Las divinidades oraculares romanas fueron, mayormente,
femeninas. Esta circunstancia se explica (también en el caso de aquellas de las
tradición germana o griega), por su especial predisposición hacia la
adivinación natural, y por la particular
susceptibilidad femenina al influjo emocional.
Estas deidades también eran las encargadas de acompañar con lamentos el cortejo
fúnebre y quienes llevaban a cabo las supplicationes a los dioses. Con el tiempo, sin embargo, las divinidades oraculares
femeninas no sólo perdieron sus facultades adivinatorias, sino su propia
condición divina.
Carmenta fue una antigua diosa muy conocida desde la
época arcaica por dos epítetos, el de Antevorta (Prorsa, Porrima) y el de Postverta o Postvorta. Su función primaria consistía en desempeñarse como
diosa de las parturientas y protectora de los partos. Pero, a la par, Carmenta
era una divinidad vinculada también a la adivinación y a la profecía. Por tal
motivo, Servio (Ad Aen. VIII, 336),
la consideraba una profetisa anterior a las célebres sibilas. Así mismo, no en
vano, la denominada Porta Carmentalis estaba unida
mediante una vía al templo de Apolo, deidad de la adivinación.
Las profecías de Carmenta pertenecían a la
denominada adivinación natural o inspirada. Sus vaticinios se llamaban carmina, un vocablo latino que, inicialmente, incluía el
sentido de oráculo, ofrecido en forma de estructura rítmica. Con anterioridad
de que carmen tuviese el sentido de poema y de canto, anunciaba el
destino del niño recién nacido.
En este orden de cosas, se hace explícito el hecho
de que el epíteto Porrima-Antevorta acabó siendo explicado en referencia a que Carmenta
daba a conocer el pasado, mientras que el de Postverta
en cuanto que revelaba el
futuro. Así pues, habría habido una doble autoridad de Carmenta: como diosa de
los nacimientos y como deidad de la profecía. La antigua costumbre de las madres
de solicitarle que anunciara el futuro porvenir a los niños proviene de esta
relación vinculante.
Carmenta fue una de las divinidades más arcaicas de
Roma. Ello se constata por la presencia, entre los flamines
minores, de un flamen
Carmentalis, así como por la inclusión de dos festividades, en el mes de enero (Carmentalia), en el arcaico calendario
religioso romano.
Será en la época republicana, y a consecuencia de un
proceso helenizante, cuando Carmenta
pierda su condición de divinidad. La misma literatura latina lleva a cabo una
interpretación helenizante de la arcaica deidad. De este modo, Carmenta
aparecerá en Ovidio (Fastos), en Virgilio y en Estrabón (V, 3,3), como una
simple mortal, madre de Evandro, un héroe arcadio[1]. No
obstante, seguirá conservando ciertas dotes proféticas.
La transformación final de Carmenta tuvo mucho que
ver con la represión, de parte del estado romano, de la adivinación natural
o inspirada (al modo del enthousiasmos
griego), fuese la misma tanto practicada por deidades como por adivinas o matronas. El Senado y los colegios
sacerdotales trataron, ya desde
la etapa republicana, de alejar
a la mujer de todo lo que tuviera que ver con la adivinación[2]. La
posesión por parte de una deidad de una profetisa se
consideraba como dementia,
esto es, una privación de mens.
La íntima relación entre el
nacimiento y el destino estuvo muy presente en la Roma arcaica. Las Parcas
ejercieron su labor como protectoras del nacimiento y, a la vez, como divinidades
de la profecía. A pesar de algunas diferencias acerca de los nombres de las
Parcas (Decima, Nona y Parca según Varrón), con el añadido de Morta en lugar de
Parca, según Caesellius
Vindex (Aul. Gel., NA II, 16, 11), los lingüistas afirman que se puede
identificar, partiendo de la inscripción de Tor Tignosa, a Parca Maurtia con
Morta[3].
Las Parcas tuvieron estatuas
en el Foro romano. Las Parcas
serán representadas, además, como
hilanderas que limitan la vida de los seres humanos. De las tres, únicamente Morta parece haber tenido funciones propiamente
oraculares, en tanto que Nona y Decima serían esencialmente protectoras del parto.
Estas deidades fueron, en un principio, divinidades oraculares al tiempo que protectoras
de los nacimientos.
Algunos autores han
relacionado Nona Fata, deidad del noveno mes (o del noveno día desde el momento
del nacimiento), con Fata Scribunda, una personificación del destino que menciona Tertuliano
(De Anima, 39, 2). Esta divinidad se
invocaba el dies lustricus, cuando el recién nacido era
purificado y obtenía su praenomen. La diosa se dedicaría a
escribir los hechos futuros de la existencia del infante.
El carácter profético,
oracular de estas diosas fue perdiéndose con el transcurrir del tiempo. Pronto
adquirieron funciones de divinidades del destino. Tal transformación de
deidades del nacimiento y de la profecía en diosas de la fatalidad se produjo
por la influencia de las moiras griegas. De este modo, en lugar de conferir
destino se convertirán ellas mismas en fuerzas del destino. Acabarán
siendo las que decidan, en consecuencia, la suerte de las personas.
Fauna suela aparecer como
compañera, esposa, hija o hermana de Fauno, el arcaico dios romano que protegía
a los pastores y sus rebaños y que encarnaba los aspectos primordiales de la
primera cultura romana, el sedentarismo del agricultor. Eran también, uno y la
otra, deidades oraculares. Sus palabras proféticas se escuchaban en las horas
nocturnas.
Según Varrón (LL, VII, 36), los Faunos (Faunus y Fauna) solían predecir (fari) el futuro. Como empleaban únicamente la voz,
siempre estuvieron algo alejados de la adivinación oficial.
Fauna, en concreto, disponía
de varios epítetos: Fatua, (que se explica por el
trance profético), Fenta Fatua y, asimilada con posterioridad a Bona Dea, Maia y Ops. Es Lactancio (Inst. div. I, 22, 9),
quien señala que se llamaba Fatua (o Hadua) por su costumbre de predecir los
hados a las mujeres, del mismo modo que Fauno hacía
lo propio con los hombres.
Ambos dioses tenían, según la tradición, un origen común con el término fanum, el templo con su terreno, de ahí
que se les hiciera equivalentes con el entusiasmo o el trance de los vates y
los adivinos poseídos por la deidad.
Fauno perdió paulatinamente
su carácter de divinidad. Pasó a ser identificado con uno de los primigenios
reyes del Lacio, antes de la fundación de la ciudad por parte de Rómulo. En tal sentido, Fauno era considerado padre de
latino y uno de los soberanos previos a Eneas. A pesar de esta transformación, nunca
perdería, al menos en un ámbito rústico, las
dotes oraculares que poseía.
Por su parte, en época de
Sexto Clodio, un rétor siciliano que fue maestro de Marco Antonio, parece que
ya se había consolidado la noción, tal vez influida por Evémero, de que Fauna
había sido originariamente una mujer corriente a la que después de su muerte se
le empezó a rendir un culto. De las facultades mánticas de Fauna prácticamente
no quedó recuerdo, si se exceptúa su eventual identificación con Bona Dea.
Egeria se consideraba una
diosa de las fuentes, fuertemente asociada al culto de Diana en Nemi. Estrabón
(quien sigue en este caso a Artemidoro) señala que en Nemi una de las fuentes se
conoce con el nombre de Egeria. Pero al igual que las Parcas, o Carmenta, Egeria
fue asimismo protectora de los partos. La llegada de Diana a Roma supuso que
también Egeria recibiese culto, en concreto en el Celio, próximo a la puerta
Capena. Tal circunstancia pudo haberse producido hacia mediado el siglo VI
a.e.c. Parece factible pensar que el
borbotar de las fuentes fuera, desde fines de la Edad del Bronce, interpretado
como una suerte de “habla”, lo cual conllevaba una antropomorfización. Con el
paso del tiempo, de hecho, Egeria empezó a ser considerada como una de las
ninfas de la fuente de la via Appia.
La tradición latina conoce a
Egeria, esencialmente, por sus encuentros con el rey Numa (del que sería
compañera y consejera), y al que dictaría su política religiosa. De esta
manera, le enseñaría al soberano plegarias y conjuros[4]. No
obstante, la historiografía romana (por ejemplo Livio, I, 19, 5, Valerio
Máximo, I, 2, 1 o Floro, I, 2) rechazaba
de plano la idea de que una diosa, siquiera una ninfa, pudiera vincularse con
un rey y “dictarle” instrucciones, sobre todo si el rey ejercía de sacerdote
principal y de fundador de los cultos nacionales más destacados.
Por este motivo, la
naturaleza de Egeria fue presentada de una manera bastante confusa, bien como
ninfa, como diosa, o bien como una lamia o una mujer mortal. Lo cierto es que el
poder de Numa no podía, en consecuencia, fundamentarse en las revelaciones de
una ninfa. Por tal razón, las fuentes prefieren recurrir al fingimiento del rey
para poder justificar su presumible presencia.
Las ninfas fueron perdiendo
paulatinamente, probablemente por influencia helenística, sus facultades mánticas,
así como su capacidad de poseer a las personas. En la literatura de la época de
Augusto serían ya consideradas como entidades o seres que dictaban la obra de
los poetas y que, desde la óptica religiosa, protegían las aguas y los lugares
en las que manaran fuentes.
La antigua tradición
historiográfica romana atribuía la fundación de los más antiguos santuarios de
Fortuna (deidad que destacó enormemente por sus cualidades oraculares) en Roma
al rey etrusco Servio Tulio. La
tradición presenta al soberano como un protegido, y hasta un amante, de la
diosa.
El descubrimiento de una sors, esto es, una tablilla empleada en los
santuarios oraculares itálicos para anunciar lo que le depararía el futuro al
que hace la consulta, y que fue datada en el siglo IV a.e.c., pudo proceder de
un antiguo templo de Fortuna en las Marcas.
En cualquier caso, con el
inicio del período republicano y el fin
de la etapa etrusca, el carácter oracular de Fortuna prácticamente desapareció
de Roma. Desde ese momento, fue conocida únicamente como una deidad del paso (social y cósmico).
La diosa Fortuna de
Praeneste, a diferencia de la de Roma, era una auténtica divinidad oracular, si
bien también ejercía de diosa-madre[5]. Por
tal motivo se la representaba amamantando a Júpiter y a Juno infantes. Las
mujeres eran las devotas principales, así como las consultantes, del oráculo.
Gracias a Cicerón (De divinatione, II, 85-86), se conoce la liturgia de las consultas
oraculares praenestinas. Un infante (puer) era el encargado de extraer las sortes, después de haberlas mezclado. Era, por tanto, la
inspiración de la diosa (Fortuna monitu) la que guiaba la mano del
niño. Los niños, las personas jóvenes y las mujeres (los iuvenes de Veyes, las virgines de Lanuvium[6]),
constituían magníficos receptores, dada su predisposición psicológica, para
recibir la inspiración y los dictados de la deidad.
La Fortuna de Praeneste fue
despojada de sus atributos oraculares. No obstante, el culto praenestino pudo
haber sido asimilado por Roma pero con determinadas condiciones, entre ellas la
renuncia a ciertos rasgos, entre los cuales destacarían el oráculo y el culto a
un Júpiter niño. La nueva Fortuna, que se conocerá como Fortuna Publica, tendrá rasgos en común esencialmente
con la Tyche griega.
Por su parte, la Fortuna de
Antium, en la región volsca (tal vez con prácticas oraculares de antecedentes
orientales, probablemente cartagineses), poseía funciones de carácter
fecundante y oracular. Protegía a la mujer en parto así como al recién nacido.
En cualquier caso, frente a
las dos Fortunas itálicas mencionadas, ninguna de las romanas (Fortuna Muliebris, Fors Fortuna, Fortuna Viscata o Fortuna Virilis),
tuvo
funciones mánticas.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, marzo de 2018.
[1] Virgilio, como también Estrabón, la presenta
como madre de Evandro, aunque relegada a la condición de ninfa y, por tanto, de
naturaleza intermedia entre dioses y mortales. La poesía augústea, por su
parte, la evocará como una mujer o una ninfa de poderes proféticos. Incluso
será considerada anterior a la llegada de la Sibila a Italia. Eso sí, ya no
será vista como una diosa de las mujeres y de los partos.
[2] Todas las leyendas o las tradiciones
de inspiración griega que hacían de mujeres notables célebres adivinas, caso de
Roma o Lavinia, fracasaron por completo.
[3] Morta parece estar más en relación con el arcaica denominación del dios
Marte (Maurs) una divinidad ligada al
nacimiento de Roma, que con mori.
[4] Marciano
Capella (II, 67) comenta que al lado de fatui y fatuae, las ninfas también adivinan
el futuro. Destaca, en cualquier caso que, a diferencia de las deidades, tras
una larga y próspera vida, fallecen. Señala que muchas moraban en cuevas. De
ahí, probablemente, que Plinio (NH, II,
208) hable de cuevas proféticas, cuya exhalación embota los sentidos y capacita
para vaticinar el futuro. La influencia de las ninfas sobre los hombres fue,
por esta razón, mal considerada en Roma, porque los hacían delirar o
enloquecer.
[5] Una lamina de bronce, del
siglo III a.e.c., contiene una inscripción en la que una tal Orcevia dice haber ofrecido un don a
Fortuna Diovo fileia Primogenia por
haber tenido un buen parto. Otra inscripción, de una época posterior, menciona
el voto de las Aretinae matronae a Fortuna. El propio Cicerón (De div. II, 85)
afirma que el santuario de la diosa era piadosamente venerado por las matronas.
[6] Desde una perspectiva
ideológica se aceptaba que las mujeres, en su calidad de sujetos pasivos y, por
consiguiente, no responsables, se dejasen orientar por lo fortuito. Un hombre,
por el contrario, no podía hacerlo, pues era un sujeto familiar y cívicamente
activo, y su orientación debía dirigirse hacia el consilium y la razón. Un hombre que venerase a Fortuna era
descalificado, ya que no era algo propiamente viril. Además, para Roma la
fortuna era una noción opuesta al fatum y al orden preestablecido,
que era el que garantizaba Júpiter.
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