilidad de las
tierras, o por la posición de algunas poblaciones respecto al mar y a las
colonias fenicias, griegas y cartaginesas.
Muy predominante en todo el mundo ibérico fue la
agricultura de secano, llevada a cabo esencialmente por pequeños propietarios
en explotaciones familiares. No obstante, al lado de esta agricultura de secano
debió de haber existido también una agricultura de huerta y de regadío. Las especies
cultivadas principales eran el olivo, el cereal y la vid, de los que se han hallado
algunas semillas. Se cultivaban, del mismo modo, legumbres y frutales.
Por otra parte, actividades como la apicultura, la
caza y la pesca, fueron relevantes. La apicultura se conoce en Levante desde el
Eneolítico, tal y como atestiguan ciertas pinturas prehistóricas. En
consecuencia, pudo seguir practicándose,
lo cual parece corroborarse por el descubrimiento de colmenas cerámicas en
territorio edetano. La caza y la pesca, por su parte, serian actividades que
podrían señalarse como complementarias.
Pudieron existir algunos cultivos especializados (lino),
pues los tejidos de Saitabi (Játiva)
y los de la zona de Tarragona fueron prestigiosos en época romana. La viticultura
y la oleicultura han dejado, asimismo, testimonios arqueológicos.
Manufacturas cruciales en el mundo ibérico fueron las
propias de la alfarería y los productos metalúrgicos. La cerámica ibérica
característica es una cerámica a torno, de color ocre y con unos ornamentos
realizados con pintura roja. El torno de alfarero debieron de recibirlo los
iberos de las colonias costeras, griegas y fenicias. La excavación de talleres
asociados a los hornos facilitar inferir que los alfareros no estaban
especializados, de manera que un mismo
productor proporcionaba a toda la región los productos cerámicos que requiriese.
En algunos casos, además, se debió de trabajar por encargo.
Una de las características peculiares de la cultura
ibérica es la generalización de la metalurgia del hierro. En el registro
arqueológico, de necrópolis y de poblados, abundan los objetos de este metal,
tanto en forma de armas como de objetos cotidianos o útiles de labranza. Entre
las armas se destaca la presencia de falcatas, puñales y espadas. No obstante,
el bronce siguió empleándose, en específico para fabricar calderos, trípodes o
escudos.
La arqueología parece mostrar la existencia de la
propiedad privada familiar. En los poblados predominaba la pequeña explotación
familiar. En las ciudades, por el contrario, se especula con la posibilidad de
que hubiese habido grandes propiedades agrarias en el entorno rural, propiedad
de la aristocracia local. La vida cotidiana de esta aristocracia se repartiría
entre las fincas en el campo y la ciudad, sede de los templos y otras
edificaciones públicas, en donde ejercerían su actividad política. Si bien no
se puede descartar la presencia de esclavos en las grandes extensiones, lo
cierto es que serían los pequeños productores libres el fundamento reclutable
de los ejércitos ibéricos. Es el caso de las figuras representadas en las cerámicas
como tropas de infantería o de los individuos armados de espada y escudo ligero,
al modo de peltastas, que se observan
en los bronces ibéricos.
El extenso territorio de las poblaciones ibéricas
estaba surcado por dos grandes vías de comunicación. Por un lado la terrestre
vía Heraklea, que bordeaba la costa desde el sur de Galia hasta el Levante,
Cartagena y el curso alto del Guadalquivir. Por el otro, se encontraba la vía
fluvial del valle del Ebro y sus afluentes[2].
El río Ebro fue una valiosa fuente de navegación comercial y de “iberización”,
por tratarse de una inmejorable vía de penetración cultural desde la costa al
interior.
El comercio de metales y de minerales debió ser realizado
a mediana escala. El comercio externo, por su parte, estuvo fuertemente
mediatizado por las colonias griegas, cartaginesas y fenicias. Es factible que
antes de la conquista romana se exportasen aceite, textiles, vino y cereales.
Sin embargo, lo que se conoce mucho mejor son los productos de importación que
traían los colonizadores. Se trataba, en esencia, de objetos suntuarios,
particularmente, perfumes, joyas y, sobre todo, cerámica griega, específicamente
cerámica ática de figuras rojas. Durante dos siglos (V y IV a.e.c.) estas
piezas inundan los territorios del sudeste, Andalucía y la zona de la costa
catalana.
Las relaciones comerciales con los griegos
peninsulares fueron muy significativas. Hasta tal punto fue así que la impronta
griega es perfectamente apreciable en elementos específicos de la cultura ibérica,
como la cerámica, la escultura o las armas. A pesar de la desconfianza que
Livio señala como rasgo en las relaciones comerciales entre griegos e iberos, de
algunos hallazgos arqueológicos parece inferirse que en las mismas empresas
comerciales estaban asociados griegos, iberos y, en casos, algunos foráneos,
tal vez etruscos.
Un aspecto esencial de la economía ibérica es la
aparición de la moneda, concretamente a partir de mediado el siglo III a.e.c.
En ello tiene mucho que ver la influencia griega, además de la púnica. Las colonias
griegas de Ampurias y Rosas emitían moneda desde el siglo V a.e.c. Estas
piezas, como también otras monedas de ciudades griegas de Jonia, Sicilia y el
sur de Italia, probablemente fruto de intercambios comerciales o como paga de
los mercenarios ibéricos alistados en los ejércitos cartagineses y griegos de
Sicilia (siglos V y IV a.e.c.), circulaban entre los iberos.
Será en los territorios de mayor contacto con las
colonias griegas en donde surjan las primeras acuñaciones ibéricas. Estas
primeras piezas corresponden a las ciudades de Kese (Tarragona), Arse
(Sagunto), Kastilo (Castulo) y Saitabi (Játiva). Las
emisiones son unos pocos años anteriores a la Segunda Guerra Púnica y, por
consiguiente, se relacionarían con las obligaciones militares de las ciudades
iberas con sus aliados cartagineses o griegos.
En el área de influencia griega (Levante, Cataluña y
valle del Ebro) se acuña moneda de plata, en tanto que en Andalucía, una zona
púnica, lo que se acuña es moneda de bronce. La falta de emisiones de plata en la
región que será posteriormente la Hispania Ulterior parece haber sido
consecuencia de la política fiscal romana. Se cree que, desde el momento del
comienzo de la actividad de Catón en la Península, hacia 195 a.e.c., se les prohibió
a las ciudades de la Ulterior acuñar monedas de plata. En esa región, por lo
tanto, la moneda que va a circular es la de plata y la de bronce romanas, además
de la acuñación de bronce local. La Citerior, por el contrario tiende, a partir
de la fecha señalada, a una uniformidad de sus emisiones, que se extienden al
interior catalán y al valle del Ebro. Aparecerán, de esta manera, los denarios
ibéricos de plata, caracterizados por presentar una cabeza masculina en el
anverso y un jinete (con lanza o con palmas y garfios) en el reverso. A esto se
suma que se va a generalizar el empleo de la escritura ibérica levantina para redactar
las leyendas de las monedas.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre, 2017
[1] Bergistanos y bargusios parecen poseer nombres
indoeuropeos, lo cual es evidente en el topónimo Bergidum. Tal circunstancia, y el que Osea en
fuentes como Plinio, se atribuya a los suessetanos, al frente de cuyo ejército
estaba (en Livio) Indíbil, propician la visión de los ilergetes como un pueblo
ibérico poderoso que, a fines del siglo III a.e.c., estaría expandiendo su
hegemonía sobre otros pueblos. La región del poblamiento ilergete es el
territorio que registra la entrada de la cultura de los Campos de Túmulos
durante los siglos IX y VIII a.e.c., que representan la llegada de gentes
indoeuropeas con una economía en esencia ganadera. A partir del VI a.e.c.
comienzan a llegar a la zona influencias desde la costa mediterránea, donde se
configura la cultura ibérica, que se podría vincular con la configuración del
pueblo ilergete, caracterizado por una economía agraria y una monarquía de tipo
militar. Se podría interpretar que bergistanos, bargusios y probablemente
suessetanos serian gentes indoeuropeas, asociadas con los Campos de Túmulos,
sobre los que se imponen, desde la quinta centuria a.e.c., los ilergetes
iberos.
[2] Los valles de los ríos mediterráneos, caso del Júcar, el Llobregat y el
Turia fueron también importantes vías naturales de comunicación hacia el
interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario