Imágenes (de arriba hacia abajo): imagen en detalle de
las estelas de Stora Hammars, datadas en el siglo IX, Gotland, Suecia e; imagen
de una estela de las mencionadas piedras en la que se observa a Odín en forma
de águila.
El panteón nórdico presenta dos grupos de dioses que
se enfrascaron en una guerra cuyo desenlace fue un pacto y el intercambio de
los prisioneros. El impactante suceso mitológico que enfrenta a dos familias de
deidades aparece reflejado en el poema Völuspá y en las obras de Snorri (Ynglingasaga). La perspectiva
historicista ha querido ver en este episodio una batalla real entre dos
pueblos, cuyos panteones representarían ases por un lado y vanes por el otro. Los
ases (procederían de “Asia”) representarían a los dioses de los invasores
indoeuropeos, mientras que los vanes simbolizarían las deidades de los arcaicos
pobladores del norte de Europa. La visión estructuralista señala que este episodio
(como el de los Nasatya-Asvin en la
mitología védica y el conflicto con los sabinos en la historia romana) sería
una respuesta a una necesidad interior de la sociedad indoeuropea. Las vanes,
en este caso, serían deidades de la clase productora, quienes se integrarían en
la sociedad divina en el último sector jerárquico, por debajo de los
mandatarios-sacerdotes y los guerreros. En cualquier caso, habría aquí también
el reflejo de un conflicto histórico, que afectaría distintas clase sociales y
que se produciría ahora, eso sí, en el seno de una única sociedad, la
indoeuropea.
No se puede demostrar que la mitología refleje o
traduzca el devenir histórico o el ámbito socio-político. Debe partirse, en
consecuencia, del mito mismo, como una articulación de ideas, sentimientos,
percepciones, de estímulos colectivos e individuales y de inconsciencia y
conciencia para encontrar el sentido del conflicto entre ases y vanes y
comprender su dinámica en el marco de la mitología nórdica.
El conflicto implica una polaridad que finaliza en un
compromiso equlibrante, aunque inestable. Cada uno de los ámbitos se asocia con
elementos característicos (luz-sol-día-cielo-padre, frente a
oscuridad-luna-noche-tierra-madre), y ambos propician una tensión (en forma de
acuerdo e intercambio) dinámica equilibrante. Los ases representan el elemento
celeste, vinculado al sistema patriarcal y a una tendencia guerrera y política,
mientras que los vanes refieren el aspecto telúrico (asociado a lo comunitario
y al ámbito matriarcal).
Thor y Odín representan a la familia de los ases, si
bien es el primero el que mejor encarna los valores de esta familia divina. En
la poesía éddica y escáldica le mencionan como el más distinguido y el más
fuerte de los ases. Encarna los valores de la guerra en su continua batalla
contra las fuerzas inframundanas. Su presencia es arcaica, pues ya en el Edad
del Bronce existen pinturas que representan al dios del martillo. La gran
cantidad de ciclos de poemas a él dedicados y su continua presencia mítica confirman
la intensidad de sus cultos. Muchas familias nobles reclamarán al dios del
trueno, la valentía y la fuerza en el combate como ascendiente.
Odín, por su parte, tiene también peculiaridades
celestes. Es un dios padre, asociado a la guerra y a los caídos en combate.
Jefe de los einherjar o caídos en la
guerra, pobladores del Valhall,
comanda también los bersekir, esa
horda de brutales guerreros vestidos con pieles de animales cuya fama de
invencibles es proverbial. Su mitología es bastante escasa en tanto que su
culto ni fue extendido ni tampoco frecuente[1].
Al lado del dios del martillo y el de la lanza, Thor y
Odín, respectivamente, otras figuras relevantes, y antiguas, de la familia de
los ases son Tyr, el dios de la espada, Heimdallr, el guardián del puente
Bifrost (el Arco Iris o, tal vez, la Vía Láctea) y Ull, portador de arco y
flechas. El más y mejor conocido es Tyr, una deidad del cielo caracterizado por
su valentía. Es equiparado en Roma con Marte (caso del Mars Thingus). Ases menores son Vidar y Vali, ambos fuertes,
valientes y buenos tiradores.
Los ases, en fin, corporalizan la mitad viril, celeste
y solar de la estructura mitológica nórdica. Sus cultos se relacionan con la
fuerza en cualquiera de sus manifestaciones, tanto en la de los héroes solitarios,
como Thor, en la del jefe político y militar, deidad de la conquista, caso de
Odín[2],
o en el representante del combate individual y colectivo, como Tyr. Aspectos
asociados al ámbito celeste, como la de dios padre, rey o legislador, se
desdibujan frente al valor y la fuerza de las acciones bélicas.
El poder de la familia de los vanes, especialmente
asociada al culto, radica en la magia, no en la fuerza física. Los Eddas
caracterizan a los vanes como opulentos y sabios. Con ellos el universo mitológico
nórdico conoce el ámbito nocturno y lunar, asociado a lo femenino y la tierra. Los
vanes son dioses específicamente asociados a la magia, la fecundidad, la
sabiduría, la paz y, por consiguiente, el contrapunto de los ases, vinculados
con la guerra, la fuerza, la conquista y la organización. Sus actividades, como
las de los gigantes, se vinculan con la tierra. La magia, la profecía y la
adivinación (esencialmente en manos de las mujeres) son sus armas y su
patrimonio exclusivo.
Entre los documentos históricos que los mencionan se
encuentran la Germania de Tácito, en De Bello Gallico de Julio César y en
Plutarco. En ellas se menciona el aspecto ritual y profético de las mujeres, se
destaca la importancia de las fases de la luna entre los germanos y la relevancia
sacra del número nueve, que se relaciona con los cultos ctónicos y agrarios[3].
Es Tácito también quien testimonia la alusión a la
diosa Nerthus (madre-tierra, que coincidiría con Njord[4])
referida en asociación con varias tribus germánicas (anglos, varinos, aviones,
saurines, eudones, entre otras) de la península de Jutlandia y el norte de la
Alemania actual. La diosa se relaciona con el tiempo de paz, algo que ocurre
también con el dios Frey, deidad especialmente unida a la riqueza, la paz y la
fertilidad. Del mismo modo, reseña el culto ctónico-femenino cuando alude al
bosque sacro de los naharvales o a la
descripción de los estíos que, dice, veneran a la madre de los dioses y portan
amuletos en forma de jabalíes[5].
La pareja Nerthus-Njord es el precedente de
Freya-Frey. Njord sería el hijo-amante o amante-hermano de la diosa. La
descripción de este dios refiere dos elementos característicos del ámbito
telúrico, el sacerdocio (opuesto a la actividad militar) y la riqueza. Se
señala que Njord gobierna altares y templos. Sabio y anciano, su destino es el
retorno al seno de su madre-hermana la tierra Su asociación con el sacerdocio y
las relaciones incestuosas con su hermana (de las que proceden Freya y Frey) se
confirman en Ynglingasaga y en Gylfaginning de Snorri. Es un dios
pacífico y pacificador; además de rico y expendedor de riqueza.
Así, el ambiente mítico de los dioses vanes aparece
reflejado en Tácito en el siglo I. Se trata de la tierra, la luna, la
fertilidad y, en general, el elemento femenino.
El culto a las Matronae
o Matres, bien documentado
arqueológicamente en la región del Rin, permite rastrear la genealogía de los
genios femeninos de la fecundidad y el destino (disas, nornas, hamingias y
fylgias) de la mitología nórdica. Se suelen representar estas Matronae en grupos de tres (de ahí las
nornas germánicas), y se asocian a la fertilidad, la fecundidad, el destino y
la protección de los hombres (sobre todo frente a las enfermedades). Determinan
el nacimiento y la muerte del individuo. Es un ejemplo palpable de religiosidad
centrada en la mujer, la noche y la tierra.
Se podría suponer que un extendido culto ctónico
asociado a las madres ha estado presente desde tiempos arcaicos entre las
poblaciones germánicas.
La tradición asigna un rol
significativo, de hecho, a grupos de deidades femeninas en la mitología y en el
culto. En la mitología aparecen, al lado de diosas como Frigg o Freya, grupos
bastante indiferenciados de deidades femeninas, Son nornas, disas, fylgias
valquirias y hamingjas[6].
A todas ellas se les asocia con la protección individual y de la tribu y de
ellas se espera la fecundidad humana y la fertilidad de la tierra. Acompañan a
la persona desde que nace y en el momento del fallecimiento. Las nornas
designan el momento de la muerte; las valquirias y las disas eligen y conducen
a los muertos, mientras que las fylgias se aparecen poco antes de que se
produzca el óbito. Así, como diosas de la riqueza, la fecundidad y la muerte,
son rectoras del destino.
La estirpe de los gigantes[7],
que fue la que primero pobló el mundo, antes de deidades y hombres, se ubica en
el sector oscuro de la estructura mítica. Pertenecen al círculo de las fuerzas
infernales, como el lobo Fenrir, Loki, Hel, la dama del inframundo, y la sierpe
Midgard[8].
Todos ellos juntos combatirán contra los dioses la última batalla que finaliza
con la destrucción de ambos grupos. Los gigantes preceden a los ases, siendo
sus sucesores familiares. Entre ellos hay una evidente oposición que se
materializa en enfrentamientos de distinto tipo y magnitud. Así, por ejemplo,
Thor habitualmente estará matando gigantes en Jotunheim, además de ogros y trolls.
Los dioses vanes mantienen también relaciones (aunque
de otro tipo) con los gigantes, esas figuras infernales, oscuras y claramente
amenazantes. La mitología afirma que los gigantes poseen riqueza, magia y sabiduría, tres aspectos clave que en el
mundo divino corresponden a los vanes. La relación gigantes-vanes es de tipo
afectivo, hasta el punto que Frey y Njord se casan con gigantas. Existe entre
ellos, por tanto, una familiaridad, aunque no exenta de ciertas discrepancias.
Loa dualidad vanes-gigantes, sus atributos compartidos y sus relaciones parecen
aludir a la ambigüedad del ámbito femenino y nocturno, que se percibe como
positivo y negativo a la vez. La tierra es diosa de la fecundidad y de la
riqueza y también deidad terrorífica de la muerte y la putrefacción.
La relación sexual entre Freya y su hermano verifica
la práctica del incesto entre los dioses vanes. Las relaciones incestuosas se
relacionan con el ámbito telúrico, en tanto que suelen prohibirse en la esfera
celeste. La relación íntima es no solamente factible sino también necesaria en
la esfera mítica de la fecundidad. En el culto, caracterizado por un aspecto
fálico y por un menadismo orgiástico, la relación Frey-Freya asume la forma de
un hierogamos, propio del ámbito
ctónico de la mitología. Frey patrocina la riqueza y la paz. Al igual que su
padre Njord, se casa con una giganta. Para conseguirla, entrega una espada que
lucha sola, lo que implica su pasividad guerrera[9].
Poderosamente enamoradizo, es un dios del amor y del deseo sexual, rasgos que
afirman su pertenencia al ámbito de la fecundidad.
Freya es, tal vez, una tardía encarnación de la Madre
Tierra, es la diosa de la muerte, la fecundidad, el amor. Es tanto madre como
bruja[10];
por lo tanto, fuertemente ambivalente. Se relaciona también con los gigantes,
de un modo pintoresco: es el objeto del deseo de las fuerzas inframundanas.
Freya es la diosa en sí misma, el principio femenino per se. Las demás diosas son únicamente
matices o metamorfosis. Aunque su marido es Od, el único matrimonio que parece
evidente es el de Freya-Odín, o Tierra Madre y Dios del Cielo. Los nombres
teóforos, la arqueología y la propia mitología sugieren que la religión
germánica se fundamenta en un inicial enfrentamiento y posterior pacto entre
los dioses ases, que representan el cielo y el aspecto viril, y las deidades
vanes, simbolizadoras del lado femenino y telúrico. Pero es este dominio telúrico
el que se observa de modo continuo en la religión germánica. Las imágenes de
tríadas femeninas nórdicas, protectoras de la vida, ejecutoras de la muerte, y
vinculadas a Freya, delatan la persistencia de un culto que se asocia
directamente al ámbito telúrico de la mitología.
La guerra entre ases y vanes, con su paz posterior,
describe la pugna de dos fuerzas del Universo. El conflicto no es un recuerdo
histórico ni el reflejo de las peculiaridades sociales de las poblaciones de
estirpe indoeuropea o la transcripción de fenómenos naturales. Cuando la
mitología escandinava empezó a convertirse en historia de la cultura,
particularmente a través de Snorri Sturluson, este conflicto, narrado en forma
de aventura primaria, se convierte en el comienzo de la verdadera historia
sacra germánica. El ámbito cultural nórdico imagina la historia como dramáticas
confrontaciones continuadas de carácter bélico, siendo el universo el campo de
batalla. De ahí, que las fuentes mencionen el conflicto como la primera guerra
del mundo, Se trata, en consecuencia, del origen, de los inicios.
En la cosmovisión germánica existe una inicial, y
extrema, separación entre los polos de la estructura mítica. La confrontación
de esos dos grupos, y el pacto final tiene como objetivo último la síntesis
implicativa de las dos fuerzas constitutivas. No existe ni mundo ni sociedad si
las dos fuerzas permanecen alejadas o se mantienen en continuo enfrentamiento.
La cultura será la paz entre ambos sectores. Hay una concepción práctica de la
realidad cuya valía reside en el enfrentamiento dialéctico. Los valores
antagónicos de cada polo-sector-grupo divino son específicos (tienen sus
características esenciales) y no se pueden ni eliminar, yuxtaponer o confundir.
La firma de la paz no trae consigo la conformación de una nueva familia
homogénea, sino que la división entre vanes y ases, considerada esencial, se
mantiene. No obstante, debe haber un ámbito simbólico de unión entre ambas
fuerzas en conflicto. En tal sentido, los sacrificios de Mímir y Kvásir[11],
que sirven para obtener una elevada sabiduría, buscan la vinculación íntima
entre la poesía y la sabiduría con la guerra y la paz entre vanes y ases.
A través de ases y vanes, en fin, se instaura el orden
mítico y religioso que cubre los sentimientos, valores y pensamientos de un
pueblo. Tras el conflicto se establece una articulación que mantiene las
diferencias pero, a la par, evita nuevos conflictos. El artificio poético será
el símbolo del acuerdo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Enero, 2018
[1] Como el Dios del disfraz y la máscara, los episodios
míticos a él referidos mencionan la mentira, la traición, el abuso y la
astucia. Algunos aspectos que habitualmente se le atribuyen fueron bienes
conseguidos a lo largo del proceso mitológico
[3] Recuérdese
al respecto los nueve pasos de Thor antes de morir en el Ragnarok, las nueve noches del sacrificio de Odín o las nueve
madres de Heimdallr.
[4] La diosa produce la paz y aleja el hierro (la guerra). Refiere, por tanto
la paz y la ausencia de conflicto armado.
La exclusión del metal se aprecia también, precisamente, en el culto a
Njord.
[5] En la mitología nórdica el jabalí es el animal de
Frey, dios van. Este animal se vincula con la fertilidad y el inframundo.
[6] Las nornas riegan y cuidan el árbol del mundo, llamado
Yggdrasil; por tanto, sostienen el
mundo. Rigen los destinos humanos.
[7] Los gigantes no son aquí, necesariamente, una antigua generación de
dioses vencidos, ni deidades demonizadas de las poblaciones sometidas por los
germanos.
[9] El medio efectivo por el que consigue a Gerd, la
giganta, es la magia y la hechicería (ni la fuerza ni las promesas de riqueza),
asociada a Freya y a lo femenino.
[10] Según los testimonios de César y Tácito, en el mundo
germánico, la mujer se relaciona de manera íntima con la adivinación y la magia
y, en consecuencia, con la sexualidad. En la tradición nórdica la völva es una
mujer que pude rememorar el pasado y adivinar el porvenir. Según el Edda Mayor, la capacidad profética
pertenece exclusivamente a las diosas (Freya, Frigg, Idunn, Gefiunn) y a las
völvas.
[11] Ambas figuras míticas representan el conocimiento; por
un lado el que se posee, y por el otro el que se transmite. No son ni
estrictamente ases ni puramente vanes. Poesía y sabiduría testimonian, así, la
paz entre los dos ámbitos, el nocturno y el diurno.
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