24 de octubre de 2021

Sociedad y cultura en la Grecia antigua: los caudillos en la épica homérica (I)



Imágenes (de arriba hacia abajo): dibujo de la planta y probable reconstrucción de la casa del jefe en el yacimiento de Nichoria. Siglo IX a.e.c.; escultura de Homero, de Philippe L. Roland. Museo del Louvre y; la célebre Apoteosis de Homero, de Arquelao de Priene, panel datado entre 225 y 200 a.e.c.

Los poemas homéricos apenas conservan unos mínimos detalles de la sociedad del Bronce Reciente griego, ni tampoco son un referente histórico fundamental para la segunda mitad del siglo VIII a.e.c. Si contienen, por la contra, gran número de aspectos relativos a la sociedad de la denominada Edad Oscura, concretamente del siglo IX a.e.c. Esto significa que la sociedad descrita en los poemas debe de ser anterior a la existente en el momento de su composición, aunque permanecería latente en la memoria, tanto del poeta como de su auditorio. La sociedad homérica es análoga en su estructura genérica y en un buen número de elementos a la organización social que se nombra como caudillaje. Se trata de sociedades guerreras.

El ámbito político y geográfico del mundo homérico está configurado por un grupo de regiones y de pueblos diferentes. Los caudillajes regionales en los que la sociedad homérica se dividía evolucionaron de los antiguos  reinos micénicos, aunque presentan un rasgo diferenciador crucial, y es que a diferencia del wánax o rey de la Edad del Bronce, ahora el jefe supremo ejercía únicamente un control limitado sobre los distintos distritos de su demos. Por otra parte, la serie de jefes locales, subordinados a él eran, no obstante, independientes. La debilidad de la estructura de poder se confirma en el hecho de que el jefe superior se denomina basileús, sin otro  título que lo distinga de los demás basileís, que son de inferior rango pero que portan la misma titulatura.

El título y cargo de basileús, bien retratado en la Ilíada y la Odisea, pasaba de padres a hijos, aunque la valía del joven caudillo debía demostrarse, pues debía ser competente en sus funciones, como dirigir al pueblo tanto en la guerra como en períodos de paz. El sucesor del basileús supremo tenía que garantizar la obediencia de los diversos jefes locales de los demoi, además de mostrarse valeroso, diestro y elocuente. Los dos requisitos esenciales de la soberanía serán, en consecuencia, la destreza mostrada en la guerra así como la capacidad de persuadir con la palabra. Las proezas y hazañas en batalla convierten a un hombre en príncipe, como pasaba, por ejemplo, con Agamenón, a quien seguía una gran hueste gracias a las virtudes de esta índole que poseía.

Los basileís, locales o supremos, poseían su propio séquito personal. Estos hombres que acompañaban al caudillo se denominan entre sí como hétairoi o compañeros, un vocablo que expresa un sentimiento de mutua lealtad. La hueste de un demos estaba conformada por diversas bandas de hétairoi, cada una de ellas comandada por su propio basileús, aunque todas sometidas al mandato del caudillo superior. En cualquier caso, un determinado jefe local o el propio caudillo supremo podía reunir a su propio séquito y realizar expediciones de pillaje contra las aldeas de otros demoi, para igualar disputas precias o simplemente para saquear y robar su ganado, mujeres y demás bienes. Es lo que hace, sin ir más lejos, Odiseo en Egipto. De modo habitual, un jefe reclutaba a sus seguidores celebrando un banquete, marco esencial que servía para estrechar lazos y vínculos. El  pillaje constituía, en tal sentido, una forma de vida en la sociedad que Homero retrata. El botín enriquece al jefe de la expedición de saqueo y a sus seguidores, pero es, a la par, un mecanismo idóneo para demostrar valor, destreza y virilidad, virtudes todas ellas generadoras de gloria y honor imperecedero.

Sea una expedición de guerra o saqueo, el basileús demuestra su valía yendo en vanguardia, arriesgando su vida al combatir en primera línea. Esta actitud, que le consolida en su soberanía, da pie para que el demos se sienta obligado a rendirle honores obsequiándole con presentes de distinto tipo.

La reciprocidad, entendida como mutua y equitativa correspondencia, factor clave de las relaciones sociales en el mundo homérico es crucial para entender la relación entre el rey y el demos. Asimismo, también la equidad rige el mecanismo de reparto de los despojos de guerra. Con posterioridad a una incursión de pillaje, el botín se reparte entre todos, si bien es el caudillo quien en primer lugar toma su parte, incluyendo algún extra. Si el caudillo pretende quedarse con más de lo que le corresponde o realiza una distribución no equitativa, se arriesga a perder el respeto de sus subordinados y fieles seguidores. De este modo, la codicia resulta ser un insultante defecto, tan pernicioso como pueda ser la cobardía.

En este mismo orden de cosas, el caudillo debe ser generoso y a la par liberal. Es por ello que los caudillos homéricos ofrecían presentes y fiestas a sus pares o a personalidades relevantes. Este proceder no deja de ser una forma de ostentar riqueza además de un mecanismo para consolidar alianzas, de acumular agradecimiento por mor de tales muestras de generosidad e, incluso, de hacer nuevas amistades.

No se debe olvidar, no obstante, que la autoridad del jefe adolece de una básica fragilidad, en tanto que el basileus posee una limitada capacidad para obligar a los demás a aceptar su preeminencia. Por otro lado, gozar de la condición de heredero legítimo del basileus supremo en absoluto es una garantía de sucesión. Y es que estamos ante una sociedad en la que las acciones son de mayor calado que el linaje. De tal modo, un sucesor débil puede ser desafiado por otros basileís rivales que busquen sustituirlo como jefe superior[1]. Para tal menester, y con el objetivo de lograr sus cometidos, los usurpadores recurren sin ambages a la amenaza y a una posición de fuerza.

Las instituciones gubernamentales de la Edad Oscura eran escasas y básicas. El consejo, o boule, formado por los diferentes jefes locales y el caudillo supremo, se reunía en una gran sala (mégaron) con el objetivo de orientar la política del demos. Presidía el basileús supremo. Las decisiones aquí tomadas se presentaban a la asamblea del pueblo (agorá) o a la que asistían los varones en edad de combatir y también los ancianos[2].

El debate, normalmente abierto, concluía con algún acuerdo. Cualquier persona podía tomar la palabra en la asamblea, si bien únicamente los jefes y demás hombres destacados hablaban en la misma. A cada propuesta, los integrantes del demos pronunciaban su decisión por la fórmula de la aclamación, a través de murmullos o bien en silencio. Al final, el demos podía aprobar por aclamación las propuestas presentadas. El objetivo primordial de la asamblea era lograr un consenso, tanto entre los jefes como entre éstos y el resto de la población.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, octubre, 2021.



[1] Un muy aleccionador paradigma se puede observar en Telémaco, hijo de Odiseo, un joven sin experiencia en el mando y con muy escasos seguidores, puesto que aquellos de su padre se habían ido a combatir con él a Troya. Telémaco está sometido a una desesperada situación. Un nutrido grupo de jóvenes jefes, o de vástagos de los mismos, probablemente de islas cercanas a Ítaca, pretenden casarse con su madre Penélope, a la sazón presuntamente viuda. Acampados en el patio de su mansión, banquetean y usan a sus esclavas. Su intención es, sin duda, derrocar al linaje de Laertes, de forma que aquel que obtenga el consentimiento de Penélope será el nuevo basileús supremo. Si bien los ávidos pretendientes reconocen que la jefatura corresponde por derecho paterno a Telémaco, intentarán arrebatárselo sin ningún miramiento. No está de más recordar que la esposa de un jefe, en especial si es un caudillo supremo, es tenida en estima, e incluso puede participar de la autoridad del marido. En este sentido, además de Penélope un notable ejemplo es el de Arete, esposa de Alcínoo, basileús de los feacios.

[2] Un aspecto de relevancia se encuentra en Homero, que dice que en ocasiones cualquier jefe o anciano respetado convocaba una asamblea sin necesariamente consultar a los demás jefes o príncipes.

 

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