En la imagen, un mapa del conflicto con las
principales batallas libradas, las campañas espartanas y la ruta de Alcibíades
a Sicilia.
La tercera fase del conflicto fue la expedición a
Sicilia, entre 415 y 413 a.e.c. Después de un congreso celebrado en Gela en
424, se acordó la paz en Sicilia, pero la primacía de Siracusa levantaba
algunos recelos y generaba tensiones. La chispa que encendió el conflicto se
inició en 416, cuando Selinunte, aliada de Siracusa, atacó Segesta. Los elimios
de esta ciudad, apoyados por Leontinos, solicitaron, en consecuencia, ayuda a
Atenas. La solicitud alentó, por una parte, la ambición imperialista de los
atenienses, que vieron aquí la oportunidad de dominar Sicilia y de ahí, el
resto de Mediterráneo occidental, y por la otra, la política demagógica de
Alcibíades en busca de su interés personal y en contra de Nicias.
La dirección de la expedición se confió a tres
estrategas, Nicias, Alcibíades y Lámaco. Contarían a su disposición con los
contingentes atenienses y también de numerosos aliados. Durante los
preparativos para la empresa ocurrió un evento considerado sacrílego, la
mutilación de los Hermes de mármol (pilares cuadrangulares con falo erecto y
cabeza barbada del dios Hermes, considerados protectores de los caminos, las
plazas, las calles y las puertas), un escándalo en el que se vio envuelto
Alcibíades, cuyo juicio quedó pospuesto hasta su regreso de Sicilia.
La escuadra estableció en Melania su cuartel general.
Esta ciudad, además de Leontinos y Naxos, era aliada de Atenas. Las diferencias
en las estrategias entre los tres generales, además de la orden conferida a
Alcibíades de regresar a Atenas acusado de sacrilegio por la mutilación de los
Hermes entorpeció las actividades militares. Alcibíades, a sabiendas de la
existencia de un complot en su contra, huyó hacia Esparta y se pudo bajo la
protección del rey Agis.
A pesar de las desavenencias, los atenienses se habían
hecho fuertes frente a Siracusa en 414 a.e.c. Sin embargo, los espartanos,
aconsejados por Alcibíades, enviaron al estratega Gilipo en ayuda a Siracusa,
un hecho que obligó a los atenienses a retirarse y replegarse, liberando así a
Siracusa de su bloqueo. La actuación de Gilipo y la llegada de la ayuda
corintia, alarmaron a los estrategas atenienses, ante lo cual solicitaron
refuerzos a Atenas. En este momento la Paz de Nicias se rompe de modo efectivo.
Agis inició la invasión del Ática a comienzos de 413,
de nuevo siguiendo el consejo del traidor Alcibíades, capturó Decelía y, con
ello, incomunicó el Atica por tierra. La situación ateniense se hizo, entonces,
complicada, en virtud de que había que mantener dos frentes, uno en su propio
territorio y el otro en Sicilia. A pesar del envío de Demóstenes y Eurimedonte
a la isla, los siracusanos y los espartanos al mando de Gilipo derrotaron de
nuevo a los atenienses. El ejército ateniense fue aniquilado y su flota
destruida. El propio Nicias encontró aquí la muerte.
La última fase de la contienda fue la Guerra Decélica
(o Jónica), entre 413 y 404 a.e.c. En esta etapa se encuentran activas dos
posiciones principales, por una parte, Decelía, localidad próxima a Atenas
desde donde fue incesantemente atacada y, por la otra, la costa occidental
anatólica, en donde se suceden una tras otra defecciones y revueltas contra
Atenas.
Atenas sufre ahora una caótica situación económica,
debido a las graves pérdidas de la expedición sicialiana, y a la dificultad
para explotar los recursos naturales (por la invasión del Ática) y por la gran
pérdida de esclavos. Todo ello podría traer como consecuencia inmediata una
crisis política. Se nombraron diez ancianos estadistas (Probuloi), para que decidieran aquellas medidas
económicas que deberían tomarse. Aunque estos estadistas tenían un pasado
demócrata, Aristóteles advierte el carácter oligárquico de este colegio. Se
manifestó, además, un cambio de sentimiento político de la población en contra
los líderes demócratas, a quienes se responsabilizaba de su errática dirección
del conflicto. El prestigio político de Atenas como líder indiscutible del
mundo griego, cayó en picado, un factor que fue bien empleado por Esparta y el Imperio persa. De hecho,
Esparta asume, alegando la defensa de la libertad de los griegos frente a la
opresión del Imperialismo ateniense, el liderazgo ahora perdido por Atenas.
Para ello, no tendrá inconveniente en pactar con el tradicional enemigo griego,
el persa, cuyo apoyo económico a Esparta fue muy notable.
Alrededor de 412 a.e.c., conocida la situación de
Atenas, el Gran Rey, a la sazón Darío II, se apresuró a incitar la insurrección
en las ciudades jonias acusando a los atenienses de violar la Paz de Calías,
después del apoyo ofrecido a la rebelión de Pisutnes, el sátrapa de Sardes y su
descendiente[1].
Hacia 412 se produjo una sublevación contra el dominio
imperial ateniense. Lesbos, Eubea, Mitilene, Quíos, Mileto y algunas otras
localidades del Helesponto, buscaron la ayuda de Esparta e, incluso la
intervención de Persia con su ayuda económica, para abandonar su alianza con la
Liga ateniense. A cambio, reconocerían el poder del Gran Rey sobre sus
ciudades. Tal actitud, sin embargo, desprestigiaba a Esparta como defensora de
las libertades griegas. Núcleos como Quíos, Cnido, Rodas, Colofón, Eritrea y Mileto, escaparon, finalmente, de la órbita
ateniense.
La crisis política de Atenas se agudizó en 411. El
descontento popular, la hostilidad hacia los políticos democráticos ante los
acontecimientos del conflicto, así como el recelo de las clases acomodadas,
desembocó ese año en una transformación del gobierno ateniense. El colegio de
los diez Próbulos se trasformó en una suerte de comisión constituyente de
treinta miembros que confeccionó un proyecto constitucional de rigor
oligárquico. El sistema democrático quedaba así derogado. Por su
intermediación, se suspendía el ejercicio de las magistraturas y de los misthoi (indemnizaciones por el
desempeño de las funciones políticas), y se reemplazaba la Bulé o Consejo de
los Quinientos por un Consejo de Cuatrocientos, de asignación nominal, no
electiva, y con una autoridad total. Pronto hubo, no obstante, desavenencias en
el seno de los propios oligarcas, sobre todo en lo tocante a la relación con
Esparta y la forma de actuar de Alcibíades y su actitud con Persia.
La inestabilidad se agravó cuando se produjo la
sublevación de la flota establecida en Samos que no aceptó la transformación
del régimen político en Atenas. Escogen a Alcibíades como estratego y deciden reiniciar el conflicto en Jonia. Oligarcas y
moderados se enfrentan. Los primeros amenazan con entregar la ciudad a los
espartanos, quienes aprovechando la tesitura habían tomado la isla de Eubea.
Esta situación acabaría con el régimen oligárquico de los Cuatrocientos. Un
discutido personaje, de nombre Terámenes, fue el que impulsó a los hoplitas a
levantarse contra el régimen de los Cuatrocientos y otorgar el poder a la
asamblea de los Cinco mil. Este nuevo régimen debió haber sido una constitución
mixta entre democracia y oligarquía en la que, con bastante probabilidad,
disfrutarían de derechos políticos únicamente las clases sociales acomodadas, a
partir de los hoplitas. La participación política de las clases inferiores
sería precaria o nula.
Las fuentes principales para comprender los últimos
acontecimientos de la guerra son Diodoro de Sicilia y las Helénicas de
Jenofonte. Entre 411 y 410 a.e.c. Atenas logró
tres victorias navales en el Helesponto[2].
Su relevancia fue tal que los espartanos realizaron propuestas de paz, pero
fueron rechazadas por los demócratas radicales dirigidos por Cleofón.
En los siguientes años, en especial 409 y 408, Trásilo
recupera Tasos y ciertas posiciones en Tracia, en tanto que Alcibíades
conquista Bizancio y Calcedonia. Además, puede regresar triunfalmente a Atenas,
en donde será elegido estratega en 407 o 406 a.e.c., concediéndosele poderes
extraordinarios en la dirección de la guerra en el Helesponto. Sin embargo, en
406 la flota de Alcibíades será derrotada en la batalla naval de Notion. Esta
derrota trajo como consigo una serie de definitivas consecuencias para Atenas.
Con ella se mostraba como definitiva la colaboración persa con Esparta. Persia
enviaba ayuda económica y, además, al hijo de Darío II, Ciro. El buen
entendimiento de Lisandro (navarco
espartano) y Ciro causaría el definitivo fracaso ateniense. Por otra parte,
aquí se cimentaría el final político de Alcibíades. En este mismo año se
produce, sin embargo, la última victoria naval ateniense, en las islas
Arginusas, frente a Lesbos. En ella, Trásilo y otros estrategas atenienses
derrotan a la escuadra espartana dirigida por Calicrates.
Lisandro al frente de la flota espartana, se dirigió a
Egospótamos, frente a Lámpsaco, en el Quersoneso tracio. Allí, los atenienses
fueron vencidos y capturados. Fueron
destruidas la gran mayoría de sus naves. Lo más grave de esta derrota es
que Atenas quedaba al margen de sus posiciones en el Estrecho y quedaba también
incomunicada para recibir sus provisiones marítimas. La falta de
aprovisionamiento de la ciudad y, en consecuencia, el hambre, fue la verdadera
causa del final para Atenas.
Las ciudades aliadas de Atenas en el Egeo tuvieron que
rendirse, Sus gobiernos democráticos fueron sustituidos por oligarquías (decarkías) controladas por gobernadores
(harmostes). Entre tanto, mientras
Lisandro ataca el golfo Sarónico, el rey Pausanias II de Esparta se une a su
colega Agis en el Ática. De tal modo, sitiada por tierra y mar, Atenas se ve
obligada a capitular a comienzos de 404 a.e.c. Terámenes fue enviado para
aceptar la rendición ante el congreso de la Confederación del Peloponeso. Allí,
Corinto y Tebas solicitaron la total destrucción de Atenas, aunque los
espartanos decidieron una Atenas desarmada, sometida e integrada en la
Confederación, con lo que, plausiblemente, también evitaban un empoderamiento
de Corinto. La Asamblea ateniense aceptó las duras condiciones, y se firmó la
paz en abril de 404. Lisando entra en Atenas e impone un absolutismo político y
militar.
La Guerra del Peloponeso desencadenó una serie de
consecuencias socio-económicas y culturales que tuvo que padecer Atenas pero
también el resto del mundo griego. Entre ellas se encuentra el debilitamiento
demográfico, la crisis moral y religiosa, además de la aparición de la
piratería en el Egeo, que campearía a sus anchas sin el control de la flota
ateniense.
Bibliografía esencial
ALONSO TRONCOSO, V.: Neutralidad y Neutralismo en
la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), Madrid, 1987.
BRUNT, P. A.: «Spartan Policy
and Strategy in the Archidamian war», Phoenix, 19, 1965, pp. 255-280.
HENDERSON, B. W.: Time
Great war between Athens and Sparta. A campanian to time military history of
Thucydides, N. York, 1973.
POWELL, A.: Athens and
Spanta. Constructing Greak Political and Social History from 478 B. C., Portland,
Oregon, 1988.
SAINTE CROIX, O. E. M. DE: Time
origins of time Peloponesian war, Londres, 1972.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre del 2016
[1] Dos
sátrapas persas Tisafernes de Sardes y Farnabazo de Dascilio, fueron los
artífices de la intervención persa en los asuntos griegos. La alianza con
Esparta nunca fue incondicional, pues Persia exigía la garantía espartana
(además de la ateniense), de abandonar sus reivindicaciones sobre la costa
occidental de Asia Menor.
[2] La victoria de Cícico supuso, por otro lado, el inicio de la caída de los
Cinco mil. Retomada la confianza de los atenienses repondrían su tradicional
democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario