En la imagen, un hemidracma de la Liga Aquea, acuñada
en Esparta entre 196 y 146 a.e.c. (Laconia-Lacedemonia). En el anverso, la
cabeza coronada con laurel de Zeus, en tanto que en el reverso, el gorro de los
Dióscuros con una estrella encima, así como algunas letras, un indicativo de
Esparta. Imagen cortesía de www.tesorillo.com
Los
hallazgos arqueológicos, fundamentalmente en los yacimientos de Terapne y en la
propia Esparta, acompañados de la pervivencia de la tradición mitológica, que
refiere las singularidades del rey micénico Menelao en los poemas homéricos,
ayudan a desvelar algunas de las características más notables del arcaico
estado espartano.
Con
la movilización de los denominados Pueblos del Mar, los reinos micénicos
iniciaron un profundo declive; sin embargo, amplias zonas de la península
Balcánica, así como las islas del Egeo no sufrieron convulsiones
significativas, permaneciendo ajenas a este masivo desplazamiento de personas.
Al contrario, estos territorios servirán de refugio a los que huían y se
desplazaban por el Mediterráneo. Incluso las mencionadas regiones gozaron de
una etapa de especial prosperidad, en especial el Ática oriental, las islas
Cícladas, el Dodecaneso y amplias regiones de Asia Menor.
La
caída del poder micénico, que conlleva la destrucción de las fortalezas
micénicas, a fines del Bronce Final (Heládico Reciente III), propiciará dos
circunstancias históricas relevantes. Por un lado, afloraron las antiguas pervivencias
y costumbres indígenas hasta ese momento soterradas, marginadas por el
predominio cultural micénico; por el otro, se produjo la llegada y el establecimiento
de nuevas poblaciones emigrantes. La propia tradición histórica griega informa
de la llegada de emigrantes dorios al Peloponeso por mar, tal vez desde Creta y
Rodas. Cuenta la tradición que el Peloponeso les pareció a los recién llegados,
al menos principio, una isla, que denominaron isla de Pélope, en virtud de que
fue la dinastía de los Pelópidas la que expulsaría de allí a los Heráclidas.
Varias fuentes textuales, entre las que se encuentran Pausanias, Tucídides,
Heródoto, Helánico y Tirteo, refieren el asentamiento de los dorios en el
Peloponeso y la llegada (o retorno) de los Heráclidas, un factor que, por
consiguiente, relaciona la migración con las leyendas y mitos tejidos alrededor
del gran héroe panhelénico por excelencia, Heracles.
Cuenta
el mito que Euristeo, el rey de Micenas, impuso a Heracles los doce trabajos y
persiguió a su hijo Hilo, quien se refugió en casa de Egimio, el rey de los
dorios, que le adoptó como un hijo. Sus descendientes directos, llamados
Heráclidas, son los encargados de incitar a los dorios a intentar recuperar el
Peloponeso. Después de la oportuna consulta del oráculo de Delfos, los dorios,
dirigidos por Témeno, Aristodemo y
Ctesifonte, lograron asentarse en la isla de Creta y en la región de
Laconia. En esa misma época el fenicio Cadmo se asentó, por su parte, en
Beocia. Algunos de los miembros de los Heráclidas se dirigieron hacia el
suroeste de Tesalia.
Entra
en el terreno de lo probable que el vocablo dorio, con el que se autodenominan
los nuevos emigrantes que ocuparán el Peloponeso, provenga de un estado de
nombre Doria, o, más fehacientemente,
de un antepasado epónimo llamado Doros.
En cualquier caso, las denominaciones de sus descendientes estarían relacionadas
con el nombre de tres tribus en las que se dividiría el Estado espartano
(Dimanos, Pánfilos e Hileos)[1].
La llegada doria se habría producido, según Tucídides[2],
hacia 1115 a.e.c. Se puede asegurar que todos estos mitos fueron empleados como
propaganda política y como un medio de justificación histórico-política por los
espartanos.
Los
mismos espartanos sabían que los Heráclidas, de los que hacían descender a sus
reyes, no eran dorios. Heródoto (Hist.
V, 72-75) señala que, en el siglo VI a.e.c., la sacerdotisa de la Acrópolis
ateniense intentó expulsar al rey Cleómenes de Esparta, ya que, como dorio, no
podía hallarse en ese lugar sagrado. Sin embargo, Cleómenes le respondió que no
era dorio, sino aqueo.
En
relación a la asociación de los dorios con los Heráclidas, algunos autores (J.
Chadwick) justifican la realidad histórica de los Heráclidas al asimilarlos a
una familia aristocrática micénica, exilada por mor de conflictos internos al
final del período micénico. Esta familia lograría regresar e imponerse en su
“propio” territorio con la ayuda de otras tribus en migración[3].
Los
dorios eran una familia griega, hablaban griego y estaban vinculados con el
sustrato cultural micénico, aunque no se puede decir que hayan sido el factor
clave en la caída de la civilización micénica. Lo que sí hicieron fue ocupar el
vacío de poder que los micénicos dejaron.
Según
J. Chadwick, habría habido dos lenguas habladas en la cultura micénica, una
lengua culta y cortesana, propia de la aristocracia micénica, de la clase
dominante así como de la burocracia, que desaparece con el fin de los palacios;
y otra lengua, o mejor, dialecto de las clases inferiores, empleada en las áreas
rurales, que pervivió tras la caída de la sociedad aristocrática micénica, que
sería la propia de una cultura autóctona; esto es, un arcaico sustrato
cultural, al que se sumarían, en un proceso de migración paulatino, nuevas
poblaciones que se mezclarían con esta indígena. La arqueología parece
confirmar esta hipótesis debido a que en tanto se destruyen algunas
poblaciones, otras perviven. Es decir, que se hace factible la posibilidad de
una pervivencia indígena que se mezclaría con una nueva población que aportaría
un nuevo dialecto, confiriendo nuevos bríos a la antigua cultura.
Las distintas fuentes escritas, sobre todo Éforo y
Tucídides, señalan que el proceso migratorio de los dorios fue lento, gradual y
sin que se produjese, al menos en apariencia, un sometimiento de la población
previa. Es bastante posible que una rama de los dorios llegase a Lacedemonia,
alrededor del siglo XI a.e.c., ocupando gradualmente el valle del Eurotas y
asentándose en varios obai (poblados,
aldeas). Existen cuatro de ellas bien referenciadas, Mesoa, Cinosura, Pitane y
Limnai, a la que habría que sumar Amiclas, un poblado de origen micénico. Hacia
el siglo IX, estos cuatro obai
independientes se vincularon en un pacto de sinecismo, formándose de tal modo
el arcaico núcleo de la polis de Esparta. Los dorios, organizados en Esparta,
estarían ya divididos en Philai (los
mencionados Panfilos, Hileos y Dimanos)
en función de su parentesco, pero volverían a subdividirse según el lugar de
hábitat, en cada uno de los cinco poblados (contando Amiclas).
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP, Granada. Diciembre del 2016.
[2] Historia de la Guerra del
Peloponeso, I, 12-15. Algunos representantes de la tradición,
como la referida por Tirteo (Fragm.
II), menciona la llegada, y no el retorno, de los dorios al Peloponeso.
Heródoto, por su parte (Hist., V,
71-72), no considera a estos dorios como
“Heráclidas”.
[3] Este retorno de
los Heráclidas es probable que signifique no la conquista del Peloponeso, por
nuevos invasores, sino por gentes que
ya estaban establecidas en Grecia. Es decir, que los dorios
estaban presentes en Grecia en época micénica. Esta opción es la
sostenida, por ejemplo, por J. Beloch.
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