5 de abril de 2020

Religión y mitología sumeria y acadia










Imágenes (de arriba hacia abajo): dios Amurru de Neribtum. Presenta cuatro rostros. Instituto Oriental de Chicago; un kudurru con la diosa de la medicina (Gula). Proviene de Susa, Hoy en el Museo del Louvre; relieve de Lama, la divinidad protectora de Uruk. Museo de Irak; vaso para libaciones de Gudea de Lagash. Hoy en el Museo del Louvre; fragmento de un vaso cultual con un relieve de la diosa Nisaba. Vorderasiatisches Museum, Berlín; tablilla con el texto que narra el mito del Descenso a los Infiernos de Ishtar. Museo Británico; maqueta de un carro de terracota con la representación de Nergal o Ninurta. Museo del Louvre y; placa protectora de bronce contra el demonio Lamashtu. Museo del Louvre.

La religión de los sumerios contenía gran número de divinidades antropomorfizadas, próximas a las actividades cotidianas de las gentes. Sus funciones se definían en relación a su naturaleza concreta y sus contenidos teológicos. En tal sentido, hubo una diversidad de concepciones relativas a las teologías y las cosmogonías, hasta el punto de que algunas tradiciones diferentes, representadas por escuelas urbanas (Eridu, Uruk, Nippur) podían aislarse. La vinculación entre religión y poder político fue una premisa fundamental. En la religión acadia, que incluye la de babilonios y asirios, se otorgó significación especial a la trascendencia de la deidad, pues su omnipotencia todo lo abarcaba. Por supuesto, también reflejaba la estructura política acadia, orientada hacia el nacionalismo o hacia entidades supra territoriales de mayor envergadura. En consecuencia, se haría imprescindible la presencia de una entidad divina que aglutinase a las demás, de modo análogo a cómo el soberano lo hacía en la vida real en relación a otros Estados, sometidos o tributarios, sus súbditos o a la población dependiente.
La religión de sumerios y acadios es politeísta, con presencia de divinidades de carácter celestial y también infernal. Tales deidades se originaron a partir de un principio primordial y primigenio acuoso. Desde la perspectiva sumeria se hizo nacer por medio de emanaciones, de un principio húmedo y amorfo, que alude a Nammu, el Océano primordial, al Cielo y la Tierra (An y Ki, respectivamente), inicialmente unidos en una montaña cósmica, pero luego separados por Enlil, la divinidad políada de Nippur. Más tarde se hizo un reparto tripartito (Anu-Cielo; Enlil-Tierra, a veces asociada con Ninhursag, y Enki-aguas profundas, el dios políado de Eridu). Tales divinidades funcionaban como verdaderas pirámides poderosas insertas en un núcleo familiar extenso. En tal sentido, las deidades contaban con cónyuges, hijos, antepasados y un personal dependiente, como secretarios, peluqueros, intérpretes, etc. El personal divino se estructuraba en función de la organización monárquica y estatal de los períodos antiguos. Luego de estos grandes dioses estaban otros particulares, aquellos que originaron la luz y la vida, animal, vegetal y humana. Los seres humanos provendrían de la arcilla abismal (Abzu-Apsu), por mediación de Enki, Ninmah y Nammu.
Los sumerios imaginaron un mundo divino ordenado y organizado según el modelo del mundo terrestre humano. Sus deidades se concibieron antropomórficamente, pues hacían las mismas cosas que los humanos (se alimentaban, se peleaban y tenían sus mismas debilidades). No se enfocaron en la creación de una deidad omnipotente, ya que las deidades se ligaron a las distintas ciudades-estado, en una suerte de particularismo localista que quizá fuese un reflejo de una arcaica vida nómada sumeria. En cualquier caso, hubo divinidades que disfrutaron de preeminencia en todo el país sumerio. Así, existió una tríada cósmica: Anu (Anum acadio, deidad celestial), Enlil, asociado al diluvio y los vientos y Enki (Ea en acadio), deidad terrestre; además hubo una segunda tríada, esta vez astral, formada por Zuen (Sin acadio) o Nanna, deidad lunar, Utu (Shamash acadio), deidad solar, e Inanna (Ishtar acadia), quien personifica las actividades cotidianas y al procreación. Más allá de estas dos tríadas hay dioses singulares, como Nergal, la divinidad de Irkalla, el infierno al lado de su esposa Ereshkigal, Ninurta, divinidad guerrera, Iskur, vinculado a la tempestad, el inframundano Ningizzida, Dumuzi y Ningirsu, el dios políado de Girsu.
Desde la perspectiva acadia, el panteón se estructuró, de la misma manera que el sumerio, a partir de un principio acuoso. Del mismo surgieron dos entidades primigenias, Abzu-Apsu, símbolo masculino del Océano que rodea el mundo, y Tiamat, personificación femenina del agua salada marina. Los dos son los responsables de crear todos los seres. De ellos nacen las dos sierpes Lahmu y Lahamu. Posteriormente fueron generados Kishar y Anshar, quienes representan la totalidad terrenal y celestial, de los cuales emanó una tríada suprema (Anu, Ea y Enlil), quienes, como Zeus. Posidón y Hades en la mitología griega, se repartieron todo lo que había sido creado. También los acadios tuvieron una segunda tríada, astral (Shamash, Sin y Ishtar). La escasa diferencia respecto a la organización sumeria demuestra su  labor sincrética, ya que se amoldaron convenientemente llevando a cabo un cambio de nombres.
Lo que se produce en época acadia es una sistematización y simplificación que propicia la unificación en ciertas deidades de aquellas esferas de soberanía de dioses más singulares. De tal manera, se crean panteones diversos pero de reducida escala  (Eridu, Nippur, Lagash, Uruk). Como los acadios primero, y los babilonios después, tuvieron una tendencia hacia el nacionalismo político, es razonable que una de las deidades fuese erigida en divinidad suprema. Ese dios supremo fue Marduk, exaltado desde el momento de la unificación de las regiones. Su preeminencia coincide con la presencia amorrea y con el rey babilonio Hammurabi. Este soberano creía que el mundo divino se dividía en dos categorías, la de los Anunnaki y la de los Igigi, deidades superiores e inferiores, respectivamente. La tríada suprema se encontraría ubicada entre los Anunnaki, al lado de otras deidades sumerias, mientras que en el segundo estaría Marduk. Además, este fue el tiempo de elaboración de nuevas versiones sobre las arcaicas leyendas sumerias, una labor que facilitaría que Marduk fuese elevado a la cumbre del panteón de dioses. Otra serie de deidades, de carácter secundario, personificaciones de la guerra, la naturaleza, de la actividad intelectual, los alimentos o los ríos, se hicieron muy habituales. 
Además de deidades, había una fuerte presencia, tanto en la religión sumeria como acadia, de demonios y espíritus; bondadosos (Lamassu, Karibu) y perjudiciales, tanto de carácter colectivo (Sebittu, Assaku, Galla, Gedim), como singulares (Udug, Pazuzu, Lilitu). Estas entidades fueron generadas tanto a partir del espíritu o fantasma  de los muertos, como por obra de los propios dioses. Estos seres, denominados generalmente dingir o ilu, se consideraban impuros y causaban, especialmente, enfermedades de todo tipo y condición. Contra todos ellos existieron diversas técnicas defensivas y ofensivas por mediación de plantas, objetos varios, fórmulas de encantamiento, conjuros, aceites especiales y hasta explicaciones míticas, lo cual propiciaría la magia y sus oficiantes (ashipu).
En mundo del más allá era el Kur o Irkalla, un lugar invisible al que se llegaba tanto por vía terrestre como por mar. Kur refiere la cumbre del monte en donde moraban las divinidades. Los niveles inferiores de esta montaña constituía la vivienda, que estaba protegida con murallas que contenían siete puertas supervisadas por siete porteros cuyo jefe se llamaba Neti. Era el sitio específico de la totalidad de la humanidad e, incluso, de algunos dioses. Allí moraba en una existencia eterna, pero letárgica, melancólica, triste, aburrida y taciturna, el gidim, es decir, el fantasma del difunto.
En relación a los panteones ya referidos, hubo un clero masculino fuertemente jerarquizado (sangu, urigallu, pashishu, entre otros), subordinados al en (señor), pero también un clero femenino (kulmashitu, shamhatu). Destacaron las hieródulas (naditu en acadio), que vivían encerradas. En el control del clero se encontraba el nin-dingir o entu. La principal labor del clero consistía en erigir fastuosas construcciones religiosas, en forma de torres escalonadas y templos. En consecuencia, se podría decir que el deber religioso principal consistía en temer a la deidad y, por ello, en la necesidad de proporcionar ofrendas y sacrificios a las divinidades.
Los mitos sumerios, de evidente carácter cultual, se han conservado por escrito a partir de la labor de los dubsar o escribas. Desde una perspectiva externa, los mitos se muestran en forma de largos recitados, un hecho que refiere la plausible presencia del trovador ambulante (nar), encargado de recitarlos ante un público configurado por grupos de personas. Muchos de tales mitos tienen un carácter local, algunos urbano (asociándose la política de la ciudad-estado con la cosmología), y otros más universal.
En la mitopoética sumeria hay diversas categorías desde una óptica temática. Existen mitos cuyo contenido es cosmogónico; esto es, mitos sobre los orígenes (El cosmos en tiempos míticos; Enki y Ninhursag; Una hierogamia cósmica); mitos de organización  (Enki y el orden del mundo; El viaje de Nanna a Nippur); mitos en los que hay un especial contacto entre humanos y dioses (El matrimonio entre Lugalbanda y Ninsun; Enlil y Namzitarra); leyendas de características mitopoéticas (La expulsión de los qutu, El sueño de Gudea; La leyenda sumeria de Sargón de Akkad); una suerte de literatura épica centrada en figuras como Lugalbanda, Enmerkar y el célebre rey de Uruk, Gilgamesh (Gilgamesh y Agga de Kish; La muerte de Gilgamesh; Lugalbanda y el pájaro del trueno); narraciones mitológicas acerca del más allá (El descenso de Inanna a los infiernos); mitos de exaltación (Mito de Ninurta y las piedras o El matrimonio de Sud, en donde la deidad de la ciudad de Eresh, de nombre Sud, se casa con Enlil); y una ingente cantidad de relatos mitopoéticos cuyos principales protagonistas fueron Dumuzi e Inanna y sus amoríos e infidelidades (El mensaje de la hermana; Las sábanas de la dote, entre otros).
Los acadios recogieron los mitos sumerios, los copiaron y sistematizaron. Además, los llevaron hasta los confines geográficos de Mesopotamia, concretamente hasta Anatolia, Palestina y Egipto, como fue el caso de Nergal y Ereshkigal, los Mitos de Adapa o el Poema de Gilgamesh. Son los responsables de que el interés por estos mitos se mantuviese vivo, gracias a lo cual se encargaron de elaborar versiones diferentes del mismo mito adecuadas a períodos temporales distintos. Es más, los acadios crearon nuevos argumentos míticos, lo que incluye temas novedosos, tal el caso del de la ascensión (un sabio mitológico o un ser humano mortal ascienden al cielo en virtud de diferentes razones), como sería el caso del mencionado Adapa, y también llevan a cabo una abstracción de las deidades, sobre todo en función de su tendencia hacia el henoteísmo.
Los acadios popularizarían nuevos contenidos míticos que tienen que ver con el nuevo orden establecido, especialmente en lo tocante a la administración, la justicia y la política nacionalista acadia. En general, entonces, los mitos reflejarán un menor interés por los aspectos del cosmos o la fertilidad  y se orientarán a vincularse con la divinización personal de los soberanos, la organización en torno a una entidad urbana y una deidad nacional suprema, como ocurrió con Babilonia y Marduk en el Enuma Elish, o a asociarse con los poderes del mundo regio, como es visible en el Mito de Erra. Los mitos acadios tendrán una variedad formal mayor que los sumerios, lo cual los hace más extensos y los dota de un carácter más prosaico, pero a la par verán disminuida su variedad conceptual, orientándose hacia la jerarquización y la abstracción.
Como en el mundo sumerio, la mitopoética acadia cuenta con bloques temáticos diversos. Se pueden mencionar, primeramente, los mitos acerca de los orígenes (La Inmolación de los dioses Alla; Marduk, creador del mundo). Este sería un tema expuesto ahora a frecuentes diatribas teológicas que darían pie a la elaboración de teorías cosmogónicas por parte de las diferentes escuelas teológicas; en segundo término, son destacables los mitos de combate y victoria. En este caso concreto, en una pugna desigual el vencedor resulta ser el que es militarmente más débil pero superior en cualidades propiamente divinas, tal y como se puede observar en el episodio de Gilgamesh, Ishtar y el Toro celeste, así como en el Mito de Anzu. También serían relevantes los mitos de destrucción y salvación (Poema de Erra, Mito de Atrahasis, Diluvio Universal); aquellos de exaltación divina y humana, galvanizados por su intención de divinizar, mitificándolos, a determinados reyes, y de elevar a ciertos dioses (Poema de Saltu y Agushaya; Himno a Marduk; Exaltación de Ishtar), así como los mitos acerca del inframundo (Descenso de Ishtar a los Infiernos; Nergal y Ereshkigal).
Por otra parte, los mitos de ascensión configuran, como ya se comentó previamente, una innovación temática acadia, visible en un par de notables narraciones mitológicas: el Mito de Etana y el Mito de Adapa. A todos ellos se sumarían, en definitiva, mitos con presencia de seres fantásticos (mitos de El dragón Labbu; Los siete “Utukku” malignos; Contra los fantasmas); un texto profético e histórico, que justifica los exilios de Marduk (La profecía de Marduk), un Himno a Sin, el dios luna y un grupo de seis mitos que giran alrededor de personalidades históricas; así Sargón de Akkad (Sargón, rey de la victoria); Naram-Sin (El asedio de Apishal por Naram-sin), y Gilgamesh, con Plegaria al divinizado Gilgamesh.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020

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