9 de enero de 2013

La hembra heráldica del Neolítico en Anatolia y la Diosa del Dolmen del megalitismo de la Europa occidental


IMÁGENES: DEIDAD MADRE DE ÇATAL HÜYÜK, DATADA EN 7000 A.N.E. HOY EN EL  MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ANKARA; ESTRUCTURAS DE HABITACIÓN EN EL YACIMIENTO DE ÇATAL HÜYÜK.


En la escultura menor y en los relieves de Çatal Hüyük predominan las representacionesde figuras femeninas. En los relieves se pueden contemplar grandes efigies de una figura femenina estilizada, con brazos y piernas separados del cuerpo, con el ombligo resaltado y, en ocasiones, mostrando la vulva. Sin embargo, también las figuras masculinas tenían una cierta posición relevante. Quizá los relieves de cabezas de carnero y toros, así como los bucráneos, simbolizaran una deidad masculina. En otros casos, la divinidad masculina aparece como un joven cazador y como un señor de los animales (portando un gorro de piel de leopardo). De tal modo, la impresión es que existían dos deidades: la gran diosa y su amante. La denominada hembra heráldica la encontramos ya en la transición del Mesolítico europeo al Neolítico, en Lepenski Vir, en el VI Milenio a.n.E., como una escultura en piedra en forma de huevo. Para el III Milenio, su símbolo ya se había introducido en Egipto y el valle del Indo. En tal sentido, es muy probable que las representaciones de las Gorgonas del arcaísmo griego se remonten a esta hembra heráldica.
Como figura de madre primigenia mítica, creadora del orden esencial del mundo, se vincula con la muerte y, muy seguramente, ejerció el papel de soberana de los animales. En Hacilar, también en Anatolia, una serie de estelas encontradas se ha interpretado como efigies semi anicónicas de dioses que se venerarían en el culto doméstico. Esta misma deidad pareciera ser la representada en pequeños ídolos de arcilla muy esquematizados del mismo yacimiento. Así, ahora, además de la madre primordial y los antepasados, tendríamos la presencia de dioses masculinos que ocuparían una posición principal. Tales deidades podrían ser héroes culturales que, en un principio, desempeñarían su particular rol en torno a la madre primigenia, si bien posteriormente adquirirían rango divino. No obstante, las figuras masculinas pudieran ser también el símbolo de antepasados reales divinizados.
Como amuleto con ciertos poderes o como una figurita que ahuyenta el mal, esta hembra heráldica aparecería regularmente mediante la forma iconográfica denominada la hembra obscena. Una vez despojada de sus aspectos amenazantes, se convierte en una divinidad protectora de la casa, en donde vigilaba el hogar doméstico. Es posible, incluso, que encarnase la propia casa, en virtud de que la parte delantera de la misma, generalmente luminosa, y caracterizada por el hogar doméstico, representaba la luz, la vida y el elemento domesticado, por ende, femenino.
Más tarde, en el marco de la cerámica de bandas lineales de Centroeuropa, esta madre primigenia heráldica pervive en representaciones de sapos o de mujeres en la típica postura de dar a luz, factor que parece demostrar un continuum en la concepción del universo neolítica desde sus orígenes anatolios.
La efigie de la llamada diosa del dolmen aparece relacionada con las sepulturas y con los vestigios de ceremonias funerarias. Se representa como un retrato (incisión en una tumba), o como una pequeña escultura de bulto redondo en forma de estela. Presenta ojos redondos que se observan rodeados de una corona radiada. Los mismos pueden aparecer en su correcta ubicación anatómica, o como signos aislados, tanto en las tumbas como en las cerámicas empleadas en los sepulcros. Se trata de una deidad relacionada con la muerte o con el mundo subterráneo. No obstante, también porta un aspecto estrechamente asociado a la fertilidad, que hace referencia a los frutos del campo y al ganado. Su antecesora, una deidad de las cuevas vinculada a la cerámica de bandas, se relaciona con las matanzas de cerdos como un requisito propio de las ofrendas funerarias, así como con el crecimiento de los cereales. Ahora, tal relación es mucho más clara al asociarse la divinidad del dolmen con el arado y con el buey, animal por excelencia de la agricultura en Europa.
La diosa del dolmen no aparece representada como una figura antropomorfa. Su existencia suele manifestarse de modo insinuado, en menhires en miniatura y en diversas formas simbólicas, entre las que destacan los pechos femeninos.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV 
Escuela de Letras, UCAB

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