Las
evidencias arqueológicas sugieren que las estructuras políticas con fundamento
en ciudades en la región del Oxus empezaron a desarrollarse desde fines del
primer milenio a.e.c. Hacia el norte, en el vasto territorio estepario
euroasiático, desde el Mar Negro hasta los confines de China, la cultura
predominante fue nómada o seminómada. Las
dinámicas de las relaciones entre los sedentarios y las poblaciones nómadas
fueron a menudo hostiles, violentas a veces y siempre mutuamente
interdependientes. En esas relaciones, los pueblos pastoriles proveían
materiales sin elaborar, como cuero o lana, que era procesada en manos de los
moradores de los oasis, que ofrecían, a cambio, bienes manufacturados.
Pero,
en ciertas ocasiones, los nómadas también atacaban los asentamientos. Algunas
veces, incluso, acabarían asimilados en los asentamientos sedentarios,
convirtiéndose en una nueva clase dominante. De modo inevitable, aquellos
conquistadores de las estepas que se asentaban en las ciudades acababan
adoptando la cultura de aquellos que habían conquistado.
Las
poblaciones dominantes de la estepa euroasiática pertenecían a las familias
lingüísticas irania (indoeuropea) y turca (altaica). En consecuencia, lo mismo ocurrió
en lo tocante a las prácticas religiosas, las creencias y los mitos. En la Eurasia antigua la religión se manifestó
a través de rituales cotidianos, como aquellos reservados a la preparación para
la caza, o por medio de los ritos funerarios. Los sitios de enterramiento
muestran evidencia de sacrificios de animales, sobre todo caballos, bueyes y
perros. Las tumbas están a menudo cubiertas de cubiertas de madera sujetadas en
postes, tal y como se describe en el Rig Veda. Los proto-iranios de las estepas
emplearon el carro conducido por caballos, especialmente en las guerras. De
hecho, fue en las estepas del Asia Central occidental donde primero se
domesticó el caballo y se le asoció a un carro. Recuérdese que un carro tirado
por caballos era el medio en el cual, según creían los antiguos iranios, el
alma partía de este mundo.
Otras
creencias características de los antiguos iranios se describen en los relatos
clásicos griegos, sobre todo en aquellos referidos a los sakas o escitas. Se
decía, por ejemplo, que los útiles que los sakas consideraban más importantes,
como el arado, el yugo, las lanzas o los cálices, eran, para ellos, dones
divinos. Tenían un culto al caballo, ya que creían que este animal era un
intermediario entre este mundo y el próximo. Esta reverencia por los caballos
se observa a menudo en los motivos de équidos del arte saka, un tema que se
encuentra con frecuencia en el arte funerario de las estepas al menos hasta el
siglo VI.
Los
sakas también poseyeron un culto al fuego, así como uno vinculado al sol.
Heródoto cita, al respecto, a la reina Tomyris de la tribu de los Masagetas,
quien jura por el sol. El mismo historiador de Halicarnaso señala que
sacrifican caballos al astro solar. También menciona el dios supremo saka,
denominado Tabiti, a quien equipara con la Hestia griega. Del mismo modo, hace
alusión a la enaree, una suerte de afeminado experto adivinador. Como ocurría en
la antigua Grecia, la actividad religiosa local en el mundo iranio a menudo se
centró en la adoración de un héroe mítico. En Bujara, por ejemplo, el culto
mayor se focalizaba en la figura heroica de Siyavash, que aparecerá como
un personaje relevante en la épica
nacional persa, el Shanameh o Libro de los Reyes.
Hablando
de modo genérico, las tribus iranias tendieron a dominar la parte occidental de
la estepa euroasiática, mientras que las poblaciones altaicas, la oriental, si
bien hubo grupos altaicos en la región de los Urales e indoeuropeos tan al este
como la cuenca del Tarim, en el Xinjiang actual.
Debemos
acercarnos a las fuentes chinas para revisar las referencias a los pueblos
altaicos. Las más antiguas menciones de los Xiongnu (siglos III a.e.c.-II),
establecen que, al igual que los chinos, ofrecían sacrificios a sus ancestros y
a los dioses del cielo y la tierra, según el calendario ritual estacional.
Además, consultaban a las estrellas y a la luna antes de embarcarse en alguna
maniobra militar. Una fuente occidental tardía, del siglo VI, de un emisario
griego a Asia Central, describe una ceremonia funeraria turca en la que los
dolientes laceran sus caras y, al igual que los antiguos iranios, sacrifican
caballos y también sirvientes. Una
información más elaborada se obtiene de las más antiguas inscripciones
conocidas en un lenguaje turco, encontradas sobre pilares de piedra en las
bancadas del río Orcón, en la Mongolia actual, que datan del siglo VII. Tales
inscripciones se refieren, específicamente, al dios solar Tangri (todavía un
sinónimo de Alá en la Turquía musulmana), así como a la montaña sacra denominada
Ótükän.
En un momento difícil de precisar un reformador surgió
entre los pastores de Asia Central. Se trata de Zaratustra o Zoroastro quien,
para algunos, habría vivido en el siglo XIII a.e.c., o en el VI, según otros.
Su lugar de origen se ha ubicado en regiones occidentales, como Azerbaiyán o en zonas orientales como
Mongolia. Se le atribuyen algunas composiciones, mayormente himnos, preservados
en el Avesta. Zoroastro buscó
reformar las prácticas religiosas de su comunidad. Se opuso a ciertas tendencias
comunes en poblaciones indoeuropeas, como el sacrificio del toro y la ingesta
de la bebida ritual haoma. Singularizó
a un dios (ahura), de entre las
deidades del panteón iranio para que recibiese una adoración exclusiva: Ahura
Mazda, el Señor de la Sabiduría, mientras que otros ahuras y devas los convirtió
en demonios.
Se puede decir que no toda el área cultural irania fue
exclusivamente zoroástrica. Varias poblaciones iranias mantuvieron un panteón
común y un conjunto de símbolos y mitos. Una variedad de deidades siguieron
siendo adoradas, caso de Mitra o Anahita. Por otra parte, el zoroastrismo no
fue primeramente codificado hasta el siglo III como religión oficial del
estado, concretamente del imperio sasánida iranio. De tal modo, lo que se conoce
del zoroastrianismo sasánida no necesariamente tiene que describir las
creencias religiosas y las prácticas del antiguo Irán. Tal es así que, de
hecho, ninguna fuente aqueménida
menciona al profeta Zoroastro, aunque irónicamente, las fuentes griegas
contemporáneas si lo hacen. Quizá se trate de una proyección zoroástrica en su
forma sasánida a tiempos aqueménidas. En cualquier caso, en ningún caso se puede hablar de religión
irania en un sentido extenso del término, ya que existen ciertos elementos identificadores
que pertenecen claramente al conjunto de mitos, deidades, rituales y símbolos
tradicionales. Parece que antes, y también después de Zoroastro, muchas
comunidades iranias consideraron al sol como la forma visible de Ahura Mazda.
Las inscripciones asirias dan la forma Asara
Mazas, y en el lenguaje saka aparece el término urmaysde para referirse al sol.
El sol y su análogo, el fuego, servían para purificar.
Es notable el hecho de que el dios Agni que adoraban los indoeuropeos, deidad
del fuego, y que la práctica india de purificar los cuerpos del fallecido en
las piras funerarias, tengan en su raíz los mismos propósitos que la práctica
irania de exponer los restos del cuerpo ya muerto al sol. Luz y fuego son
agentes purificadores que destruyen la materia y liberan el alma hacia el
Paraíso, un lugar de luz.
El culto a la luna también figuró en el mundo
religioso iranio. La luna fue equiparada con la figura del toro celestial. En
el Avesta la luna es denominada gao chithra (esto es, “que tiene esperma
de toro”). De acuerdo al mito iranio todos los animales terrestres habrían
nacido de este semen. Evidencia de la adoración del toro ha sido encontrada a
comienzos del segundo milenio a.e.c. en lugares como Altin Tepe, en
Turkmenistán. Se ha sugerido, asimismo, que el templo Makh en Bujara,
mencionado en las antiguas fuentes islámicas, fue originariamente un templo de
la luna.
El más visible elemento de la religión irania es el
festival de Año Nuevo, llamado No Ruz
(o Nuevo Día). Este festival paniranio parece haber estado originalmente
conectado con Jamshid (avéstico Yima) la figura del hombre primordial en la
mitología irania, cuyo distante origen estuvo, muy probablemente, en
Mesopotamia.
En los tiempos aqueménidas muy pocas de las deidades
iranias que Zoroastro había intentado convertir en demonios estaban presentes
en el panteón religioso iranio, incluso en las tierras persas centrales. La
deidad más popular llegó a ser Anahita, diosa de las aguas (originalmente la
Ishtar mesopotámica). Los textos e inscripciones sogdianos y bactrianos indican
la adoración de un extenso rango de deidades iranias y no iranias, incluyendo
la griega Deméter y el dios indio Siva. Entre las deidades populares en Asia
Central se encontraba también Baga, un dios asociado al vino y el matrimonio,
Los documentos sogdianos “Antiguas Cartas”, hallados cerca de Dunhuang, en
China, que parecen datar de comienzos del siglo IV, mencionan al Señor del
Templo (Vgnpt), y no al jefe de los
magos, lo cual nos hace sospechar que la forma previa señalada fue más
importante en el mundo sogdiano, incluso en los comienzos de la época del
imperio sasánida. Del mismo modo, la diosa Nanai, un análogo local de Anahita,
es muy frecuentemente mencionada. La figura del demonio suele llevar un nombre sogdiano, Shimnu, que deriva
directamente del Angra Mainyu avéstico.
En definitiva, a la luz de las tan evidentes y
numerosas diferencias locales, aplicar el término zotroastriano a la religión
de los pueblos iranios del Asia Central no se justifica.
Los asirios controlaron el reino norteño de Israel en
722 a.e.c., y reubicaron a sus habitantes en otras regiones del imperio, en
especial en la zona oriental irania de Jurasán.
Se podría decir que es ese el momento
del origen de la presencia israelita en Asia Central. El reino meridional de
Judea sobrevivió un siglo y medio más gracias a la diplomacia. Sin embargo, en 586
el nuevo poder de los babilonios puso fin a su independencia. Los babilonios
deportaron a los judíos a Mesopotamia para laborar como esclavos. En 539 Ciro
el Grande conquista Babilonia y libera las gentes esclavizadas. Muchos judíos
liberados optaron por permanecer en Babilonia como ciudadanos libres del nuevo
imperio persa, o eligieron probar suerte en otras tierras controladas también
por los persas. Un buen número se reubicó al este de Irán. Como Ciro hizo
conquistas muy orientales, tan lejos como Bactriana y Sogdiana, parece probable
que algunos judíos babilonios se hayan asentado en esas regiones. En cualquier
caso, no existe evidencia directa de la presencia de judíos en Asia Central
antes del período aqueménida, como es descrito en el Libro de Esther[1].
Es muy probable que muchos judíos posteriores al
exilio asentados en tierras persas se dedicasen al comercio. Las fuentes
romanas muestran que en la época de los partos, judíos palestinos y babilonios
estuvieron vinculados al comercio de la ruta de la seda desde China. De hecho,
nombre hebreos aparecieron sobre fragmentos cerámicos en Marv que datan de los
siglos I al III, lo que atestigua la presencia de judíos viviendo a lo largo de
la Ruta de la Seda.
Desde el período persa, continuando a través de los
tiempos helenísticos y partos, un número importante de creencias y conceptos
iranios tuvieron su influencia en el trasfondo religioso de los judíos. Las
ideas escatológicas como las advertencias de los últimos días y la creencia en
un salvador mesiánico, así como la resurrección del cuerpo y el juicio final,
son algunas de las nociones que el Judaísmo, y por consiguiente el Islam y el
Cristianismo, pudieron recibir como préstamo de los persas. Los conceptos
referidos al paraíso celestial y a un infierno de castigo, también son visibles
en la antigua religión irania, pero no en las fuentes israelitas anteriores al
período babilonio. El espíritu del mal Angra Mainyu o Ahriman, evolucionará en
el demonio cristiano y del Islam, que aparece por vez primera en el libro de
Job ha-satan, o “el acusador”. Los
conceptos referidos a los ángeles y los demonios, parecen derivar, asimismo, de
creencias iranias. La antigua cosmología irania, con su numerología
fundamentada en el número siete, puede ser el precedente de las evoluciones
tardías visibles en la filosofía griega y en el misticismo judío, musulmán y
cristiano.
El festival judío de Purim, que encontramos en la historia de Esther, derivó, muy
probablemente, del antiguo festival de primavera de Fravardigan que, como el
propio Purim, comenzaba el décimo
cuarto día del mes de Azar e incluía un intercambio de regalos. Los iranios
también creían que el tiempo finalizaría en un gran evento apocalíptico. Esta
catástrofe final (el Ragnarok de la mitología escandinava tardía), fue
denominada Frasho-kereti (“el
glorioso hacedor”), o también Fraoshkart,
por los antiguos iranios. No parece una coincidencia que los escritos
apocalípticos de la tradición judía, como los hallados en los libros de Ezequiel
y Daniel, aparezcan en el contexto de la cautividad babilónica e incluso con
posterioridad a la misma. El texto apocalíptico judío escrito en griego, los Oráculos de Hystaspes, mayormente
compuesto en Partia, se fundamentó en una antigua historia irania acerca del
rey Vishtaspa, converso del propio Zoroastro. Un gran número de conceptos en
apariencia iranios en su origen llegaron a ser más evidentes en las fuentes
judías no desde el período persa sino desde el helenístico.
Una inscripción en piedra de una sinagoga en Kaifeng[2]
(no corroborada por ninguna otra evidencia), parece sugerir la más antigua
presencia judía en Asia oriental. La comunidad judía en el oriente de China, pudo
haber sido fundada por comerciantes que llegaron a estas regiones vía la Ruta
de la Seda antes de fines del siglo III a.e.c. Se ha querido relacionar el hallazgo en Egipto
de piezas de seda que datan del siglo X a.e.c. con comerciantes israelitas,
hasta el punto de ver en ellos a los responsables del traslado de la seda hasta
Egipto. Ciertas inscripciones fechadas en los siglos XVI y XVII ubican la
primera llegada de judíos a China en el período Han (206 a.e.c.-220). En
consistencia con estos datos, algunos judíos chinos contaron a los misioneros
jesuitas en los comienzos del siglo XVIII que, de acuerdo a su propia tradición
oral, sus ancestros habían llegado desde Persia durante el reinado de Mingdi
(58-75).
Aunque toda evidencia firme está ausente, no resulta
improbable que mercaderes iranios y judeo-persas hubiesen estado activos a lo
largo de la Ruta de la Seda. En tiempos antiguos, ciertas ideas religiosas
pudieron haberse expandido geográficamente hacia el este, en el sentido de que
los poseedores de esas ideas hubiesen estado también físicamente allí. Ello no
significa, no obstante, que los sistemas religiosos iranios o judaicos hubiesen
crecido en China o ganado adeptos. Cuando turcos, chinos y otras poblaciones
asiático-orientales entraron en contacto con mercaderes provenientes del
occidente y se familiarizaron con sus modos de pensar, sutiles influencias
pudieron haber penetrado en ambas direcciones a través de los encuentros
diarios y las conversaciones. En este sentido, se ha sugerido, por ejemplo, que
los daoístas del período Han Posterior tomaron prestado para su término daluo (“el más elevado Cielo”), el
vocablo iranio garo-dmana, la “casa
de la oración”, el más elevado de los cuatro cielos, asociados con Ahura Mazda,
que se pueden ver referidos en secciones del Avesta como Dadhvah.
Según algunos eruditos japoneses, asimismo, el denominado festival de los fantasmas, un
rito anual para alimentar las almas desatendidas, y que llegó a ser muy popular
durante la época Tang, habría tenido orígenes iranios. Por otro lado, el nombre
chino para el festival Yulan ben,
pudo derivarse del sogdiano rw'n (alma;
persa, ravan), en tanto que un cuento
popular asociado al festival, en el cual un monje, Mulian, desciende a los
infiernos para rescatar a su madre, podría estar basado en el mito griego de
Dionisos y Sémele.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, marzo, 2018.
[1] El bíblico Libro
de Esther, compuesto probablemente en Irán en algún momento del siglo IV
a.e.c., provee uno de los más explícitos ejemplos de interacción entre las
tradiciones religiosas irania e israelita. Registra, además, tradiciones
culturales iranias (el protocolo de la corte o el rol de los eunucos). Contiene
numerosos elementos que derivan de la religión irania. Así, por ejemplo, Teresh
y Zeresh parecen ser reflejos de los demonios Taurvi y Zairik en el Avesta. De hecho, ellos pueden ser
vistos como representantes del paradigma iranio de la mentira o druj, como opuesta a la ley del rey.
[2] La comunidad judía de Kaifeng parece haber llegado por
mar a China no antes del siglo IX, de modo separado, y por tanto distintivo, de
aquellos judíos que llegaron por tierra al territorio chino mucho tiempo antes.
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