15 de abril de 2014

La institución de la Monarquía en el Próximo Oriente antiguo

RELIEVE EN PIEDRA DEL REY DE LAGASH EANNATUM I, PROCEDENTE DE LA LOCALIDAD DE GIRSU. SE DATA ENTRE 2424 Y 2405 A.N.E. HOY EN EL BRITISH MUSEUM, LONDRES.

Las monarquías próximo-orientales de la antigüedad, historiográficamente denominadas como despotismos, presentan varias características que las definen y hacen históricamente comprensibles. El rey ejerce una autoridad completa y absoluta sobre la comunidad. Su poder autocrático deriva de las peculiares relaciones que mantiene con las divinidades, en tanto que es su único ejecutor. Tales vínculos fueron ligeramente variables: en Egipto, el faraón es un dios e hijo de divinidad, mientras que en Mesopotamia el monarca era en realidad un vicario de los dioses, más que una divinidad propiamente dicha. El poder del soberano es teocrático y se encuentra sostenido, y justificado, por una ideología centrada en las fuerzas fecundadoras y de fertilización. La actividad productora, generalmente colectiva, de las comunidades aldeanas es dirigida, supervisada y controlada por una autoridad estatal, representada por el monarca. Esta “explotación” responde, en realidad, al establecimiento de un equilibrado sistema de intercambio, según el cual los individuos, o el colectivo, esto es, los súbditos, devuelven al soberano, en equitativa contrapartida, los dones sobrenaturales que se estima aquel les proporciona. En tal sentido, desobedecer las órdenes reales implica cuestionar el propio ordenamiento del mundo. Las relaciones entre el soberano, el déspota, y los súbditos, se establecen por medio del clero, que justifica el carácter sobrenatural del rey, y la administración, la gestión y la recaudación tributaria. Naturalmente, el rey es cabeza visible de ambos grupos, pues es tanto el sumo sacerdote como el jefe supremo de la administración.
Sacerdotes y funcionarios son una auténtica elite privilegiada, clases dominantes cuyo poder no deriva de la posesión de los medios de producción, sino de su funcionalidad (habitualmente hereditaria) y prestigio, en el marco de la estructura social. Los estados “imperiales” del Próximo Oriente surgen de los poblados rurales neolíticos, en los que las tierras eran de posesión comunal. Pero ahora las tierras se distribuyen entre dos propietarios principales: el monarca, cuyas tierras emplea para mantener la corte real y el ejército, o para sufragar las megalómanas construcciones de prestigio, y los dioses (terrenos sacros que se usan para mantener a los sacerdotes y para propiciar el ejercicio cultual). No obstante, pudo existir pequeña propiedad privada de tierras. Otras formas de riqueza fueron el artesanado y las actividades de intercambio. Los objetos suntuosos, exóticos, conferidores de prestigio, eran fundamentales para la autoridad del soberano-déspota y de su círculo más cercano[1].  Es a través de las expediciones de saqueo o militares, o bien por medio de las tributaciones, como se consiguen estos bienes, lo cual no descarta, por otra parte, la existencia de verdaderos intercambios comerciales de doble dirección, como ocurrió, por ejemplo, con las colonias asirias en Anatolia, supervisadas por una organización centralizada en Assur, antigua capital de Asiria.
Los factores de descomposición de estas monarquías pudieron ser debidas a factores externos e internos. Entre los primeros, las fluidas dinámicas poblacionales, que presentan movimientos migratorios, o de otra índole, en gran escala: hurritas, casitas, los hicsos en Egipto, o los Pueblos del Mar, por ejemplo; entre los segundos, las revueltas de altos funcionarios contra la estructura del estado despótico, las usurpaciones y ambiciones personales de los representantes regionales del poder central que, en ocasiones, se hacen autónomos al hacer hereditario el cargo, acumular tierras y comprar dignidades militares, o el excesivo poder del clero, que acumula gran cantidad de posesiones en forma de tierras, como fue el caso del clero tebano de Amón.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV. Escuela de Letras, UCAB. Caracas.


[1] La posesión de objetos hechos en metal, sobre todo bronce, garantiza y refuerza el poder real y de los grandes dignatarios, fundamento de la hegemonía que ejercen sobre la mayoría, por no decir la totalidad, de los súbditos. Un ejemplo muy notable, aunque fuera del ámbito geo histórico del Próximo Oriente de Asia fue el de los reyes Shang en la China del Bronce.

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