Ritos y Música en la China antigua
Prof. Dr. Julio López Saco
La práctica de las Seis Artes fue una codificación antigua tradicional de China para cultivar las virtudes humanas. Se establecieron como tres pares de disciplinas, la escritura y la ciencia numérica (en concreto la adivinación), el tiro con arco y la conducción de carros y, finalmente, los ritos y la música. Estas Seis Artes no conformaban un saber aislado, eran la esencia del saber ser, pues preparaban la sabiduría que capacitaba al gobernante; como partícipes del dao, se establecen como norma absoluta en la conducta humana. Los ritos, congregados en cinco clases, abarcaban la totalidad de la experiencia humana, tanto familiar como social y política. Los ritos faustos y las liturgias sacrificiales se celebraban en honor de las divinidades y de los espíritus de los antepasados familiares, en tanto que los rituales nefastos se referían a la muerte[1]. Los ritos de hospitalidad se asociaban con los protocolos para las audiencias y para las visitas; los ritos marciales comprendían aquellos actos relacionados con la guerra o la caza o, incluso, con todo lo que se hiciera con un arma en la mano; los rituales de felicidad, al fin, regulaban las fiestas familiares, los nacimientos y los matrimonios. Con los ritos se garantizaba la armonía, que se hacía plena en la comunión con lo divino y en las relaciones con los demás. La música, entendida en el sentido amplio de danza orquestada a través de cantos, himnos y los sonidos de los instrumentos, también garantizaba la armonía y el equilibrio cósmico. La música desempeñó un papel primordial en la cultura aristocrática china antigua, en tanto que se consideraba como un arte integrado en una sociedad en la que los actos políticos se ritualizaban, otorgándoseles la misma significación que aquellos litúrgicos dedicados a las divinidades y a los ancestros. Los banquetes ofrecidos a los antepasados y las ceremonias que los seguían se acompañaban de música interpretada con instrumentos de percusión, que enfatizaba los movimientos del rito, los gestos, las entradas y salidas de los participantes, y que, además, ritmaba los cánticos invocatorios, los himnos y las danzas. La piedra y el metal conformaban una pareja que hacía resonar, en función de su materialidad, los ecos de Tierra y Cielo; la tierra se asociaba con la piedra, mientras que el bronce evocaba al cielo, pues aseguraba una comunión con el mundo espiritual, de los antepasados y de las demás potencias de las alturas. La ideología política confirió, así mismo, a la música una misión moral: ayudaba al perfeccionamiento del individuo, simbolizando la armonía formal de los grupos y las realizaciones de los hombres nobles.
[1] El ser humano se consideraba un sofisticado ensamblaje de soplos groseros o terrestres y de soplos anímicos, de diversas cualidades, que pertenecían a la tierra y al cielo. Cuando un hombre moría, sus soplos y sus espíritus se separaban. Los soplos terrestres o gui, unidos a las funciones internas del cuerpo y a las materias sólidas (huesos, carne), tendían a unirse a la tierra. Si no eran nutridos adecuadamente podían convertirse en fantasmas, muy hambrientos y de conductas demoníacas. Los soplos celestiales o shen, mucho más sutiles, animaban la sangre y las funciones superiores del corazón y el pensamiento. Al fallecimiento de la persona, alcanzaban el cielo y el éter. Durante los banquetes funerarios, las libaciones que se vertían sobre la tierra contribuían a mantener los soplos gui, mientras que los aromas y el humo de las ofrendas a alimentar los soplos shen. En el hombre todavía vivo, los soplos terrenales, que representan el aspecto material e instintivo de la vida, se denominan almas po, en tanto que los celestes, afines a los espíritus, se llaman almas hun. Únicamente tras el deceso se denominan, respectivamente, gui y shen.
[1] El ser humano se consideraba un sofisticado ensamblaje de soplos groseros o terrestres y de soplos anímicos, de diversas cualidades, que pertenecían a la tierra y al cielo. Cuando un hombre moría, sus soplos y sus espíritus se separaban. Los soplos terrestres o gui, unidos a las funciones internas del cuerpo y a las materias sólidas (huesos, carne), tendían a unirse a la tierra. Si no eran nutridos adecuadamente podían convertirse en fantasmas, muy hambrientos y de conductas demoníacas. Los soplos celestiales o shen, mucho más sutiles, animaban la sangre y las funciones superiores del corazón y el pensamiento. Al fallecimiento de la persona, alcanzaban el cielo y el éter. Durante los banquetes funerarios, las libaciones que se vertían sobre la tierra contribuían a mantener los soplos gui, mientras que los aromas y el humo de las ofrendas a alimentar los soplos shen. En el hombre todavía vivo, los soplos terrenales, que representan el aspecto material e instintivo de la vida, se denominan almas po, en tanto que los celestes, afines a los espíritus, se llaman almas hun. Únicamente tras el deceso se denominan, respectivamente, gui y shen.
8 de abril del 2010
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