En
la imagen, la diosa Isis. Museos Capitolinos, Roma.
La
religión digamos oficial nunca pudo satisfacer por entero los anhelos
espirituales más íntimos del individuo, por lo que desde épocas bastante
arcaicas, el ser humano se afanó en buscar otras manifestaciones religiosas,
doctrinas y divinidades. En torno a las desdichas humanas y, especialmente en épocas
difíciles, duras o convulsas, se buscó la presencia de dioses capaces, de
interesarse por los asuntos humanos pero también de ser accesibles a los
individuos en virtud de los méritos o esfuerzos personales. Eran divinidades
que prometían y podían proporcionar una felicidad que compensara los
sufrimientos mundanos.
Los
cultos mistéricos son manifestaciones religiosas cuyas raíces se encuentran
en creencias espirituales muy antiguas
que se asocian con el nacimiento, muerte y resurrección de la naturaleza. Las
religiones mistéricas con ellos vinculados tuvieron su mayor difusión a partir
del siglo IV a.e.c., en particular al final de la Guerra del Peloponeso. Alcanzaron
su apogeo en época helenística, un tiempo de amplia difusión de creencias e
ideologías, pero al tiempo, época difícil y confusa. Más tarde continuarían su
andadura en época romana.
En
tiempos de Alejandro Magno y de sus sucesores hubo contactos con otras culturas
mediterráneas, un factor que provocó el conocimiento de distintas religiones,
facilitándose con ello que deidades y doctrinas pudiesen identificarse entre sí.
Un espíritu humano más libre, con capacidades e interés en conocer distintos
cultos y dioses, pudo elegir entre ellos, tomarlos como personales y otorgarles
un carácter salvífico. La complejidad y riqueza de la cultura helenística fue
un legado heredado por Roma. Ciertos dioses antiguos (Asclepios, Ártemis o
Deméter), así como algunos procedentes de Oriente, caso de Mitra, Cibeles,
Isis, Osiris o Atis dieron lugar a ciertas asimilaciones y sincretismos.
En términos genéricos el procedimiento en los
cultos mistéricos presentaba varios aspectos análogos. El mysthes (iniciado)
era el que realizaba el acto del mystherion: de lo que no se ve, de lo
oculto. Las ceremonias eran orgiásticas, en cuanto que los participantes
realizaban un acto de agitación, de excitación. Las mismas eran dirigidas por
el telestes o sacerdote. Había una
serie de caracteres comunes que deben ser destacados. Uno de ellos era el
secretismo. Aquellos que poseían los secretos del culto eran sabios sacerdotes
o iniciados; otro es el carácter iniciático, lo cual implica un cambio motivado
por la relación con la divinidad. El
iniciado adquiría una nueva condición espiritual por mediación de una
experiencia personal y directa con lo sacro. Otro elemento esencial es el
aspecto soteriológico, pues en términos generales se prometía una “salvación”;
esto es, una nueva vida, además de definitiva, con posterioridad a la muerte
física. La vida terrenal era solamente el tránsito hacia la espiritual, eterna,
en donde la felicidad se alcanzaba al ver o compartir con la divinidad. Las
dificultades terrenales que sufría el individuo era una condición de éxito. De
ahí que los cultos tuvieran una especial aceptación por parte de las clases más
bajas, más pobres y con menos que perder.
La
iniciación mistérica era una decisión individual, voluntaria, libre. Era, en
este sentido, muy diferente a la práctica de los cultos ciudadanos,
caracterizados por su colectividad y obligatoriedad. Además, se acercaba a la
inclusión total, al margen de la ciudadanía, pues se admitían mujeres, esclavos
o extranjeros. Otro de los elementos clave era su irracionalidad. En tanto que
el ideal griego, específicamente clásico, era la racionalidad, la perfección y
la acción correcta, las religiones mistéricas propugnaban el éxtasis, la
locura, el desenfreno, única manera de alcanzar la identificación y / o la
unión con la divinidad. Finalmente, había en las religiones mistéricas un
carácter agrario, propio de los dioses de estos cultos. Se preconiza morir para
resucitar (Dionisos, Deméter, Osiris), en un nuevo y mejorado estatus.
En
la antigüedad griega existían mitos que habían dado origen a ciertas doctrinas de
salvación, sólo accesibles a los iniciados, caso del culto de Deméter y el de
Diónisos. Sus rituales, las Tesmoforias y las Antesterías, representaban el ciclo
de la vida agraria, desde la muerte de la simiente hasta la renovación vegetal.
Estas religiones acabaron asimilándose a la vida ciudadana. De hecho, en
Atenas, tanto los misterios de Eleusis como los de Diónisos se integraron en el
ámbito de las festividades públicas.
Alrededor
del año 200 a.e.c. estos cultos mistéricos llegaron a Roma. Según Livio, los cultos
dionisíacos fueron escasamente aceptados en un principio, porque eran
exclusivos para las mujeres. Sin embargo, su popularidad creció, en especial
desde el momento en que se incluyeron varones gracias a las innovaciones que
introdujo una sacerdotisa de Campania, llamada Paculla Annia. Los cambios consistían en celebrar el ritual del culto por
la noche, de forma que acabarían convirtiéndose en cultos secretos y de masas.
Dionisos
se presenta como un dios liberador de las
penas y las tristezas de esta vida mundana. Sus cultos y festividades
representan la liberación de los sentimientos, la alegría sin control frente a
las duras exigencias del orden establecido. A través del éxtasis y la unión con
lo sacro se pretende alcanzar el consuelo necesario para sobrellevar los
sufrimientos de esta vida. De ahí el gran éxito que obtuvo durante años.
Un
rol destacado desempeñaron las deidades egipcias, en particular Osiris e Isis. Isis se convirtió, en época helenística y romana en una gran diosa, identificándose con otras
deidades como Juno, Deméter, la fenicia Astarté y Venus. Hermanas de Osiris
eran Isis y Neftis (esposa de su hermano Set), el cual, envidioso de Osiris, le
mató. Descuartizó el cuerpo y lo arrojó al Nilo en el interior de un cofre.
Isis, su esposa, le buscó por todas partes[1].
Gracias a sus artes mágicas, consiguió devolverlo a la vida. Es por tal motivo
que Osiris es el dios de los muertos, aunque también de la esperanza de vida
(por eso se le representa con rostro de color verde). Finalmente, el hijo de
ambos, Horus, derrotó a Set.
En época helenística y romana, el mito osiriano se
identificó con otras divinidades, egipcias y griegas. Incluso se añadieron
nuevas divinidades como Serapis y Harpócrates. En los cultos isiacos había
procesiones musicales y desfiles de fieles y sacerdotes con la cabeza rapada,
portando máscaras y sistros. Iban vestidos con faldellines egipcios. Isis en
Roma llegó a convertirse en la deidad de la fertilidad y la fortuna. Sin
embargo, sufrió algunas vicisitudes que es necesario destacar. En especial, hay
que decir que fue combatida por la familia de Augusto en función de que se la
identificaba popularmente con Cleopatra, conocida amante de Cesar y Marco
Antonio. No obstante, posteriormente fue protegida por los emperadores de la
dinastía de los antoninos. El culto acabaría desapareciendo en Roma tras la
instauración del cristianismo.
Mitra era un dios auxiliar de Ahura Mazda, divinidad
de la luz en permanente combate con las tinieblas que representa Ariman. Nacido
de una roca, próxima a una fuente que simbolizaba la bóveda celeste (petra
genetrix), lo hizo provisto de flechas y arco. En consecuencia, suele
representársele como un rey persa con sus armas en una zona boscosa. En época
romana hubo una asociación, una mezcla entre el dios y el sol, de tal modo que
acabó convertido en una divinidad de la luz y la vida y, por tanto, de la
justicia.
Su culto se relacionaba con el sacrificio del toro. El
dios cargaba al animal sobre sus hombros y lo trasladaba a una caverna, en
donde se le sacrificaba (Mitra Tauróctonos). A partir de la sangre del toro brotaban las nuevas espigas de
trigo, algo que simboliza el surgimiento de la vida. El sol y Mitra bebían la
sangre y comían la carne del toro sacrificado en un banquete sacro[2].
Al final de su vida terrenal, Mitra ascendía al cielo al lado del sol. En los
mitreos se veneraba a los cuatro elementos que constituyen la naturaleza, el aire,
el agua, la tierra y el fuego, a través de cuatro símbolos, el pájaro, la
serpiente, el barco y el león. Según el mitraísmo, el alma caduca y requiere
una redención.
Durante el desarrollo del Imperio romano, el culto a
Mitra se oficializó como una religión mistérica. Se organizaba en sociedades
secretas, únicamente masculinas, esotérico-iniciáticas. El culto fue muy
popular entre los militares romanos, puesto que obligaba a los iniciados hacia
la honestidad la pureza y el coraje.
La necesidad de unas pautas de conducta y de una ética
específica estaba presente en doctrinas religiosas de relevante contenido
mítico y filosófico, como el Orfismo y el Pitagorismo. En el orfismo, era Orfeo
(músico y poeta de origen tracio, hijo de la musa Calíope y protegido del dios
Apolo), quien se encargaba de la enseñanza que propugnaba esta corriente
religiosa. En torno a los mitos de Orfeo, de poderosa carga simbólica, en
especial el que narra su descenso al Hades en busca de Eurídice, se confeccionó
una teología. Todas las personas surgían de las cenizas de los Titanes. El ser
humano está formado por el cuerpo mortal y un alma inmortal, que proviene de la
propia divinidad. En consecuencia, tras la muerte, la aspiración primordial era
regresar a los orígenes divinos.
El pitagorismo, por su parte, fue una doctrina
filosófico-religiosa cuya finalidad era la unión con la divinidad a través de
un régimen vital y alimenticio que diríamos vegetariano. Se enseñaba a los
iniciados una serie de principios matemáticos con los que interpretar
matemáticamente la realidad. Se usaba, entonces, una explicación mística y
simbólica de los números. La finalidad última era alcanzar la perfección
armónica y proseguir hacia la astral isla de los bienaventurados.
En definitiva, una serie de elementos comunes caracterizan
a estas religiones y a sus cultos. Procesiones, un renacer, la búsqueda de la
luz, la íntima vinculación con la divinidad o el banquete sagrado son los más
relevantes. Incluso existió un singular sincretismo entre las divinidades.
Todas estas religiones buscaron un consuelo ante las circunstancias de este
mundo, así como la posibilidad de conseguir la felicidad suprema a través de
méritos personales, todo ello, no obstante, siguiendo a rajatabla un conjunto
de normas éticas y morales.
Bibliografía básica
ALVAR, J., Los misterios. Religiones orientales en el Imperio romano,
Barcelona, 2001.
CAMERON, A., The last pagans of Rome, Oxford University Press, 2011.
CAMPOS MÉNDEZ, I., Fuentes para el estudio del mitraismo, Córdoba,
2010.
CHINI, P., La religione. Vita e costumi dei romani antichi, 9. Roma,
1990.
SCHEID, J., La religión en Roma.
Ed. Clásicas. Madrid, 1991.
TURCAN, R., Los cultos orientales en el Imperio romano, Madrid,
2001.
WARRIOR, V. M., Roman
religion, The Focus classical Sources, Cambridge, 2002.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Abril del 2017
[1] Se trata de la búsqueda de la vida perdida, al igual que ocurre en el caso
de Deméter con Perséfone, Orfeo con Eurídice o Diónisos con su madre Sémele.
[2] La sangre
y la carne del animal eran portadores de la sustancia de la eternidad y de la
redención. En consecuencia, los adeptos asistían al banquete rememorando el de
Mitra y el sol, que con posterioridad ascendieron a los cielos. De tal manera,
los iniciados tomaban su carne y su sangre o bien sus sustitutivos, pan y vino.
A quienes participaban en el banquete se les prometía la inmortalidad. Es por
este motivo por el que Tertuliano les acusará de realizar una patética
imitación de la Eucaristía cristiana.
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