En
el siglo XVI, el galeón español de nombre San Felipe fue desviado de su ruta a
México por un fuerte tifón hasta las costas japonesas de Tosa y apresado por
Toyotomi Hideyoshi. Este hecho desató varios rumores. Uno de ellos señalaba que
la Cruz de Cristo precedía a la espada de la Armada de Felipe II; otro afirmaba
que el capitán del galeón amenazó al Taiko en Osaka con que el poderoso brazo
armado del rey español llegaría a Japón. Unido a la desconfianza de Hideyoshi
estuvo la oferta del provincial de los Jesuitas en Japón de que la Corona
española podría ayudarle militarmente en la campaña de Corea. A todo esto, hay
que añadir otro factor. Y es que en la revolución de Shimabara (1637-1638)
contra el Shogunado participaron varios cristianos. Todos estos incidentes, hechos
y rumores desataron la persecución contra los cristianos desde fines del siglo
XVI y durante el XVII.
Todos
estos hechos son conocidos en Japón. Sin embargo, han existido otros factores
que explican la desconfianza y el rechazo al cristianismo. Tienen que ver con
el dogma cristiano, la liturgia y la moral cristianas. Las grandes verdades
cristianas, como el Dios Uno y Trino, la Resurrección, el pecado original, el
parto virginal de María, o la idea cruenta del sacrificio son incomprensibles
para el japonés. La idea de redención a través de la muerte sangrienta de Jesús
ante un Padre “justiciero” es, de todo punto, incomprensible, como lo es
asimismo la existencia de un infierno eterno o la intolerancia cristiana ante
otras religiones. El sesgo “dictatorial” dogmático de las enseñanzas de Roma,
exigiendo obediencia plena y sumisión absoluta, eliminan cualquier tipo de
responsabilidad personal.
Para
la mentalidad japonesa la liturgia cristiana es difícil de explicar, en
especial la comunión y la confesión. La renovación del sacrificio en la cruz,
con el derramamiento de sangre, es extraño (para una cultura agraria, no
pastoril) y genera cierta repugnancia. Lo mismo ocurre con la
transubstanciación del pan y el vino en cuerpo y sangre. Para una cultura como
la japonesa, basada en la vergüenza social y no en el pecado individual, la
práctica de la confesión no se entiende.
El
testimonio histórico de la moral católica es, además de poco comprensible,
intolerable. El “mal ejemplo” de la cristiandad a lo largo de la historia
resulta ser un obstáculo infranqueable, y tal vez definitivo, para la
aceptación del cristianismo en Japón: los excesos del cesaro-papismo de la
Iglesia, las guerras (cruzadas, guerras de religión),las cruentas prácticas
inquisitoriales, con su quema de herejes o brujas; las persecuciones (judíos,
musulmanes); la destrucción de culturas indígenas en nombre de Dios; las
ambigüedades y / o silencios de la jerarquía ante los políticos corruptos e
injustos; la moral sexual (además de la intransigencia del uso efectivo de
medios preventivos del sida).
Pero
todavía hubo algunos otros factores explicativos del fracaso cristiano en
Japón. Se trata, concretamente, del poder temporal y la riqueza material
ostentosa de la Iglesia y de la más que precaria formación de los misioneros
cristianos en la cultura japonesa.
Ha
sido difícil de comprender, y muy incómodo de aceptar, que el mensaje
espiritual evangélico haya venido asfixiado, perturbado por la aparatosidad
material (lujosa) de la jerarquía eclesiástica. La realidad visible del Estado
del Vaticano se entiende contradictoria con la enseñanza crística. Vestimentas,
palacios, cortejos de príncipes de la Iglesia, son elementos que confirman, y
justifican desde la mentalidad japonesa, el estatus social y político de un
Papa, que es catalogado como un Jefe de estado más.
Los
misioneros llegados al archipiélago japonés, han tenido habitualmente, un
escaso conocimiento de la lengua japonesa y muy pocos conocimientos acerca de
la cultura. Por otra parte, fue muy frecuente (no tanto con posterioridad), que
los jóvenes misioneros se hayan mantenido aislados en instituciones religiosas
separadas de la población para evitar los peligros de contaminación con una
sociedad considerada casi babilónica. Los misioneros de la Compañía de Jesús
que llegaban a Japón vivían protegidos pero aislados del común, sin convivir
con el japonés corriente. De esta manera, una formación eficaz se sacrificaba
ante una seguridad moral.
El
sentimiento japonés es simpático con los Evangelios y con el naturalismo
estético tan propio de su cultura, pero le resulta difícil aceptar las pasadas andanzas
cristianas y el cristianismo organizado desde la jerarquía de la Iglesia. Tal
vez por esto haya tenido cierto éxito en Japón aquel “cristianismo sin Iglesia”
(Mukyokai) que preconizó en su
momento Uchimira Kanzo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Abril, 2018.
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