RELIEVE EN PIEDRA DEL REY DE LAGASH EANNATUM I, PROCEDENTE DE LA LOCALIDAD DE GIRSU. SE DATA ENTRE 2424 Y 2405 A.N.E. HOY EN EL BRITISH MUSEUM, LONDRES.
Las monarquías próximo-orientales
de la antigüedad, historiográficamente denominadas como despotismos, presentan
varias características que las definen y hacen históricamente comprensibles. El
rey ejerce una autoridad completa y absoluta sobre la comunidad. Su poder
autocrático deriva de las peculiares relaciones que mantiene con las
divinidades, en tanto que es su único ejecutor. Tales vínculos fueron
ligeramente variables: en Egipto, el faraón es un dios e hijo de divinidad,
mientras que en Mesopotamia el monarca era en realidad un vicario de los
dioses, más que una divinidad propiamente dicha. El poder del soberano es
teocrático y se encuentra sostenido, y justificado, por una ideología centrada
en las fuerzas fecundadoras y de fertilización. La actividad productora,
generalmente colectiva, de las comunidades aldeanas es dirigida, supervisada y
controlada por una autoridad estatal, representada por el monarca. Esta
“explotación” responde, en realidad, al establecimiento de un equilibrado
sistema de intercambio, según el cual los individuos, o el colectivo, esto es,
los súbditos, devuelven al soberano, en equitativa contrapartida, los dones
sobrenaturales que se estima aquel les proporciona. En tal sentido, desobedecer
las órdenes reales implica cuestionar el propio ordenamiento del mundo. Las
relaciones entre el soberano, el déspota, y los súbditos, se establecen por
medio del clero, que justifica el carácter sobrenatural del rey, y la administración,
la gestión y la recaudación tributaria. Naturalmente, el rey es cabeza visible
de ambos grupos, pues es tanto el sumo sacerdote como el jefe supremo de la
administración.
Sacerdotes y funcionarios son una
auténtica elite privilegiada, clases dominantes cuyo poder no deriva de la
posesión de los medios de producción, sino de su funcionalidad (habitualmente
hereditaria) y prestigio, en el marco de la estructura social. Los estados
“imperiales” del Próximo Oriente surgen de los poblados rurales neolíticos, en
los que las tierras eran de posesión comunal. Pero ahora las tierras se
distribuyen entre dos propietarios principales: el monarca, cuyas tierras
emplea para mantener la corte real y el ejército, o para sufragar las
megalómanas construcciones de prestigio, y los dioses (terrenos sacros que se
usan para mantener a los sacerdotes y para propiciar el ejercicio cultual). No
obstante, pudo existir pequeña propiedad privada de tierras. Otras formas de
riqueza fueron el artesanado y las actividades de intercambio. Los objetos
suntuosos, exóticos, conferidores de prestigio, eran fundamentales para la
autoridad del soberano-déspota y de su círculo más cercano[1]. Es a través de las expediciones de saqueo o
militares, o bien por medio de las tributaciones, como se consiguen estos
bienes, lo cual no descarta, por otra parte, la existencia de verdaderos
intercambios comerciales de doble dirección, como ocurrió, por ejemplo, con las
colonias asirias en Anatolia, supervisadas por una organización centralizada en
Assur, antigua capital de Asiria.
Los factores de descomposición de
estas monarquías pudieron ser debidas a factores externos e internos. Entre los
primeros, las fluidas dinámicas poblacionales, que presentan movimientos
migratorios, o de otra índole, en gran escala: hurritas, casitas, los hicsos en
Egipto, o los Pueblos del Mar, por ejemplo; entre los segundos, las revueltas
de altos funcionarios contra la estructura del estado despótico, las
usurpaciones y ambiciones personales de los representantes regionales del poder
central que, en ocasiones, se hacen autónomos al hacer hereditario el cargo,
acumular tierras y comprar dignidades militares, o el excesivo poder del clero,
que acumula gran cantidad de posesiones en forma de tierras, como fue el caso
del clero tebano de Amón.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV. Escuela de Letras, UCAB. Caracas.
[1] La posesión de objetos hechos en
metal, sobre todo bronce, garantiza y refuerza el poder real y de los grandes
dignatarios, fundamento de la hegemonía que ejercen sobre la mayoría, por no
decir la totalidad, de los súbditos. Un ejemplo muy notable, aunque fuera del
ámbito geo histórico del Próximo Oriente de Asia fue el de los reyes Shang en
la China del Bronce.
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